Heráclito de Éfeso (c. 500 a. C.) afirmó célebremente que «en la vida todo fluye» y, aunque parece haber pensado que esta observación sería clara para todos, desde su época hasta el día de hoy, las personas siguen resistiéndose al cambio. Heráclito fue uno de los primeros filósofos presocráticos (llamados así por ser anteriores a Sócrates), considerado el padre de la filosofía occidental. Los primeros presocráticos se centraron en identificar la causa primera de la creación (ese elemento o energía que puso en marcha toda la creación y la sostuvo) y se los conocía como «filósofos naturales» porque su interés se centraba en las causas naturales de los fenómenos sobrenaturales que se solían explicar por la voluntad de los dioses.
Su contemporáneo oriental, Siddhartha Gautama (el Buda, c. 563 - c. 483 a. C.), reconoció el mismo aspecto esencial de la vida: que nada era permanente y que el mundo observable estaba en constante estado de cambio, y comprendió que esta era la causa del sufrimiento humano: la gente insistía en la permanencia en un mundo de impermanencia. El Buda animó a las personas a aceptar la naturaleza esencial de la vida y a desprenderse de la falsa idea de que todo a lo que se aferraban podía ser permanente. Heráclito tenía el mismo mensaje, pero con una diferencia significativa: uno podía apegarse a cualquier cosa, siempre y cuando entendiera que era fugaz.
La diferencia entre los dos filósofos es que Heráclito fomentaba el compromiso activo mientras que Buda sugería el desinterés iluminado. Buda enseñaba un camino de desprendimiento gradual de la mutabilidad del mundo, que conducía a la comprensión y el reconocimiento de que uno podía vivir su vida plenamente sin anhelar lo que le faltaba, sin temer lo que podía perder ni lamentar lo que había pasado. Heráclito animó a la gente a abrazar el cambio como esencia fundamental de la vida y a vivir en él, incluso a celebrarlo, con total conciencia de lo que se tenía y de lo que inevitablemente se perdería.
Aunque su enfoque central difiere, su objetivo es el mismo: despertar a quienes se aferran a lo que conocen por miedo e ignorancia y permitirles acercarse a una comprensión más elevada y dinámica de la vida. Resulta interesante, aunque no sorprendente, que este mismo enfoque fuera desarrollado en el siglo XX por el conocido psiquiatra suizo Carl Jung (1875-1961), que hizo hincapié en la importancia del proceso de autorrealización (comparable al estado de conciencia alentado por Heráclito y Buda), mediante el cual uno puede dejar de lado sus miedos y limitaciones infantiles para vivir una vida más madura y plena.
La filosofía de Heráclito
Heráclito parece haber escrito una serie de obras importantes de las cuales solo se conservan fragmentos por escritores posteriores. El temprano interés presocrático por identificar la causa primera comenzó con Tales de Mileto (c. 585 a. C.), continuó a través de su alumno Anaximandro (c. 610-546 a. C.) y luego Anaxímenes (c. 546 a. C.), todos los cuales inspiraron a filósofos posteriores como Heráclito.
Tales afirmaba que la causa primera era el agua, porque podía asumir varios estados: calentada se convertía en aire (vapor), congelada se convertía en sólida (hielo), etc. Anaximandro rechazó esto y afirmó que la causa primera tenía que ser una fuerza cósmica (a la que llamó el ápeiron) mucho más allá de cualquiera de los elementos de la tierra, porque su esencia tenía que ser una parte de todos los elementos de la creación. Anaxímenes propuso el aire como elemento fundamental porque, al igual que el agua de Tales, podía asumir diferentes formas como el fuego (cuando se enrarece) y el agua (a través de la condensación), y mantenía la vida.
Estas tres afirmaciones reconocían el cambio como un aspecto esencial de la causa primera. Aun así, Heráclito rechazó las tres por considerarlas insuficientes porque, al parecer, carecían de una cualidad observable y transformadora; el agua, el ápeiron y el aire podían iniciar la transformación pero no completarla. En su lugar, afirmó que la causa primera era el fuego (una energía transformadora) porque toda la vida y la propia naturaleza de la vida era el cambio y la transformación encarnados e ilustrados por la energía del fuego. El fuego transformaba la carne cruda en comida cocinada, el aire frío en caliente, la madera en ceniza, la oscuridad en luz y por eso, según él, era claramente la causa primera.
Se dice que Heráclito nació en el seno de una familia aristocrática de Éfeso, pero, sea como sea, se dice que mantuvo una actitud de superioridad hacia los demás durante toda su vida. Se dice que su filosofía se desarrolló a partir de esta actitud, ya que creía que la mayoría de las personas con las que se encontraba eran inferiores a él y que estaban espiritual e intelectualmente dormidas. Sin embargo, bien podría ser que Heráclito fuera simplemente un astuto observador de la condición humana y reconociera que la mayoría de las personas estaban, de hecho, dormidas en sus vidas, rindiendo sus propios juicios a la opinión popular y traicionando sus sueños en interés de los demás. Heráclito parece haber formulado su filosofía de manera que despertara a la gente y la obligara a enfrentarse a su propia pereza espiritual y su letargo emocional.
No está claro, debido a su redacción y a los pocos fragmentos que quedan de sus escritos, en qué consistía su filosofía, aparte de la afirmación de que la vida es un cambio constante, pero parece que abogaba por una conciencia completa de la existencia en forma de simple atención y de permanecer crítico con las definiciones o declaraciones de verdad de otras personas. Criticaba regularmente a sus compañeros filósofos y a los escritores anteriores, dudaba de las opiniones de los profesionales de cualquier área y creía que era él quien mejor entendía cómo navegar por el camino de su propia vida.
Probablemente sea más conocido por su afirmación, a menudo mal citada, de que «nadie se baña en el río dos veces», que suele traducirse directamente como «en el mismo río nos bañamos y no nos bañamos, somos y no somos» (Baird, 20). Lo que Heráclito quería decir es que el mundo está en un estado constante de cambio y, aunque uno pueda pisar desde la orilla el lecho de un río por el que ha caminado antes, las aguas que fluyen sobre sus pies nunca serán las mismas que fluyeron un momento antes. De la misma manera, momento a momento, la vida está en un constante estado de cambio y, en su opinión, uno ni siquiera puede tener la certeza de entrar en la misma habitación de su casa de un momento a otro.
La filosofía de Buda
Según la tradición budista, Siddhartha Gautama era un príncipe hindú al que, poco después de su nacimiento, un sabio le profetizó que llegaría a ser un gran rey o una poderosa figura espiritual. Su padre, monarca del reino de Kapilavastu, quería un sucesor y trató de proteger a su hijo de cualquier sugerencia de sufrimiento humano que pudiera inclinarlo hacia el camino espiritual. Sin embargo, los planes del rey fracasaron cuando Siddhartha empezó a reflexionar sobre la enfermedad, la vejez y la muerte. Renunció al trono y abrazó la vida de asceta espiritual, alcanzó finalmente la iluminación y se convirtió en Buda.
Su estado de iluminación le permitió darse cuenta, como Heráclito, de que todo en la vida fluye y que la mayor parte de la humanidad no se daba cuenta de ello. Comprendió que la gente siempre sufría porque continuamente insistía en los aspectos placenteros de la vida como estados permanentes, cuando la naturaleza de estas cosas es fugaz. La gente quiere aferrarse a los seres queridos, a los trabajos, a los objetos, a los hogares, como si fueran a durar para siempre, cuando por la naturaleza misma de estas cosas es imposible que así sea. Defendía la aceptación de lo que él llamaba las Cuatro Nobles Verdades (que establecen que la vida es un sufrimiento causado por la ansiedad) y un camino de desapego, el Camino Óctuple, una disciplina espiritual que permitía el desprendimiento gradual de la ignorancia que nos mantenía cautivos de la ilusión de permanencia en la vida.
La gran similitud entre la filosofía de Buda y la de Heráclito era que el segundo no defendía tal desprendimiento, pero pretendía el mismo objetivo. Para Heráclito, uno podía abrazar todos los aspectos mutables de la vida y disfrutarlos a pleno siempre y cuando entendiera que, en realidad, eran efímeros y no podían durar. Del mismo modo, Buda enseñó a sus seguidores que podían disfrutar de lo que quisieran en la vida siempre que se dieran cuenta de que era efímero y sin sentido duradero.
En la vida todo fluye
Al hacer su famosa afirmación sobre el río, Heráclito no hacía más que ilustrar la verdad básica de que la vida es un flujo constante, tal como se expresa en su famosa frase Panta Rhei («todo cambia» o «todo fluye»). Heráclito sostenía que la naturaleza misma de la vida es el cambio; el cambio no es un aspecto de la vida sino la vida misma y resistirse al cambio es resistirse a la vida. También afirmaba que existía una fuerza natural asociada al fuego transformador que movía todas las cosas en una rápida sucesión según su naturaleza y que se conocía como el logos.
El logos («palabra» en griego), que infunde todas las cosas (pero no creó el mundo ni pudo provocar su fin), opera naturalmente como «cambio», pero los humanos se resisten a este flujo natural y, por ello, causan sufrimiento para sí mismos y para los demás debido a su ignorancia de la naturaleza de la vida. Heráclito escribió: «Para el logos todas las cosas son bellas, buenas y justas, pero los hombres han supuesto que algunas cosas son injustas y otras justas» (DK 22A32).
A la luz de la conciencia, decía Heráclito, todas las cosas eran buenas porque todas las cosas eran naturales (un punto de vista que influiría en el desarrollo posterior del estoicismo, al igual que el concepto del logos). La gente nacía, vivía y moría, y tras una muerte así, sus seres queridos se lamentaban y calificaban el suceso de tragedia, pero para Heráclito, era simplemente la progresión de la vida y una parte natural de la condición humana. Para él, el dolor y la lucha que acompañan a la muerte son parte del funcionamiento natural del logos, ya que definió la lucha y el conflicto como agentes de transformación.
La vida es conflicto
Para Heráclito, el conflicto es necesario para la perpetuación de la vida. Heráclito critica a Homero (siglo VIII a. C.), que escribió: «ojalá desapareciera la lucha entre los dioses y los hombres» (Ilíada, 18.107), porque, si así fuera, no habría oportunidad de cambio y crecimiento. Uno no puede crecer sin esforzarse por alcanzar algún tipo de meta y la lucha es necesaria en este proceso. Heráclito, de hecho, considera el conflicto como una fuerza vital para mantener el mundo:
Debemos reconocer que la guerra es común y la lucha es la justicia, y que todas las cosas suceden según la lucha y la necesidad. (DK22B80)
La guerra es el padre de todo y el rey de todo, que manifestó a unos como dioses y a otros como hombres, que hizo a unos esclavos y a otros libres. (DK22B53)
Heráclito rechazó el concepto de Anaximandro del ápeiron como fuerza de castigo, creadora y destructora, por la connotación negativa del castigo. Para Heráclito, el conflicto de los opuestos es absolutamente esencial para la continuación de la vida, tal como se entienden los cambios de estaciones, la noche que se convierte en día, los jóvenes que envejecen, e incluso en los vivos que dan paso a la muerte. Todo está en constante movimiento, señalaba Heráclito, y solo hay que reconocerlo y aceptarlo para vivir en él. El Buda lo reconoció con la misma claridad y, a sus maneras, ambos filósofos abogaron por un medio compasivo para aceptar y vivir en un mundo de cambio constante cuando lo que más se desea es la permanencia.
Heráclito y Jung
Carl Jung se hace eco de las ideas de ambos filósofos en varias de sus obras, en las que destaca la importancia crucial de aceptar el cambio como una posibilidad transformadora. Jung reconoció que la gente temía el cambio porque tenía miedo a lo desconocido y que esto incluía el miedo a la pérdida y al abandono. En este aspecto de su pensamiento, como en otros, se basó en la antigua comprensión de pensadores como Heráclito, Buda y muchos otros.
Jung afirmaba que la gente temía el cambio principalmente porque quería evitar el tipo de conflicto asociado al crecimiento. En su obra Las etapas de la vida escribe:
Cada uno de nosotros se aleja gustosamente de sus problemas; en lo posible no hay que mencionarlos, o mejor aún, se niega su existencia. Deseamos que nuestra vida sea sencilla, segura y fluida, y por eso los problemas son un tabú. Queremos tener certezas y no dudas, resultados y no experimentos, sin ver siquiera que las certezas solo pueden surgir a través de la duda y los resultados solo a través del experimento. (Campbell, 5)
Jung consideraba que las neurosis humanas surgían del deseo del individuo de seguir siendo infantil y que una parte de ello era la evasión del conflicto:
Algo en nosotros desea seguir siendo un niño, ser inconsciente o, a lo sumo, consciente solo del ego, rechazar todo lo extraño; o bien someterlo a nuestra voluntad; no hacer nada, o bien satisfacer nuestras propias ansias de placer o poder. (Campbell, 9-10)
Por supuesto que ni Buda ni Heráclito expresaron sus conceptos de la misma manera, pero ambos parecen haber comprendido bien la tendencia humana a aferrarse al pasado y negarse a dejar ir lo conocido y con lo que uno se siente cómodo. Ambos afirmaban que, no obstante, uno solo se causa más sufrimiento al negarse a soltar algo que, para empezar, nunca se le prometió que podría sostener.
Conclusión
Por supuesto que Buda y Heráclito no son los únicos filósofos antiguos que han reconocido que la vida es fugaz y cambiante. La brevedad de la vida, de hecho, es fundamental para el concepto mismo de filosofía en todas las culturas del mundo. Sin embargo, es interesante considerar los puntos de vista de dos de los más grandes pensadores del antiguo Oriente y Occidente, junto con un psiquiatra actual, y reconocer la continuidad de la experiencia humana.
Los tres abogan por la aceptación de la vida tal y como es, al tiempo que advierten contra las respuestas fáciles o las escapadas cómodas que permiten evitar el sufrimiento sin reconocer sus causas. Heráclito se refirió a este estado como el de caminar dormido por la vida, Buda lo definió como la ignorancia subyacente y Jung lo identificó como el deseo de permanecer siempre en un estado infantil en el que no se corren riesgos porque no se espera que se presenten. Cuando uno elige permanecer dormido, ignorante o infantil, busca resolver los problemas de conflicto y sufrimiento pero tal como señala Jung, esta elección solo ahoga al individuo:
Los problemas graves de la vida nunca se resuelven del todo. Si alguna vez parecen estarlo, es una señal segura de que algo se ha perdido. (Campbell, 11)
Lo que Jung sugiere aquí es una pérdida de posibilidades de transformación al aferrarse a lo conocido en lugar de soltar y avanzar junto con la corriente de la vida. Mientras uno se aferre a las nociones del pasado y a las tradiciones personales o culturales de cómo deben permanecer las cosas, no podrá experimentar el tipo de crecimiento que viene con el cambio y que, de hecho, define a todos los seres vivos a medida que se mueven a través de las diversas etapas de la vida, con o sin su consentimiento. Con ello, no hace más que afirmar para la era moderna lo que Buda y Heráclito reconocieron hace más de 2000 años: que en la vida todo fluye.