El arte bizantino (siglos IV-XV) se caracteriza en general por un alejamiento del naturalismo de la tradición clásica, hacia lo más abstracto y universal, por una clara preferencia por las representaciones bidimensionales, y por un predominio de las obras de arte de contenido religioso. Sin embargo, a partir del siglo XII, el arte bizantino se hace mucho más expresivo e imaginativo, y a pesar de que muchos temas se repiten indefinidamente, hay diferencias en los detalles a lo largo del período. Aunque es cierto que la gran mayoría de obras de arte que han sobrevivido son de temática religiosa, puede que eso sea el resultado de una selección en los siglos siguientes, porque abundan las referencias en fuentes bizantinas al arte secular, y hasta bien avanzado el siglo X e incluso después se siguieron creando elementos paganos con iconografía clásica. Mediante la utilización de piedras brillantes, mosaicos dorados, vívidas pinturas murales, marfil esculpido de forma intrincada y metales preciosos en general, los artistas bizantinos lo embellecieron todo, desde edificios hasta libros, y su principal legado, y también el más duradero, son sin duda los iconos, que continúan decorando iglesias cristianas en todo el mundo.
Influencias
Al ser Bizancio la rama oriental del Imperio romano en su primera fase, no es de extrañar que en los trabajos bizantinos predomine una fuerte influencia romana, o más correctamente, clásica. La tradición romana de coleccionar, valorar y enseñar en privado obras de arte antiguo, continuó entre las clases más adineradas de Bizancio. El arte bizantino es a la vez permanente y en evolución, con temas tales como las tradiciones clásicas y las escenas religiosas convencionales apareciendo una y otra vez a lo largo de los siglos pero, al mismo tiempo, un examen más concienzudo de cada obra revela los detalles de un enfoque artístico siempre diferente. Lo mismo que el cine moderno, que repone de manera regular una historia familiar, con los mismos escenarios y los mismos caracteres, los artistas bizantinos trabajaron dentro de los límites de los objetivos prácticos de su trabajo, escogiendo cómo representar mejor un tema, qué añadir u omitir de las nuevas influencias que aparecían y, al final del período, personalizando su trabajo como nunca antes se había hecho.
Quizás es importante recordar que el Imperio bizantino fue, en muchos aspectos, mucho más griego que romano, y que el arte helenístico siguió influyendo, especialmente la idea del naturalismo. Al mismo tiempo, la extensión geográfica del imperio también tuvo sus consecuencias para el arte. En Alejandría, el estilo copto, más rígido (y para algunos menos elegante) comenzó a partir del siglo VI, reemplazando al estilo helenístico predominante. Se evitaron los colores apagados, en favor de los más brillantes, mientras que las figuras eran menos estilizadas y realistas. Otra zona de influencia artística fue Antioquía, donde se adoptó el estilo orientalizante, es decir, la asimilación de motivos del arte persa y de Asia Central, tales como las cenefas, el Árbol de la Vida, las cabezas de carnero, y criaturas con alas dobles, así como los retratos completos frontales que aparecen en el arte sirio. A su vez, el arte de esas grandes ciudades influiría en el producido en Constantinopla, que pasaría a ser el centro de una industria artística que difundiría sus trabajos, métodos e ideas por todo el imperio.
A lo largo de los siglos el Imperio bizantino estuvo en continua expansión y contracción, y esa geografía influyó en el arte, conforme las nuevas ideas se fueron haciendo más accesibles con el tiempo. Las ideas y objetos artísticos se intercambiaban continuamente entre culturas por medio de regalos reales a gobernantes amigos, embajadas diplomáticas, misiones religiosas, y la compra de recuerdos por parte de viajeros adinerados, sin olvidar el movimiento de los propios artistas. Desde principios del siglo XIII, por ejemplo, Bizancio experimentó la influencia de un contacto mucho más estrecho con Europa occidental, igual que cuando los bizantinos estaban más presentes en Italia durante el siglo IX. La influencia también fue en dirección contraria, por supuesto, de forma que las ideas bizantinas se difundieron, especialmente hacia el oeste, desde sitios tales como Sicilia y Creta, desde donde la iconografía bizantina influiría en el arte del Renacimiento en Italia. Igualmente, en el nordeste, el arte bizantino tendría influencia en lugares como Armenia, Georgia y Rusia. Finalmente, el arte bizantino sigue totalmente en vigor como una sólida tradición dentro del arte ortodoxo.
Artistas
En el Imperio bizantino había poca o ninguna diferencia entre artista y artesano; ambos creaban objetos bellos para un objetivo concreto, ya fuera una caja para guardar un objeto de valor o un icono para unir sentimientos de piedad y reverencia. Algunos nombres de oficios que conocemos son zographos e historiographos (pintor), maistor (maestro) y ktistes (creador). Además, muchos artistas, especialmente los que creaban manuscritos ilustrados, eran sacerdotes o monjes. No hay evidencia de que entre ellos no hubiera mujeres, aunque es probable que estas se especializaran en telas y sedas estampadas. La escultura, la artesanía del marfil y el esmalte eran especialidades que requerían años de aprendizaje, pero en otras formas artísticas era frecuente que un mismo artista produjera manuscritos, iconos, mosaicos y pinturas murales.
Antes del siglo XIII resultaba extraño que un artista firmara su trabajo, lo cual puede reflejar una falta de estatus social, o que los trabajos eran creados por un equipo, o que esa personalización de la obra de arte se considerara que desmerecía su objetivo, especialmente en el arte religioso. Los artistas eran apoyados por mecenas que les encargaban los trabajos, sobre todo los emperadores y monasterios, aunque también personas particulares, incluyendo mujeres, especialmente viudas.
Frescos y pinturas
El arte cristiano bizantino tenía el triple objetivo de embellecer un edificio, instruir a los analfabetos sobre temas vitales para su bienestar espiritual, y animar a los creyentes indicándoles que ya estaban en el camino correcto de la salvación. Por dicho motivo, los interiores de las iglesias bizantinas estaban cubiertos de pinturas y mosaicos. El gran edificio de la basílica cristiana, con sus techos altos y largas paredes laterales, era el medio ideal para enviar mensajes visuales a la congregación, pero incluso los santuarios más humildes estaban a menudo decorados con abundancia de frescos. Los temas eran necesariamente limitados – los hechos y figuras clave de la Biblia – e incluso su posición se hizo convencional. La figura de Jesucristo normalmente ocupaba la cúpula central, en el cañón estaban los profetas, los evangelistas aparecían en las uniones de la bóveda y la cúpula, en el sagrario la Virgen y el Niño, y las paredes tenían escenas del Nuevo Testamento y de vidas de los santos.
Además de paredes y cúpulas, los paneles pequeños de madera pintada eran otro medio popular, especialmente en el período final del Imperio. Fuentes literarias describen pequeñas pinturas portátiles con retratos, encargadas por una diversidad de personas, desde obispos a actrices. Las pinturas para manuscritos también eran una aplicación muy valorada de las habilidades pictóricas, y cubrían temas tanto religiosos como históricos, tales como coronaciones y batallas famosas.
Ejemplos destacados del estilo más expresivo y humanístico predominante a partir del siglo XII son las pinturas murales de Nerezi, Macedonia, de 1164, que muestran escenas de la Crucifixión, captando la desesperación de los protagonistas. A partir del siglo XIII se pintaba a los individuos con su personalidad y una atención al detalle mucho mayor. La iglesia de Santa Sofía en Trebisonda tiene galerías completas con pinturas de ese estilo, que datan de ca. 1260, en las que los sujetos parecen haber sido inspirados por modelos reales. También hay un uso más atrevido del color para lograr los efectos. Un buen ejemplo es la utilización del azul en la Transfiguración, una pintura en manuscrito en las obras teológicas de Juan VI Cantacuceno, realizada en 1370-1375 y actualmente en la Biblioteca Nacional de París. A mayor escala, esa combinación de colores intensos y finos detalles se ve perfectamente en las pinturas murales de las diversas iglesias bizantinas de Mistrá, en Grecia.
Iconos
Los iconos – representaciones de figuras sagradas – fueron creados para ser venerados por los cristianos bizantinos a partir del siglo III d.C. Se encuentran sobre todo en mosaicos, pinturas murales y pequeñas obras de arte de madera, metal, piedras preciosas, esmaltes o marfil. La forma más habitual eran pequeños paneles de madera pintada, que podían ser transportados o colgados en las paredes. Dichos paneles se hacían usando la técnica de encáustica, en la que se mezclaban los pigmentos con cera y se aplicaban en caliente sobre la madera, donde quedaban incrustados.
Normalmente, las figuras se representan en los iconos de forma totalmente frontal, ya sea de cuerpo entero o solamente cabeza y hombros, mirando fijamente al observador como si estuvieran diseñadas para facilitar la comunicación con la divinidad. A menudo tenían un nimbo o halo a su alrededor, para hacer énfasis en su santidad. Con menor frecuencia, se muestran escenas narrativas. El estilo artístico de los iconos fue muy estable a lo largo de los siglos, aunque eso no debería ser sorprendente teniendo en cuenta que sus temáticas debían presentar una calidad intemporal e infundir la devoción a lo largo de generaciones de devotos – la gente y las modas pueden cambiar, pero no el mensaje.
Algunos de los iconos bizantinos más antiguos que han llegado a nuestros días se encuentran en el monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí. Datados en el siglo VI y salvados de la ola iconoclasta que se extendió por el Imperio bizantino durante los siglos VIII y IX, el más refinado muestra un Cristo Pantocrátor, la Virgen y el Niño. La imagen del Pantocrátor, en la que Cristo está en la clásica posición frontal sosteniendo un libro con los Evangelios en su mano izquierda y bendiciendo con la derecha, fue posiblemente una donación de Justiniano I (r. 527-565 d.C.) para conmemorar la fundación del monasterio.
Hacia el siglo XII, los pintores producían retratos mucho más intimistas, con más expresión e individualidad. El icono conocido como la Virgen de Vladímir, actualmente en la Galería Tretiakov de Moscú, fue pintado en Constantinopla en ca. 1125, y es un ejemplo excelente de ese nuevo estilo, con su tierna representación del niño apretando su mejilla contra la de su madre.
Mosaicos
La mayor parte de mosaicos de paredes y techos que han sobrevivido muestran temas religiosos y se encuentran en muchas iglesias bizantinas. Una de sus características es el empleo de teselas doradas para crear un fondo brillante a las figuras de Cristo, la Virgen María y los santos. Igual que con los iconos y las pinturas, los retratos muestran ciertas convenciones, tales como la vista frontal, el halo, y un estatismo general. La iglesia de Santa Sofía de Constantinopla (Estambul) tiene los ejemplos más destacados de dichos mosaicos, mientras que uno de los más impactantes es el de Jesucristo en la cúpula del monasterio de Dafni, en Grecia. Realizado hacia el 1100, muestra a Cristo con una expresión más bien seria, en contraste con la inexpresiva representación habitual.
Los mosaicos del Gran Palacio de Constantinopla, que datan del siglo VI, son una mezcla interesante de escenas de la vida cotidiana (especialmente de caza) con dioses paganos y criaturas míticas, poniendo nuevamente de manifiesto que, en el arte bizantino, los temas paganos no fueron totalmente reemplazados por los cristianos. Otro tema secular de los mosaicos fueron los emperadores y sus consortes, aunque a menudo retratados en su papel de cabeza de la Iglesia de Oriente. Entre ellos destacan los mosaicos de la iglesia de San Vitale en Rávena, que datan de la década del 540 d.C. Dos paneles brillantes muestran al emperador Justiniano I y su consorte, la emperatriz Teodora, con sus respectivos séquitos.
Los artistas de mosaicos bizantinos se hicieron tan famosos con su trabajo que el califato árabe omeya (661-750 d.C.) les contrató para decorar la Cúpula de la Roca en Jerusalén y la Gran Mezquita de Damasco. Finalmente, igual que en la pintura, en los siglos XIII y XIV los temas de los mosaicos se hicieron más naturales, expresivos e individualizados. Excelentes ejemplos de ese estilo pueden verse en los mosaicos de la iglesia de San Salvador de Cora, en Constantinopla.
Escultura
La escultura realista de retratos fue una característica del arte romano tardío, tendencia que continuó en los inicios del bizantino. Por ejemplo, el Hipódromo de Constantinopla era conocido por sus esculturas de bronce y mármol de emperadores y aurigas populares. También se utilizaba el marfil, aunque solamente sobrevive un ejemplo de escultura exenta, la Virgen y el Niño, actualmente en el Victoria and Albert Museum de Londres. Otra aplicación del arte escultórico fueron los sarcófagos de mármol y piedra caliza. Sin embargo, a partir del siglo VI, son raros los retratos tridimensionales, incluso para emperadores, y la escultura en absoluto recuperó la popularidad que había tenido en la antigüedad.
Artes menores
Las artistas bizantinos eran excelentes orfebres, a la vez que dominaban la técnica del esmaltado. Un ejemplo soberbio del uso de ambas habilidades es el cáliz del Tesoro de San Marcos de Venecia, de ca. 1070. Con un cuerpo de piedras semipreciosas y un tallo de oro, la copa está decorada con placas esmaltadas. Los esmaltes alveolados (cloisonné) (objetos con múltiples compartimentos con borde metálico y rellenos de un esmalte vítreo) eran muy populares, una técnica probablemente traída de Italia en el siglo IX. También se produjeron grandes cantidades de bandejas de plata estampadas con imágenes cristianas, para uso doméstico. Otro uso de los metales fue la acuñación de moneda, una forma de retrato imperial y, a partir del siglo VIII, también con imágenes de Jesucristo.
Se realizaron biblias con textos maravillosamente escritos con tinta de oro y plata sobre páginas teñidas con púrpura de Tiro, con magníficas ilustraciones. Uno de los mejores ejemplos de manuscrito ilustrado que han sobrevivido son las Homilías de San Gregorio de Nisa, realizadas en 867-886 d.C., actualmente en la Biblioteca Nacional de París. Los libros, en general, lucían cubiertas exquisitas con oro, plata, piedras semipreciosas y esmaltes. Los relicarios – contenedores para reliquias sagradas – fueron otra expresión de las artes decorativas.
Los objetos portátiles se decoraban a menudo con imágenes cristianas, incluyendo los joyeros, piezas de joyería y símbolos de los peregrinos; los objetos de marfil, como paneles y cajas, eran una especialidad de Alejandría. Los paneles se usaban para decorar casi todo, especialmente los muebles. Uno de los ejemplos más destacados es el trono de Maximiano, arzobispo de Rávena (545-553 d.C.), que está recubierto con paneles de marfil que muestran escenas de las vidas de José, Jesucristo y los Evangelistas. Las telas – de lana, lino, algodón y seda – en las que los diseños eran bordados en la propia tela o estampados por inmersión de la tela en colorantes, con algunas partes cubiertas para crear el diseño.
Finalmente, la cerámica bizantina no ha adquirido demasiada relevancia, aunque se crearon piezas con técnicas como el policromado (escenas de colores pintadas sobre un fondo blanco con un barnizado transparente posterior) – una técnica transferida a Italia en el siglo IX. A veces los diseños eran grabados y con barnices de colores, como en una preciosa bandeja de los siglos XIII - XIV con dos palomas, actualmente en la Colección David Talbot Rice de la Universidad de Edimburgo. Las formas más comunes incluían bandejas, platos, tazones y copas con un asa. Los azulejos se pintaban a menudo con representaciones de figuras sagradas como emperadores, a veces formando una imagen compuesta con varios azulejos.