Las esculturas de cabezas de piedra de la civilización olmeca de la costa del Golfo de México (1200 a.C.-400 a.C.) figuran entre los artefactos más misteriosos y debatidos del mundo antiguo. La teoría más aceptada es que, debido a sus características físicas únicas y a la dificultad y el costo que implicó su creación, representan a gobernantes olmecas.
Hasta la fecha se han descubierto diecisiete cabezas, diez de las cuales proceden de San Lorenzo y cuatro de La Venta, dos de los centros olmecas más importantes. Cada una de las cabezas fue tallada a partir de una única roca de basalto que, en algunos casos, fue transportada 100 km o más hasta su destino final, presumiblemente mediante enormes balsas fluviales de balsa siempre que fue posible y rodillos de troncos en tierra. La principal fuente de esta pesada piedra era el Cerro Cintepec, en las montañas de Tuxtla. Las cabezas pueden tener casi 3 metros de altura, 4,5 metros de circunferencia y un peso medio de unas 8 toneladas. Las cabezas fueron esculpidas con piedras duras de mano y es probable que originalmente estuvieran pintadas con colores brillantes. El hecho de que estas esculturas gigantes representen solo la cabeza puede explicarse por la creencia generalizada en la cultura mesoamericana de que solo la cabeza contenía las emociones, la experiencia y el alma de un individuo.
Los detalles faciales se taladraban en la piedra (utilizando cañas y arena húmeda) para que rasgos prominentes como los ojos, la boca y las fosas nasales tuvieran una profundidad real. Algunas tienen también hoyuelos en las mejillas, la barbilla y los labios. Todas las cabezas muestran rasgos faciales únicos (a menudo de forma muy naturalista y expresiva), por lo que pueden considerarse retratos de gobernantes reales. El erudito M.E. Miller identifica la Cabeza Colosal 5, por ejemplo, como un gobernante de San Lorenzo del segundo milenio a.C. Aunque la fisonomía de las esculturas ha dado lugar a especulaciones infundadas sobre el contacto con civilizaciones procedentes de África, de hecho, los rasgos físicos comunes a las cabezas se siguen viendo hoy en día en los residentes de las modernas ciudades mexicanas de Tabasco y Veracruz.
El sujeto suele llevar un casco protector que los olmecas usaban en batalla y durante el juego de pelota mesoamericano. Estos pueden variar en diseño y patrón y a veces el sujeto también tiene patas de jaguar colgando sobre la frente, tal vez representando una piel de jaguar usada como símbolo de poder político y religioso, una asociación común en muchas culturas mesoamericanas. La Cabeza Colosal 1 de La Venta, en cambio, tiene unas enormes garras talladas en la parte frontal del casco.
Algunas cabezas son también reconstrucciones de otros objetos. Por ejemplo, la Cabeza Colosal 7 de San Lorenzo era originalmente un trono y tiene una hendidura profunda en un lado, y el Altar 5 de La Venta parece haber sido abandonado en medio de una conversión de este tipo. Miller sugiere que tal vez el trono de un gobernante concreto se convirtió en un retrato colosal en un acto de recuerdo tras la muerte de ese gobernante.
Muchas de las piedras son difíciles de situar en su contexto original, ya que no se encontraron necesariamente en las posiciones en que los olmecas las habían colocado originalmente. De hecho, Almere Read (41) sugiere que incluso los propios olmecas cambiaban regularmente de sitio las cabezas para diferentes propósitos rituales. Otra teoría es que las cabezas se utilizaban como poderosos marcadores de dominio y se distribuían para declarar el dominio político en diversos territorios. Curiosamente, las cuatro cabezas de La Venta tal vez se colocaron originalmente con este propósito, para que sirvieran de guardianes del recinto sagrado de la ciudad. Tres estaban situadas en el extremo norte del complejo y la otra en el extremo sur, pero todas miraban hacia el exterior como si protegieran el recinto. Estas cabezas son muy similares a las de San Lorenzo, pero presentan una variación regional, ya que son más anchas y de aspecto más achaparrado.
El hecho de que las otras cabezas pudieran haber sido descubiertas fuera de su emplazamiento original viene sugerido por el hecho de que muy a menudo muestran signos de vandalismo deliberado y la mayoría fueron enterradas en algún momento antes del 900 a.C. en lo que parece haber sido un distanciamiento ritual intencionado con el pasado. Sin embargo, también se ha sugerido que algunas de las cabezas fueron enterradas poco después de su producción en un proceso de culto a los antepasados o que fueron desfiguradas y enterradas por gobernantes posteriores para legitimar su reclamo de poder y excluir a linajes competidores. También podría ser que incluso fueran dañadas para neutralizar el poder del gobernante muerto. Cualquiera que fuera el motivo, las cabezas permanecieron enterradas y olvidadas durante casi tres mil años, hasta que se redescubrió la primera en 1871 y se excavó la última en 1994.