Artemisia I de Caria (480 a.C.) fue una reina de Caria, región de Anatolia (al Sur de la antigua Lidia, en la Turquía moderna). Debe la mayor parte de su fama a su desempeño en la batalla naval de Salamina en el 480 a.C. donde luchó del lado de los persas.
Según el historiador griego Heródoto (484-425/413 a.C.), ella se distinguió, tanto por su actuación en la batalla como por el consejo que le dio al rey persa Jerjes (quien reinó del 486 al 465 a.C.) antes de comenzar los enfrentamientos.
Su nombre deriva del de la diosa griega Artemisa, diosa de la vida silvestre y patrona de los cazadores. Era la hija del rey Lígdamis de Halicarnaso y de madre cretense de nombre desconocido. Después de la muerte de sus esposo (cuyo nombre no se conoce) Artemisia asumió el trono de Caria como regente de su joven hijo Pisindelis. Aunque es posible que él haya gobernado Caria después de ella, no hay registros que lo aseguren.
Se cuenta que después de la batalla de Salamina escoltó a los hijos ilegítimos de Jerjes a la seguridad de Éfeso (en la moderna Turquía), pero después de eso no vuelve a aparecer en los registros históricos. La fuente primaria para su actuación en las guerras greco-persas es Heródoto de Halicarnaso y su relato de la batalla de Salamina se encuentra en sus Historias, aunque también la mencionan Pausanias, Polieno, en la Suda, y Plutarco.
Su confusión con Artemisia II
Todo relato antiguo acerca de Artemisia I la describe como una mujer inteligente y valiente que fue un valioso aporte para Jerjes en su expedición para conquistar Grecia, excepto en el relato de Tesalo, quien la describe como una pirata inescrupulosa y una intrigante. Debe notarse, sin embargo, que los escritores posteriores que se refieren a Artemisia I parecen confundir algunas de sus hazañas con las de Artemisia II, esposa del rey Mausolo de Halicarnaso (fallecido en el 350 a.C.) quien, entre otras de sus obras, encargó la construcción del Mausoleo de Halicarnaso, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.
La conquista de la ciudad de Latmos, según el relato en Polieno (8.53.4), y que describe como Artemisia I organizó un elaborado y colorido festival a algunas leguas de la ciudad, por lo que los habitantes salieron de ella permitiendo su captura sin lucha, fue en realidad una obra de Artemisia II. Lo mismo es válido para la supresión de la revuelta de Rodas contra Caria, de la que se dice que, después de ser derrotada, la capturada flota de Rodas navegó de regreso a su puerto de origen conduciendo barcos de Caria que parecían ser presas y, de esta manera, la isla fue sometida sin demasiado esfuerzo.
Artemisia y la expedición persa
Heródoto alaba a Artemisia I hasta el punto de que los escritores posteriores (muchos de los cuales critican a Heródoto en varios puntos) se quejan de que se enfoca demasiado en ella, descuidando detalles importantes de la batalla de Salamina. Heródoto señala:
Pasaré de los otros jefes [de los persas] porque no es necesario mencionarlos, excepto por Artemisia, porque encuentro extraordinario que una mujer haya formado parte de la expedición contra Grecia. Se hizo cargo del gobierno después de la muerte de su marido, y aunque tenía un hijo y no había necesidad de que se uniera a la expedición, su ánimo varonil la impulsó a hacerlo… El suyo fue el segundo escuadrón más famoso de toda la flota, después de uno de Sidón. Ninguno de los aliados de Jerjes le dio mejores consejos que ella. (VII, 99)
La expedición persa buscaba vengarse de los griegos por la derrota en la batalla de Maratón en el 490 a.C., y se dice que la fuerza invasora persa era la más grande del mundo reunida hasta ese momento. Aunque Caria, como parte del Imperio persa en ese tiempo, estaba obligada a suministrar tropas y barcos, no había ninguna razón para que una reina en funciones liderara o siquiera acompañara a sus soldados en la campaña. La decisión de Artemisia fue entonces absolutamente personal.
Luchó en la batalla naval de Artemisio (que tuvo lugar frente a las costas de Eubea y al mismo tiempo que el enfrentamiento terrestre en las Termópilas en el 480 a.C.) y se distinguió como comandante y estratega. Se dice que podía enarbolar los estandartes griego o persa en sus barcos, dependiendo de la circunstancia y necesidad, evitando el combate hasta ponerse en una situación favorable, ya sea para combatir o para retirarse.
La batalla de Artemisio fue un empate pero en todo caso resultó una victoria táctica de los persas, porque la flota griega abandonó el campo después de tres días de enfrentamiento, permitiendo a la flota persa reagruparse y planear su estrategia. Después de la derrota de las fuerzas griegas en las Termópilas, el ejército persa marchó desde sus bases en el Helesponto a través de Grecia y arrasó la ciudad de Atenas. Los griegos habían abandonado la ciudad antes del avance de los persas y, bajo el liderazgo de Temístocles, habían reunido su flota frente a la costa cerca del estrecho de Salamina.
El consejo de Artemisia a Jerjes
Grecia continental había sido ocupada, Atenas quemada, y Jerjes citó a un consejo de guerra para decidir el siguiente movimiento. Jerjes podía enfrentar a los griegos en una batalla naval, buscando derrotarlos en forma decisiva o considerar otras opciones como cortar sus líneas de suministros y hostigar a sus comunidades hasta obligarlos a pedir la paz. Heródoto cuenta del papel que jugó Artemisia en el consejo y el respeto que Jerjes le tenía:
Cuando se ordenaron y todos estaban sentados en sus lugares correspondientes, Jerjes envió a Mardonio [su general principal] para probar a cada uno de ellos preguntándoles si debía enfrentarse al enemigo en el mar o no. Así que Mardonio rodeó a todo el grupo, empezando por el rey de Sidón, haciéndole esta pregunta. La opinión unánime fue que debería enfrentarse al enemigo en el mar, con una sola disidente: Artemisia. Dijo: "Mardonio, por favor, lleva este mensaje al rey de mi parte, para recordarle que no jugué un papel insignificante o cobarde en las batallas navales de Eubea: 'Señor, es justo que te diga lo que es, en mi opinión honesta, el mejor plan de acción para ti. Así que este es mi consejo: no entregues la flota a la batalla, porque en el mar tus hombres serán tan inferiores a los griegos como las mujeres lo son a los hombres. En cualquier caso, ¿por qué tendrías que correr el riesgo de una batalla naval? ¿No has conquistado Atenas, que era el objetivo de la campaña? ¿No controlas el resto de Grecia? No hay nadie que se oponga a ti. Todos los que lo hicieron han recibido el trato que se merecían. Te diré lo que creo que les depara el futuro a nuestros enemigos. Si no te lanzas a una batalla naval, Señor, sino que mantienes tu flota aquí cerca de la costa, todo lo que necesitas hacer para alcanzar todos tus objetivos sin ningún esfuerzo es esperar aquí o avanzar hacia el Peloponeso. Los griegos no tienen los recursos para resistir contra ti por mucho tiempo; los dispersarás y se retirarán a sus diversos pueblos y ciudades. Verás, me he enterado de que no tienen provisiones en esta isla suya, y si marchas por tierra hacia el Peloponeso, es poco probable que los griegos de allí permanezcan inactivos o quieran luchar en el mar en defensa de Atenas. Sin embargo, si te lanzas a una batalla naval de inmediato, me temo que la derrota de la flota hará que el ejército de tierra también se perjudique. Además, mi señor, debe tener en cuenta también esto, que los buenos hombres tienden a tener malos esclavos, y viceversa. Ahora, no hay nadie mejor que tú, y de hecho tienes malos esclavos, que se supone que son tus aliados, me refiero a los egipcios, chipriotas, cilicios y panfilianos, todos los cuales son inútiles.' Estas palabras de Artemisia a Mardonio enojaron a sus amigos, quienes asumieron que el rey la castigaría por intentar evitar que él se comprometiera en una batalla naval, mientras que aquellos que envidiaban y resentían su prominencia dentro de la alianza estaban complacidos con su respuesta porque pensaban que ella sería condenada a muerte. Pero cuando se informó a Jerjes de las opiniones de todos, le agradó mucho el punto de vista de Artemisia; él le tenía aprecio desde mucho antes, pero ahora la tenía en más estima. Sin embargo, ordenó que se siguiera la opinión de la mayoría. Creía que sus hombres no habían dado lo mejor de sí en Eubea porque él no había estado allí, así que ahora se preparó para verlos luchar. (VIII.67-69)
Artemisia en Salamina
Después de la batalla de Artemisio, los griegos habían puesto precio a la cabeza de Artemisia, ofreciendo 10.000 dracmas al hombre que la capturara o la matara. Aun así, no hay evidencia de que la reina vacilara en unirse a la batalla naval, aunque le habían advertido de no hacerlo. Los griegos engañaron a la flota persa atrayéndola hacia el estrecho de Salamina, fingiendo una retirada, y sorprendiéndola luego con un ataque. Los barcos más pequeños y ágiles de los griegos pudieron causar un enorme daño a los barcos persas más grandes, que debido a su tamaño no podían maniobrar bien en espacios limitados. Heródoto señala:
No estoy en condiciones de decir con certeza cómo lucharon los persas o los griegos en particular, pero el comportamiento de Artemisia hizo que se elevara aún más en la estimación del rey. Sucedió que, en medio de la confusión general de la flota persa, el barco de Artemisia estaba siendo perseguido por uno del Ática. Le resultaba imposible escapar, porque el camino estaba bloqueado por naves amigas, y las naves enemigas estaban particularmente cerca de la suya, por lo que decidió un plan que de hecho le vino muy bien. Con el barco ático pegado a popa, embistió y hundió a uno de los barcos de su propio bando, que estaba tripulado por hombres de Calinda y tenía a bordo a Damasitimo, el rey de Calinda. Ahora, no puedo decir si ella y Damasitimo se habían enemistado mientras estaban en la base del Helesponto, o si esta acción fue premeditada, o si el barco de Calinda simplemente estaba en su camino en ese momento. En cualquier caso, descubrió que al embestirlo y hundirlo conseguía una doble ventaja. En primer lugar, cuando el capitán de la nave ática la vio embestir una nave enemiga, supuso que la nave de Artemisia era griega o desertora de los persas que luchaban de su lado, por lo que cambió de rumbo y se volvió para atacar a otras naves. Entonces, el primer provecho que sacó fue que logró escapar y seguir viva. El segundo fue que, aunque lo que hizo era contrario al beneficio del rey, su acción hizo que Jerjes se sintiera particularmente complacido con ella. Se dice que, mientras Jerjes observaba la batalla, notó que su barco chocaba con el otro barco y uno de su séquito dijo: 'Señor, ¿puedes ver lo bien que está luchando Artemisia? ¡Mira, ha hundido un barco enemigo! Jerjes preguntó si realmente era Artemisia y se lo confirmaron porque podían reconocer las insignias de su barco, y por lo tanto asumieron que el barco que ella había destruido era uno del enemigo, suposición que nunca fue refutada, porque en otra de las cosas que le deparó la particular buena suerte de Artemisia, como se señaló, fue que nadie del barco de Calinda sobrevivió para señalarla con el dedo. En respuesta a lo que le decían los cortesanos, continúa la historia, Jerjes dijo: “¡Mis hombres se han convertido en mujeres y mis mujeres en hombres!”. (VIII.87-88)
La Batalla de Salamina fue una gran victoria para los griegos y una completa derrota para las fuerzas persas. Jerjes no podía entender qué había salido tan mal y temía que los griegos, ahora envalentonados por su victoria, marcharan hacia el Helesponto, acabaran con las fuerzas persas desplegadas allí y lo atraparan a él y a sus fuerzas en Grecia. Mardonio sugirió un plan según el cual él permanecería en Grecia con 300.000 soldados y sometería a los griegos mientras Jerjes regresaba a casa.
Al rey le gustó este plan pero, reconociendo que Mardonio también había estado entre los que apoyaron la desastrosa batalla naval, convocó otro consejo para determinar el plan de acción adecuado. Heródoto señala:
Convocó una reunión de los persas y, escuchando sus consejos, se le ocurrió invitar también a Artemisia, a ver qué le sugería, por la ocasión anterior en que había resultado ser la única con un plan de acción realista. Cuando ella llegó, despidió a todos los demás. (VIII. 101)
Artemisia I sugirió que siguiera el plan de Mardonio, diciendo:
Creo que deberías retirarte y dejar aquí a Mardonio con las tropas que pide, ya que se ofrece a hacerlo por su propia voluntad. Mi pensamiento es que si tiene éxito en las conquistas que dice que se ha propuesto, y las cosas van como él pretende, el logro es tuyo, Señor, porque fueron tus esclavos quienes lo hicieron. Pero si las cosas van mal para Mardonio, no será un gran desastre en cuanto a tu supervivencia y la prosperidad de tu casa. Quiero decir, si tú y tu casa sobreviven, los griegos todavía tendrán que luchar por sus vidas. Pero si algo le sucede a Mardonio, en realidad no importa; además, si los griegos ganan, no será una victoria importante porque solo habrán destruido a uno de tus esclavos. El objetivo de esta campaña tuya era quemar Atenas hasta los cimientos; ya lo hiciste, así que ahora puedes irte. (VIII.101-102)
Esta vez Jerjes aceptó el consejo de Artemisia y se retiró de Grecia, dejando que Mardonio luchara por él el resto de la campaña. A Artemisia I se le encomendó escoltar a los hijos ilegítimos de Jerjes a un lugar seguro en Éfeso y, como se señaló anteriormente, desapareció del registro histórico. Mardonio murió en la batalla de Platea al año siguiente (479 a.C.), que fue otra victoria decisiva para los griegos y puso fin a la invasión persa de Europa.
La leyenda de su muerte
Pausanias afirma que había una estatua de mármol de Artemisia I erigida en el ágora de Esparta, en su Salón Persa, la que fue creada en su honor con los despojos que quedaron de las fuerzas invasoras persas. El escritor Focio (c. 858 d.C.) registra una leyenda que, después de traer a los hijos de Jerjes a Éfeso, se enamoró de un príncipe llamado Dárdano. Por razones desconocidas, Dárdano rechazó su amor y Artemisia I, desesperada, se arrojó al mar y se ahogó.
Sin embargo, no hay nada en las obras de los escritores antiguos que dé algún crédito a esta leyenda. La historia es similar a las presentadas por Partenio de Nicea (fallecido en el 14 d.C.) en su Erotica Pathemata (Dolor del amor romántico), una obra muy popular de trágicas historias de amor, cuyo propósito parece haber sido servir como advertencia sobre los peligros de los vínculos románticos.
Es posible que Focio, que escribió mucho más tarde, optara por inspirarse en la figura de Artemisia I para ilustrar una lección similar. Si bien no hay nada en el registro que corrobore la versión de Focio de su muerte, tampoco hay nada que la contradiga, salvo el carácter de la mujer como se la describe en las historias antiguas. Su interpretación ficticia reciente en la película 300: El nacimiento de un Imperio de 2014 respeta el espíritu de las fuentes antiguas y de ninguna manera respalda la afirmación de que una mujer como ella podría terminar con su vida por el amor de un hombre.