Los antiguos egipcios creían que la vida en la tierra no era más que una parte del viaje eterno que no terminaba en la muerte, sino en la dicha eterna. Cuando el cuerpo dejaba de funcionar, el alma no moría sino que continuaba hacia una vida posterior en la que recibía de nuevo todo lo que creía perdido.
La persona nacía en la tierra por la benevolencia de los dioses y las deidades conocidas como las Siete Hathors decretaban su destino tras el nacimiento. Después el alma vivía la mejor vida que podía en el cuerpo temporal que había recibido. Cuando llegaba la muerte, esta no era más que una transición a otro reino en el que, si los dioses lo estimaban justo, la persona viviría eternamente en el paraíso que conocían como Campo de los Juncos. El Campo de los Juncos, o a veces también Campiña de las Ofrendas, que los egipcios llamaban A'aru, era un reflejo de la vida terrenal. El objetivo de todo egipcio era llevar una vida digna de vivir eternamente y, según indican los registros, hacían lo mejor que podían.
La visión popular de la obsesión de los egipcios con la muerte
Egipto ha sido sinónimo de tumbas y momias desde finales de los siglos XVIII y XIX y principios del XX cuando los exploradores occidentales, arqueólogos, empresarios, artistas y timadores empezaron a investigar y explotar esta cultura. La primera película sensacionalista sobre momias, La tumba de Cleopatra, la produjo Georges Méliès en 1899. Esta película ya no existe, pero aparentemente contaba la historia de la momia de Cleopatra, que se descubría, se destrozaba y luego revivía y causaba estragos entre los vivos. En 1911 apareció La momia de Thanhouser Company, en la que se revive la momia de una princesa egipcia mediante corrientes eléctricas y, al final, el científico que la revive se casa con ella.
En 1922 el descubrimiento de la tumba de Tutankamón fue primera plana mundial y la historia posterior de la maldición del rey fascinó a la gente tanto como las fotos del inmenso tesoro que se sacó de la tumba. Egipto se asoció con la muerte en la imaginación popular y películas posteriores como La momia (1932) sacaron provecho de ese interés. En la película de 1932, Boris Karloff interpreta a Imhotep, un antiguo sacerdote que fue enterrado vivo, y al Imhotep resucitado que adopta el nombre de Ardath Bey. Bey está intentando asesinar a la hermosa Helen Grosvenor (interpretada por Zita Johann), que es la reencarnación del gran amor de Imhotep, Ankesenamón. Al final, el plan de Bey de matar, momificar y resucitar a Helen como la encarnación de su vida pasada falla y Bey queda reducido a nada.
El enorme éxito de la película garantizó que se filmaran secuelas a lo largo de los años 40 (La mano de la momia, La tumba de la momia, El espectro de la momia y La maldición de la momia), que se parodiara en los 50 (Abbot y Costello contra la momia, 1955), que siguiera en marcha en los 60 (La maldición de la momia de 1964 y El manto de la momia de 1967) y que llegara incluso a los 70 con Sangre en la tumba de la momia, de 1971. El género del terror con momias se reavivó con la nueva versión de La momia de 1999, que fue tan popular como la de 1932 e inspiró la secuela El regreso de la momia en 2001 y las películas del Rey Escorpión (2002-2012) que también fueron bien recibidas. La película más reciente de Dioses de Egipto (2015) traslada la atención de las momias a los dioses y los reyes del antiguo Egipto y a la otra vida, pero sigue promoviendo esa asociación de Egipto con la muerte y la oscuridad mediante una trama demasiado violenta y una representación del inframundo como una morada de demonios.
Las momias, las maldiciones, los dioses y los ritos místicos han sido un elemento básico de las representaciones populares de la cultura egipcia en libros y películas durante más de 200 años y todos fomentan el "hecho" aparentemente evidente de que los egipcios estaban obsesionados con la muerte. Este entendimiento se ve alimentado por las obras de los primeros escritores sobre el antiguo Egipto que malinterpretaron la visión egipcia de la otra vida como una obsesión por el final de la vida terrenal. Incluso en el siglo XX cuando los estudiosos ya entendían mejor la cultura egipcia, la destacada historiadora Edith Hamilton, normalmente bastante fiable, escribió en 1930:
En Egipto el interés estaba centrado en los muertos... Cantidades incontables de seres humanos durante incontables siglos pensaron en la muerte como lo que les era más cercano y más querido. [Los egipcios eran] gente desdichada, gente laboriosa, [que] no juega. En Egipto no se puede concebir nada parecido a los juegos griegos. Si la diversión y el deporte hubiesen tenido un papel real en las vidas de los egipcios, habrían aparecido en el registro arqueológico de una manera u otra. Pero los egipcios no jugaban. (citado en Nardo, 9)
La visión egipcia de la vida
La realidad es que hay muchas pruebas de que los egipcios jugaban, y mucho. Entre los deportes que disfrutaban los egipcios están el hockey, el balonmano, el tiro con arco, la natación, el tira y afloja, las acrobacias, el remo y un deporte conocido como "justa acuática" que era una batalla marina en botes pequeños en el Nilo en el que ambos equipos intentaban tirar al otro al agua. Los niños aprendían a nadar a una edad temprana y la natación era uno de los deportes más populares que dio lugar a otros deportes y juegos acuáticos. El juego de mesa Senet era muy popular y representaba el viaje por la vida y la eternidad. La música, la danza y la gimnasia rítmica coreografiada formaban parte de los festivales principales y uno de los conceptos más valorados por los egipcios era la gratitud por la vida que habían recibido y todo lo que esta contenía.
Los dioses se consideraban amigos íntimos y benefactores que dotaban de sentido a cada día. Hathor siempre estaba cerca como Dama del Sicomoro, una diosa de un árbol, que proporcionaba sombra y comodidad pero al mismo tiempo presidía sobre el Nilo celestial, la Vía Láctea como fuerza cósmica y, como Dama de la Necrópolis abría las puertas para que el alma pudiera proceder a la otra vida. También estaba presente en todos los festivales, bodas y funerales como Señora de la Embriaguez que animaba a la gente a alegrarse el corazón con la bebida.
Los demás dioses y diosas de Egipto también se representaban como una parte íntima de la vida y el bienestar de los seres humanos. Durante la vida terrenal, les proporcionaban a los vivos todo lo que necesitaban y, tras la muerte, parece que reconfortaban y guiaban al alma. Diosas como Serket, Neftis y Qebhet guiaban y protegían a las almas recién llegadas; Qebhet incluso les traía agua fresca. Anubis, Thot y Osiris las juzgaban y después las castigaban o recompensaban. La imagen popular de los egipcios como un pueblo obsesionado con la muerte no podría estar más equivocada: si acaso, los antiguos egipcios estaban obsesionados con la vida y con vivirla al máximo. El estudioso James F. Romano apunta:
Al estudiar los indicios que sobreviven desde la Antigüedad, nos queda la impresión general de que la mayoría de los egipcios amaban la vida y estaban dispuestos a hacer la vista gorda en cuanto a sus dificultades. Realmente la otra vida perfecta no era más que una versión ideal de su existencia terrenal. Lo único que no estaba en la otra vida eran los pesares y las molestias que les habían molestado en vida. Todo lo demás, esperaba, sería como era en la tierra. (citado en Nardo, 9- 10)
La otra vida egipcia era un reflejo de la vida en la tierra. En opinión de los egipcios, su país era el más afortunado y perfecto del mundo. En la literatura griega se pueden encontrar las historias famosas de La Ilíada y La Odisea que hablan de grandes batallas en tierras extranjeras y aventuras en el viaje de regreso; pero en la literatura egipcia tales obras no existen porque no estaban interesados en salir de su hogar y de su patria. La obra egipcia conocida como La historia del marinero náufrago no se puede comparar con las obras de Homero porque los personajes no tienen nada en común y los temas son completamente diferentes. El marinero no tiene ningún deseo de aventuras ni gloria; sencillamente estaba realizando el encargo de su señor y, a diferencia de Odiseo, no le tienta para nada la isla mágica con todas las cosas buenas que tiene porque sabe que las únicas cosas que quiere están en su hogar, en Egipto.
Los festivales egipcios animaban a vivir la vida al máximo y a apreciar los momentos para disfrutar con la familia y los amigos. El hogar, por muy modesto que fuera, se apreciaba profundamente, al igual que los miembros de la familia y la comunidad en conjunto. Los egipcios de la antigüedad querían a sus mascotas tanto como lo hacemos hoy en día y las preservaban en las obras de arte, las inscripciones y en los escritos, a menudo con nombre propio. Y como los egipcios apreciaban la vida hasta tal punto, no es de extrañar que se imaginaran la otra vida como un reflejo muy parecido a la terrenal.
De una vida a otra
La muerte no era más que una transición, no el término, y abría paso a la posibilidad de la felicidad eterna. Cuando una persona moría, creían que el alma estaba atrapada en el cuerpo porque estaba acostumbrada a su "hogar" mortal. Los hechizos y las imágenes que se pintaban en las paredes de la tumba, conocidos como los Textos de los sarcófagos, los Textos de las Pirámides o el Libro de los muertos, así como los amuletos que se ponían junto al cuerpo, servían para recordarle al alma el viaje continuo, apaciguarla y dirigirla para que saliera del cuerpo y siguiera adelante.
El alma se dirigiría al Salón de la Verdad, o Salón de las Dos Verdades, en compañía de Anubis, el guía de los muertos, donde se pondría a la cola para ser juzgada por Osiris. Existen varias versiones de lo que ocurría a continuación, pero, en la historia más popular, el alma realizaba la Confesión Negativa en presencia de Osiris, Thot, Anubis y los Cuarenta y Dos jueces.
La Confesión Negativa es una lista de 42 pecados contra uno mismo, contra los demás o contra los dioses que el difunto podía decir honestamente no haber cometido. La historiadora Margaret Bunson apunta que "las confesiones se recitaban para establecer la virtud moral del difunto y su derecho a la dicha eterna" (187). Las confesiones incluían afirmaciones como: "No he robado, no he robado la propiedad de un dios, no he dicho mentiras, no he hecho llorar a nadie, no he cotilleado, no he hecho pasar hambre a nadie", y muchas otras. Puede parecer extremadamente duro esperar que un alma pase por la vida sin "hacer llorar a nadie" nunca, pero se cree que este tipo de confesión, igual que la de "no he hecho enfadar a nadie", se tiene que entender en contexto: es decir, "no he hecho llorar a nadie injustamente" o "no he hecho enfadar a nadie sin motivo".
Una vez realizada la confesión negativa, Osiris, Thot, Anubis y los Cuarenta y Dos jueces deliberaban. Si encontraban que la confesión era aceptable, entonces el alma le presentaba su corazón a Osiris para que lo pesara en la balanza de oro contra la pluma blanca de la verdad. Si se establecía que el corazón pesaba menos que la pluma, entonces el alma continuaba a la siguiente fase; si pesaba más, se arrojaba al suelo donde lo devoraría Ammut, "la devoradora de los muertos". La consecuencia de esto era "la gran muerte", la no-existencia. En la otra vida egipcia no había "infierno"; la inexistencia era un destino mucho peor que cualquier condena eterna.
El Campo de los Juncos
Si el alma superaba el pesaje del corazón, continuaba por un camino que llevaba al Lago de los Lirios. De nuevo, hay varias versiones de lo que podía ocurrir en este camino. En algunas versiones había peligros que había que evitar y los dioses ayudaban y guiaban a las almas; en otras, era un camino fácil como los que habrían recorrido en vida. A orillas del Lago de los Lirios el alma se encontraría con el barquero divino, Hraf-haf (El que mira hacia atrás), que siempre era desagradable. El alma tendría que encontrar la manera de ser cortés con Hraf-haf, sin importar lo desagradable o cruel que fuera este, y demostrar que merecía seguir adelante.
Al superar esta prueba, el alma cruzaba las aguas para llegar al Campo de los Juncos. Aquí se encontraría con los seres queridos que habían muerto antes, sus perros o gatos favoritos, gacelas o monos o cualquiera que fueran sus antiguas mascotas. Su casa también estaría allí, completa con el jardín tal y como estaba a su muerte, sus árboles favoritos e incluso el arroyo que pasaba por detrás de la casa.
Aquí podría disfrutar eternamente de la vida que había dejado en la tierra en presencia de su gente favorita, sus animales favoritos y sus posesiones más preciadas, y todo ello en presencia de los dioses. La persona fallecida tendrá que recitar el hechizo 110 del Libro de los muertos egipcio para poder reclamar el derecho a entrar en el paraíso. La "Dama del aire" a la que se hace referencia es probablemente Ma'at, pero también podría ser Hathor:
Adquiero este campo tuyo que adoras, oh, Dama del aire. Como y disfruto en él, bebo y lo trabajo, lo siego, copulo en él, hago el amor en él, no perezco en él, porque mi magia es poderosa en él.
Las versiones de esta idea fueron cambiando con el tiempo y se fueron añadiendo y eliminando algunos detalles, pero la visión casi constante era la de un más allá que reflejaba directamente la vida que la persona había conocido en la tierra. Bunson explica:
La eternidad no era un concepto impreciso. Los egipcios, pragmáticos y decididos a tener explicaciones concretas para todo, creían que vivirían en el paraíso en áreas con lagos y jardines. Allí comerían los "pasteles de Osiris y flotarían en el Lago de los Lirios". Los reinos eternos fueron variando según la era y las creencias de los cultos, pero todos se encontraban cerca de agua corriente y disfrutaban de brisas frescas, algo que se consideraba necesario para la comodidad. El Jardín de A'aru era uno de estos oasis de dicha eterna. Otro era Ma'ati, una tierra eterna en la que los difuntos enterraban una llama de fuego y un cetro de cristal, rituales cuyo significado se ha perdido. La diosa Ma'at, la personificación del orden cósmico, la justicia, la bondad y la fe era la protectora de los difuntos en este reino encantado, que en algunas zonas se conocía como Hehtt. Tan solo los puros de corazón, los uabt, podrían ver a Ma'at. (86-87)
Conceptos alternativos de la otra vida
La nota de Bunson sobre cómo fue cambiando el concepto de la otra vida con el tiempo y las creencias se refleja en algunas visiones de la otra vida que niegan su permanencia y su belleza. Estas interpretaciones no pertenecen a ningún periodo específico, sino que parecen surgir periódicamente a lo largo de la historia tardía de Egipto. No obstante, son especialmente prominentes en el periodo del Imperio Medio (2040-1782 a.C.), donde se expresan en textos conocidos como La disposición del arpista (o Canciones del arpista) y Disputa entre un hombre y su Ba (alma). La disposición del arpista se llama así porque las inscripciones siempre incluyen una imagen de un arpista. Son una colección de canciones que reflexionan sobre la muerte y el sentido de la vida. La Disputa entre un hombre y su Ba proviene de una colección de textos conocidos como Literatura sapiencial que a menudo son escépticos sobre la otra vida.
Algunos de los textos incluidos en La disposición del arpista afirman que hay vida tras la muerte, mientras que otros lo cuestionan y algunos lo niegan por completo. Un ejemplo de alrededor de 2000 a.C. de la estela de Intef dice, en parte, "corazones descansando/No oigáis los llantos de los dolientes en la tumba/Que carecen de sentido para los muertos silenciosos". En la Disputa entre un hombre y su Ba, el hombre se queja a su alma de que la vida es miseria, pero teme a la muerte y lo que le espera al otro lado. En estas versiones, la otra vida se presenta o bien como un mito al que se aferra la gente o como algo tan incierto y tenue como la vida. La experta Geraldine Pinch comenta:
Puede que el alma experimente la vida en el Campo de los Juncos, un paraíso similar a Egipto, pero no era un estado permanente. Cuando pasaba el sol nocturno, la oscuridad y la muerte regresaban. Las estrellas-espíritus se destruían al amanecer y renacían cada noche. Incluso los muertos malvados, los enemigos de Ra, regresaban constantemente a la vida, al igual que Apofis, para volver a ser torturados y matados. (93-94)
Según otra versión más, los muertos justos servían a Ra a modo de tripulación de su embarcación solar mientras cruzaba el cielo nocturno y ayudaban a defender al dios sol de la serpiente Apofis. En esta versión, las almas de los justos son compañeras de trabajo de los dioses en la otra vida y ayudan a hacer que el sol salga otra vez para los que todavía están en la tierra. Sus amigos y parientes que todavía estaban vivos le darían la bienvenida al amanecer con gratitud por su esfuerzo y pensarían en ellos cada mañana. Al igual que con todas las culturas de la Antigüedad, recordar a los muertos era un valor cultural importante para los egipcios y esta versión de la otra vida lo refleja. Incluso en las versiones en las que el alma llega al paraíso todavía podían pedirle que tripulara el Barco de millones, la barcaza del sol, para ayudar a los dioses a proteger a la luz de las fuerzas de la oscuridad.
La comodidad de la eternidad
A pesar de todo, durante la mayor parte de la historia de Egipto prevaleció una versión u otra del paraíso del Campo de los Juncos al que se llegaba tras el juicio de un dios poderoso. Una pintura mural de la tumba del artesano Sennedjem de la Dinastía XIX (1292-1186 a.C.) representa el viaje del alma de la vida terrenal a la dicha eterna. Se puede ver a Sennedjem encontrándose con los dioses, que le conceden el permiso para seguir adelante al paraíso y después está representado con su esposa, Iyneferti, disfrutando de la compañía mutua en el Campo de los Juncos donde siembran trigo, van a trabajar, aran los campos y recolectan fruta de los árboles que tienen, tal y como solían hacer en el plano terrenal. La estudiosa Clare Gibson escribe:
El Campo de los Juncos era una versión ideal inimaginable de Egipto, donde los cultivos crecían hasta alturas extraordinarias, los árboles daban fruta suculenta y a las almas transfiguradas, que aparecían perfectas físicamente y en lo mejor de la vida, no les faltaba nada en cuanto a sustento, lujos e incluso amor. (202)
Si a un alma no le interesaba arar los campos o cosechar grano en la otra vida, podía llamar a una shabti para que hiciera el trabajo por ella. Las shabtis eran figuras funerarias hechas de madera, piedra o fayenza que se colocaban en las tumbas con los muertos. Luego, en la otra vida, se creía que el alma podía llamar a estas shabtis para que hicieran el trabajo por ella mientras el alma se relajaba y disfrutaba. El hechizo 472 de los Textos de los sarcófagos y el hechizo 6 del Libro de los muertos egipcio ambos contienen instrucciones sobre cómo llamar a la shabti a la vida en el Campo de los Juncos.
Una vez que la shabti se iba a trabajar, el alma podía volver a sentarse bajo su árbol favorito con un buen libro o dar un paseo junto a un arroyo tranquilo con su perro. La otra vida egipcia era perfecta porque el alma recuperaba todo lo que había perdido: un mejor amigo, un esposo, una esposa, madres, padres, hijos, hijas, mascotas queridas estaban allí esperándola, o por lo menos llegarían con el tiempo. Una vez allí, las almas de los muertos vivirían para siempre en el paraíso y nunca tendrían que volver a separarse. En toda la Antigüedad ninguna otra cultura imaginó un más allá más gratificante.