La prostitución en la antigua Atenas era legal y estaba regulada por el estado. Durante el periodo arcaico de Grecia (en torno al 800-479 a.C.) el legislador Solón (que vivió de torno a 630 a 560 a.C.) instituyó los burdeles, que pagaban impuestos, y esta política continuó hasta la época clásica (480-323 a.C.). Para muchas mujeres atenienses, la prostitución era la única manera de ganarse la vida.
Atenas era un centro de comercio próspero que atraía a una gran cantidad de hombres jóvenes y solteros que servían como marineros en los buques mercantes, además de que los jóvenes atenienses normalmente se casaban una vez pasados los 30. Para proporcionar el desahogo sexual a los primeros y la experiencia previa al matrimonio para los segundos, Solón legalizó la prostitución y abrió burdeles públicos. Los clientes no tenían estigma alguno, ni tampoco ellas por su decisión de prostituirse. En Atenas había dos tipos de prostitutas, las pornai, que se encontraban en burdeles y en las esquinas, y las hetairai, que eran cortesanas de clase alta. Una hetaira era una compañera femenina, y el sexo no era más que uno de los servicios que prestaba. Como las hetairas podían resultar muy caras, la mayoría de los hombres acudía a las pornai.
Se entendía que las prostitutas femeninas estaban realizando una profesión legal y proporcionando un servicio necesario, mientras que los masculinos estaban mal vistos por "interpretar el papel de la mujer" durante el sexo, ya que sus clientes eran casi exclusivamente hombres. Muchas pornai eran esclavas, algunas habían sido liberadas y otras no, a las que sus señores obligaban a trabajar o que veían que no tenían otra manera de ganarse la vida que no fuera a cambio de sexo. Las hetairas a menudo eran mujeres educadas de clase alta que querían tener el control de sus propias vidas y sus finanzas y en general vivían como querían.
Las mujeres de la antigua Atenas
Las mujeres de la antigua Atenas básicamente eran menores legales, ya que estaban al cargo de un guardián masculino, primero el padre y después el esposo, y si sobrevivía a ambos entonces su hijo mayor o puede que un tío. Tampoco tenían voz ni voto en la política y no podía llevar a cabo transacciones económicas excepto con otras mujeres en momentos y lugares específicos. En el ágora, por ejemplo, había una sección en la que las mujeres podían comprar y vender las verduras de sus huertas, la lana que habían hilado, algunos artefactos o joyería, o lo que quisieran; pero no podían venderle nada a un hombre ni fuera del espacio que tenían designado.
En el hogar, los aposentos de las mujeres estaban separados del resto de la casa y se podían cerrar con llave desde fuera; el hombre de la casa era el que tenía la llave. Esto era porque se creía que en la vida cotidiana las mujeres eran demasiado lascivas, de constitución débil y que se dejaban engañar fácilmente. De una mujer se esperaba que se casase, tuviera hijos y los criara y llevara la casa. El experto Robin Waterfield comenta:
Cuando un hombre alcanzaba la edad adulta, tenía varios roles diferentes que tenían aspectos comunes: participaba en la administración de la ciudad, era soldado, trabajador, miembro de una familia y de grupos de hombres con ideas similares. En el caso de las mujeres, lo único que le esperaba a la mayoría eran el matrimonio, los hijos y la vida familiar. Se suponía que el matrimonio satisfacía la naturaleza de la mujer de la misma manera que la guerra y la política satisfacían la naturaleza del hombre. Tanto en el teatro como en la vida real, cuando se lloraba por la muerte de una chica el primer motivo era que nunca llegaría a casarse. Las mujeres tenían un deber cívico: producir la siguiente generación de ciudadanos atenienses, y este se consideraba su papel principal. (162)
La única área de la vida pública en la que la mujer podía participar activamente era la esfera religiosa. Las mujeres eran esenciales en los festivales panatenaicos y las grandes panateneas y podían participar libremente en los rituales del culto de Atenea, para el que incluso servían de sacerdotisas. Las mujeres tejían el enorme peplos (vestido) para la estatua de Atenea en el Partenón y lo llevaban en procesión a través del ágora y por la vía panatenaica hasta la Acrópolis. También se animaba a las mujeres a reunirse para el festival de las tesmoforias que se celebraba en otoño en honor de las diosas Deméter y Perséfone y cuyo tema estaba vinculado a los misterios eleusinos. Las tesmoforias eran un festival únicamente de mujeres, mientras que en los misterios participaban ambos sexos.
Las mujeres a las que las reglas sociales atenienses les resultaban demasiado estrictas tenían la opción legal de convertirse en prostitutas, una profesión considerada como otra cualquiera, como podía ser la de alfarero, tejedor o carpintero. Las mujeres de la clase baja tenían más libertad que las de clase alta, ya que tenían que ayudar a alimentar a la familia, y sus maridos no podían permitirse insistir en el papel tradicional de ser el único que ganaba el sustento de la familia, así que puede que hubiera algunas alfareras, tejedoras y granjeras, pero eran relativamente pocas en comparación con el número de mujeres que elegía prostituirse, o se veían obligadas a ello. Una mujer que viviera más que su marido y su padre y que no tuviera hijos varones podía intentar ganarse la vida hilando lana o convertirse en prostituta junto con sus hijas. El escritor Ateneo de Náucratis (que vivió en torno al siglo II d.C.) relata cómo las mujeres que habían perdido a sus maridos y sus hijos en la guerra y eran demasiado mayores como para ejercer ellas mismas presionaban a sus hijas a prostituirse para sobrevivir.
Pornai
Como ya se ha dicho, la clase más abundante de prostitutas en la antigua Atenas era la de las pornai, que quiere decir "vender". Esas ofrecían sus servicios en burdeles, en las esquinas de las calles, junto a los muros de la ciudad, en tabernas y en fiestas privadas. Solón estableció que el precio por una sesión con una prostituta era de un óbolo. Seis óbolos, acuñados como monedas de plata, equivalían a un dracma, que era el sueldo diario de un obrero. Los burdeles y las prostitutas independientes pagaban impuestos sobre la renta, que se usaban para financiar la construcción de templos en honor a los dioses, especialmente la deidad patrona de la ciudad, Atenea. Cuando no estaban trabajando o dedicándose a sus propios intereses, las prostitutas podían ganar dinero hilando y tejiendo lana, ocupaciones tradicionales de una mujer corriente en Atenas y en otros lugares de Grecia. Después podían vender sus productos a otras mujeres para ganar un dinero extra.
Sin embargo, no todas las pornai aceptaban óbolos como pago, y preferían intercambiar bienes como comida, vino, cosméticos y ropa. Pero la mayoría aceptaba el dinero y era de sobre conocido hasta donde podían llegar para presentarse deseables y poder pedir así un precio más alto por sus servicios. De esta manera podían ahorrar dinero para comprar esclavas más jóvenes a las que entrenaban. La idea era que estas chicas más jóvenes cuidaran de la señora una vez que esta ya no podía atraer a la clientela, y así seguía generación tras generación. El poeta cómico Alexis (que vivió de torno a 375 a cerca de 275 a.C.), que vivió y escribió en Atenas, describe la vida de las prostitutas en un pasaje de una de sus obras, de la que solo nos quedan fragmentos:
Para empezar, lo que más les importa es ganar dinero y robar a los vecinos. Todo lo demás es secundario. Tienen trampas para todo el mundo. Una vez que empiezan a hacer dinero, recogen prostitutas nuevas que están empezando en la profesión. Las remodelan inmediatamente, y su comportamiento y su aspecto ya no es el mismo. Pon que una es pequeña: le cosen corcho en los zapatos. ¿Alta? Lleva zapatillas finas y camina con la cabeza ladeada para reducir su altura. ¿No tiene caderas? Se pone un polisón y harán comentarios sobre su bonito trasero. También tienen pechos falsos como los actores. Se los ponen rectos y tiran de sus vestidos hacia delante como si fueran palos de bateo. ¿Las cejas son muy claras? Se las pintan con negro de carbón. ¿Muy oscuras? Se unta albayalde. ¿La piel muy blanca? Se da carmín. Si alguna parte de su cuerpo es bonita, la lleva descubierta. ¿Dientes bonitos? Entonces tiene que sonreír todo el tiempo para que se pueda ver la boca de la que está orgullosa. Si no le gusta sonreír, se pasa el día dentro, como la carne en el carnicero cuando la cabeza de cabra está en oferta. Se pone un trozo fino de mirto entre los labios para acabar sonriendo, tanto si le gusta como si no. (Fragmento 103, PCG.G, Lefkowitz & Fant, 209)
Aunque Alexis era conocido por sus comedias y lo más probable es que este pasaje sea el discurso de uno de sus personajes, sigue siendo una descripción acertada de la vida de una prostituta de clase baja en la antigua Atenas. Cuanto más atractiva se pudiera presentar una prostituta, más podría cobrarles a sus clientes. Muchas aprendían a tocar un instrumento, a bailar y a hacer acrobacias si es que no sabían ya de antes, para que las contratasen como artistas en las fiestas. El Simposio tanto de Platón (que vivió de 428/427 a 348/347 a.C.) como de Jenofonte (que vivió de 430 a en torno a 354 a.C.) menciona que se habían contratado pornai (o puede que hetairas, aunque es poco probable) para la velada. En la obra de Platón, le piden a la chica que se retire al principio de la velada para que los hombres puedan hablar de sus opiniones sobre el amor. En el Simposio de Jenofonte, los artistas, hombres y mujeres, bailan, cantan y hacen acrobacias para los invitados y se marchan, se entiende que después de que les hayan pagado. Sin embargo, en muchas fiestas un invitado contrataba a una chica, o un chico joven, para toda la noche y se la llevaba a la cama.
Los pornai no eran tan numerosos como ellas, pero trabajaban en los burdeles y las calles de la misma manera. Los hombres que se prostituían podían prestar sus servicios a mujeres, y de hecho lo hacían, pero en general sus clientes eran hombres más mayores. La explotación de los esclavos para la prostitución era común entre hombres y mujeres, y no tenían ninguna protección legal. Muchos de los pornai eran esclavos obligados a trabajar en burdeles, pero tanto si se prostituían porque querían como si era por obligación, su carrera era más corta que la de las mujeres. Un pornai solo se consideraba deseable desde la pubertad hasta que empezaba a salirle barba, es decir, más o menos de los 13 a los 20 años. Por el contrario, las pornai podían trabajar durante muchos años antes de tener que valerse de las chicas jóvenes a las que habían entrenado y, en el caso de las hetairas, seguían trabajando de por vida, ya que la elocuencia y el ingenio eran un servicio tan importante como el sexo, si no más, de entre los que ofrecían.
Hetairai
Algunos expertos modernos no hacen distinción entre las pornai y las hetairas, y afirman que eran todas prostitutas y que las hetairas sencillmente eran más caras. Sin embargo, los documentos primarios desmienten esta afirmación, ya que enfatizan la inteligencia, el encanto y el ingenio de una hetaira, mientras que de las pornai solo se habla sobre el sexo. La hetaira más famosa de la antigua Atenas fue Aspasia de Mileto (470-410/400 a.C.), la consorte del estadista Pericles (495-429 a.C.). Aspasia era una meteca (alguien que no había nacido en Atenas), y parece ser que muchas metecas a menudo encontraban trabajo en Atenas como hetairas, tal y como hizo Aspasia.
Otra conocida hetaira, que puede que nunca existiera realmente fue Filénide de Samos (que vivió en el siglo IV a.C.), otra meteca que vivió en Atenas. Era conocida por haber escrito obras eróticas de las que solo nos han llegado fragmentos o referencias en las obras de otros autores. Es posible que Filénide fuera un pseudónimo y que la obra fuera escrita por un hombre, pero esta afirmación se basa en gran medida en textos apologéticos escritos para practicar el arte de la persuasión en la retórica, no en recuentos de primera mano. El experto I. M. Plant argumenta la existencia de Filénide como hetaira y escritora diciendo lo siguiente:
La pornografía a menudo se atribuía a las prostitutas, y parece ser que Filénide puede que fuera la más conocida de ellas. Samos era infame por la baja moralidad de las mujeres y por la gran cantidad de prostitutas que tenía, y no es sorprendente que Filénide esté vinculada a esta isla... su nombre, un diminutivo femenino para la palabra griega para amor, era un nombre que las prostitutas usaban a menudo. [Incluso si no fue una persona de verdad] "Filénide" existió como una figura literaria femenina, reforzando una de las imágenes típicas de la mujer en el mundo clásico: la prostituta. (45)
Lo que quiere decir Plant es que obras tales como las que se le atribuyen a Filénide contribuían a la visión de la mujer como un objeto sexual y a resaltar su participación en la prostitución. Para las pornai que no eran esclavas, a menudo la prostitución era la única manera de sobrevivir, pero para las hetairas, al menos en algunos casos, era una profesión elegida que ofrecía a las mujeres la posibilidad de vivir como quisieran sin que un hombre controlara su dinero ni sus elecciones en la vida. El término hetaira se traduce como "cortesana", pero en realidad significa "compañera femenina", y un cliente rico podía contratar a una hetaira para que lo acompañara a una fiesta, una función social o un festival religioso sin que esto tuviera nada que ver con el sexo.
Normalmente se habla de las hetairas como mujeres educadas, a menudo metecas, que elegían su profesión, pero no siempre era así. Otra hetaira famosa, Lais, era una joven de Hícara, en Sicilia, cuando los atenienses saquearon la ciudad, la raptaron y la vendieron como esclava. Trabajó para ir ascendiendo y pasó de ser una pornai reacia hasta llegar a hetaira y ser una de las prostitutas más famosas de la antigüedad que fue capaz de retar al dramaturgo griego Eurípides a una batalla de ingenios y fue la compañera casi constante del filósofo Aristipo de Cirene. Los fragmentos de las obras de Lais que todavía se conservan se cree que son obras posteriores escritas por alguien que usó su nombre. Plant comenta que "Lais era una prostituta tan famosa que una obra atribuida a alguien con ese nombre habría dado a entender que era obra de una prostituta" (119). Además, también habría querido decir que una hetaira de clase alta tenía el suficiente respeto como para que la gente quisiera leer su obra y que otros, en busca de un público, estuvieran dispuestos a escribir con su nombre.
Conclusión
A pesar de todo, y a pesar de que la prostitución era legal y socialmente aceptable, seguía siendo plato de mal gusto para muchos ciudadanos atenienses. Los hijos de las prostitutas no se consideraban ciudadanos porque, en la mayoría de los casos, sus madres no lo eran y no se podía demostrar quién era su padre. Tanto las pornai como las hetairas tenían hijos que, de ser chicas, se criaban para continuar con la profesión de sus madres y cuidar de ellas de ancianas, y, de ser chicos, se abandonaban o se vendían a esposas infértiles que tenían que producir un heredero para sus maridos.
Como ya se ha dicho, los hombres que se prostituían en general no estaban bien vistos porque habían rechazado su poder masculino al aceptar un rol pasivo en el sexo. El famoso caso legal conocido como Contra Timarco, de 346-345 a.C. destaca cómo se consideraba a los prostitutos porque el estadista y orador Esquines decía que Timarco había perdido el derecho a participar en los asuntos de la ciudad por haber sido anteriormente un prostituto. Esquines deja claro que no está atacando las relaciones románticas o sexuales entre hombres, sino el papel que desempeñó como prostituto, por lo que no se lo puede considerar un ciudadano aceptable de Atenas ya que ha aceptado el papel de la mujer. Las mujeres se consideraban biológicamente, espiritualmente y mentalmente inferiores a los hombres, por lo que no tenían lugar en la vida política y social de la ciudad tal y como indica Waterfield:
Se consideraba que una mujer era más parecida a las bestias que un hombre totalmente racional, y que tenía un gran apetito por el sexo, la comida y el alcohol. El honor de un hombre ateniense dependía en parte del honor de las mujeres que dependían de él, y vivía temeroso del adulterio por parte de su mujer, aunque el matrimonio se consideraba en general como su mejor oportunidad para "domar" a una mujer. (165)
Las prostitutas, por el contrario, no suponían tal amenaza. Un hombre podía pasar una hora con una prostituta y no volver a pensar en ella nunca. Parece que a ningún hombre ateniense se le ocurrió nunca que esta práctica era degradante para la mujer ni que a menudo sus leyes obligaban a las mujeres jóvenes a prostituirse tras la muerte del cabeza de familia para poder sobrevivir.
Aunque hoy en día esta práctica y esta política se considera inaceptable, y aunque muchos la consideraran desagradable en la época, en general la prostitución en Atenas se consideraba como una respuesta racional a una necesidad biológica sin ninguna preocupación ética añadida. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todas las ciudades-estado griegas tenían la misma opinión y en algunas, tales como Esparta, la prostitución se rechazaba como algo degradante tanto para la mujer como para el hombre.