Antiguas creencias mesopotámicas sobre el más allá

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Artículo

M. Choksi
por , traducido por Rosa Baranda
Publicado el 20 junio 2014
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, polaco
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A diferencia del rico corpus de textos funerarios del antiguo Egipto, no hay ninguna "guía" de este estilo en Mesopotamia que detalle la otra vida ni el más allá tras la muerte. En vez de eso, la concepción de la otra vida mesopotámica ha de reconstruirse a partir de varias fuentes.

Muchos textos literarios, el más conocido La epopeya de Gilgamesh, reflexionan sobre el significado de la muerte, cuentan el destino de los muertos en el más allá y describen los ritos mortuorios. Otros textos probablemente se compusieron para ser recitados durante los ritos religiosos que tenían que ver con fantasmas o dioses que morían. De estos textos religiosos, los más importantes son Gilgamesh, Enkidu y el Inframundo, El Descenso de Ishtar al Inframundo y Nergal y Ereshkigal. Otras fuentes sobre las creencias de la otra vida en Mesopotamia incluyen los enterramientos, las inscripciones en las tumbas, los textos financieros que registran pagos por funerales o cultos a los muertos, las referencias a la muerte en las inscripciones reales y los edictos, las crónicas, las cartas reales y privadas, los textos léxicos, los comentarios sobre cultos, textos mágico-médicos, augurios y fórmulas de maldiciones.

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Copper alloy foundation figurines with pegs representing Gods
Figuritas de aleación de cobre con ganchos que representan dioses
Osama Shukir Muhammed Amin (Copyright)

Además de pertenecer a diferentes géneros, estas fuentes sobre las creencias mesopotámicas de la otra vida provienen de periodos distintos en la historia de Mesopotamia y abarcan las culturas sumeria, acadia, babilonia y asiria. Por lo tanto, hay que tener cuidado de no concebir estas creencias en la otra vida como algo estático o uniforme. Al igual que cualquier sistema cultural, las ideas mesopotámicas sobre la otra vida se fueron transformando con el tiempo. Las creencias y las prácticas relacionadas con la otra vida también variaban con la posición socioeconómica y diferían dentro de los paradigmas religiosos oficiales y populares. Sin embargo, teniendo esto presente, la continuidad cultural entre la civilización sumeria y sus sucesoras nos permite hacer una síntesis de varias fuentes para poder crear una introducción básica de los conceptos mesopotámicos sobre la otra vida.

El Inframundo

Los antiguos mesopotámicos conceptualizaron el inframundo como el opuesto cósmico de los cielos, y como una versión sombría de la vida en la tierra. Metafísicamente, se creía que se encontraba a gran distancia del reino de los vivos. Sin embargo, físicamente, se encontraba bajo tierra y se describe poéticamente como a poca distancia de la superficie de la tierra.

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En general, las descripciones literarias del inframundo son funestas. Se describe como una oscura "tierra sin retorno" y "la casa que nadie abandona tras entrar", con polvo en la puerta y en el cerrojo (Dalley 155), aunque otras descripciones presentan una versión más moderada de esta desoladora imagen. Por ejemplo, una obra sumeria llamada la Muerte de Urnamma describe como los espíritus de los muertos se alegran y festejan la llegada del gobernante Urnamma al inframundo. Shamash, el dios sol de la justicia, también visitaba el inframundo todas las noches en su recorrido diario del cosmos. De la misma manera, la estudiosa Caitlin Barrett ha propuesto que la iconografía sepulcral, específicamente el simbolismo relacionado con la diosa Inanna/Ishtar, que descendió al inframundo y regresó de él, indica una creencia en una existencia posterior más atractiva que la que se describe en muchos textos literarios. Aunque los seres humanos no tenían esperanza de volver a la vida en una imitación exacta de Inanna/ Ishtar, argumenta Barrett, al utilizar la iconografía funeraria que representaba a Ishtar podían estar queriendo evitar los aspectos indeseables del inframundo de los que la propia Inanna/Ishtar había escapado. Por tanto, el inframundo mesopotámico se entiende mejor como un lugar que no contiene ni grandes miserias ni de grandes alegrías; es más bien una versión insípida de la vida en la tierra.

Queen of the Night, Old Babylon
Reina de la noche, Vieja Babilonia
Trustees of the British Museum (Copyright)

Una de las representaciones más vívidas del inframundo describe una "gran ciudad" subterránea ("iri.gal" en sumerio), protegida por siete murallas y puertas, donde residen los espíritus de los muertos. En el texto acadio Descenso de Ishtar al Inframundo, Ishtar pasa por siete puertas en su viaje al inframundo. En cada puerta va perdiendo sus ropajes y joyas, hasta que acaba entrando desnuda en la ciudad de los muertos. En vista de tales descripciones, puede que sea importante tener en cuenta que los ritos funerarios mesopotámicos de la élite podían durar hasta siete días.

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La comunidad de espíritus que vivían en la "gran ciudad" a veces se llamaba Arallu en acadio o Ganzer en sumerio, términos de significado incierto. El sumerio Ganzer también es un nombre para el inframundo y una entrada al mismo. En paralelo a la idea mesopotámica de la autoridad divina en el cielo y la tierra, el reino de los muertos estaba gobernado por deidades específicas con un orden jerárquico y un jefe supremo a la cabeza. En los textos más antiguos, la diosa Ereshkigal ("Señora de la gran tierra") era la reina del inframundo. Más tarde fue sustituida por el guerrero Nergal ("Señor de la gran ciudad"). Un mito acadio que data como muy tarde de mediados del segundo milenio a.C. intenta resolver las tradiciones enfrentadas convirtiendo a Ereshkigal en esposa de Nergal. Al igual que las deidades del cielo se reunían regularmente en un concilio divino para pasar juicio en el universo, los gobernantes divinos del inframundo contaban con la ayuda de un conjunto élite de divinidades conocidos como los Anunnaki para tomar decisiones.

EL INFRAMUNDO MESOPOTÁMICO NO ERA UN LUGAR DE CASTIGO NI DE RECOMPENSA, sino que ERA EL ÚNICO DESTINO TRAS LA VIDA PARA LOS ESPÍRITUS DE LOS MUERTOS.

Es importante resaltar que el inframundo mesopotámico no era un "infierno". Aunque se entendía como el opuesto geográfico de los cielos, y aunque el entorno era en general una versión invertida del reino de los cielos, (por ejemplo, se caracterizaba por la oscuridad en vez de la luz), no se oponía al cielo como un posible lugar de residencia para los espíritus según su comportamiento en vida. El inframundo mesopotámico no era un lugar de castigo ni de recompensa. En vez de eso, era el único destino tras la vida para los espíritus de los muertos cuyos cuerpos, tumbas y estatuas de culto habían recibido el cuidado ritual adecuado.

La naturaleza humana y el destino tras la muerte

En la epopeya de la antigua Babilonia, Atrahasis, los dioses crearon a los seres humanos mezclando arcilla con la sangre de una deidad rebelde llamada We-ilu, sacrificada especialmente para la ocasión. En consecuencia, los seres humanos tenían un componente tanto terrenal como divino. Sin embargo, este elemento divino no quiere decir que los seres humanos fueran inmortales. Los mesopotámicos no tenían un concepto de la resurrección física o la metempsicosis.[4] En vez de eso, Enki (Ea en acadio), la deidad sumeria de la sabiduría y la magia, ordenó la muerte de los humanos desde el momento mismo de su concepción. La mortalidad definía la condición humana fundamental, e incluso se describe como el destino (šimtu en acadio) de la humanidad. El eufemismo más común para la muerte en los textos mesopotámicos es "acudir al propio destino" (Cooper 21). La búsqueda de la inmortalidad física, sugiere La Epopeya de Gilgamesh, era por tanto fútil. Lo mejor que cabía esperar era una fama duradera gracias a los hechos y los logros en vida. La inmortalidad, en la medida en que era posible metafóricamente, se hacía realidad a través del recuerdo de las generaciones futuras.

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Se consideraba que el ser humano estaba vivo (awilu en acadio) mientras tuviera sangre en las venas y aire en la nariz. En el momento en que los seres humanos perdían toda su sangre o exhalaban su último aliento, se consideraba que sus cuerpos eran cadáveres vacíos (pagaru en acadio). La condición de cadáver vacío se compara con un sueño profundo y, al enterrarlo en la tierra, el cuerpo creado de arcilla "volvía a la arcilla" (Bottéro, "Religion" 107). El eufemismo bíblico de la muerte como sueño (New Revised Standard Version, 1 Reyes 2:10; 2 Reyes 10:35; 15:38; 24:6; 2 Crónicas 9:31) y la afirmación de que "polvo eres y en polvo te convertirás" (Génesis 3:19; Eclesiastés 3:20), apuntan a un entorno cultural común subyacente tanto en los paradigmas mesopotámicos como en los israelitas.

Los mesopotámicos no veían la muerte física como el fin último de la vida. Los muertos seguían con una existencia animada en forma de espíritu, que se conocía por el término sumerio gidim y su equivalente acadio, eṭemmu. El eṭemmu se entiende mejor como un fantasma. Su etiología se describe en la epopeya de la antigua Babilonia Atrahasis I 206-230, que cuenta cómo los humanos fueron creados a partir de la sangre del dios asesinado We-ilu. El texto usa un juego de palabras para conectar el etemmu con una cualidad divina: We-ilu se presenta como aquel que tiene ṭemu, "entendimiento" o "inteligencia". Por tanto, se cree que los seres humanos fueron compuestos a partir de la forma física de algún tipo de entendimiento divino.

Es importante recordar que las nociones mesopotámicas del cuerpo físico y el eṭemmu no representan un dualismo estricto de cuerpo y alma. A diferencia del concepto de psyche del pensamiento griego antiguo, el eṭemmu estaba estrechamente relacionado con el cadáver físico. Algunos textos incluso hablan del eṭemmu como si fuera idéntico al cuerpo. Por ejemplo, el eṭemmu a veces se describe como que está "durmiendo" en la tumba (Scurlock, "Muerte" 1892), una descripción que recuerda las historias sobre el cadáver o pagaru. Además, el eṭemmu mantenía las necesidades corpóreas como el hambre y la sed, una característica que se verá detalladamente más adelante. Tampoco está claro si el eṭemmu existía ya en el cuerpo viviente antes de la muerte y era por tanto una entidad que se separaba del cuerpo, o si tan solo aparecía en el momento de la muerte física, en cuyo caso era una entidad creada a partir de la transformación de algún tipo de fuerza vital. En cualquier caso, en el momento de la muerte física la posición del difunto cambiaba de awilu a eṭemmu. Por tanto, la muerte era una etapa de transición durante la cual los seres humanos se transformaban de un estado de existencia a otro.

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El eṭemmu no era transportado inmediatamente al inframundo tras la muerte corpórea, sino que tenía que recorrer un arduo camino para poder llegar hasta allí. El enterramiento y el duelo apropiados eran algo crucial para la transición del eṭemmu al siguiente mundo. Siempre y cuando se realizaran los ritos funerarios necesarios, el fantasma tenía que recorrer una estepa infestada de demonios, cruzar el río Khuber con la ayuda de alguien llamado Silushi/Silulim o Khummut-tabal (este último significa "¡Rápido, lléva[me] allí!") y que lo dejaran pasar por las siete puertas de la ciudad del inframundo con el permiso del guardián, Bidu ("¡Abre!").

Al llegar al inframundo, el eṭemmu era "juzgado" por un tribunal de Annunaki y se le asignaba un lugar en su nueva comunidad subterránea. Este juicio no tenía una naturaleza ética y no tenía nada que ver con los méritos del difunto en vida. En vez de eso, tenía una función administrativa y confirmaba, según las reglas del inframundo, la entrada del eṭemmu en su nuevo hogar.

Aun así, el juicio y asentamiento del eṭemmu en el inframundo no era totalmente arbitrario ni neutral. Al igual que existían las jerarquías sociales en las comunidades de los vivos, también había una jerarquía entre los fantasmas de la "gran ciudad" de los muertos. La posición social de un eṭemmu en el inframundo se establecía mediante dos factores: la posición social del difunto en vida, y el cuidado tras la muerte de su cuerpo y su tumba o de su estatua de culto que hacían los vivos en la tierra. Los reyes como Urnamma y Gilgamesh seguían siendo reyes y jueces de los muertos en el inframundo, y los sacerdotes seguían siendo sacerdotes. En ese aspecto, el orden social bajo tierra imitaba al terrenal. Algunos textos como Gilgamesh y Enkidu en el Inframundo indican que la suerte del difunto en el inframundo dependía del número de hijos que había tenido. Cuantos más descendientes, más privilegiada era la existencia del eṭemmu en el inframundo, porque había más familiares para asegurarse de llevar a cabo los ritos mortuorios necesarios.

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En el inframundo, el eṭemmu se podía reunir con los familiares que habían muerto antes que él. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, aunque el eṭemmu era capaz de reconocer y ser reconocido por los fantasmas de la gente que el difunto había conocido en vida, no parece que estos fantasmas mantuvieran los rasgos de la personalidad singular del difunto en el inframundo.

Chaplet from Tomb at Ur
Diadema de una tumba en Ur
Metropolitan Museum of Art (Copyright)

Además del eṭemmu, se creía que los seres vivos también estaban compuestos de una emanación similar a un viento, que en acadio se llamaba zaqiqu (o ziqiqu). Este espíritu no tenía sexo, probablemente era como un pájaro, y estaba asociado con el sueño porque podía salir del cuerpo mientras el individuo dormía. Tanto el eṭemmu como el zaqiqu descendían al inframundo tras la muerte física. Sin embargo, aparte de las descripciones de sueños, el eṭemmu se menciona mucho más que el zaqiqu en la literatura mesopotámica. Puede que esto se deba al hecho de que, a diferencia del eṭemmu, el zaqiqu se consideraba relativamente inofensivo e incapaz de interferir positiva o negativamente en los asuntos de los vivos. Por lo tanto, es natural que muchos más textos mesopotámicos se centraran en los rituales adecuados dedicados al eṭemmu, ya que estos ritos servían para apaciguar el espíritu del difunto para que no persiguiera a los vivos.

La relación entre los muertos y los vivos

Tal y como se ha indicado anteriormente, el destino del eṭemmu tras la muerte del cuerpo dependía de que los vivos llevaran a cabo los rituales adecuados tras la muerte. Primero, los ritos funerarios en el momento de la muerte, específicamente el enterramiento el cuerpo y el luto ritual, eran necesarios para que el eṭemmu consiguiera llegar al inframundo e integrarse en él. Después, eran necesarias las ofrendas continuas del culto en la tumba del difunto o la estatua del culto, al menos en el periodo presargónico, para asegurarse de que el eṭemmu tenía una existencia confortable en el inframundo. Hemos visto que el eṭemmu mantenía las necesidades de un ser vivo. Lo más importante era que necesitaba sustento. Pero el inframundo carecía de cualquier alimento apetitoso. Tal y como explica la Muerte de Urnamma , "La comida del inframundo es amarga y el agua es salobre" (Cohen 103). Así que el espíritu dependía de los vivos para subsistir, que era para lo que servían las ofrendas de comida y bebida. La falta de ofrendas reducía al eṭemmu a vivir como un pedigüeño en el inframundo. El principal responsable de llevar a cabo estas ofrendas era el hijo mayor del difunto. Scurlock conecta las obligaciones tras la muerte con las leyes sobre la propiedad de Mesopotamia sugiriendo que "cabe suponer que es por eso que era costumbre que [el hijo mayor] recibiera una parte extra de la herencia" ("Muerte" 1888).

Mesopotamian Male Worshiper Votive Figure
Figura votiva de un adorador de Mesopotamia
Makthorpe (CC BY-SA)

Tanto las élites como el pueblo llano requería tales rituales, pero la necesidad de cultos a la muerte entre la élite estaba especialmente resaltada. La principal diferencia entre los cultos de la muerte para la élite y el pueblo llano parece haber sido que, para la gente corriente, solo los difuntos que sus descendientes conocían personalmente, como la familia más cercana, necesitaban un culto individual al eṭemmu. Parece ser que el resto de familiares se "aunaban en una especie de ancestro colectivo" (Scurlock, "Muerte", 1889). Por el contrario, las ofrendas del culto real se hacían de manera individual para todos los ancestros del rey regente.

Siempre y cuando se mantuvieran las ofrendas regularmente, el eṭemmu seguía en paz en el inframundo. Los espíritus apaciguados eran amigables y se los podía convencer de que ayudaran a los vivos, o por lo menos que no les hicieran daño. Sin embargo, una persona que no recibiese los ritos funerarios adecuados, o las ofrendas del culto, se convertía en un espíritu inquieto o un demonio agresivo. Algunos de los casos en los que podía ocurrir esto era con personas que no habían sido enterradas, que habían sufrido una muerte violenta u otro final antinatural, o habían muerto sin casarse. Los espíritus violentos acechaban a sus víctimas, se apoderaban de ellas o incluso abusaban de ellas físicamente, y podían poseer a sus víctimas entrándoles por los oídos. También podían aparecerse en los sueños de los vivos. Las enfermedades, tanto físicas como psicológicas, y las desgracias a menudo se atribuían a la rabia de un eṭemmu que no podía descansar en paz. Por ejemplo, el sirviente que sufre en el poema babilónico Ludlul bēl nēmeqi deplora su destino:

La enfermedad debilitante se aprovecha de mí:
Un viento maléfico ha soplado [desde] el horizonte,
El dolor de cabeza ha surgido de la superficie del inframundo...
El irresistible [espíritu] salió de Ekur
[El demonio-Lamastu bajó] de la montaña. (Versos 50-55, Poem of the Righteous Sufferer)

Los mesopotámicos desarrollaron muchas maneras mágicas de lidiar con los fantasmas vengativos. Algunos métodos incluían hacer nudos mágicos, crear amuletos, untarse de ungüentos mágicos, beber pociones mágicas, enterrar una figurilla suplente que representase al espíritu, y verter libaciones mientras se recitaban encantamientos.

Conclusiones

En las concepciones mesopotámicas de la otra vida, la vida no terminaba con la muerte física, sino que continuaba en forma de eṭemmu, un espíritu o fantasma que habitaba el inframundo. Más aún, la muerte física no cortaba la relación entre los vivos y los muertos, sino que reforzaba el vínculo mediante una nueva forma de obligaciones mutuas. Al igual que el bienestar del espíritu en el inframundo dependía de las ofrendas de los vivos, el bienestar de los vivos dependía de la conciliación y el favor de los muertos. En gran medida, estas creencias sobre la otra vida reflejaban y reforzaban la estructura social de los lazos familiares en las comunidades mesopotámicas.

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Bibliografía

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Sobre el traductor

Rosa Baranda
Traductora de inglés y francés a español. Muy interesada en la historia, especialmente en la antigua Grecia y Egipto. Actualmente trabaja escribiendo subtítulos para clases en línea y traduciendo textos de historia y filosofía, entre otras cosas.

Cita este trabajo

Estilo APA

Choksi, M. (2014, junio 20). Antiguas creencias mesopotámicas sobre el más allá [Ancient Mesopotamian Beliefs in the Afterlife]. (R. Baranda, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-701/antiguas-creencias-mesopotamicas-sobre-el-mas-alla/

Estilo Chicago

Choksi, M.. "Antiguas creencias mesopotámicas sobre el más allá." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. Última modificación junio 20, 2014. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-701/antiguas-creencias-mesopotamicas-sobre-el-mas-alla/.

Estilo MLA

Choksi, M.. "Antiguas creencias mesopotámicas sobre el más allá." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 20 jun 2014. Web. 21 dic 2024.

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