Los godos fueron un pueblo germánico a quienes se los recuerda por el papel importante que jugaron en la caída del Imperio romano y por su auge en la región del norte de Europa, empezando por Italia. Heródoto los menciona por primera vez con el nombre de escitas, pero hay que tener en cuenta que tendía a definir con mucha libertad a los pueblos que consideraba como “bárbaros”, por lo que quizás nombró a los godos como escitas solo porque vivían en las regiones que rodeaban el mar Negro, que era un territorio que solían ocupar los escitas.
La academia moderna rechaza la idea de que los godos estén relacionados con los antiguos escitas. La fuente primaria sobre la historia de los godos es la obra de Jordanes, Getica (siglo VI a.C.), que presenta una versión semimítica de la historia de ese pueblo, por lo que algunos estudiosos aceptan su narrativa con cierto recelo mientras que otros la rechazan sin ambages. La obra de Jordanes fue una versión resumida de una obra mucho más larga, ahora perdida, de Casiodoro, un funcionario romano que sirvió en la corte del rey gótico Teodorico el Grande (en torno a 454-526 d.C.). En general se considera que una buena parte de la obra de Casiodoro es inventada para legitimar el reinado de Teodorico al darle a los godos un pasado ilustre. Se desconoce de dónde provienen originalmente los godos.
En la historia romana, los godos aparecen por primera vez en la narrativa de Plinio el Viejo (en torno a 75 d.C.) de los viajes del explorador Piteas y sus encuentros con el pueblo que llamó gutones, una tribu germánica identificada con los godos (también respaldado por la narrativa de Ptolomeo, un escritor que vivió poco después de Plinio). Tácito escribe mucho sobre los godos en su obra Germania (98 d.C.), en la que los describe detalladamente, al igual que otros escritores posteriores, como Amiano Marcelino (en torno a 390 d.C.), quien escribió una continuación a las historias de Tácito.
Más adelante, Casiodoro los dividiría en “visigodos” (godos occidentales) y “ostrogodos” (godos orientales), pero no se reconocían con esos nombres en un principio. Aunque parece que existe cierta verdad en que, originalmente, una familia llamada Balthi (o Baltos) regía a los visigodos y que la ilustre familia Amal regía a los ostrogodos, se cree que Casiodoro, o quizás Jordanes, buscaban aumentar su prestigio.
El posible origen y la migración
Jordanes, que tenía ascendencia goda, afirma que los godos son originarios de Escandinavia:
De la isla de Scandza, como de una colmena de razas o un útero de naciones, se dice que los godos llegaron hace mucho tiempo bajo el mando de su rey, Berig de nombre. Tan pronto desembarcaron de sus navíos y pusieron pie en tierra, se lanzaron de inmediato a dar nombre al lugar al que llegaron. Incluso hoy día dicen que se llama Gothiscandzan. (57)
Historiadores como Peter Heather identificaron Gothiscandzan con Gdansk, en la Polonia moderna; las pruebas arqueológicas respaldan en gran medida esa teoría, aunque no todos los académicos la aceptan, siendo Michael Kulikowski el más notable. Kulikowski afirma que la teoría de la migración desde Escandinavia tiene que ser rechazada, dado que la obra de Jordanes no es del todo fidedigna y es la única fuente que existe sobre el principio de la migración y de la historia de los godos.
Sin embargo, Heather arguye que “existen suficientes pruebas fidedignas como para establecer que la migración germánica desde el norte fue un factor de gran importancia en la revolución estratégica del siglo III” (114). También sostiene que las migraciones habrían sucedido siglos antes de que los godos llegaran a desempeñar su papel fundamental en la caída de Roma y el desarrollo del norte europeo. Que se acepte o no el origen escandinavo de los godos, depende de cuánta fe se tenga en la narrativa de Jordanes y la interpretación de las pruebas arqueológicas.
Kulikowski sostiene que la afirmación de que los godos provienen originalmente del norte del mar Negro es “una fantasía creada por el texto”, lo que quiere decir que las pruebas arqueológicas fueron interpretadas para encajar con la narrativa de Jordanes en vez de ser evaluadas por mérito propio (Heather, 113). El debate sigue abierto y, en la actualidad, no existen pruebas nuevas que corroboren por completo un lado o el otro de la argumentación.
Mientras que es probable que la actual Gdansk sea la antigua Gothiscandzan, no puede demostrarse de forma concluyente, aun cuando esa afirmación esté respaldada por el descubrimiento de más de tres mil tumbas godas, que datan de entre de entre los siglos I y IV d.C., en 1873 d.C. en Pomerania oriental (Polonia). El hallazgo, denominado cultura de Wielbark (denominada así porque es el nombre del pueblo polaco donde se hallaron las tumbas), está también sujeto a la misma controversia que se trató anteriormente; es decir, los historiadores que están a favor del testimonio de Jordanes creen que es una prueba vindicatoria, mientras que los otros historiadores sostienen que el sitio arqueológico sencillamente se interpretó tras haber aceptado la versión de Jordanes como cierta de antemano.
El historiador Walter Goffart sostiene que las pruebas arqueológicas no deberían interpretarse en el contexto de la obra de Jordanes porque simplemente no es fiable. La opinión de Goffart es que no hay una “historia de los godos” que preceda a su relación con Roma y los relatos de escritores romanos que los mencionen:
Una narrativa histórica controlada estrictamente presupone una mínima cantidad de pruebas, en vez de una serie de hipótesis y combinaciones; por mucho que se quiera escribir la historia antigua de los godos, falta la documentación para hacerlo. (Goffart, 8)
Si en efecto migraron desde el norte del mar Negro hacia Europa oriental, luego, en algún momento, se trasladaron al sur para poblar la región de Germania.
Los godos antes de encontrarse con Roma
El historiador romano Tácito, que se encontró por primera vez a los godos en Germania, los describe como un pueblo germánico unido, nativos de sus tierras y guerreros feroces:
Yo soy de la opinión de los que entienden que los germanos nunca se juntaron en casamiento con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse sino a sí mismos. De donde procede que un número tan grande de gente tienen casi todos la misma disposición y talle, los ojos azules y fieros, los cabellos rubios, los cuerpos grandes, y fuertes para el primer ímpetu, pero no tienen paciencia para el trabajo y la labor. No soportan el calor y la sed, pero llevan bien el hambre y el frío porque están acostumbrados al clima y el suelo.
No tienen hierro en abundancia, como se puede colegir de sus armas. Pocos usan espadas ni lanzas largas; pero tienen ciertas astas, que ellos llaman frameas, con un hierro angosto y corto, pero tan agudo y fácil de manejar, que se puede pelear con ella de lejos y de cerca, según la necesidad. La gente de a caballo se contenta con escudo y framea; la infantería se sirve también de armas arrojadizas, y trae cada uno muchas, las cuales tiran muy lejos. Andan desnudos, o con un sayo ligero. No son curiosos en su traje. Solo traen los escudos muy pintados y de los mejores colores. Pocos traen lorigas, y apenas se halla uno o dos con casco de metal o de cuero. Los caballos no son bien hechos ni ligeros, ni los enseñan a volver a una mano y a otra y a hacer caracoles, según nuestra usanza; de una carrera derecha, o volviendo a una mano todos en tropa, hacen su efecto con tanto orden que ninguno se queda atrás. Y todo bien considerado, se hallará que sus mayores fuerzas consisten en la infantería; y así, pelean mezclados, respondiendo admirablemente al paso de los caballos la ligereza de los infantes, que se ponen al frente del escuadrón, por ser mancebos escogidos entre todos.
Eligen sus reyes por la nobleza; pero sus capitanes, por el valor. El poder de los reyes no es absoluto ni ilimitado. Y los capitanes, si se muestran más prontos y atrevidos, y son los primeros que pelean delante del escuadrón, gobiernan más por el ejemplo que dan de su valor y admiración de esto, que por el imperio ni autoridad del cargo.
Siempre están armados cuando tratan alguna cosa, ya sea pública, ya particular; pero ninguno acostumbra a llevar armas antes de que el estado indique que está listo para usarlas.
Cuando se viene a dar batalla es deshonra para el príncipe que se le aventaje alguno en valor; y para los compañeros y camaradas, no igualarle en el ánimo. Y si acaso el príncipe muere en la batalla, aquellos de sus compañeros que salgan vivos serán infames para siempre.
Cuando no tienen guerras, se ocupan mucho en cazas, pero más en ociosidad y en comer y dormir, a lo que son muy dados. Ningún hombre belicoso y fuerte se inclina al trabajo, sino que dejan el cuidado de sus moradas, hacienda y campos a las mujeres y viejos y a los más débiles de la casa. Ellos, entretanto, se dejan embotar por la inercia. Hacen una bebida de cebada y trigo, alterada por la fermentación a manera del vino. (Germania, 17)
La descripción encaja con narrativas posteriores sobre los godos, pero los historiadores recomiendan no aceptar de buenas a primeras que los godos de siglos posteriores son el mismo pueblo del que escribe Tácito. Como es el caso del pueblo alemán, se cree que la identidad tribal de los godos experimentó una transformación entre el siglo I d.C., cuando Tácito escribe su obra, y el III y IV siglo d.C., cuando aparecen muchos de las otras narrativas. Heather lo explica del siguiente modo:
Se puede demostrar que todos los grupos germánicos que serían la base de los estados sucesores al Imperio romano de la era, como godos, francos, vándalos y otros, eran unidades políticas nuevas, creadas sobre la marcha, muchas de las cuales estaban conformadas por personas con distintos orígenes, y que ni siquiera hablaban el idioma germano. Así, las unidades políticas conformadas por los germanos en el primer milenio no era grupos cerrados con una historia ininterrumpida, sino que más bien eran entidades que podían crearse o destruirse, las cuales aumentaban y disminuían en tamaño de acuerdo con las circunstancias históricas. (20)
Puede ser que los godos que luego se aliarían con los hunos, o en su contra, que, a su vez, luchaban a favor o en contra de Roma, no sean el mismo pueblo que describe Tácito. Pero, a diferencia de los alemanes, parece que hay una mayor probabilidad que haya sido el caso, dado que las descripciones posteriores de los godos concuerdan con las primeras descripciones en buena medida. Por ejemplo: en cuestiones religiosas, los godos descriptos por Tácito practicaban el mismo paganismo nórdico y tribal que posteriormente defenderían los reyes godos tales como Atanarico en el siglo IV d.C. Empezando por la veneración de los ancestros, pasando por la apreciación de la naturaleza y terminando en el reconocimiento de sitios naturales sagrados y los tótems tribales fueron una parte importante de la religión goda del siglo I como lo fue para los godos de siglos posteriores antes de la llegada del cristianismo.
El idioma y la religión
Se conoce el idioma gótico gracias a la traducción de la Biblia del griego al gótico, escrita por el misionario Ulfilas alrededor del año 350 d.C. El idioma tenía rasgos teutónicos, pero era bastante diferente a otros idiomas germanos hablados en la región. Ulfilas escribió su traducción en runas góticas, para lo que utilizó como base la caligrafía uncial griega (una forma de escritura que solo usa letras mayúsculas). No se sabe si hay registro escrito anterior del idioma; dado que la única evidencia que sobrevivió fueron fragmentos de la Biblia de Ulfilas, se trata de una pregunta que no tiene respuesta. Sin embargo, la opinión popular entre los académicos es que Ulfilas fue el primero en crear un registro escrito de la lengua oral.
Por supuesto, el objetivo final de Ulfilas era promover su trabajo como misionario entre los godos; un esfuerzo poco apreciado entre muchos de los godos, sobre todo por los líderes. Como se mencionó antes, la religión de los godos previa a la llegada del cristianismo era el paganismo nórdico, que hacía énfasis en la presencia cercana de los espíritus de la tierra, los ancestros y la primacía de los dioses nórdicos.
El cristianismo presentaba una perspectiva completamente diferente del universo: un solo Dios en los Cielos, quien había enviado a su hijo a la tierra para redimir las almas de los seres humanos. Como el cristianismo se veía como una “religión romana” y, por lo tanto, una amenaza al legado y estilo de vida godo, los líderes góticos tomaron medidas para detener el trabajo de los misioneres entre sus gentes; estas medidas solían manifestarse en brutales persecuciones. Aunque las persecuciones generaron conflictos entre las familias góticas, y también jugaron un papel importante en la posterior guerra civil, las autoridades góticas consideraban que valía la pena el costo para mantener a raya la influencia de Roma.
Los godos y Roma
Los godos invadieron Roma por primera vez en 238 d.C.; atacaron la ciudad de Histia, ubicada en la actual Hungría, la cual había formado parte del Imperio romano desde el 30 d.C. No está claro qué llevó a los godos a que atacaran, pero lo más probable es que el único motivo haya sido la debilidad del imperio en aquel tiempo, lo que convertía a ciudades provinciales como Histia en objetivos tentadores para los godos y otras tribus, porque los romanos ya no tenían la capacidad de antaño para responder antes los ataques.
En aquel entonces, Roma estaba atravesando un periodo que se conoció como la crisis del siglo III (235-284 d.C.); el imperio estaba en un estado de permanente confusión que resultó en la división del imperio en tres regiones independientes. Cualquiera que haya sido la motivación inicial, los godos continuaron atacando territorios romanos. Las siguientes décadas estuvieron marcadas por una serie de victorias góticas sobre los romanos, tales como la batalla de Abrito en el 251 d.C., donde el rey godo Cniva (en torno a 250 – en torno a 270 d.C.) aplastó a los romanos; tanto el emperador Decio como sus dos hijos murieron en la batalla.
Los godos también asaltaron las regiones costeras y se dedicaron a la piratería con una marina recién armada. Mantuvieron el control de la región hasta que Aureliano (emperador del 270 hasta el 275 d.C.) los derrotó en el 270 d.C.; fue un enfrentamiento en el que mataron al rey godo Cannabaudes (probablemente sea Cniva con otro nombre) además de cinco mil de sus hombres, por lo que los godos se vieron obligados a retirarse hacia Dacia.
En este momento histórico, los romanos no consideraban que los godos fueran humanos sino más bien una plaga peligrosa. El historiador Herwig Wolfram describe la perspectiva que tenían los romanos sobre los “bárbaros” en general y, en particular sobre los godos, de la siguiente manera:
Son bárbaros; su idioma no sueno humano, parece más un tartamudeo y mero ruido. Los bárbaros también hablan varios idiomas a la vez o como iguales, el idioma no es criterio de membresía de la tribu para ellos. Ante el asalto de sus horribles cánticos, la métrica clásica de los poemas antiguos se cae a pedazos. Su religión es supersticiosa y, aunque en realidad no es pagana, es apenas una corrupción del cristianismo, una herejía o peor. Como los bárbaros son incapaces de pensar o actuar racionalmente, las controversias teológicas son como griego para ellos. Ante una tormenta, temen que el cielo se está cayendo, abandonan toda ventaja que tenían en el campo de batalla y huyen. Al mismo tiempo, un deseo de muerte domina sus vidas: ellos buscan ansiosamente morir. Incluso las mujeres luchan en las batallas. Los espíritus malignos controlan a los bárbaros; están poseídos por demonios que los obligan a cometer los actos más atroces. Los contemporáneos romanos concluyeron que los bárbaros parecen más animales que seres humanos y cuestionaban si había algo de la naturaleza humana en ellos. (6)
Aunque los romanos consideraban que los godos eran inferiores a ellos, eso no los detenía a la hora de reclutarlos en sus ejércitos. Los godos lucharon junto a los romanos en las guerras romano-sasánidas y en la batalla de Misiche en el 244 d.C., que concluyó con la derrota de los romanos y el ascenso al poder de Filipo el Árabe (que fue emperador entre 244 y 249 d.C.) en Roma. Según la narrativa histórica aceptada, se asegura que los godos atacaban continuamente a Roma, incluso cuando sus paisanos luchaban junto a las fuerzas romanas, lo que al final contribuyó a la caída de Roma en gran medida. Sin embargo, estudios recientes cuestionan esa visión; Goffart escribe al respecto:
De acuerdo con el esquema tradicional, los pueblos germánicos habían estado en movimiento desde el siglo III a.C., lo que producía migraciones en masa que desplazaban a las tribus norteñas hacia el sur con una fuerza cada vez mayor, donde se encontraban con los pueblos que habían emigrado hacia el sur en ocasiones anteriores. La frontera romana, que hasta entonces había impedido el avance de las migraciones, cayó a pedazos alrededor del 400 d.C.; entonces, la masa de pueblos germanos avanzó y se detuvo en el territorio imperial. Aun así, el último avance resultó ser bastante modesto: quienes participaron en la migración fueron un puñado de pueblos, cada grupo no superaba las decenas de miles de personas y, muchos de ellos (no todos), se acomodaron en el territorio de las provincias romanas sin desplazar a las poblaciones indígenas. (4-5)
Aunque no hay duda de que hubo choques entre los ejércitos romanos y godos (el más destacable es la primera guerra gótica, de 376 a 382 d.C.), ahora se considera que, entre alrededor del 238 d.C. y el 400 d.C., una porción importante de la población del Imperio romano era gótica, y había adoptado el estilo de vida romano. Varios de los enfrentamientos de la primera guerra gótica fueron el resultado de disputas sobre la tierra, promesas no cumplidas o godos maltratados por los romanos.
Antes de la invasión del 238 d.C., los godos habían vivido a lo largo de la frontera con Roma en paz. Luego del 244 d.C., muchos godos vivían al modo de los romanos y muchos prestaban servicio en el ejército; también los había que no se habían trasladado y seguían las costumbres góticas. Aquellos que se asentaron cerca de las fronteras romanas, o en las provincias, acabaron diferenciándose de los que habían permanecido en sus regiones ancestrales y con el tiempo llegarían a ser conocidos como los visigodos por el nombre de la unidad militar en la que servían, Vesi (aunque originalmente se los conocía con el nombre de tervingios) Por el otro lado, se designó ostrogodos, cuyo nombre original era greutungos, a los que se quedaron en las regiones ancestrales, donde había vivido desde siempre.
Esos nombres posteriores no eran los que los pueblos usaban para referirse a sí mismos, sino términos que Casiodoro había creado en el siglo VI d.C. para determinar que los “visigodos” eran los “godos occidentales” y los “ostrogodos”, los “godos orientales”. Esta división no quiere decir que no hubiera ostrogodos que servían en las legiones romanas ni visigodos que vivían en Germania; ambos deignaciones se crearon para funcionar como una referencia fácil para los pueblos góticos que, en general, ocupaban un área u otra, o peleaban a favor o en contra de Roma.
Atanarico y Fritigerno: la guerra civil gótica
A principios del 370 d.C., la guerra civil gótica entre Atanarico y Fritigerno causó la división de los godos tervingios. Wolfram explica que “los registros de la guerra son contradictorios, por lo que no se sabe una fecha exacta” (70). Atanarico fue el primer rey de los godos (algunas fuentes indican que fue el primero), un puesto conocido como reiks (pronunciado “rix”) que significa “juez”. Las fuentes antiguas indican que, cuando era joven, Atanarico había jurado a su padre que nunca confiaría en los romanos y que nunca pondría un pie sobre suelo romano.
La academia moderna, aunque no da por descontada esa explicación, supone que, en su papel de juez, no tenía permitido abandonar la región de los godos porque personificaba al espíritu de su pueblo. Según sus creencias, al viajar a otros territorios, otras divinidades lo guiarían, por lo que el puesto de juez perdería validez y dejaría sin líder a su pueblo, aunque fuera por un corto periodo de tiempo.
Cualquiera que fuera la razón, Atanarico era un enemigo acérrimo de Roma, mientras que Fritigerno buscaba el favor de los romanos al asociarse con el emperador Valente. Las diferencias religiosas eran otra complicación entre estos dos hombres. Por un lado, Fritigerno profesaba el arrianismo, por el otro lado, Atanarico mantenía la tradición de creencias paganas de su pueblo, que defendía en calidad de juez, y por lo que también perseguía a los godos cristianos.
Las diferencias entre los dos hombres creó un gran abismo entre los godos paganos y cristianos, lo que resultó en la guerra. Atanarico derrotó a Fritigerno en batalla; este apeló a Valente para que lo ayudara. El emperador, que también era arriano, asistió a Fritigerno. De acuerdo con algunas fuentes, Fritigerno se convirtió al cristianismo como parte del trato con Valente.
De acuerdo con otras fuentes, Fritigerno ya se había convertido al cristianismo gracias a los esfuerzos misioneros de Ulfilas el Godo (311-383 d.C.), que fue el primer misionero en introducir la nueva fe en territorio godo; una misión alentada por los romanos, que creían que uniendo a los godos bajo las creencias religiosas romanas los "civilizaría" y disminuiría la posibilidad de conflictos. Cabe pensar que Fritigerno y sus seguidores se convirtieron ante el pedido de Valente, pero dado que los dos ya estaban en contacto desde antes de los registros sobre la conversión en torno a 376 d.C., lo más probable es que Fritigerno ya fuera cristiano, aunque haya sido solo de nombre.
Como supone Wolfram, lo más probable es que Fritigerno pensara que una alianza con Valente era una vía rápida de entrada a los territorios del imperio para que su pueblo pudiera asentarse en la Tracia romana, por lo que hizo una demostración pública al convertirse al arrianismo cuando el emperador se lo pidió. Entre el 367 y el 369 d.C., Valente se enfrentó a Atanarico en batalla; pero el líder gótico demostraba ser más astuto que los romanos en todas las ocasiones, y los atrajo cada vez más adentro de su territorio donde podía librar una guerra de guerrillas.
Aunque las fuentes no indican que hubiera muchas bajas en ninguno de los bandos, lo cierto es que no eran de mucha confianza (como muchas otras fuentes del periodo); es probable que el ejército de Valente sufriera muchas más bajas de las que los romanos estaban dispuestos a admitir. Las fuerzas romanas continuaron marchando y luchando contra un enemigo que conocía el terreno y podía atacar sin advertencia para luego esfumarse en el bosque. Esa estrategia de combate suele ser un duro golpe para la moral de las tropas, y si Atanarico hubiera podido continuar la guerra, podría haber salido victorioso.
Sin embargo, la llegada de los Hunos impidió que sucediera. Las incursiones hunas destruyeron las reservas de alimentos góticas, y la falta de comercio con Roma resultó en una escasez de alimentos, lo que obligó a Atanarico a buscar términos de paz con Valente. Finalmente, los dos líderes llegaron a un acuerdo de paz y lo firmaron en un barco en medio del Danubio; así Atanarico no rompía su juramento de nunca pisar suelo romano y Valente no comprometía su condición como emperador de Roma al encontrarse con un líder gótico (a quien aseguraba que había derrotado) en territorio gótico.
El tratado solo afectaba a Valente y a los godos bajo el mando de Atanarico, porque Fritigerno ya estaba aliado con Roma. La división entre los godos no haría sino acentuarse en las décadas siguientes a medida que los hunos, liderados por su rey y caudillo, Atila, invadían la región.
Atila el Huno
Es de creencia común pensar que los hunos empujaron a los godos hacia las regiones de Roma, y así sucedió entre los años 376 y 378 d.C. aproximadamente; sin embargo, no se trata de una representación precisa sobre las relaciones entre los godos y los romanos en su totalidad. Como se dijo antes, ya había muchos godos viviendo las provincias romanas y sirviendo en los ejércitos romanos El rey de los visigodos, Alarico I (que reinó entre el 394 y el 410 d.C.), sirvió como soldado de Roma antes de llegar al poder y saquear la capital romana en el 410 d.C. Alarico decidió sitiar la ciudad porque Roma ignoró en cada ocasión su pedido de que trataran adecuadamente a los godos. La guerra entre Alarico y Roma es un ejemplo de la tensión que existió siempre entre los godos y los romanos. Los godos peleaban por Roma, pero por lo general todavía no se consideraba que estuvieran a la altura de los ciudadanos romanos.
Otra “tribu bárbara” que Roma empleó fueron los hunos. Los hunos eran una tribu nómada que vivía en la región conocida como Cáucaso (el borde entre Europa y Asia); Tácito los menciona por primera vez en su Germania (98 d.C.) con el nombre de hunnoi. Primero derrotaron a una tribu germánica, los alanos, y luego atacaron y sometieron a los greutungos (los ostrogodos).
Más tarde, los hunos se lanzaron sobre los tervingios (los visigodos) que se refugiaron al otro la do de la fronter romana. Hacia el 376 d.C., Fritigerno le había solicitado asilo al emperador romano Valente, que aceptó, por lo que Fritigerno y sus godos cruzaron el Danubio y se asentaron en territorio romano. El maltrato que recibieron los godos a manos de la administración provincial resultaría en la rebelión liderada por Fritigerno y la batalla de Adrianópolis (9 de agosto de 378 d.C.), en la que el emperador Valente fue asesinado y de la cual el Imperio romano nunca se recuperaría por completo. Muchos historiadores dicen que la batalla de Adrianópolis marca el verdadero final del Imperio romano y que la invasión Huna, que empujó a los godos hacia Roma, fue un factor determinante.
Aunque sirvieron a menudo como mercenarios en el ejército romano, e incluso después de que Atila llegara a ser el líder supremo de la tribu, los hunos eran una amenaza constante para Roma. Sin embargo, por importante que haya sido el papel de Atila en la caída de Roma, no ahy duda de que ejercieron una gran influencia sobre el futuro de los godos. Las primeras incursiones hunas en territorio godo alrededor del 376 d.C. causaron que muchos godos cruzaran el Danubio hacia Roma, considerada tradicionalmente como la “invasión gótica” del Imperio romano, pero fueron las campañas de Atila las que hicieron que los godos se dividieran y, con el tiempo, se dispersaran.
En el año 435 d.C., Atila y su hermano Bleda negociaron el tratado de Margus con Roma, que se suponía serviría para guardar la paz; inmediatamente después, rompieron el tratado y asaltaron territorios romanos. Una vez que habían saqueado varias ciudades y masacrado a los habitantes, le exigieron grandes cantidades de dinero a Roma para evitar que continuaran haciéndolo.
Cuando Bledo murió en el 444 d.C., Atila pasó a ser el único soberano de los hunos y empezó a hostigar constantemente al imperio. Invadió la región de Mesia (los Balcanes) en el 446/447 d.C. e invadió la Galia (en 451 d.C.) e Italia (en 452 d.C.) hasta que murió en el 453 d.C. La invasión de los hunos dividió a los godos, y la guerra de Atila contra los romanos acentuó la división porque los ostrogodos luchaban sobre todo a favor de los hunos, mientras que los visigodos luchaban en contra de ellos. En el 451 d.C., en la famosa batalla de los Campos Cataláunicos, había godos, al igual que alemanes, luchando en ambos bandos del conflicto.
Luego de la muerte de Atila, la división de los godos quedó sellada. El rey de Italia, Odoacro (433-493 d.C.), haya sido visigodo, ostrogodo o cualquier otra etnicidad germánica, dio refugio principalmente a los visigodos bajo su mando apropiándose de un tercio de las tierras en Italia cuando se hizo con el poder.
Los ostrogodos que habían luchado por Atila o se unieron a las fuerzas romanas o volvieron a sus tierras natales, donde llegarían a servir bajo el rey Teodorico el Grande de los ostrogodos (454-526 d.C.). Teodorico asesinó a Odoacro en el 493 d.C. y se convirtió en el rey de Italia. Pudo reinar sobre un pueblo de romanos y godos desunido pero considerados iguales hasta que murió en el 526 d.C.
Luego de su muerte, la región atravesó un periodo de agitación que culminó en la segunda guerra gótica (535-554 d.C.). En el último tiempo del conflicto, el rey de los ostrogodos, Baduila (mejor conocido como Totila), lideró a los godos de Italia en la lucha contra las fuerzas del Imperio romano de Oriente, liderados por el general Belisario. En el 552 d.C., Totila fue derrotado y mortalmente herido en la batalla de Tagina. Luego de su muerte, los godos continuaron luchando para independizarse de Roma hasta que fueron derrotados completamente en el 553 d.C. en la batalla de Mons Lactarius.
Para 554 d.C., los godos comenzaron a dispersarse hacia las regiones del norte europeo (actuales Italia, Francia y España) y, hacia el 562 d.C., casi nadie conocía el nombre de los ostrogodos y el reino de los visigodos se había convertido en el reino de los francos. Los nombres de esos pueblos existen hoy solo en la historia.
Legado
Quien se dedica a la historia gótica sabe que será malentendido, rechazado y hasta estigmatizado, lo que no resulta sorprendente, porque el tema está cargado con el peso de una ideología dispuesta a lo largo de los siglos a rechazar a los godos como la representación de todo aquello que es cruel y malvado, o identificarse con ellos y su gloriosa historia. (Wolfram, 1)
Wolfram indica que ninguna otra nacionalidad, como los celtas, tiene una carga emocional e histórica como los godos. Por lo general, se los culpa de la destrucción de la civilización creada por el Imperio romano y de hundir la cultura occidental en una “edad oscura”, o como los héroes que rehusaron a soportar el yugo romano sin oponer resistencia (cuyos mejores ejemplos fueron Atanarico, Fritigerno, Alarico I y Totila). Sin embargo, es posible ver a los godos tanto de un modo como del otro. Los estudios recientes presentan a los godos desde una perspectiva más equilibrada que evita los extremos, que es la característica que los definió por tanto tiempo. El historiador Philip Matyszak escribe:
Hasta hace poco se daba por sentado que la civilización romana fue algo bueno. Roma llevaba la antorcha de la civilización hacia la oscuridad bárbara; una vez pasado los disgustos de la conquista, Roma traía la ley, la arquitectura, la literatura y otros beneficios a los pueblos conquistados… Ahora existe una perspectiva diferente que señala que Roma fue la única civilización alrededor del Mediterráneo porque se había encargado de destruir otras tantas. Algunas de esas civilizaciones eran tan avanzadas como Roma, o incluso más avanzadas. Otras estaban desarrollándose, y la forma que hubieran podido tomar se perdió para siempre. (9)
Dado que la narrativa histórica se ha servido principalmente de las fuentes romanas para presentar la historia de los godos, ese pueblo se suele comparar con la idea de “bárbaros incivilizados” o de “salvajes honrados”. En realidad, no eran ninguna de las dos; como indica Wolfram, no es posible decir que la historia de los godos es la de los antiguos pueblos alemanes ni la de los pueblos eslavos ni la del ningún pueblo que siga existiendo en el presente (74-75).
Los godos entraron en la historia en un momento decisivo del deterioro del Imperio romano y jugaron su papel en la trama. Con la desaparición del imperio, los godos gobernaron sobre dos grandes reinos: el de Odoacro y Teodorico el Grande en Italia, y el de Teodorico I en Francia. Totila, el último gran rey de los ostrogodos, fue uno de los líderes militares más brillantes de la historia, un adversario digno para el legendario Belisario de Roma, conocido como el “último de los romanos”. La victoria de Belisario trajo el fin de la historia de los godos.
Por eso es difícil en un principio determinar con exactitud cuál es el legado de los godos en el mundo moderno, pero la realidad es que, sin ellos, el mundo moderno no existiría como lo conocemos. El reino de Odoacro preservó los mejores aspectos del Imperio romano y Teodorico el Grande lo sostuvo. La civilización occidental continuó luego de la caída de Roma: una civilización que se estaba cayendo a pedazos día tras día y que hubiera caído de todos modos incluso si los godos nunca hubieran puesto un pie sobre territorios romanos. Fueron los godos los que preservaron la antorcha de la civilización occidental, aun cuando ayudaron a derribar el imperio que la había originado.