Vida cotidiana en la guerra del desierto de la Segunda Guerra Mundial
9 días restantes
Invertir en la enseñanza de la Historia
Al apoyar a nuestra fundación benéfica World History Foundation, está invirtiendo en el futuro de la enseñanza de la historia. Tu donación nos ayuda a dotar a la próxima generación de los conocimientos y habilidades que necesitan para comprender el mundo que les rodea. Ayúdanos a empezar el nuevo año dispuestos a publicar más información histórica fiable y gratuita para todos.
La guerra del desierto del norte de África durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) planteó a los soldados de ambos bandos una serie de desafíos particulares. Temperaturas abrasadoras durante el día, temperaturas gélidas por la noche, arena y moscas por todas partes, racionamiento de agua, una dieta pobre y monótona a base de comida enlatada y el grave riesgo de morir o resultar herido por un proyectil disparado por un enemigo que ni siquiera se podía ver fueron algunos de los desafíos que tuvieron que soportar.
El teatro de operaciones del desierto también fue único por la casi total ausencia de participación civil; ¿quién más querría estar allí? Las duras condiciones garantizaron que se desarrollara cierta camaradería mientras todos enfrentaban el doble desafío de sobrevivir a la guerra y a lo que el desierto les pusiera en frente. En este artículo, analizamos más de cerca la vida cotidiana en la campaña del norte de África a través de las palabras de quienes la vivieron.
Las temperaturas en el desierto podían alcanzar los 50° C (122 Fahrenheit) –uno podía literalmente freír un huevo en cualquier parte metálica de un vehículo expuesta al sol–, pero las noches podían ser gélidas y los hombres morían por exposición. Se advertía a los soldados que no se expusieran al sol; de hecho, en el ejército británico, no llevar camisa y quemarse con el sol era un delito punible. Con pocos elementos naturales tras los que esconderse, las tropas tuvieron que aprender a camuflarse y ocultarse, especialmente para evitar los aviones enemigos o las patrullas móviles. Lejos de las ciudades costeras, no había gente, salvo algunos grupos ocasionales de nómadas beduinos.
LAS TORMENTAS DE ARENA PODÍAN DURAR DE DOS HORAS A DOS DÍAS.
No era fácil saber dónde se estaba o hacia dónde se dirigía uno en el desierto, que a menudo no tenía rasgos distintivos; aquí, la mayoría de las veces, había llanuras duras y calcinadas sembradas de pequeñas rocas y una fina capa de arena en lugar de las gigantescas dunas de arena del desierto del Sahara más al sur. Era el tipo de terreno que podía causar estragos en los neumáticos de un vehículo. Había arena por todas partes y, cuando soplaba el viento, no había escapatoria. Los vehículos y los aviones tenían que estar equipados con filtros especiales para intentar evitar que la arena entrara y dañara los motores. Las tormentas de arena eran, por supuesto, las peores, y podían durar de dos horas a dos días. La arena arrojada por los fuertes vientos podía desgastar la piel y dejar los vehículos sin pintura. Los hombres escapaban de la furia lo mejor que podían, como describe aquí el soldado Tom Barker:
Un tipo que había estado limpiando su arma rápidamente la volvió a armar y otros que habían estado charlando de repente agarraron palas de trinchera y empezaron a palear la arena como topos desesperados por escapar de un depredador. Una vez que cavaron un hueco que les permitiera acomodar su cuerpo, escarbaron en su mochila y sacaron sus cardigans para que actuaran como filtro de aire; luego, se taparon con una lona y se agacharon para esperar la tormenta de arena.
(Layman, 20)
Las tropas, o al menos alguien dentro de un grupo, tenían que saber orientarse utilizando una brújula, el sol y las estrellas. Los mapas mejoraron a medida que avanzaba la guerra y se utilizaban barriles numerados para ayudar a identificar los tramos de caminos desérticos que de otro modo no serían identificables y que atravesaban el norte de África. La magnitud de la zona de batallas y la falta de puntos de referencia reconocibles desconcertaron a muchos de los participantes, incluso confundiendo a figuras como el general Erwin Rommel (1891-1944), que una vez le escribió a su esposa en Alemania:
No tengo idea de si la fecha es correcta. Llevamos días atacando en el desierto infinito y hemos perdido toda noción del espacio o el tiempo.
(Allen Butler, 215)
Si bien los combates podían ser intensos, a menudo eran de corta duración. En otras ocasiones, especialmente para las tropas en posiciones defensivas, superar el aburrimiento se convirtió en el mayor desafío. El teniente italiano Emilio Pullini recuerda:
Había algunas cosas que no nos gustaban demasiado, sobre todo las moscas y un sol muy fuerte que nos calentaba todo el día. Era muy incómodo pasar todo el día tumbados en trincheras desde el amanecer hasta el anochecer cubiertos de moscas y sin hacer prácticamente nada más porque no teníamos ninguna posibilidad de hacer nada más.
(Holmes, 271)
El escritor británico Laurence Durrell (1912-90) recuerda la sensación de que la lucha siempre se desarrollaba en otro lugar de la vasta extensión del desierto:
Un campo de batalla es una cosa muy curiosa, es extraordinario lo inanimado que parece todo. Había algún tipo de acción en la esquina derecha, por lo demás había gente tumbada fumando. Es una de las cosas más singulares que las películas y los libros no muestran... donde parece que no está sucediendo nada, la acción siempre está en algún otro rincón y es algo decisivo. Y entonces te preguntan si estuviste allí.
(Holmes, 275)
Vestuario
El vestuario reglamentario del ejército se adaptó para este entorno especial. Por ejemplo, los oficiales de la 7.ª División Blindada británica, las «Ratas del Desierto», «desarrollaron un atuendo informal en el desierto: pañuelo de seda, pantalones de pana ligera, botas de gamuza para el desierto y, cuando hacía frío, un abrigo de piel de cabra de Afganistán o Persia, con pasamontañas de punto casero de rigor para toda la jerarquía en las frías mañanas » (Lyman, 20). Las bufandas eran un complemento útil tanto para mantener el calor como para protegerse la cara de la arena. Se utilizaban cascos de acero en la batalla en todos los bandos, a menudo pintados de color arena con arena y gravilla mezcladas para facilitar el camuflaje. Las gafas de celofán para las unidades de tanques se convirtieron en una adquisición preciada. La reutilización del material capturado al enemigo era una característica común de la guerra en el desierto, y esto incluía la ropa, como describe aquí John Devine, un mayor del cuerpo médico australiano:
Fue sorprendente la cantidad de cosas que se habían estado buscando. Teníamos cajas de la leche italiana más excelente, esterilizada, cajas de deliciosa mermelada de cerezas y cajas de carne de vacuno de mala calidad. Usábamos esterilizadores italianos para nuestro equipo médico, apósitos italianos y muchos instrumentos italianos. Todos parecían tener su propio automóvil italiano... Nuestros hombres vestían camisas militares italianas de color caqui y, en muchos casos, pantalones y botas italianos, y todos estábamos protegidos por lonas italianas.
(Lyman, 79)
Los uniformes tropicales de algodón iniciales con sus pantalones rígidos tipo jodhpur y cascos de médula utilizados por el Deutsche Afrika Korps (DAK) resultaron inadecuados para el desierto. Las tropas alemanas a menudo conservaban las botas de cuero con cordones y las gorras suaves de visera larga (que protegían bien los ojos) que se les entregaban, pero se aflojaban los pantalones o usaban pantalones cortos para combinar con sus camisas de manga corta (aunque en teoría, los pantalones cortos no estaban permitidos en la batalla). Para las noches frescas, llevaban, como los británicos, jerséis de lana. Muchos soldados del Afrika Korps, incluso llevaban chaquetas Sahara de fabricación italiana y abrigos británicos cuando podían conseguirlos hasta que se les proporcionaron sus propias versiones. En general, todos los bandos tenían un código de vestimenta mucho menos estricto de lo normal, ya que los hombres intentaban lidiar con las duras condiciones lo mejor que podían.
Un nuevo deporte era ver cuántas moscas se podían atrapar, con puntuaciones que mostraban a los matamoscas más exitosos.
Como el agua se racionaba muy a menudo, no había mucho para lavarse. Toda el agua tenía que ser transportada, ya que los pozos locales eran pocos y distantes entre sí, no muy potables y ciertamente no suficientes para abastecer a grandes grupos de tropas. Los hombres se volvieron expertos en afeitarse y lavarse usando la menor cantidad de agua posible. El agua sucia se usaba entonces para llenar los radiadores de los vehículos. La mala calidad del agua disponible, la mala dieta y el calor se combinaron para hacer de la diarrea un problema común y de la disentería un asesino más exitoso que el enemigo. A los hombres se les entregaban pastillas de sal para reemplazar la sal perdida en la transpiración. También se distribuyeron pastillas de vitamina C, pero no fue posible encontrar una cura para las llagas del desierto.
Las moscas estaban por todas partes, tan desesperadas por algo de agua como los hombres. Los hombres comían bajo mosquiteros para que las moscas no les entraran en los ojos, la boca y las fosas nasales. Un nuevo deporte era ver cuántas moscas se podían atrapar, con puntuaciones que mostraban a los matamoscas más exitosos. Este entretenimiento rivalizaba con otros medios de relajación como las cartas, los juegos de mesa y escuchar la radio. Las ratas también plagaban las posiciones defensivas. Los escorpiones y las garrapatas de camello eran sorpresas desagradables para muchos. Sin embargo, la plaga más problemática de todas eran las pulgas, que resultaron imposibles de erradicar. John Devine recuerda:
Las pulgas eran tan malas que, al despertar por la mañana, los pijamas estaban manchados de sangre por todas partes... Probamos de todo: airear toda la ropa de cama, rociarla con queroseno, cubrir todo, incluso a nosotros mismos, con insecticida, encender fuego en el suelo... pero nada parecía hacer el más mínimo bien.
(Lyman, 196)
No había baños, por lo que había muchos lugares para escoger, como explica aquí un sargento británico:
Cogías una pala y te ibas hasta un lugar vacío. Hacías lo que tenías que hacer y lo cubrías. Los hombres sabían que tenían que cubrir sus excrementos por culpa de las moscas. Vives con las moscas por toda la boca y en la nariz.
(Mitchelhill-Green, 231-2)
Comida
La preparación de la comida en el desierto requería a menudo de cierto ingenio, como explica aquí el soldado Harry Buckledee:
Estábamos bien equipados con utensilios de cocina: cada vehículo tenía una sartén, una tetera y un dixie (una olla grande para cocinar) ... Nuestro alimento principal era carne en conserva y galletas, con patatas, cebollas y un cubo de Oxo para dar sabor. Sobrevivíamos principalmente a base de estofado de carne de res, tocino en lata, salchichas, salchichas de soja, fruta en lata y siempre suficiente té, azúcar y la leche evaporada de siempre para hacer una infusión cuando queríamos o cuando podíamos hacerla. A veces comíamos arroz hervido con azúcar o mermelada y leche. Había harina disponible en el carro de raciones si la necesitábamos. Cuando teníamos tiempo, lo que no era a menudo, hacíamos masa con la harina y la margarina, usando un tablero de mapas para extenderla y una botella de cerveza como rodillo. Las masas pequeñas se rellenaban con mermelada de albaricoque y se freían en margarina espesa. Así que no pasamos hambre, aunque hubo muchos días en los que teníamos poco tiempo para comer.
(Lyman, 24)
Las raciones alemanas eran tan escasas como las de los aliados, como señaló el teniente Joachim Schorm:
Llevamos dos meses fuera de Alemania y, además, sin mantequilla, etc. Nuestro alimento principal es el pan, con algo para untarlo. Con este calor, cada bocado necesita un sorbo de agua o café para facilitar su digestión... ¿Es que en Alemania hay alguien que beba agua de este color y sabor? Parece cacao y sabe a azufre.
(Lyman, 218)
Hasta Rommel se lamentaba de la mala comida disponible. Así lo comenta aquí en una carta a su esposa:
Ayer no pude escribir, mi estómago volvió a revolverse. Anteanoche habíamos comido un pollo que debía de haber salido del gallinero de Ramsés II. A pesar de las seis horas que había estado cocinándose, estaba como el cuero y mi estómago no pudo soportarlo.
(Butler, 290).
Los italianos parece que salieron ganando en cuanto a raciones. Cyril Joly describe las provisiones en un campamento italiano capturado:
… deliciosos vinos tintos y blancos , cajas de brandy añejo y licores, frutas en conserva, jamones y anchoas congelados, latas de carne, sacos de macarrones, patatas, cebollas y zanahorias, sopa minestrone…
(Lyman, 55)
A los soldados italianos no les iba tan bien como a sus oficiales. Las tropas alemanas llamaban a la carne enlatada que les entregaban "hombre muerto" debido a su baja calidad.
¿Te gusta la historia?
¡Suscríbete a nuestro boletín electrónico semanal gratuito!
Los británicos se hicieron famosos por su habilidad para preparar té en cualquier lugar. Joly describe cómo una lata de gasolina se convirtió en un invaluable complemento para las provisiones:
Cortábamos por la mitad una de las latas de gasolina de cuatro galones de chapa fina que se usaban en esa época, la perforábamos y la llenábamos con arena y grava. Luego vertíamos un chorro generoso de gasolina y le prendíamos fuego. El té lo preparábamos en la otra mitad de la lata. Cuando el agua estaba hirviendo, añadíamos té, azúcar y leche y revolvíamos vigorosamente toda la mezcla.
(Lyman, 22)
El alcohol era un bien preciado y normalmente se guardaba para ocasiones especiales o victorias, como describe aquí un teniente de panzer alemán después de un duro día de combate:
Nos reunimos alrededor del tanque de mando y bebimos whisky escocés bajo el resplandor de innumerables fuegos... la luz roja titilaba en los rostros, que estaban sucios y llenos de aceite. Sólo nuestros ojos seguían brillando... Habíamos ganado una batalla; la victoria estaba ahora en nuestras manos.
(Mitchelhill-Green, 291)
Preparativos para dormir
Los hombres dormían, o intentaban hacerlo, donde podían, como debajo de un vehículo blindado. Aquellos que se encontraban en defensas estáticas, como en el asedio de Tobruk, a menudo aprovechaban al máximo las cuevas, como describe aquí Leonard Tutt:
Mi agujero en el suelo tenía unos siete pies de largo, cuatro pies de ancho y cinco pies de profundidad. En la cama por la noche se sentía más bien como un ataúd acogedor. "Cama" suena un poco pretencioso, pero se había vuelto de rigor para otras tropas tener una cama hecha con unos postes con un par de lonas cruzadas y apoyadas sobre cuatro bidones de gasolina... A lo largo de las paredes, al lado de mi cama, había tallado agujeros con formas para colocar mis pertenencias personales: latas de comida, una taza, un libro y una lámpara de lectura, una lata de tabaco llena de parafina y un pedazo de cordón deshilachado como mecha.
(Lyman, 194-5)
En el otro extremo de la escala, los oficiales italianos, una vez más, parecían tener todo lo mejor. El periodista australiano Alan Moorehead, que se encontraba en el lugar, describe un puesto italiano capturado en Sidi Omar:
Las camas de los oficiales estaban dispuestas con sábanas limpias, cómodas llenas de ropa de cama y una abundancia de ropa fina de todo tipo... y tocadores... esparcidos con perfumes y cepillos montados en plata.
(Lyman, 63)
Fuego enemigo
Tras haber sobrevivido a las duras condiciones del desierto, los hombres se enfrentaban, por supuesto, a una miríada de formas de morir bajo el fuego enemigo, los ataques aéreos y las innumerables minas colocadas por todos lados. Cyril Joly describe un episodio de fuego de artillería:
Desde la seguridad de la torreta firmemente cerrada de mi tanque, observé a través de los periscopios con asombro y horror la escena de destrucción y sufrimiento que nos rodeaba. Algunos de los proyectiles cayeron lejos de su objetivo, dejando tras de sí solo una nube de polvo y humo negro que se desplazaba lentamente por el campo de batalla, transportada por la brisa suave en la repentina calma. Otros cayeron cerca de los tanques, y pudimos oír el sonido metálico sordo cuando las astillas de los proyectiles golpearon la placa de blindaje. Otros cayeron entre los pequeños grupos de infantería, y dejaron atrás los cuerpos retorcidos, destrozados y distorsionados de los muertos y heridos.
(Lyman, 44)
La reutilización del equipo capturado era una característica común de esta guerra en el desierto, pero esto tenía sus peligros. A menudo se dejaban trampas explosivas en vehículos y campamentos, incluso objetos tan mundanos como termos, máquinas de afeitar y estilográficas podían ser letales cuando estaban llenos de explosivos.
Aquellos que sobrevivieron a todos estos peligros para luchar otro día a menudo quedaron traumatizados por las terribles escenas que habían presenciado entre amigos y enemigos, como describe aquí Peter Cochrane:
Nunca me acostumbré a la terrible falta de dignidad en casi todos los cuerpos; parece que, de alguna manera extraña, si alguien tenía que morir, tenía derecho a morir decentemente y no a quedarse tirado en una postura que con demasiada frecuencia solo podría describirse como ridícula. Lo patético era más fácil de soportar: el joven, por ejemplo, estaba doblado sobre el cañón de un arma, con cartas y fotos de su novia derramándose de un bolsillo desabotonado. Ya ridículos o patéticos, ya horriblemente mutilados o muertos limpiamente, eran nuestros compañeros, aunque vestían un uniforme desconocido, y tenían que ser enterrados. Pero no me atreví a extraer los restos carbonizados de los hombres de los tanques quemados. Era una visión que me provocaba pesadillas.
(Lyman, 50)
Todas las pruebas y tribulaciones ya mencionadas, que la guerra en el desierto presentaba cada día, incluida la pura monotonía, son resumidas de manera memorable aquí por Robert Crisp, un comandante de tanque:
No dormíamos, no comíamos, no nos lavábamos ni nos cambiábamos de ropa, no conversábamos más allá de la charla entrecortada sobre los procedimientos y las órdenes por radio. Con necesidad permanente de todo lo civilizado, nos apoderábamos con avidez de todo lo que encontrábamos, sin obtener ni placer ni alimento.
La fórmula diaria era casi siempre la misma: levantarse a cualquier hora entre la medianoche y las cuatro en punto; salir del campamento para ocupar posiciones de batalla antes del amanecer; una galleta y una cucharada de mermelada antes del aluvión de órdenes e información; el largo día de movimiento, vigilia y choques, muerte y miedo a la muerte, hasta que la oscuridad limitaba la visión y los objetivos de ambos bandos; la concentración de formaciones lejanas; la resistencia final de la oscura y apretada marcha y hacia el punto de concentración; de mantenimiento, reabastecimiento y órdenes a los grupos que duraban hasta la medianoche; y el comienzo de otras 24 horas.
¿Qué comían y bebían los soldados en el desierto durante la Segunda Guerra Mundial?
En la guerra del desierto durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados solían comer raciones enlatadas como carne y fruta. El agua solía estar racionada, pero se podía utilizar para preparar té y café durante la marcha.
¿Qué ropa especial usaban los soldados en el desierto durante la Segunda Guerra Mundial?
En la guerra del desierto de la Segunda Guerra Mundial, los soldados usaban un uniforme mucho más informal que en otros lugares debido al calor. Eran habituales las camisas de manga corta y los pantalones cortos, así como las bufandas y las gafas protectoras para proteger la cara de la arena, las gorras de visera suave para proteger los ojos del resplandor del sol y los abrigos para las noches muy frías.
Soy un joven graduado de inglés y ruso. Me encanta la historia, el arte y la filosofía. A través de la traducción puedo ayudar a acceder al conocimiento para entender mejor el mundo y tomar buenas decisiones.
Mark es un autor, investigador, historiador y editor de tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.
Cartwright, Mark. "Vida cotidiana en la guerra del desierto de la Segunda Guerra Mundial."
Traducido por Luis Mario Caso González. World History Encyclopedia. Última modificación agosto 05, 2024.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2513/vida-cotidiana-en-la-guerra-del-desierto-de-la-seg/.
Escrito por Mark Cartwright, publicado el 05 agosto 2024. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.