El Dorado, se refiere a los legendarios reyes del pueblo muisca (o chibcha) que poblaron los Andes del norte en la actual Colombia desde el 600 EC hasta el 1600 EC y el nombre está especialmente asociado con su ritual de coronación realizado en la laguna de Guatavita, al norte de la actual Bogotá; con el tiempo, el significado de El Dorado se extendió para referirse a una ciudad dorada perdida e incluso a toda una región. Cuando los conquistadores españoles escucharon las increíbles historias de una ciudad pavimentada en oro, intentaron encontrarla por todos los medios posibles. Sin embargo, los españoles, los exploradores y los cazadores de tesoros que los siguieron nunca encontraron los fabulosos tesoros de El Dorado.
La importancia del oro
En las culturas de la antigua Colombia, el oro había sido durante mucho tiempo un material popular para los trabajadores del metal. En realidad el metal no tenía un valor particular como moneda más que como una materia prima para el intercambio, de hecho, parece que a diferencia de otras culturas americanas, el oro no se limitaba a la nobleza sino que también era propiedad de los estratos más bajos de la sociedad. Más allá de su valor intrínseco, el oro era estimado por su brillo e incorruptibilidad, también por sus asociaciones espirituales (especialmente en las que respecta al sol) y por la facilidad de trabajarse en las manos de los artesanos. Los hábiles artesanos muiscas produjeron impresionantes obras de arte utilizando toda la gama del repertorio a disposición del orfebre, especialmente la técnica de la cera perdida.
El oro y las obras de arte de aleación de oro se ofrecieron en grandes cantidades a los dioses y se enterraron en lugares sagrados para mantener el equilibrio del cosmos y evitar los desastres naturales. Muy a menudo, las ofrendas eran figurillas conocidas como tunjos, las cuales representaban con gran detalle a personas que portaban objetos como escudos, armas e instrumentos musicales. El ejemplo más famoso de un tunjo es una balsa dorada con figuras doradas repartidas sobre ella, cuya importancia se analiza a continuación. La balsa fue encontrada en una vasija de barro dentro de una cueva y ahora permanece en el Museo del Oro en Bogotá.
Tan impulsados estaban los españoles por su sed de riquezas, que el objetivo oficial del gobierno español al explorar el norte de Sudamérica era de hecho, encontrar oro, fundirlo y enviar la mayor cantidad posible de regreso a Europa. La asociación entre la antigua Colombia y el metal precioso se refleja aún más en la elección del nombre del rey español para su nuevo territorio: Castillo del Oro. De todas las historias acerca del oro y las esmeraldas esparcidas por la antigua Colombia, hubo una en particular que despertó especialmente el interés de los invasores españoles. Este fue un relato, contado por testigos presenciales, que involucraba fastuosas ceremonias realizadas durante la coronación de un rey muisca.
El hombre dorado
La leyenda de El Dorado aparece en la mayoría de los relatos españoles de la conquista de la región, como en la Historia general y natural de las Indias de Fernández de Oviedo (1535-48 EC), pero más tarde fue documentada con mayor detalle por Juan Rodríguez Freyle en 1636 EC, quien afirmó que los detalles le habían sido contados por el sobrino del último gobernante de Guatavita. Una de las representaciones más antiguas de la leyenda en el arte proviene de un grabado del 1599 EC de Theodor de Bry que muestra a dos ayudantes aplicando oro al cuerpo de un tercer individuo.
Según la leyenda, entre los muiscas, cuando era necesario coronar a un nuevo monarca, el hombre que sería rey se preparaba para su gran día con un período de abstinencia. Recluido en una cueva, se le prohibían los pimientos, la sal y las mujeres. Cuando finalmente llegaba el día de la coronación, el futuro rey viajaba a la laguna de Guatavita, una laguna remota formada en un cráter volcánico extinto, con el fin de hacer ofrendas a los dioses para que estos bendijeran su reinado. Esto lo hacía yendo al centro del lago en una balsa. La balsa, hecha de juncos, estaba cargada de tesoros de oro y esmeraldas y sobre ella se colocaban cuatro grandes quemadores de incienso. El incienso se llamaba moque y los braseros, a los que se sumaban los colocados alrededor de las orillas del lago, desprendían nubes de humo espeso que debieron agregar misticismo a la ceremonia.
Aunque el tesoro más fantástico de todos era en sí mismo, la propia persona de la realeza. Se le desnudaba y cubría por completo con una capa pegajosa de resina sobre la que se había soplado un fino polvo de oro. El resultado era un brillante hombre de oro; literalmente un "hombre dorado", del que proviene el nombre El Dorado. También viajaban en la balsa cuatro ayudantes, con atuendos menos espectaculares pero aún así cargados con pesadas joyas de oro en cualquier parte del cuerpo de las que se les pudiera colgar. El gran momento llegaba cuando, acompañada por trompetas y cantos en las orillas, la balsa llegaba al centro mismo de la laguna. En ese momento el silencio caía sobre la multitud y los ayudantes arrojaban el fabuloso tesoro de oro y joyas a la laguna y la gente en las orillas también arrojaba sus ofrendas de oro a las aguas sagradas. El clímax de la ceremonia llegaba cuando el mismo rey dorado saltaba a la laguna y al salir, limpio de oro, se convertía entonces en el rey de los muiscas (el Zipa).
Historia posterior
Desde Sir Walter Raleigh hasta los exploradores del siglo XX EC, a lo largo de los siglos se han organizado extravagantes y costosas expediciones para encontrar El Dorado y sus riquezas, pero ninguna ha tenido éxito. En la década de 1580 EC, Antonio de Sepúlveda tuvo quizás el plan más ambicioso para encontrar el oro cuando cortó un trozo del borde del cráter de la laguna de Guatavita para drenarla y encontrar el tesoro que debía haberse acumulado en el lecho de la laguna durante siglos de ceremonias de coronación. Algunos artefactos de oro fueron encontrados alrededor de los bordes de la laguna, pero antes de que esta pudiera drenarse por completo, un deslizamiento de tierra bloqueó el corte, por lo tanto, el nivel del agua de la laguna comenzó a subir nuevamente. Frente a un motín de la población local, los españoles se vieron obligados a abandonar su búsqueda.
Otra ambiciosa expedición en 1909 EC involucró a la compañía inglesa Contractor Limited. Ellos también buscaron drenar la laguna y tuvieron más éxito que los españoles. El método esta vez fue cavar un túnel debajo de la laguna y drenarla de esa manera. Sin embargo, cuando se vació la laguna surgió otro problema y fue que el fondo de barro blando del cráter era demasiado profundo para soportar cualquier peso, y peor aún, el barro se calentó rápidamente con el sol y se endureció como cemento. Regresaron a Bogotá por el equipo de perforación; sin embargo los cazadores de tesoros debieron estar desanimados cuando regresaron a la laguna, ya que en su ausencia el lodo también se había solidificado en el túnel de drenaje, bloqueándolo de modo que la laguna se había llenado nuevamente. Sin más dinero para continuar con el proyecto, los ingleses, como los españoles y muchos otros antes que ellos, se vieron obligados a abandonar el asunto con solo un puñado de pequeños artefactos tomados de la orilla de la laguna.
Por lo tanto, los resultados acumulados de estas expediciones han sido enormemente decepcionantes. Se ha encontrado algo de oro, al igual que algunas cuentas de piedra y cerámica, pero nada hasta ahora, que se equipare a las fabulosas riquezas descritas en la leyenda de El Dorado. Quizás, sin embargo esto sea lo apropiado, ya que después de todo, los dueños originales del oro y las joyas tenían la intención de que sus ofrendas al sol permanecieran para siempre donde fueron entregadas, en el fondo de una laguna en las remotas montañas de Colombia.