La Ceremonia del Fuego Nuevo, también conocida como la Ceremonia de Atadura de Años, era un ritual que se celebraba cada 52 años en el mes de noviembre al completarse el ciclo completo del año solar mexica o azteca (xiuhmopilli). El propósito no era otro que renovar el sol y garantizar otro ciclo de 52 años. La Ceremonia del Fuego Nuevo, o Toxhiuhmolpilia, como la llamaban los propios aztecas, era con diferencia el acontecimiento más importante del calendario religioso porque, sencillamente, si la ceremonia fracasaba, entonces la civilización azteca tocaría a su fin.
El calendario solar
El momento de la ceremonia y el número 52 eran importantes porque era el momento exacto en el que coincidía el primer día de los dos calendarios aztecas que se usaban entonces simultáneamente: el ancestral tonalpohualli mesoamericano sagrado, un ciclo de 260 días, y el xiuhpohualli, el calendario solar y ceremonial azteca de 365 días. Además, cada segundo ciclo (104 años) tenía una mayor relevancia, porque en esa fecha precisa el tonalpohualli coincidía con el ciclo de 52 años. Los aztecas consideraban que estos ciclos eran un reflejo de los ciclos cósmicos ancestrales que, según la mitología azteca, habían creado el mundo. El historiador Jacques Soustelle describe bien la razón por la que un ritual como la Ceremonia del Fuego Nuevo era tan importante culturalmente.
En el fondo, los antiguos mexicanos no tenían una confianza real en el futuro; su frágil mundo estaba perpetuamente a merced de algún desastre. No solo estaban los cataclismos naturales y las hambrunas, sino que, además, en ciertas noches se aparecían en las encrucijadas las divinidades monstruosas de occidente. También estaban los brujos, esos mensajeros de un mundo misterioso, y cada cincuenta y dos años surgía el gran temor que sufrían todas las naciones del imperio cuando el sol se ponía en el último día del "siglo" y nadie podía predecir si volvería a salir o no (114).
Xiuhtecuhtli, dios del fuego
Xiuhtecuhtli, también conocido como el "Señor de la Turquesa", el dios azteca del fuego, supervisaba la ceremonia. Su nombre revela su asociación tanto con la turquesa como con el tiempo, ya que xiuhitl en náhuatl, el idioma de los aztecas, significaba tanto "turquesa" como "año". El fuego, al igual que con muchas otras culturas antiguas, se consideraba un elemento fundamental del universo, presente en todas las cosas. Creían que la columna de fuego de Xiuhtecuhtli atravesaba el cosmos, desde Mictlán, el inframundo, hasta Topán, los cielos. En la mitología azteca, la asociación entre el sol y el fuego se realiza mediante el autosacrificio de los dioses Nanahuatzin y Tecuciztécatl, que se arrojaron a la hoguera en Teotihuacán para producir el Sol y la Luna respectivamente. Como veremos, en la Ceremonia del Fuego Nuevo había un fuego esencial para garantizar que el sol, dador de vida, volviera a salir.
Los preparativos para la ceremonia
El primer preparativo para la ceremonia consistía en extinguir todos los fuegos y hogueras de cualquier tipo, desde los templos a los hogares, estos últimos asociados especialmente con Xiuhtecuhtli. Después, se llevaba a cabo una limpieza exhaustiva: se barrían las calles y se tiraban las piedras viejas del fogón, así como los utensilios de cocina viejos o la ropa gastada, e incluso se lavaban y limpiaban los ídolos con toda ceremonia. Otro ritual consistía en atar manojos de 52 cañas para crear un xiuhmopilli simbólico. Se encerraba a las mujeres embarazadas en los graneros y les pintaban la cara de azul porque creían que así no se convertirían en monstruos por la noche. A los niños también se les pintaba la cara y les impedían quedarse dormidos para que no se convirtieran en ratones. Por último, cuando caía la noche, la gente abandonaba toda actividad, se subía a los tejados de las casas y esperaba en un silencio sepulcral y con el alma en vilo a lo que estaba por venir.
La ceremonia
A continuación, a las afueras de la capital mexica de Tenochtitlán, los sumos sacerdotes se reunían en la cumbre de la montaña volcánica sagrada al sureste del lago Texcoco, el monte Uixachtecatl (también llamado Huixachtlan, que significa "el lugar de los espinos", aunque ahora se llama Citlaltépec, "cerro de la estrella"). Los sacerdotes iban ricamente vestidos como los dioses, con capas elegantes, máscaras y tocados de plumas, liderados por la figura de Quetzalcóatl. Una vez allí, en una plataforma visible desde toda la ciudad, los sacerdotes esperaban hasta la medianoche a que se diese una alineación precisa de las estrellas, que marcaría el comienzo de la ceremonia. Cuando los Tianquiztli (las Pléyades) alcanzaban su cénit y la estrella Yohualtecuhtli refulgía en el centro del cielo nocturno era el momento de realizar el sacrificio humano. El sumo sacerdote, probablemente vestido como Xiuhtecuhtli y con una máscara turquesa, le sacaba el corazón con un cuchillo a la víctima, todavía viva, y encendía un fuego en su cavidad torácica con un taladro de fuego sagrado, el tlequauitl. Si el fuego ardía con fuerza, entonces todo estaba bien y Xiuhtecuhtli había bendecido al pueblo con otro sol. Si el fuego no prendía, entonces las Tzitzimime atacarían sin piedad. Estos monstruos terribles, armados con cuchillos afilados, vagarían por la oscuridad en una tierra sin sol rebanando y comiéndose a toda la humanidad sin excepciones. Y así, el mundo se acabaría.
Por suerte, esta terrible tragedia nunca llegó a ocurrir y después de cada ceremonia, cuando el fuego ya ardía en el pecho de la víctima, se usaba para prender una enorme hoguera, de manera que todo el mundo en la ciudad pudiera ver que la ceremonia había sido un éxito. Después el fuego se transfería a Tenochtitlán, donde se usaba para encender el fuego del templo de Huitzilopochtli en la cima de la pirámide del Templo Mayor. A continuación, se encendía el fuego del Templo del Fuego de la ciudad y por último se volvían a encender todos los fuegos y hogueras de la ciudad.
Una vez cumplida la ceremonia, se renovaban las piedras de los fogones y se hacían ofrendas de incienso y codornices en agradecimiento. Luego, tras una apropiada mañana de ayuno, se celebraban grandes fiestas, como es comprensible. Los participantes llevaban ropa nueva, comían tortas de semillas de amaranto y miel y bebían pulque. Un poco más tarde, los gobernantes, alentados por esta aprobación divina de su gobierno, iniciaban proyectos de construcción estatales, tal y como hizo Motecuhzoma I en 1455 d.C., cuando amplió una vez más el Templo Mayor de Tenochtitlán.
La Ceremonia del Fuego Nuevo se celebró en 1351, 1403, 1455 y otra vez en 1507 d.C. Curiosamente, aunque puede que sea indicativo de la creencia de que cada ciclo era un comienzo nuevo, los aztecas no numeraban específicamente cada ciclo de 52 años. El calendario, por así decirlo, comenzaba otra vez desde cero. Por tanto, la última Ceremonia del Fuego Nuevo marcó el comienzo de la era del quinto sol azteca, y resulta inquietante pensar que según la mitología azteca era la última, y así resultó ser con la llegada de los invasores europeos.
La Ceremonia del Fuego Nuevo en el arte
La Ceremonia del Fuego Nuevo se menciona en varios ejemplos de arte azteca y colonial. En Tenochtitlán se han excavado esculturas de piedra que representan los manojos de xiuhmopilli, todos ellos sellados con el jeroglífico que representa la fecha del año en el que se produjeron. La ceremonia en la que se vuelven a encender las hogueras de Tenochtitlán está representada en una ilustración del Códice borbónico (página 34), de alrededor de 1525. Los sacerdotes portan manojos para transferir el fuego y llevan máscaras turquesas, al igual que los ciudadanos, incluidas las mujeres y los niños. También hay incluida una imagen de Moctezuma (Motecuhzoma II), el gobernante mexica que presidió la última ceremonia celebrada en 1507.
Una de las obras de arte azteca más famosas es la máscara de Xiuhtecuhtli, de mosaico turquesa, que hoy en día se encuentra en el Museo Británico. Puede que sea similar a las máscaras que llevaban los sumos sacerdotes durante la Ceremonia del Fuego Nuevo; tiene ojos de concha de caracol y data del siglo XIV. Por último, el célebre Trono de Motecuhzoma II se esculpió específicamente para conmemorar la Ceremonia del Fuego Nuevo de 1507. El trono tiene glifos grabados en el frente que indican la fecha, representaciones de Xiuhtecuhtli y otros dioses en los laterales y en la parte trasera del respaldo hay un gran disco solar.