Los médicos de la antigua Roma fabricaban una gran variedad de fármacos para tratar problemas de salud. La medicina romana era muy sofisticada, y la literatura médica romana describe los primeros antisépticos, narcóticos y antiinflamatorios. Aunque se ha demostrado la eficacia de algunos ingredientes utilizados por los antiguos romanos, la realidad es que muchos de sus medicamentos no tenían ningún efecto o eran tóxicos, sobre todo cuando se tomaban en dosis imprecisas.
Etimología y definición
El término «farmacia» deriva de la palabra griega pharmakon, que describía objetos y sustancias que podían afectar a la salud corporal. Todas aquellas sustancias que entraban en la categoría de venenos, pociones y medicamentos se consideraban pharmaka. La medicina griega influyó enormemente en la medicina romana, que más tarde absorbería ideas médicas de otras culturas vecinas como Egipto, el Ponto y la Galia. En latín antiguo, las sustancias y preparados farmacéuticos se denominaban materia medica, que literalmente significa «sustancias médicas».
La palabra pharmakos subraya en muchos sentidos la ambigua mezcla de lo racional y lo mágico en el rango semántico de pharmak-. Se refiere a un chivo expiatorio: humano o animal, imbuido simbólicamente con el miasma («contaminación») de una comunidad, y luego expulsado para eliminar cualquier mancha que estuviera causando la desgracia de la comunidad.
(Jones-Lewis, 403)
Estos términos se utilizaban ampliamente para describir sustancias y preparados medicinales, y han influido en el vocabulario médico de muchas lenguas modernas. El antiguo significado de pharmaka también abarcaba objetos mágicos como amuletos y talismanes, que formaban parte de la medicina folclórica practicada en el antiguo Mediterráneo. Algunos ingredientes mundanos podían considerarse pharmaka cuando se utilizaban para promover la salud, como el vino y el aceite.
Fabricación y administración de fármacos
Los ingredientes vegetales, animales y minerales se molían y mezclaban con herramientas básicas como el mortero y después podían combinarse en una variedad casi infinita de ungüentos, píldoras y supositorios. Las infusiones y tisanas medicinales podían beberse o absorberse con trozos de pan. Los lavados y enjuagues se utilizaban a menudo para tratar heridas y afecciones de los oídos o los ojos. Otro método común de administrar medicamentos consistía en quemar ingredientes y fumigar los orificios corporales con el humo.
Los cuatro ingredientes habituales de los antiguos fármacos romanos eran el aceite, el vinagre, el vino y la miel. Se creía que cada uno de estos ingredientes tenía sus propias cualidades medicinales, y la mayoría de los medicamentos se basaban en al menos uno de ellos: el aceite (incluidos los aceites vegetales y las grasas animales) limpiaba e hidrataba la piel; el vino servía sobre todo para tapar el sabor de ingredientes desagradables y relajar a los pacientes; la miel y el vinagre habrían ayudado a prevenir infecciones al matar bacterias, aunque los romanos no eran conscientes de ello. El vinagre tiene propiedades antisépticas debido a su acidez, mientras que la miel tiene propiedades antimicrobianas.
Los medicamentos romanos contenían una variedad de ingredientes que iban desde sustancias beneficiosas y neutras hasta otras activamente nocivas. Las plantas y sus derivados eran los ingredientes más comunes. También se utilizaban cenizas y metales, en particular óxidos de plomo y cobre. En ocasiones, los medicamentos romanos incluían sangre, excrementos, orina, insectos y partes de animales. Un ejemplo notable son las cantáridas, insectos que contienen cantaridina, una sustancia química potencialmente mortal, y que los antiguos romanos utilizaban tanto para quemar verrugas químicamente como para inducir erecciones.
Muchos medicamentos preparados de antemano se secaban y moldeaban en tortas, que luego el médico podía romper para aplicar. También era común el uso de pequeñas vasijas y paletas para almacenar medicamentos y cosméticos. Los arqueólogos suelen utilizar análisis espectroscópicos y de ADN para estudiar los residuos de sustancias que quedan en estos recipientes y así comprender qué contenían los antiguos medicamentos. Sin embargo, no siempre está claro si una sustancia estaba destinada a ser un medicamento, un cosmético o un aditivo alimentario.
Botánica médica
La fabricación de fármacos en la Antigüedad requería un conocimiento detallado de la vida vegetal. La ciencia de la botánica (la identificación, el cultivo y el uso de las plantas) ya tenía miles de años de antigüedad para la época romana, pero, al igual que otras áreas de la ciencia en ese entonces, era imprecisa. Los autores antiguos podían referirse a la misma planta con muchos nombres diferentes, y la terminología botánica cambiaba con el tiempo. Obras como De Materia Medica de Dioscórides (aprox. 50-70 d.C.) y Naturalis Historia (77-79 d.C.) de Plinio el Viejo ayudaron a catalogar las plantas y sus usos medicinales, organizándolas por sus características. Médicos como Galeno (129-216 d.C.) y Celso (aprox. 25 a.C. - 50 d.C.) también describieron las aplicaciones medicinales de las plantas.
Aunque podrían haber recomendado plantas, minerales y animales específicos en sus recetas, no podemos estar seguros de si los médicos o farmacéuticos del mundo grecorromano siguieron sus consejos a menos que examinemos los restos arqueológicos que se pueden encontrar en las muestras de tierra de los jardines de las casas romanas, en los residuos dejados en la cerámica y en los raros ejemplos de medicinas supervivientes en el registro arqueológico.
(Baker, 154)
La venta de ingredientes medicinales y productos farmacéuticos ya preparados era una industria enorme en la Antigüedad, respaldada por una compleja red de comerciantes y productores. El incremento del comercio durante la época imperial permitió a los romanos acceder a ingredientes previamente exóticos como la pimienta negra de la India, el comino de Etiopía, y la canela, el incienso y la mirra de Arabia, que se exportaban por todo el Imperio Romano para usos medicinales y culinarios. Sin embargo, el transporte de estos ingredientes a largas distancias era costoso y muchos medicamentos eran perecederos, por lo que la mayoría de las personas seguían utilizando sustitutos locales.
Cuidado de las heridas
El desarrollo de la medicina romana se vio condicionado por la guerra, lo que dio lugar a la creación de un sofisticado arsenal de tratamientos para las heridas de combate. El vinagre y otras sustancias cáusticas utilizadas para limpiar las heridas en la Antigüedad eran antisépticos moderadamente útiles. Ingredientes comunes como el ocre rojo y la resina de pino también tienen fuertes propiedades antisépticas.
Aunque el tratamiento de las afecciones sépticas era una de las principales preocupaciones, otros medicamentos estaban destinados a detener las hemorragias, extraer el veneno de las heridas y reducir la inflamación. La gallarita y la tela de araña, por ejemplo, se utilizaban para frenar las hemorragias, mientras que el betún, la goma y la clara de huevo se empleaban para ayudar al cierre de las heridas. Se creía que la inflamación excesiva de una herida podía causar complicaciones adicionales, como la gangrena, por lo que se empleaban cataplasmas antiinflamatorias y vendajes medicinales para su tratamiento.
En la medicina grecorromana, se pensaba que el pus era una parte natural del proceso de curación, y se aplicaban medicamentos específicos para promover la producción de pus. Entre ellos se encontraban sustancias como la lana cocida, la grasa de cerdo y la brea. El cultivo deliberado de bacterias beneficiosas productoras de pus podría haber tenido el efecto de prevenir que bacterias peores infectaran la herida. La fiebre alrededor de las heridas, un síntoma de infección, tampoco era una de las principales preocupaciones de los médicos antiguos y no se trataba directamente.
Narcóticos y anestésicos
Los medicamentos narcóticos se utilizaban mucho en la Antigüedad para tratar el dolor crónico y el insomnio. Muchos de estos fármacos, que tenían el potencial de inducir comas o causar la muerte si se administraban incorrectamente, también eran reconocidos como venenos. Las plantas que contenían alcaloides tóxicos eran frecuentes en la fabricación de medicamentos narcóticos: la mandrágora era conocida como un potente narcótico capaz de inducir un estado similar a la muerte. Otras plantas alcaloides como la cicuta, el acónito, el beleño y el eléboro tenían efectos similares cuando se tomaban en grandes dosis.
En el mundo antiguo se cultivaban distintas variedades de amapola (también «adormidera»), con aplicaciones medicinales únicas. Las flores de amapola se cultivaban para poder extraer su jugo y utilizarlo en la elaboración de brebajes o ungüentos medicinales. La Papaver rhoeas, conocida como «amapola silvestre», era una de las variedades más cultivadas en el Imperio Romano. Aunque es menos potente que muchas otras variedades de amapola, se utilizaba para fabricar readina, un medicamento empleado por los médicos romanos para tratar el insomnio y otras dolencias.
Rara vez se administraban medicamentos anestésicos para el dolor causado por las heridas, y la literatura relacionada con la cirugía describe métodos para sujetar físicamente a los pacientes en lugar de sedarlos. Aunque la literatura antigua habla extensamente de la adicción al alcohol, la adicción a los narcóticos no existía en la antigua sociedad romana. Esto se debe en parte a que los narcóticos no estaban disponibles y no eran lo suficientemente potentes ni lo suficientemente baratos como para crear una adicción generalizada. El emperador Marco Aurelio (que ocupó el poder entre 161 y 180 d.C.), que consumía opio regularmente como parte de su régimen médico, es un caso atípico.
Debido a sus propiedades medicinales, muchos de estos ingredientes se asociaban con pociones de amor y magia en la cultura romana: Hipnos y Tánatos, las personificaciones gemelas del Sueño y la Muerte respectivamente, eran representados frecuentemente con amapolas. Hécate, diosa asociada a la brujería, también estaba vinculada a la imagen de la amapola.
Eficacia
Los historiadores modernos consideran que la eficacia de la medicina antigua era irregular. En la Antigüedad no se comprendían bien las causas subyacentes de las enfermedades, y los ingredientes medicinales se seleccionaban a menudo en función de sus asociaciones simbólicas con propiedades como el calor, el frío, la sequedad o la humedad. Los pioneros de la medicina, como Galeno, defendían enfoques más basados en pruebas, desarrollados mediante la observación empírica, pero carecían de gran parte de la información de que disponen los médicos modernos.
A diferencia de la cirugía, que actúa sobre el cuerpo físico y observable, la medicina opera de un modo invisible para el ojo antiguo. Los antiguos sabían que ciertas sustancias tenían poderes invisibles, y algo así es difícil de racionalizar por completo. Incluso Galeno, posiblemente el más racionalizador de los autores médicos griegos, recurría al razonamiento con elementos mágicos cuando se enfrentaba al enigma de por qué funcionan los medicamentos.
(Jones-Lewis, 404)
Algunos tratamientos farmacéuticos de la antigua Roma pueden haber sido clínicamente eficaces, ya que estudios modernos han demostrado la efectividad de muchos ingredientes medicinales antiguos. Sin embargo, la mayoría de las «curas» antiguas carecían de base médica. La superstición, el folclore y el efecto placebo reforzaban la creencia en su eficacia a pesar de la falta de pruebas. Muchas enfermedades endémicas, como las infecciones parasitarias, eran intratables antes de la medicina moderna.
Aunque algunos medicamentos de la antigua Roma podían tener principios activos beneficiosos, no existía ningún control de calidad que regulara su eficacia. Ninguna sociedad antigua había codificado normas médicas que restringieran la creación y distribución de medicamentos. Los métodos relativamente primitivos de procesamiento de los ingredientes hacían que diferentes lotes de medicamentos pudieran presentar variaciones peligrosas en su potencia. Tampoco había forma de que los pacientes o los médicos estuvieran seguros de que los ingredientes medicinales no hubieran sido mezclados con sustitutos más baratos por comerciantes deshonestos.