Los últimos días de Sócrates es un título moderno para la colección de cuatro diálogos del filósofo griego Platón, el Eutifrón, la Apología, el Critón y el Fedón, que cuentan la historia del juicio, el encarcelamiento y la muerte de Sócrates y presentan la visión de Platón del filósofo ideal y de una vida vivida en busca de la verdad última.
La ejecución de Sócrates en Atenas en 399 a.C. afectó profundamente a su estudiante, Platón (428-348 a.C.), que se vio inspirado por su maestro a abandonar su ambición literaria como dramaturgo y dedicarse enteramente a la filosofía. Aunque a menudo se habla de Sócrates como "el padre de la filosofía", este título le corresponde más bien a Platón. Sócrates nunca escribió nada, y casi todo lo que se sabe del filósofo más mayor proviene de los Diálogos de Platón.
La visión que compartió Platón con el mundo no tenía nada que ver con lo que había habido antes. No hay manera de saber si esa visión pertenecía realmente a Sócrates o no. Algunos coetáneos de Platón, tales como el filósofo Fedón, otro de los estudiantes de Sócrates, afirmaban que los diálogos de Platón malinterpretaban totalmente a Sócrates y mostraban los pensamientos de Platón por completo.
A parte de sus obras La República, el Menón y el Banquete, Platón es más conocido por los cuatro diálogos que normalmente se suelen recoger en el compendio Los últimos días de Sócrates, que se pueden leer como una obra teatral de cuatro actos, en la que el Acto I presenta a Sócrates hablando y haciendo el tipo de preguntas por las que acabarían acusándolo de corromper la moral de los jóvenes de Atenas y promover la fe en otros dioses (el Eutifrón); el Acto II detalla su defensa y condena por parte del jurado ateniense (la Apología); el Acto III presenta su creencia firme en su propia visión mientras está en la cárcel (el Critón); y el Acto IV es su intento final por aclarar su visión de la inmortalidad del alma y la verdad última antes de su ejecución con un vaso de cicuta (el Fedón).
Al escribir este drama, Platón creó el paradigma del visionario que muere por sus creencias que se ha mantenido a lo largo de los siglos desde entonces como ejemplo a seguir a la hora de defender las creencias propias y la justicia incluso frente a la muerte. Algo central de la visión que Platón le atribuye a Sócrates es su famosa teoría de las formas, que dice que hay una verdad última a la que debemos esforzarnos por llegar. Platón no podía demostrar empíricamente la existencia de un reino de las Formas (hasta su estudiante más famoso, Aristóteles, rechazó la idea de un plano invisible), pero no por eso dejó nunca de intentarlo.
La teoría de las formas de Platón
La teoría de las formas, que mantuvo e intentó demostrar en todas sus obras, dice que hay un reino superior e invisible por encima del mundo visible que es más verdadero, mejor y más hermoso que cualquier cosa observable en la tierra. De hecho, todo lo que vemos en la vida no es sino un reflejo de lo que existe en este reino ideal de Formas. Cuando alguien dice que una vasija, o lo que sea, es hermoso, está reconociendo en el objeto la forma ideal de belleza en la que participa ese objeto. La forma ideal de la belleza solo se puede percibir a través de la gente, los animales, los objetos, cualquier cosa, que se ven y experimentan, y cuanto más directa es esa participación, más hermosa aparece la persona o el objeto.
Este mismo paradigma también se aplica a los conceptos que se dice que son "buenos" o "verdaderos": una afirmación o creencia solo puede ser verdadera hasta donde participa en el ideal de la Verdad, y solo puede ser buena hasta donde se aproxima a la verdadera Bondad. Esta teoría se podría aplicar a conceptos tan elevados como la existencia de Dios o a cosas tan comunes como la apreciación de una comida. Una cena no sabría bien simplemente porque se adecúa al paladar de alguien, sino porque la preparación de la comida en esa cena participa más enteramente del reino de las Formas que otras comidas.
Platón rechazó por completo la afirmación relativista, propuesta por Protágoras (en torno a 485-415 a.C.), que decía que "el hombre es la medida de todas las cosas", es decir, que la belleza es subjetiva. La noción de que todas las cosas son relativas a la percepción individual y la experiencia es la antítesis de la visión de Platón.
Platón decía que no se puede creer y hacer sin más lo que se quiera y afirmar que es una buena manera de vivir. En vez de eso, habría que esforzarse en descubrir cuál es la manera adecuada de vivir y después afanarse por vivir de esa manera. A través de su obra en cuatro actos, Platón nos proporciona con Sócrates un modelo de conducta a seguir, y este drama depende totalmente de la aceptación de la teoría de las formas; un mundo de verdad ideal y objetiva que existe independientemente del sistema de creencias individual de cada persona.
El Eutifrón
El Eutifrón da comienzo a la obra y presenta a Sócrates antes de entrar al juzgado para defenderse a sí mismo contra el cargo capital de impiedad. El acusador principal es un poeta llamado Meleto, un joven del que no se sabe nada más allá de su asociación con el juicio de Sócrates, y otros dos, Ánito y Licón, todos ellos ciudadanos destacados de Atenas. Al comienzo del diálogo, Sócrates se encuentra con un hombre mucho más joven, Eutifrón, que ha ido a acusar a su padre del mismo cargo. Platón diseña la situación de Eutifrón como un reflejo dramático de la de Sócrates: un hombre más joven que sabe poco o nada de lo que acusa a su padre presenta un cargo serio contra un hombre más mayor.
A lo largo del diálogo se va haciendo cada vez más aparente que Eutifrón es un niñato estúpido y presuntuoso que afirma tener una sabiduría mayor que la de los dioses y que su voluntad, cosa que no puede demostrar. La insistencia de Sócrates para que Eutifrón se dé cuenta de que dice tener un conocimiento que no tiene, y que se enfrente a esa verdad y reevalúe su vida, está pensada como un ejemplo de cómo "corrompía" Sócrates a la juventud de Atenas. Al enfrentar a los jóvenes con sus pretensiones y sus falsas ideas de sí mismos, Sócrates los animaba a cuestionar todo lo que les habían enseñado o lo que creían saber, cosa que no gustaba a las autoridades de Atenas.
Eso no quiere decir que la razón para ejecutar a Sócrates fuera "corromper a la juventud"; había muchos más factores a tener en cuenta en la Atenas de ese momento que condujeron a su condena. Por supuesto, Platón lo sabía y utiliza el Eutifrón para demostrar lo absurdo de los cargos además de dramatizar de forma contundente cómo alguien podría interpretar la labor de Sócrates como algo perturbador y destructivo. Al fin y al cabo, Eutifrón no es más que un joven muy tonto que, según admite él mismo en el diálogo, nadie se toma en serio nunca. Dejar que siguiera con su vida y sus ilusiones de grandeza no habría afectado seriamente a nadie en Atenas, pero, para Sócrates, mejorar el alma de la gente era de vital importancia.
La Apología
La Apología continúa con el drama cuando Sócrates se presenta a juicio frente a los hombres de Atenas. En este juicio Sócrates no acepta responsabilidad alguna por un daño cometido ni pide perdón. Una apología es la defensa de una postura, y en el transcurso de este diálogo Sócrates defiende sus acciones y sus creencias en uno de los mejores discursos de la historia:
Hombres de Atenas, os honro y adoro; pero obedeceré a Dios antes que a vosotros y, mientras tenga vida y fuerza, nunca cejaré en mi empeño de practicar y enseñar filosofía, exhortando a tantos cuantos encuentre a mi manera, y convenciéndolos diciendo: Oh, amigo mío, ¿por qué tú, que eres ciudadano de la grande, la poderosa, la sabia ciudad de Atenas, te preocupas tanto por amasar la mayor cantidad de dinero, honor y reputación, y tan poco por la sabiduría, la verdad y mejorar el alma lo máximo posible, por la que nunca tienes ningún respeto? ¿Acaso no te da vergüenza? Y si la persona con la que estoy hablando dice: Sí, pero sí que me preocupo; entonces no lo dejo partir sin más. Lo interrogo y examino y vuelvo a examinar, y si creo que no tiene ninguna virtud, sino que solo dice que la tiene, le echo en cara que aprecie de más lo nimio y aprecie de menos lo importante. Y esto se lo diré a todos cuantos me encuentre, jóvenes o viejos, ciudadanos o extranjeros, pero especialmente a los ciudadanos, en vista de que son mis hermanos. Porque ese es el mandamiento de Dios, como quiero que sepáis: y creo que hasta el día de hoy no ha habido un bien mayor en el estado que mi servicio a Dios. Porque lo único que hago es ir por ahí convenciéndoos a todos, jóvenes y viejos, de no preocuparos por vuestra persona y vuestras propiedades, sino principalmente preocuparos por mejorar vuestra alma lo máximo posible. Os digo que la virtud no la da el dinero, sino que de la virtud provienen el dinero y todos los demás bienes para el hombre, tanto públicos como privados. Esta es mi enseñanza, y si esta es la doctrina que corrompe a la juventud, entonces en verdad mi influencia es ruinosa. Pero si alguien dice que eso no es lo que enseño, entonces no está diciendo la verdad. Por eso, Oh hombres de Atenas, os digo: haced o no lo que dice Ánito, y absolvedme o no. Pero hagáis lo que hagáis, sabed que nunca cambiaré mis modos, ni siquiera si tengo que morir mil veces (29d-30c).
Aunque Sócrates se defiende hábilmente, lo condenan a muerte por impiedad. Aun así, se mantiene firme en sus creencias y desafía a sus acusadores y los miembros del jurado, diciéndoles que "una vida sin examinar no merece ser vivida" y que no se arrepiente de nada porque sabe que ha hecho la voluntad de Dios y ha buscado la verdad hasta el final. El experto I. F. Stone ha alabado la Apología de Platón como "una obra maestra de la literatura mundial, un modelo de alegato en el tribunal, y la obra más grande de prosa griega que ha llegado hasta nuestros días. Alcanza un clímax que nunca deja de llegar a lo más hondo", y Stone no es el único que opina así.
El Critón
En este diálogo, Critón, un viejo amigo de Sócrates, va a visitarlo a prisión e intenta convencerlo de escapar. En la antigua Atenas era común que los prisioneros con amigos ricos o con conexiones sobornaran a los guardias y se escaparan de prisión para huir a una colonia griega alejada u otro país. Sin embargo, Sócrates se niega diciendo que las leyes de Atenas lo han formado y lo han convertido en lo que es y no puede elegir ignorarlas ahora solo porque le convenga.
Platón describe un diálogo entre Sócrates y las Leyes de Atenas en el que las leyes le recuerdan todo el bien que le han proporcionado a él personalmente y al pueblo en general. Sócrates le dice a Critón que, si se escapara, estaría traicionando las mismas leyes que le han dado todo aquello de lo que se ha beneficiado en vida. También se estaría traicionando a sí mismo al huir de una sentencia impuesta sobre él porque no lo tomarían en serio en ningún otro lugar del mundo si renegara de sus enseñanzas al demostrar que no las consideraba dignas de la muerte. El diálogo acaba cuando Critón acepta los argumentos de Sócrates y abandona sus planes para rescatar a su amigo.
El Fedón
El Fedón, el más complejo filosóficamente de los diálogos, es el último acto del drama. Los estudiantes de Sócrates se han reunido en la prisión para hablar con su maestro antes de su ejecución. Dos de sus amigos, Simmias y Cebes, ambos filósofos pitagóricos de Tebas, son los interlocutores principales del diálogo que habla de la inmortalidad del alma y la vida después de la muerte.
Sócrates empieza la discusión diciendo que "está seguro de que los muertos tienen algún tipo de existencia" (63C) y Simmias y Cebes después proponen argumentos contra esta afirmación para poder poner a prueba la verdad de ello. En la Apología, Sócrates le dice a los hombres del jurado que "el estado de la muerte es una de dos cosas: o bien el hombre muerto deja de existir por completo y pierde toda conciencia o bien, como nos han dicho, es un cambio y una migración del alma a otro lugar" (40c), pero más adelante en el diálogo afirma vehementemente que la persona sobrevive la muerte del cuerpo, y dice que "hay que enfrentarse a la muerte con esperanza, y creer en esta verdad, que ningún mal puede ocurrirle a un buen hombre, ya sea en vida o después de muerto" (41d) y termina diciendo que "ahora ha llegado la hora y tenemos que irnos, yo a morir y vosotros a vivir. Cuál es mejor, solo Dios lo sabe" (42a).
El Fedón desarrolla esas ideas de manera más completa cuando Simmias y Cebes argumentan contra la inmortalidad del alma y Sócrates refuta sus argumentos. Usa la teoría de la reminiscencia, que se desarrolla de forma más clara en otro diálogo, el Menón, que argumenta que lo que llamamos "aprendizaje" en realidad es el acto de recordar experiencias de una vida anterior y, al igual que en ese diálogo, intenta demostrarlo mostrando cómo la gente sabe cosas que nunca le han enseñado. En el Fedón, Sócrates afirma que:
Bueno, si recibimos este conocimiento antes de nacer, y hemos nacido con él, entonces conocíamos, tanto antes como en el momento de nacer, no solo lo igual, sino lo mayor y lo menor [en cuanto a la igualdad abstracta], sino todo lo que tiene que ver con ello, ¿no es así? Nuestro razonamiento presente no habla solo de la igualdad. Se refiere, de la misma manera, al bien absoluto, la belleza absoluta, la justicia absoluta, la divinidad absoluta; es decir, repito, todo lo que marcamos con el nombre de real en las preguntas y respuestas de nuestra dialéctica. Así que hemos tenido que recibir el conocimiento de todas las realidades antes de nacer (75c-d).
Lo que está defendiendo aquí es la aceptación de la teoría de las formas, argumentando que lo que "recordamos" está disponible por la existencia de otro reino de realidad en el que participamos antes de nacer, un reino en el que conocíamos las verdades objetivas y definitivas. En el Menón argumenta que, si morimos con nuestras facultades mentales intactas, recordaremos mejor lo que experimentamos en una vida anterior y que el reino de las formas formará parte de esa experiencia; en el Fedón ahonda en esta afirmación.
Estos argumentos se presentan y se refutan, pero Simmias y Cebes siguen insistiendo en conseguir pruebas irrefutables de la inmortalidad del alma, y Cebes afirma que no consigue entender claramente los argumentos de Sócrates. En ese momento, Sócrates se lanza a la prueba última de la inmortalidad del alma, y empieza diciendo:
No quiero decir nada nuevo, sino solo lo que he estado repitiendo una y otra vez, tanto en la conversación de hoy como otras veces. Voy a intentar explicarte la causa en la que hemos estado trabajando, y me remitiré a lo que tantas veces he dicho, y empezaré asumiendo que existe la verdad absoluta, y el bien absoluto, y la grandeza absoluta y demás. Si me concedes esto, y estás de acuerdo en que existen, espero ser capaz de explicarte lo que quiero decir, para descubrir que el alma es inmortal (100b).
Es aquí donde los argumentos de Sócrates fallan en dos puntos: 1. que empezará "asumiendo que existe" el reino de las formas y 2. al decir a sus amigos, que "Si me concedes esto, y estás de acuerdo en que existen..." Para que el reino de las formas pueda ser una prueba a favor de la inmortalidad del alma, hay que aceptar que este reino existe sin tener pruebas de ello. Si se acepta, entonces se cree; si no, entonces siempre habrá dudas. Al final, no hay ninguna prueba irrefutable de la inmortalidad del alma, tan solo fe.
Conclusión
Platón trabajó toda su vida para demostrar racionalmente, más allá de toda duda, la existencia de un plano de realidad superior y de verdades superiores que conformaban el mundo visible. En el último diálogo que escribió, Leyes, todavía lo estaba intentando sin llegar a conseguirlo. Las obras de Platón se pueden leer como la refutación de toda una vida de la relatividad de Protágoras.
Aunque nunca pudo demostrar sus estándares objetivos satisfactoriamente, su intento creó un concepto que nunca antes se había articulado de manera tan desarrollada: que hay un bien superior por el que esforzarse en la vida, una verdad objetiva que hay que perseguir, y una manera correcta de vivir la vida de acuerdo con los estándares de esa verdad.
Con su drama de los últimos días de Sócrates, Platón le proporcionó al mundo el modelo de conducta definitivo del filósofo que vive su creencia en esta verdad superior y en el reino invisible del que provienen, y da su vida por esa creencia. Incluso si no aceptamos el universo que presentaba Platón, no se puede sino admirar su visión de un mundo superior al que nos podemos acercar un poco más sencillamente con creer en su existencia.