Se han divulgado muchos mitos y falsedades sobre la práctica egipcia de la momificación a través de películas, programas de televisión y documentales. Aunque son entretenidas y fascinantes de ver, los propósitos y detalles relativos a la antigua preparación de los muertos eran bastante complejos, técnica y culturalmente. La momificación no se hacía simplemente para proteger el cuerpo del difunto de la putrefacción y la descomposición, sino que la mayoría de los antiguos egipcios la practicaban (tanto los ricos como los pobres) para garantizar un buen paso a la otra vida. La momificación era mucho más elaborada y constituía una parte mucho más regular e integral de la vida egipcia común de lo que suele presentar la cultura popular.
Para comprender plenamente la momificación, es necesario examinar los diversos aspectos culturales, religiosos, anatómicos y pragmáticos. Con demasiada frecuencia, la atención se centra únicamente en el morbo y la tradición fantástica. Además, la imagen hollywoodense de un cuerpo momificado colocado en una gran tumba abovedada, rodeada de paredes bellamente pintadas, montones de joyas y tesoros por todos los rincones, el cuerpo cuidadosamente envuelto en lino y tediosamente ungido con incienso y betún, depositado en un sarcófago de piedra caliza exquisitamente tallado, con trampas mortales hechas para atrapar y matar a los codiciosos ladrones de tumbas, es, por lo general, una exageración de los hechos.
Los orígenes de la momificación
Ciertamente, hubo lugares funerarios en los que los cuerpos recibían un trato fastuoso y estaban rodeados de enormes cantidades de riqueza y opulencia (el prestigioso hallazgo arqueológico de la tumba del rey Tutankamón por Howard Carter en 1922 da fe de ello), pero la realidad es que las ceremonias de momificación humildes y modestas se producían con más frecuencia que las fastuosas.
Como afirma Wallis Budge,
Después de que el cuerpo hubiera sido empapado durante un corto tiempo en betún o natrón [una sal mineral], o tal vez simplemente frotado con estas sustancias, se le colocaban los pocos ornamentos personales de la persona, se la envolvía en una sola pieza de lino, y con su bastón para apoyar sus pasos, y sus sandalias para proteger sus pies cansados en el mundo de los muertos, se la ponía en un agujero o cueva, o incluso en la arena del desierto, para que emprendiera su último viaje. (153-154)
En una cultura como la egipcia, que se remonta a miles de años atrás, una pregunta habitual se refiere a los orígenes de esta práctica única. En lo que coinciden la mayoría de los egiptólogos es en que, ya en la primera dinastía, los egipcios disponían de conocimientos médicos y científicos suficientes para conservar los restos corporales de los animales (incluso humanos) después de la muerte. El mago campesino Teta, durante el reinado del segundo rey de la cuarta dinastía, Keops, escribió un libro sobre anatomía y su experimentación científica con fármacos y hierbas. Aunque lo más probable es que se trate de una leyenda, parece ser que la investigación científica era cosa de familia: incluso la madre de Teta se dedicaba a experimentos biológicos y químicos, llegando a inventar un eficaz producto para lavar el cabello.
Aunque algunos historiadores niegan que la momificación se remonte tan atrás en la cronología egipcia, citando muchas tumbas excavadas con restos óseos sin preparar (aunque podrían haber sido el resultado de sacrificios humanos de la época), la mayoría cree que la momificación se llevaba realizando desde hacía tiempo: un proceso tan complejo de conservación anatómica difícilmente surge de la noche a la mañana. La sofisticación del proceso de momificación refleja una operación que habría tenido que desarrollarse y evolucionar durante un largo periodo de tiempo. Aún así, no existen pruebas históricas o arqueológicas concretas que confirmen de forma absoluta cuándo comenzó la momificación egipcia.
Debido a las asociaciones religiosas con la momificación, cabría pensar que los documentos religiosos antiguos proporcionarían información sobre el inicio de la momificación, pero, una vez más, sus orígenes religiosos no son claros. Ward afirma: «Los orígenes de la religión egipcia (conservamos el término a falta de otro mejor) se pierden en la era prealfabética» (117). Sugiere además que «no existe un 'sistema' que aclare la teología funeraria [egipcia]» (125) porque gran parte de sus prácticas se desarrollaron a medida que la religión politeísta egipcia avanzaba y evolucionaba a lo largo de los siglos.
Antecedentes teológicos
El politeísmo egipcio causó, ocasionalmente, mucha confusión e incertidumbre teológica: en los escritos antiguos, el pensamiento egipcio parece contradecirse a menudo. Aunque esto podría molestar a algunos de influencia occidental, que exigen coherencia y datos empíricos sobre la posibilidad de lo sobrenatural, una deidad (o deidades) y el papel humano en el más allá, siglos de práctica y aceptación demuestran que los egipcios aceptaban esa disonancia teológica con facilidad. Como señaló Heródoto: «Son religiosos en exceso, mucho más que cualquier raza de hombres...». (Libro 2, Cap. 37)
Además, la idea de la vida después de la muerte era más un esfuerzo de apaciguamiento que un acontecimiento garantizado en la religión egipcia. Mientras que el sistema de fe judeocristiano incluye (y depende de) un sentido moral de equilibrio y soteriología, la posición de los egipcios era menos sostenible, pero no necesariamente terminal. Como afirma Perry,
Una característica crucial de la religión egipcia era la vida después de la muerte. A través de las tumbas-pirámides, la momificación para preservar a los muertos y el arte funerario, los egipcios mostraban su anhelo de eternidad y su deseo de superar la muerte. (12-13)
Una de las características más definitorias de los antiguos egipcios era la conexión que sentían entre sus vidas y su entorno. Como afirma Perry, «los egipcios también creían que los grandes poderes de la naturaleza (el cielo, el sol, la tierra, el Nilo) eran dioses o moradas de dioses» (13). El terreno y el clima que les rodeaban podían ser salvajes y letales; la vida abundante estaba atada a una franja relativamente delgada de tierra que dependía de un riego inteligente y de las inundaciones anuales (si los dioses querían). Esta preocupación se veía reforzada por la naturaleza preservadora de la propia tierra egipcia.
Debido a la falta natural de humedad, la descomposición en el desierto era lenta y, por lo tanto, muchos egipcios vivos se encontraban con los restos de sus ancestros, mucho después de su muerte, con un aspecto inquietantemente similar al que tenían cuando fueron enterrados por primera vez. Sin duda, esto influyó mucho en su visión de la inmortalidad, que se considera el «fundamento de la religión egipcia» (Wallis Budge, 173).
El concepto de inmortalidad
La cultura egipcia incorporó muy bien este concepto de inmortalidad a su sistema religioso a través del mito de Osiris. De hecho, una minoría de historiadores cree que Osiris fue un ser humano real en algún momento de la historia egipcia, quizá un antiguo gobernante que sufrió una guerra civil durante su reinado y que recibió gloria y divinización después de su muerte, como solían hacer los antiguos con los héroes de antaño. En cualquier caso, el mito de Osiris decía que, gracias a los poderes sobrenaturales de Horus y a las astutas maquinaciones vengativas de Isis, la esposa de Osiris, él se convirtió en un dios y renacía cada año durante la crecida anual del Nilo como faraón de la tierra. Su hijo, Horus, y su esposa, Isis, también se reencarnarían en un ciclo continuo que garantizaba que el linaje divino real nunca cesaría.
Esta historia no solo daba poder a la aristocracia egipcia, sino también a todo el pueblo de Egipto, según Hamilton-Paterson y Andrews, que escriben que, con el gran «poder» de este mito, «el egipcio corriente podía identificarse fácilmente con él [Osiris]» (23). En una sociedad severamente jerarquizada, permitía al campesino egipcio la oportunidad de disfrutar de la buena vida más allá de la muerte, al igual que el faraón; y esto los unía en una práctica religiosa divina y eterna. Pruebas de esta gran aceptación de la momificación pueden encontrarse en descubrimientos arqueológicos como el Valle de las Momias de Oro, en el oasis de Bahariya, al suroeste de la actual El Cairo.
Budge describe claramente los objetivos de la momificación. Afirma que la momificación se utilizaba:
para que el alma [Ba] y la inteligencia [Ka] de los egipcios, cuando volvieran dentro de miles de años a buscar el cuerpo en la tumba, pudieran entrar en el cuerpo una vez más, resucitarlo y vivir con él para siempre en el reino de Osiris. (Wallis Budge, 159)
Para ayudar en este objetivo, se llevaban a cabo ritos funerarios cuidadosamente elaborados para proteger y asegurar el Ka para la vida futura. El Ba era el nombre que recibía el cuerpo momificado después de unirse al Ka. En el Ba, el egipcio podía «adoptar la forma que quisiera al abandonar su tumba» (Hamilton-Paterson & Andrews, 18). Además, el Akh egipcio era aquella parte de él que «moraba entre las estrellas en lugar de en un más allá» (Hamilton-Paterson & Andrews, 20). Podía, por tanto, compartir la inmortalidad con Osiris, aunque nunca podría ser igual a él.
Creencias y vida después de la muerte
Como ya se ha mencionado, en este proceso de muerte y reencarnación en el que intervienen el Ba y el Ka, se produce una contradicción. ¿Está el espíritu del egipcio muerto en la tumba (o dondequiera que se haya depositado el cuerpo) o dando vueltas por los cielos? La pregunta quedó sin respuesta en la teología egipcia. No obstante, los egipcios parecen haber conseguido dejar de lado las ideas mutuamente contradictorias sobre la inmortalidad y permitir la disonancia divina y una comprensión limitada de la vida después de la muerte; sin embargo, acontecimientos como el drástico cambio al psuedomonoteísmo de Akenatón en el siglo XIV a.C. sugieren que la vida religiosa egipcia no estaba grabada en piedra, irónicamente.
Uno de los problemas para comprender los conceptos religiosos en torno a la muerte y la momificación es la imposibilidad de saber hasta qué punto estas creencias estaban extendidas y eran dogmáticas en el conjunto de la sociedad egipcia. Por desgracia, casi todos los registros del antiguo Egipto proceden de los ricos, la realeza o el sacerdocio. Como afirman Hamilton-Paterson y Andrews, «se sabe tanto sobre la vida y la cultura de los antiguos egipcios de clase alta que ya no hay lugar para especulaciones trascendentales» (20); sin embargo, no ocurre lo mismo con las creencias de los campesinos. El predominio de la magia y los cultos (como se ve en las numerosas referencias en tumbas y enterramientos) también incluye referencias a deidades desconocidas y oscuras y a religiones misteriosas, lo que sugiere que no todos los egipcios estaban de acuerdo con las presunciones teológicas del mito de Osiris.
Aun así, se puede percibir un hilo conductor en casi todas las prácticas funerarias antiguas, desde el Imperio Antiguo hasta el Nuevo, a pesar de las diferencias superfluas. Arqueólogos e historiadores han quedado (y siguen quedando) asombrados por el cuidado y la delicadeza con que se trataba al difunto durante el proceso de momificación. Sin duda, este tratamiento meticuloso y metódico surgió en el antiguo Egipto de un sentido cultural de unidad y esperanza en el más allá, en el que la descomposición simplemente «trastornaba tanta teología» (Hamilton-Paterson & Andrews, 35).