En la antigua Grecia la existencia continuada de los muertos dependía de que los vivos los recordaran constatemente. La otra vida, para los antiguos griegos, consistía en un mundo gris y lúgubre en la época de Homero (siglo VIII a.C.), y es de sobra conocida la escena de la Odisea de Homero en la que Odiseo se encuentra con el espíritu del gran guerrero Aquiles en el inframundo donde Aquiles le dice que preferiría ser un esclavo sin posesiones en la Tierra que un rey en el inframundo. Sin embargo, para la época de Platón (siglo IV a.C.) la otra vida tenía un caracter diferente, ya que las almas recibían una recompensa mejor una vez habían dejado la tierra; pero todo dependía de cómo mantenían viva su memoria los vivos.
La tierra de los muertos
La otra vida se conocía como el Hades y era un mundo gris gobernado por el señor de la muerte, también conocido como Hades. Sin embargo, dentro de este reino brumoso había diferentes planos de existencia en los que podían habitar los muertos. Si habían llevado una buena vida y los vivos los recordaban podían disfrutar de los placeres de los Campos Elisios; si habían sido malvados, entonces descendían a las fosas más oscuras del Tártaro, mientras que si los olvidaban andaban perdidos para siempre en la desolación del Hades. Aunque tanto los Campos Elisios como el Tártaro existían en la época del escritor Hesíodo (coetáneo de Homero), no se entendían de la misma manera en que llegaron a entenderse después.
En el diálogo del Fedón de Platón, Sócrates describe las diversas regiones de la otra vida y deja claro que el alma devota del bien recibiría una recompensa en el más allá y una existencia mucho más agradable que la de aquellos que se habían entregado a los placeres del mundo. Dado que la mayoría de la gente, igual que ahora, veía a sus seres queridos como modelos de la virtud humana (lo fueran o no), recordar a los fallecidos era una obligación para que pudieran seguir existiendo en los Campos Elisios, sin importar la vida que hubieran llevado o los errores que hubieran cometido. Esta tradición no se veía como una cuestión de elección personal sino más bien como una parte importante de lo que los griegos conocían como Eusebia.
La devoción en la antigua Grecia
Hoy en día la palabra griega "Eusebia" se traduce como "devoción" o "piedad", pero Eusebia era mucho más que eso: era el deber para con uno mismo, los demás y los dioses, que hacía que la sociedad funcionara y dejaba claro el rol de cada uno dentro de esa sociedad. Sócrates, por ejemplo, fue ejecutado por la ciudad-estado de Atenas tras ser acusado de irreverencia por corromper supuestamente a la juventud de Atenas y hablar en contra de los dioses establecidos. Por muy injusto que pueda parecer hoy en día este final, de hecho habría sido culpable en el sentido de que, con su ejemplo, animaba a la juventud de Atenas a cuestionar a sus mayores. Este comportamiento se habría considerando irreverente porque los jóvenes no actuarían de acuerdo a eusebia; es decir, se estaban olvidando de su lugar y sus deberes en la sociedad.
Eusebia y la otra vida
Igual que había que recordar las obligaciones para con los demás en la vida, también había que recordar las obligaciones para con los que habían fallecido. Si alguien se olvidaba de honrar y recordar a los muertos se lo consideraba impío y, aunque esta indiferencia por las normas sociales no se castigaba tan severamente como en el caso de Sócrates, sí que estaba muy mal vista. Hoy en día, al observar las lápidas de los antiguos griegos, ya sea en un museo o junto a la Acrópolis de Atenas, se pueden ver representadas escenas tranquilas, comunes: un marido sentado a la mesa mientras su mujer sirve la cena, un hombre recibido por sus perros al regresar a casa. Estas escenas sencillas no eran simplemente un representación de los momentos de los que disfrutó el difunto en vida; eran una manera visceral de recordar a los vivos quién fue esa persona en vida, quién seguía siendo ahora que estaba muerta, y la chispa que provocaría el recuerdo continuo de la persona, para que pudiera vivir feliz eternamente. En la antigua Grecia no eran los dioses quienes derrotaban a la muerte, sino el agente humano del recuerdo.
Nota del Contribuyente: Este artículo se publicó por primera vez en la página web Suite 101. C. 2008 Joshua J. Mark