Las mujeres del antiguo Egipto eran iguales a los hombres en todos los aspectos excepto en las ocupaciones. El hombre era el cabeza de familia y de la nación, pero las mujeres administraban la casa y contribuían a la estabilidad de la nación como artesanas, cerveceras, doctoras, músicas, escribas y muchos otros trabajos, a veces incluso con autoridad sobre los hombres.
Uno de los valores centrales de la antigua civilización egipcia, probablemente el más importante, era ma'at: el concepto de la armonía y el equilibrio en todos los aspectos de la vida. Este ideal era la obligación más importante que cumplía el faraón que, como intermediario entre los dioses y el pueblo, tenía que ser el modelo de cómo vivir una vida equilibrada. El arte egipcio, la arquitectura, las prácticas religiosas e incluso los departamentos gubernamentales exhibían una simetría perfecta de equilibrio, que también se puede apreciar en los roles de género a lo largo de las historia de la antigua civilización egipcia.
Los historiadores Bob Brier y Hoyt Hobbs señalan que las mujeres eran iguales a los hombres en casi todos los aspectos excepto en los trabajos: "Los hombres luchaban, gobernaban y gestionaban la granja; las mujeres cocinaban, cosían y gestionaban el hogar" (89). Los hombres ocupaban cargos de autoridad como rey, gobernador o general, y se consideraba que un hombre era el cabeza de familia, pero dentro de este patriarcado las mujeres ejercían bastante poder e independencia. La egiptóloga Barbara Watterson escribe:
En el antiguo Egipto una mujer gozaba de los mismo derechos que un hombre en virtud de la ley. Lo que estaba incluido dentro de sus derechos de jure [derechos legítimos] dependía de su clase social, no de su sexo. Todos los bienes de tierras se heredaban por línea materna, de madre a hija, suponiendo tal vez que mientras que la maternidad es un hecho, la paternidad es una cuestión de opinión. Una mujer tenía derecho a administrar sus propios bienes y a disponer de ellos como quisiera. Podía comprar, vender, ser socia en contratos legales, ser ejecutora en testamentos y testigo de documentos legales, llevar una acción a juicio y adoptar hijos en su propio nombre. Una mujer del antiguo Egipto era legalmente capax [competente, capaz]. Por el contrario, una mujer de la antigua Grecia vivía bajo la supervisión de un kyrios, un guardián masculino, y muchas mujeres griegas que vivieron en Egipto durante el periodo ptolemaico, al ver a las egipcias actuar sin kyroi, se animaron a hacerlo también. En resumen, una mujer egipcia gozaba de una mejor posición social que muchas mujeres de otras sociedades, tanto antiguas como modernas. (16)
Sin embargo, este estatus social dependía del apoyo y la aprobación de los hombres, y en algunos casos se negaba o cuestionaba. También parece quedar claro que muchas mujeres no conocían sus derechos, por lo que nunca usaban de ellos. Aun así, el respeto que se le concedía a la mujer en el antiguo Egipto es evidente en casi todos los aspectos de la civilización, desde las creencias religiosas hasta las costumbres sociales. Había tanto dioses como diosas, y cada uno tenía sus propias áreas de conocimiento, igualmente importantes. Las mujeres podían casarse con quien quisieran y divorciarse de aquellos que ya nos les gustaban, podían tener los trabajos que quisieran, dentro de unos límites, y viajar a su antojo. Todos los mitos de la creación más antiguos de esta cultura enfatizan, en mayor o menor grado, el valor del principio femenino.
La divinidad de lo femenino
En el mito de la creación más popular, el dios Atum se posa sobre el montículo primordial en medio de las aguas turbulentas del caos y se propone crear el mundo. Sin embargo, en algunas versiones, es la diosa Neith la que trae la creación, e incluso cuando Atum es un personaje central las aguas primordiales están personificadas por Nu y Naunet, el equilibrio de los principios masculino y femenino en armonía, que se combinan en el acto creativo.
Tras la creación y el principio del tiempo, la mujer continúa teniendo un rol fundamental, tal y como se ve en la historia igualmente popular de Osiris e Isis. Se dice que esta pareja de hermano y hermana gobernaron el mundo (Egipto) tras la creación y que habían enseñado a los seres humanos los preceptos de la civilización, el arte de la agricultura y el culto apropiado de los dioses. Osiris es asesinado por su celoso hermano Set, y es Isis quien lo devuelve a la vida, da a luz a su hijo Horus y lo convierte en rey, y quien, junto con su hermana Neftis y otras diosas como Serket and Neith, ayuda a restaurar el equilibrio en la tierra.
La diosa Hathor, enviada a la tierra como Sejmet la destructora para castigar a los humanos por sus transgresiones, se convierte en la amiga de la gente y su compañera tras emborracharse con cerveza y despertarse en una actitud más alegre. Tenenet era la diosa de la cerveza, considerada la bebida de los dioses, que le dio al pueblo la receta y vigilaba que se hiciera bien. Seshat era la diosa de la palabra escrita y los bibliotecarios, Tayet la diosa del telar, Tefnut la diosa de la humedad.
Incluso el paso del año se veía como algo femenino, personificado por Renpet, que hacía muescas en una palma para marcar el paso del tiempo. La diosa Bastet, una de las más populares en todo Egipto, era la protectora de las mujeres, del hogar y de los secretos de las mujeres. La religión egipcia honraba y elevaba lo femenino, así que no es sorprendente que las mujeres fueran miembros importantes del clero y de la vida del templo.
La mujer y la religión
El cargo más importante que podía ostentar una mujer, a partir del Imperio Medio de Egipto (2040-1782 a.C.), era la de Esposa del Dios de Amón. Había muchas "esposas del Dios" asociadas con diferentes deidades, e inicialmente, en el Imperio Medio, la esposa del Dios de Amón era simplemente una entre muchas. La esposa del Dios era un título honorario dado a una mujer (originalmente de cualquier clase pero más tarde de la clase alta) que ayudaba al sumo sacerdote en las ceremonias y cuidaba de la estatua del dios.
A lo largo del Imperio Nuevo de Egipto (1570-1069 a.C.) la posición fue aumentando en prestigio hasta que, en la época del Tercer periodo intermedio (1069-525 a.C.), la esposa del Dios de Amón tenía el mismo poder que un rey y en la práctica gobernaba el Alto Egipto. Durante el periodo del Imperio Nuevo, la más famosa de las esposas del Dios fue la faraona Hatshepsut (1479-1458 a.C.), pero hubo muchas otras mujeres que ocuparon el cargo antes y después de ella.
Las mujeres podían ser escribas y también sacerdotisas normalmente de un culto de una deidad femenina. Los sacerdotes de Isis, por ejemplo, eran hombres y mujeres, mientras que los cultos de una deidad masculina generalmente tenían solo sacerdotes masculinos, como en el caso de Amón. El alto prestigio de la esposa del Dios de Amón es otro ejemplo de equilibrio que respetaban los antiguos egipcios, en el sentido de que la posición de sumo sacerdote de Amón estaba contrapuesta por una mujer igual de poderosa.
Hay que señalar que la designación de "culto" para describir la religión del antiguo Egipto no tiene el mismo significado que tiene en la actualidad. Un culto en el antiguo Egipto sería el equivalente de una secta en la religión moderna. También es importante tener en cuenta que no había misas o servicios religiosos tal y como se celebran hoy en día. La gente interactuaba con las deidades principalmente durante los festivales, en los que las mujeres normalmente tenían papeles importantes como las dos vírgenes que realizaban Las Lamentaciones de Isis y Neftis en los festivales de Osiris.
Los sacerdotes y sacerdotisas mantenían los templos y cuidaban de la estatua del dios o la diosa, y la gente visitaba el templo para pedir ayuda en asuntos variados, pagar deudas, dar las gracias, y buscar consejo para sus problemas, decisiones y la interpretación de los sueños, pero no había una celebración de la adoración como se entiende hoy en día. Aparte de los festivales, la gente oraba a los dioses en sus hogares, frente a los altares particulares, que se cree que erigían mantenían las mujeres como parte de sus responsabilidades en el hogar.
También se consultaba a las mujeres para interpretar los sueños. Los sueños se consideraban como portales a la otra vida, planos de existencia en los que los dioses y los muertos se podían comunicar con los vivos. Sin embargo, no siempre lo hacían con claridad. Se requería de intérpretes cualificados que entendieran los símbolos del sueño y lo que significaban. La egiptóloga Rosalie David comenta al respecto:
En los textos de Deir el-Medina hay referencias a las "mujeres sabias" y al papel que desempeñaban en la predicción de eventos futuros y sus causas. Se ha sugerido que tales videntes podrían haber sido un aspecto regular de la práctica de la religión en el Imperio Nuevo y posiblemente incluso antes. (281)
Estas mujeres eran expertas en la interpretación de los sueños y en predecir el futuro. Los únicos relatos existentes de sueños y su interpretación provienen de hombres, Hor de Sebennitos y Ptolomeo, hijo de Glauco, (ambos en torno al 200 a.C.), pero las inscripciones y los fragmentos indican que en general se consultaba con mujeres sobre estos asuntos. David continúa diciendo:
Algunos templos eran conocidos como centros de incubación de sueños donde el peticionario podía pasar la noche en un edificio especial y comunicarse con los dioses o familiares fallecidos para obtener una visión del futuro". (281)
El más famoso estaba unido al templo de Hathor en Dendera, donde el clero era mayoritariamente femenino.
Ocupaciones de mujeres
El clero del antiguo Egipto gozaba de un gran respeto y de una vida cómoda. En la historia del Periodo arcaico de Egipto (de en torno a 3150 hasta alrededor de 2613 a.C.) hasta el Periodo tardío del Antiguo Egipto (525-332 a.C.) abunda la documentación sobre el clero, especialmente el de Amón, que amasó tierra y riqueza. Para convertise en sacerdote primero había que ser escriba, que llevaba años de estudio. Una vez una mujer se convertía en escriba podía entrar en el sacerdocio, dedicarse a la enseñanza o convertirse en médico.
Las doctoras eran muy respetadas en el antiguo Egipto, y la escuela de medicina en Alejandría recibía estudiantes de muchos otros países. La médico griega Agnodice, a quien se le negó una educación en medicina en Atenas debido a su sexo, estudió en Egipto en torno al siglo IV d.C. y luego regresó a su ciudad natal disfrazada de hombre para practicar.
Sin embargo, como los estudios para ser escriba eran duros y largos, no había mucha gente, ni hombres ni mujeres, que los eligiera. Además, los escribas solían provenir de familias de escribas, en las que se daba gran valor a la alfabetización y se esperaba que los hijos siguieran los pasos de su padre o madre en cuanto a ocupación. Las mujeres, por lo tanto, trabajaban regularmente como tejedoras, panaderas, cerveceras, plañideras, fabricantes de sandalias, cesteras, cocineras, camareras, o como "señora de la casa", lo que hoy sería una propietaria de la finca. Las cerveceras y lavanderas a menudo estaban a cargo de los trabajadores masculinos.
Cuando moría el marido, o cuando se divorciaba, una mujer podía quedarse con la casa y llevarla como ella quisiera. Este aspecto de la igualdad de género es casi asombroso cuando se compara con los derechos de las mujeres hace tan solo 200 años. Una viuda que viviese en Estados Unidos a principios del siglo XIX d.C., por ejemplo, no tenía ningún derecho a la propiedad de la casa y tenía que depender de la intercesión de un pariente varón para mantenerla después de la muerte o el abandono de su marido. En el antiguo Egipto, una mujer podía decidir por sí misma cómo ganaría dinero y cómo administraría sus propiedades. El experto James C. Thompson escribe:
Había muchas maneras en que la "señora de la casa" podía aumentar sus ingresos. Algunas tenían huertos pequeños. Muchas hacían ropa. Un documento muestra a una mujer emprededora comprando un esclavo por 400 deben. Pagó la mitad en ropa, y pidió prestado el resto a sus vecinos. Es probable que la mujer esperara pagar sus deuda alquilando al esclavo. De hecho hay un recibo que muestra que una mujer recibió varias prendas, un toro, y dieciséis cabras como pago por 27 días de trabajo de su esclavo. Los que no podían recaudar el dinero ellos solos a veces se asociaban con los vecinos para comprar un esclavo, y a menudo las mujeres participaban en tales empresas. Sabemos que una mujer podía heredar y manejar una propiedad grande y rica. Un hombre que tuviese tal propiedad contrataría a un esciba para que lo manejara, por lo que es razonable pensar que una heredera haría lo mismo. Hay pocas pruebas de que las mujeres de la élite tuvieran trabajos remunerados, ya sea a tiempo completo o parcial. (3)
Las mujeres con grandes talentos también podían encontrar trabajo como concubinas. Una concubina no era simplemente una mujer que se usaba para el sexo, sino que tenía que ser diestra en música, conversación, tejido, costura, moda, cultura, religión y el arte. Aunque esto no quiere decir que su apariencia física diese igual. Una solicitud de cuarenta concubinas de Amenhotep III (en torno a 1386-1353 a.C.) a un hombre llamado Milkilu, Príncipe de Gezer, lo deja claro. Amenhotep III escribe:
Mira, te mando a Hanya, el comisionado de los arqueros, junto con la mercancía para tener hermosas concubinas; es decir, tejedoras. Plata, oro, ropajes, toda clase de piedras preciosas, sillas de ébano, y muchos otros bienes, por valor de 160 deben. En total: cuarenta concubinas. El precio de cada concubina es de cuarenta en plata. Así que manda concubinas muy hermosas, sin defectos. (Lewis, 146)
El faraón habría mantenido a estas concubinas como parte de su harén y, en el caso de Amenhotep III, habrían vivido muy bien, ya que su palacio en Malkata se cuenta entre los más opulentos de la historia de Egipto. Se consideraba que el rey se merecía muchas mujeres siempre y cuando fuera fiel al cuidado de su Gran esposa, pero para la mayoría de los egipcios el matrimonio era monógamo y de por vida.
Amor, sexo y matrimonio
Como ya ha indicado Watterson, se consideraba que las mujeres eran capaces legalmente en todos los aspectos de su vida, y no requerían supervisión, consulta, o aprobación de ningún hombre para hacer lo que quisieran. Este paradigma también se aplicaba al matrimonio y el sexo como en cualquier otro aspecto de la vida. Las mujeres se podían casar con quien quisieran, los matrimonios no estaban acordados por los hombres de la familia y se podían divorciar cuando quisieran. No había ningún estigma asociado al divorcio, aunque siempre se consideraba preferible un matrimonio de por vida. Brier y Hobbs comentan al respecto:
Ya fuera rica o pobre, toda persona tenía derecho a los placeres del matrimonio. El matrimonio no era un asunto religioso en Egipto; no había ninguna ceremonia en la que participase un sacerdote. En vez de eso, era una convención social que requería un acuerdo, es decir, un contrato, negociado entre el pretendiente y la familia de su futura esposa. El acuerdo suponía un intercambio de objetos valiosos por ambas partes. El pretendiente ofrecía una suma llamada el "regalo de virginidad" cuando era debido, para compensar a la novia por lo que iba a perder, cosa que indica que en la antigüedad se valoraba la virginidad de las novias. Ese regalo no se hacía en el caso de segundas nupcias, obviamente, pero incluso en ese caso se le hacía un "regalo a la novia". A cambio, la familia de la futura novia ofrecía un "regalo para convertise en esposa". En muchos casos estos dos regalos nunca se enviaban, ya que la pareja iba a fusionar ambos hogares. Sin embargo, en caso de divorcio, cualquiera de las partes podía demandar para recibir el regalo acordado. (88)
Las parejas egipcias de la antigüedad también firmaban acuerdos prematromoniales que favorecían a la mujer. Si un hombre iniciaba el divorcio, perdía todos los derechos a demandar los regalos y tenía que pagar cierta suma en modo de pensión a su exesposa hasta que esta se casase o pidiese que suspendiera el pago. Los hijos de un matromonio siempre iban con la madre, y el hogar, a menos que perteneciera a la familia del marido, se quedaba con ella también.
Los métodos anticonceptivos y los abortos estaban disponibles tanto para mujeres casadas como solteras. El Papiro médico Ebers, de en torno a 1542 a.C. contiene un pasaje sobre el control de la natalidad:
Prescripción para que una mujer deje de quedar embarazada durante uno, dos o tres años. Moler finamente una medida de dátiles de acacia con un poco de miel. Humedecer un pedazo de madera con la mezcla e introducir en la vagina. (Lewis, 112)
Aunque puede que la virginidad fuera apreciada por los hombres que iniciaban un matrimonio, no era necesario que una mujer fuera virgen en su noche de bodas. La experiencia sexual de una mujer antes del matrimonio no era demasiado importante. Las únicas advertencias relativas a la sexualidad femenina tienen que ver con las mujeres que tientan a los hombres que dejan a sus esposas. Esto era simplemente porque un matrimonio estable contribuía a una comunidad estable, así que a todo el mundo le convenía que la pareja siguiera unida. Además de eso, los antiguos egipcios creían que la vida terrenal no era más que una parte del viaje eterno, y se esperaba que la vida, al igual que el matrimonio, fuese algo que mereciese la pena experimentar eternamente.
Los relieves, las pinturas y las inscripciones representan a maridos y mujeres comiendo juntos, bailando, bebiendo y trabajando juntos en el campo. Aunque el arte egipcio está muy idealizado, es obvio que mucha gente disfrutaba de matrimonios felices en los que permanecían juntos de por vida. Los poemas de amor era muy populares en Egipto, en los que se alababa la belleza y la bondad de una esposa o novia, y se juraba amor eterno en versos muy parecidos a las canciones de amor modernas:
Nunca me alejaré de ti/mientras tenga tu mano en la mía/y pasearé contigo/en todos nuestros lugares favoritos. (Lewis, 201)
Los oradores en estos poemas eran hombres y mujeres y hablaban de todos los aspectos del amor romántico. Los egipcios disfrutaban profundamente de los aspectos más simples de la vida y no hacía falta ser de la realeza para disfrutar de la compañía de un amante, una esposa, la familia o los amigos.
Las reinas egipcias y la influencia femenina
Aun así no se puede negar que la realeza egipcia vivía bien y que las reinas y esposas menores que vivían en el palacio habrían vivido entre grandes lujos. El palacio de Amenhotep III en Malkata, mencionado anteriormente, abarcaba 30.000 metros cuadrados (3 hectáreas) y tenía amplios apartamentos, salas de conferencias, salas de audiencia, un salón del trono y sala de recepción, un salón de festivales, bibliotecas, jardines, almacenes, cocinas, un harén, y un templo dedicado al dios Amón. Las paredes exteriores del palacio eran de un blanco brillante, mientras que los colores interiores eran azul vivo, amarillo dorado y verde intenso. Las mujeres que vivían en tales palacios experimentaban una vida muy superior a la de las clases inferiores, pero aún así tenían que cumplir sus deberes de acuerdo con el ma'at.
La egiptóloga Sally-Ann Ashton escribe:
En un mundo dominado por el faraón masculino, a menudo es difícil entender del todo el papel de las reinas egipcias. Un faraón tenía varias reinas, pero a la más importante se la elevaba al rango de "esposa principal". (1)
El papel de la esposa principal, o gran esposa, variaba de un faraón a otro. En el caso de la reina Tiye (1398-1338 a.C.), la esposa de Amenhotep III, a menudo participaba en los asuntos de estado, actuaba como diplomática, e incluso escribieron su nombre en un cartucho, como un rey. Nefertiti (en torno a 1370-1336 a.C.), la esposa de Akhenatón, cuidaba de su familia a la vez que ayudaba a su marido a dirigir el país. Cuando su marido básicamente abandonó sus deberes como faraón para concentrarse en su nueva religión monoteísta, Nefertiti asumió sus responsabilidades.
Se han documentado grandes reinas que se remontan hasta el Periodo Arcaico de Egipto con la reina Merytneit (que reinó en torno a 3000 a.C.) que actuó como regente para su hijo Den. La reina Sobekneferu (en torno a 1807-1802 a.C.) ascendió al trono durante el Imperio Medio de Egipto y gobernó como mujer sin importarle las formas tradicionales que decían que solo un hombre podía reinar sobre Egipto. Hapshepsut, de la Dinastía XVIII, llevó aún más lejos el ejemplo de Sobekneferu y se hizo coronar como faraón. Hapshepsut se sigue considerando como una de las mujeres más poderosas de la antigüedad y uno de los faraones más grandes de Egipto. Todas ellas ejercieron una influencia considerable sobre sus maridos, la corte y el país.
Conclusión
Según una copia del siglo II d.C. de una leyenda más antigua, cuando Osiris e Isis gobernaban el mundo al principio de los tiempos, Isis otorgó varios regalos a la humanidad, entre los cuales estaba la igualdad entre hombres y mujeres. La leyenda egipcia se ejemplifica en el alto estatus que tuvieron las mujeres a lo largo de la historia de Egipto.
Brier y Hobbs señalan que "la condición de la mujer en Egipto era increíblemente avanzada para su tiempo" (89). Esto es sin duda cierto, pero se podría decir que el estatus de la mujer era increíblemente avanzado para cualquier época histórica, incluido el presente. Una mujer del antiguo Egipto tenía más derechos que muchas mujeres en la actualidad.
La igualdad y el respeto por las mujeres continuó durante la Dinastía Ptolemaica (323-30 a.C.), la última en gobernar Egipto antes de anexionarse a Roma. Cleopatra VII (que reinó en torno a 51-30 a.C.), la última reina de Egipto, es una de las mejores representantes de la igualdad de las mujeres, ya que gobernó el país mucho mejor que los hombres que la precedieron o creyeron poder cogobernar con ella. El estatus de la mujer comenzó a disminuir en Egipto tras ser tomado por Roma tras la muerte de Cleopatra.
Sin embargo, algunos expertos sitúan este declive en Época Ptolemaica (323-30 a.C.) y apuntan que durante la época romana (30 a.C. hasta alrededor de 640 d.C.) no hizo sino acelerar. Las leyes y actitudes grecorromanas en cuanto a la mujer, combinadas con el ascenso del cristianismo en el siglo IV, que concentraba la culpa de la Caída del hombre en las mujeres por ser descencientes de Eva, alentaron la creencia en que no se podía confiar en las mujeres y que estas necesitaban la supervisión de un hombre. Este declive continuó tras la invasión árabe musulmana del siglo VII d.C., cuestionando aún más el elevado prestigio del que habían disfrutado las egipcias durante más de 3000 años.