El comercio en el mundo romano

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Mark Cartwright
por , traducido por Waldo Reboredo Arroyo
Publicado el 12 abril 2018
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, italiano, portugués, ucraniano
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El comercio regional, interregional e internacional constituía una característica distintiva del mundo romano. El intercambio mercantil, estructurado según una combinación de control estatal y mercado libre, aseguraba que los artículos producidos en una localidad pudieran exportarse a todos los rincones del mundo. La compraventa de cereales, vino, y en particular de aceite de oliva, se efectuaba en enormes cantidades, mientras en dirección contraria se importaban metales preciosos, mármoles y especias.

Corbridge Hoard & Jug
Tesoro y jarra de Corbridge
Osama Shukir Muhammed Amin (Copyright)

Factores que impulsaban el comercio

En términos generales, de manera similar a lo experimentado por civilizaciones anteriores y contemporáneas, los romanos desarrollaron de manera gradual una economía de creciente sofisticación a partir de la generación de excedentes agrícolas, de la ocurrencia de movimientos poblacionales, crecimientos urbanos y expansiones territoriales, así como de la introducción de innovaciones tecnológicas, la aplicación de impuestos, y la difusión de monedas. Además, no poco influyeron en su conformación la necesidad de alimentar a la gran ciudad de Roma y el requerimiento de proveer suministros a su importante ejército, cualquiera fuera el lugar donde se encontrara en campaña.

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La economía del mundo romano mostraba de manera simultánea características de subdesarrollo y elementos de significativa prosperidad. Según argumentan algunos historiadores, entre ellos de manera notable M. I. Finley, los componentes de subdesarrollo son:

  • excesiva dependencia de la agricultura,
  • lenta difusión de la tecnología,
  • altos niveles de consumo de artículos locales en comparación con los de intercambio regional,
  • bajo nivel de inversión en la industria.

Sin embargo, existen pruebas de que a partir del siglo II a.C. y hasta el siglo II d.C. se produjo un marcado incremento en la proporción de trabajadores involucrados en las industrias de producción y de servicios, así como un aumento del comercio interregional de materias primas y artículos manufacturados. Durante la última etapa del imperio, aunque en los territorios del este se experimentó un aumento de la actividad mercantil estimulada por la fundación de Constantinopla, el imperio occidental confrontó una disminución general del comercio.

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los ciudadanos que disponían de suficientes medios para iNvertir, a menudo empleaban esclavos, libertos y agentes para administrar sus negocios.

La actitud romana hacia el comercio era de cierto rechazo, al menos entre las clases más altas. La tenencia de tierras y la agricultura eran muy apreciadas como fuente de riquezas y de estatus, mientras que el comercio y la manufacturación se consideraban ocupaciones menos nobles entre las clases acomodadas. No obstante, quienes poseían suficientes riquezas para invertir a menudo se sobreponían a sus escrúpulos y empleaban esclavos, libertos, y agentes o negotiatores, para administrar sus negocios y con frecuencia obtenían inmensas utilidades provenientes de la actividad mercantil.

Trade in the Roman Empire Map (c. 200 CE)
Mapa del comercio en el Imperio romano, cerca del 200 d.C.
Карина Микитюк (CC BY-NC-SA)

Artículos comerciales

Aunque en ocasiones los descubrimientos arqueológicos concernientes al comercio pueden resultar parciales y difíciles de interpretar, el conjunto de fuentes literarias, acuñaciones de monedas, y los singulares registros relacionados con los naufragios ayudan a conformar un cuadro más definido de los artículos específicos con los que los romanos comerciaban, así como de las cantidades y los lugares involucrados en esas operaciones.

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El comercio incluía víveres del tipo de aceitunas, pescado, carnes, cereales y sal; asimismo, alimentos procesados como aceite de oliva, vinos, cervezas y salsas de pescado. Entre los artículos de origen animal se encontraban la lana, pieles y cueros. Otras mercancías comprendían objetos hechos de madera, vidrio, o metal, productos textiles, y alfarería, a las cuales se sumaban materiales para la manufactura y la construcción, como cristal, mármol, maderas, ladrillos, oro, plata, cobre y estaño. Por supuesto, no faltaba la existencia de un importante comercio de esclavos.

Ship Relief, Saguntum
Relieve de navío, Sagunto
Mark Cartwright (CC BY-NC-SA)

El comercio interregional aumentaba debido a que muchos productos constituían especialidades de determinadas regiones, con frecuencia elaborados en grandes haciendas, como eran los casos de los vinos de Egipto y el aceite de oliva del sur de España. En esas extensas propiedades se generaban enormes excedentes destinados al intercambio mercantil, según demuestran los hallazgos arqueológicos realizados en todos los territorios del imperio: productores de vino del sur de Francia, que disponían de sótanos capaces de almacenar 100.000 litros, fabricantes de aceite de oliva de Libia, que con el empleo de 17 prensas alcanzaban rendimientos de 100.000 litros anuales, y minas auríferas localizadas en España, que entregaban 9.000 kilos de oro al año. Aunque por regla general los poblados eran centros de consumo más que de producción, puede citarse como excepción la existencia de talleres que manufacturaban impresionantes cantidades de artículos. Si bien es posible que la fuerza de trabajo de estas «fábricas» no excediera la cantidad de 30 hombres, a menudo se concentraban en extensas zonas industriales de grandes ciudades y puertos. En el caso específico de las cerámicas se aglutinaban en áreas rurales cercanas a sus fuentes fundamentales de materia prima, como la arcilla o la leña para los hornos.

en ocasiones, los productos comerciales seguían rutas terrestres, como la bien establecida ruta de la seda, o viajaban por mar a través del mediterráneo y del océano índico.

Sin embargo, el intercambio de productos no solo se efectuaba dentro de los límites del mundo romano, sino que a través de puertos de gran actividad como los de Gades, Ostia, Puteoli, Alejandría y Antioquía, también se importaban artículos provenientes de lugares tan lejanos como Arabia, India, Asia sudoriental y China. En ocasiones las mercancías seguían rutas terrestres bien establecidas como la Ruta de la Seda, o viajaban por mar a través del Océano Índico. El comercio internacional no se limitaba solo a las mercancías suntuarias como las especias, que incluían pimienta, clavo, jengibre y canela, ni al de mármoles de distintas tonalidades, sedas, perfumes y marfiles, sino que también incluía artículos de barro cocido de inferior calidad, como ilustran los restos arqueológicos hallados en los naufragios, y lámparas de aceite fabricadas de terracota, de amplísima distribución geográfica.

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Transporte de mercancías

El movimiento de mercaderías tocaba todos los territorios romanos, aunque confrontaba limitaciones causadas por la carencia de innovaciones en el campo de la transportación terrestre. A los romanos se los reconoce por sus caminos, pero de hecho, los traslados por vías marítimas y fluviales resultaban mucho más baratos que los terrestres, como demuestra la aproximada razón de costo 1:5:28 entre las respectivas modalidades. No obstante, debe recordarse que en ocasiones los medios de transporte quedaban determinados por las circunstancias, no por lo que pudiera escogerse, y que durante los siglos I y II d.C. las tres formas de acarreo experimentaron un importante crecimiento.

The Roman Trade Network (1st - 3rd centuries CE)
La red comercial romana (siglos I al III d.C.)
Simeon Netchev (CC BY-NC-ND)

El transporte por mar era el método más rápido y barato, puesto que se podían navegar unos 1,800 kilómetros (1000 millas náuticas) en 9 días, pero también resultaba ser el más riesgoso debido a que estaba expuesto al pillaje efectuado por piratas y a los caprichos del tiempo. Además, dependía de las estaciones, dado que el período comprendido desde el mes de noviembre hasta al menos el mes de marzo se consideraba demasiado impredecible como para garantizar un traslado seguro.

Un análisis de más de 900 naufragios ocurridos durante la época romana arrojó que los navíos mercantes típicos podían cargar 75 toneladas de productos o unas 1500 ánforas; pero existían buques de mayor porte que podían acarrear hasta 300 toneladas de mercancías. Un ejemplo interesante lo proporcionan los naufragios de los años 40 d.C., denominados Port-Vendres II, descubiertos en el Mediterráneo frente a las costas de la frontera hispanofrancesa. Las cargas recuperadas de al menos 11 navíos distintos estaban constituidas por aceite de oliva, vino dulce, salsa de pescado, cerámica fina, vidrio y lingotes de estaño, cobre y plomo.

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Control estatal del comercio

En la época del imperio Roma reemplazó los mecanismos de subsidio que había empleado durante la república (vecturae) para incentivar el desarrollo de navieras privadas, por el llamado sistema annona, consistente en un fuerte control estatal del comercio, dirigido a garantizar todo tipo de suministros, e incluso a mantener una flota mercante. A cargo del aprovisionamiento de granos se encontraba un agente oficial (praefectus annonae), que actuaba como regulador de las distintas asociaciones de propietarios de navíos (collegia navicularii). El estado gravaba el movimiento de productos entre las provincias y además controlaba muchos mercados locales (nundinae) cuyo establecimiento por los grandes terratenientes requería de la aprobación del senado o del emperador, aunque por lo común funcionaban una vez a la semana.

Trajans Market, Rome
Mercado de Trajano, Roma
Mark Cartwright (CC BY-NC-SA)

El mayor generador de gastos era el ejército, que absorbía el 70% del presupuesto. Para adquirir ingresos, el imperio romano había diseñado un sistema tributario que podría merecer el calificativo de acertado, debido a que la carga impositiva no llegaba a obstaculizar de manera indebida la prosperidad local, ni el crecimiento económico.

El control ejercido por el estado se evidencia en la cantidad de artículos en los que se imprimían sellos, o se colocaban marcas de origen o del fabricante, utilizados en algunos casos para avalar el peso, pureza, o autenticidad de la mercadería. Por lo común la alfarería, ánforas, ladrillos, vidrio, tejas, mármoles, y barriles de madera, así como los lingotes de metal de importancia para la acuñación de monedas, se estampaban con sellos; mientras la mercancía general se identificaba con marcadores de plomo o etiquetas metálicas. Estas medidas ayudaban a controlar el comercio, a garantizar los productos y a prevenir el fraude. Las inscripciones hechas en las ánforas de aceite de oliva eran muy detalladas: indicaban el peso de la vasija vacía y del aceite añadido, el lugar de producción, el nombre del mercader que las transportaba y los nombres y firmas de los agentes que ejercían esos controles.

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En paralelo existía el comercio totalmente independiente del estado, el cual además se vio favorecido por el desarrollo de la banca. Aunque por lo general el alcance de las actividades bancarias y de los préstamos era local, se han descubierto registros de mercaderes que obtenían financiamiento en un puerto y lo pagaban en otro, tras la entrega y venta de sus mercaderías. De igual manera, se han hallado abundantes pruebas de la presencia de una economía de libre comercio que se desarrollaba más allá de los alcances del imperio, que no estaba atada a las grandes ciudades ni a los campamentos castrenses.

Conclusión

Más allá de los mecanismos económicos específicos empleados y de las proporciones en que participaban el estado y la empresa privada en el intercambio mercantil, la extraordinaria magnitud que alcanzó la actividad comercial en el mundo romano resulta impresionante, lo cual queda constatado por el hecho que no existió sociedad preindustrial alguna que siquiera se aproximara a igualarla. Se introdujeron millones de artículos de uso mundano como las ánforas y las lámparas de aceite; de estos dos rubros se ha estimado que solo en la ciudad de Roma la compraventa de aceite alcanzaba la cantidad de 23.000.000 kilogramos al año, mientras el consumo anual de vino ascendía a más de 1.000.000 de hectolitros, con probabilidad de rondar los dos millones. Cifras como éstas no se verían de nuevo hasta que se extendiera la industrialización por todo el mundo desarrollado, mucho después que los comerciantes romanos cerraran sus libros de contabilidad y quedaran olvidados por la historia.

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Bibliografía

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Sobre el traductor

Waldo Reboredo Arroyo
Interesado en el estudio de las migraciones, costumbres, las artes y religiones de distintas culturas; descubrimientos geográficos y científicos. Vive en La Habana. En la actualidad traduce y edita libros y artículos para la web.

Sobre el autor

Mark Cartwright
Mark es un autor, investigador, historiador y editor de tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.

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Estilo APA

Cartwright, M. (2018, abril 12). El comercio en el mundo romano [Trade in the Roman World]. (W. R. Arroyo, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-638/el-comercio-en-el-mundo-romano/

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Cartwright, Mark. "El comercio en el mundo romano." Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. Última modificación abril 12, 2018. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-638/el-comercio-en-el-mundo-romano/.

Estilo MLA

Cartwright, Mark. "El comercio en el mundo romano." Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 12 abr 2018. Web. 10 nov 2024.

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