Los francos eran un pueblo germánico originario del bajo Rin. Se trasladaron a la Galia durante la Era de la Migración, donde establecieron uno de los reinos más grandes y poderosos de Europa tras la caída del Imperio Romano de Occidente. Su influencia, que alcanzó su punto álgido con Carlomagno (742-814), ayudó a definir Europa en la Edad Media y posteriormente.
Orígenes e identidad
La conquista romana de la Galia, completada por Julio César en el siglo I a.C., fijó el Rin como límite del mundo romano. El río, por tanto, se convirtió en la barrera política entre la "civilización" (es decir, Roma) y los "bárbaros" alemanes que vivían más allá; en la mente romana, sobre estos alemanes recaía el estereotipo de ser altos, rubios, sucios y propensos a la violencia. Durante siglos, las legiones romanas de la frontera renana mantuvieron a raya a los germanos, hasta que el desmoronamiento gradual de la autoridad romana durante periodos como la Crisis del siglo III permitió a ciertos pueblos germánicos hacer incursiones en tierras romanas.
Uno de estos grupos germánicos eran los francos, que entraron por primera vez en los anales de la historia en el siglo III. Los primeros francos no eran un pueblo unificado, sino una confederación de tribus individuales que vivían a lo largo del bajo Rin, cada una con una identidad propia. Algunos eruditos modernos creen que es más acertado calificarlos de "enjambre tribal" que de confederación, ya que solo parecían unirse en campañas ofensivas o defensivas. Sin embargo, cuando unían sus fuerzas, estas tribus eran conocidas colectivamente como "francos", una palabra que significaba "los feroces" o "los valientes". Fue después que adoptaría el significado "los libres", que se convirtió en la definición más favorecida por los propios francos. Algunas de las tribus germánicas asociadas con los francos eran los chamavi, los chattuari, los bructeri, los salios, los ripuarios y muchos otros. Los salios y los ripuarios se terminarían convirtiendo en las tribus más dominantes.
Existen varios relatos sobre los orígenes de los francos. El historiador del siglo VI Gregorio de Tours afirma que se originaron en Panonia y emigraron a Renania antes de establecerse en Turingia y Bélgica. La Crónica de Fredegar y el Liber Historiae Francorum, de autor anónimo, ofrecen relatos más legendarios y vinculan los orígenes francos a la guerra de Troya. Según estos mitos, el rey Príamo condujo a 12.000 refugiados troyanos a Panonia, donde fundaron la ciudad de Sicambria. Algunos permanecieron allí, mientras que otros siguieron a un líder llamado Francio hasta el Rin, donde se los conoció como "francos". La conexión con Troya fue probablemente un intento de los francos de dotarse de un linaje en pie de igualdad con el de los romanos, que también afirmaban descender de los troyanos. Aunque esta historia de origen es ciertamente mítica, algunos eruditos modernos como Ian Wood afirman que hay pocas razones para creer que los francos se embarcaran en una gran migración y que se originaran en Renania.
Religión, lengua y leyes
Los francos se convirtieron al cristianismo durante el reinado de Clodoveo I (quien reinó de 481 a 511 d.C.). Antes de eso, sin embargo, probablemente practicaban una variante del antiguo paganismo germánico. Esta mitología se centraba en múltiples deidades, vinculadas a centros de culto locales, con bosques especialmente consagrados. Gregorio de Tours, escribiendo desde el punto de vista sesgado de un obispo católico, describe su religión primitiva en estos términos:
[Los francos] se fabricaban ídolos con las criaturas de los bosques y de las aguas, con aves y bestias, a las que adoraban... y a las que ofrecían sacrificios (II.9).
Aunque los primeros francos probablemente creían en alguna iteración de Wuodan (Odín), existían algunos símbolos específicos para ellos. La imagen del toro, por ejemplo, parece haber sido especialmente significativa; se dice que una bestia marina con cabeza de toro, llamada Quinotauro, era el padre del líder franco Merovech, mientras que en la tumba del rey salio Childerico I se descubrió una cabeza de toro dorada.
Al igual que su religión, la lengua franca también empezó siendo germánica antes de su gradual romanización. La lengua original era un dialecto germánico occidental, diferente tanto del gótico, o germánico oriental, como del nórdico antiguo, o germánico septentrional (James, 31). Cuando los francos se asentaron en Bélgica y el noreste de la Galia, se mezclaron con la población galorromana local y provocaron cambios lingüísticos en ambos grupos de población. En el norte de Bélgica, los Países Bajos y Alemania, donde la presencia franca fue más significativa, la gente empezó a hablar lenguas de influencia germánica que evolucionarían hasta convertirse en neerlandés antiguo y flamenco. En la Francia moderna y el sur de Bélgica, donde los francos no establecerían una presencia permanente hasta más tarde, florecieron lenguas románicas como el valón y el francés antiguo. Esta barrera lingüística, definida por el temprano asentamiento de los francos, sigue siendo visible hoy en día.
Antes de su unificación, cada tribu franca seguía su propio conjunto de leyes, memorizadas por un legislador. Entre 507 y 511, durante el reinado de Clodoveo, se redactó un código de derecho civil aplicable al nuevo reino franco que se conoció como Derecho sálico, en honor a la tribu salvia dominante. Este código, redactado principalmente en latín y dedicado sobre todo a la herencia y a la justicia penal, sentaría las bases de algunos de los futuros sistemas jurídicos europeos. Otro código franco, la Ley Ripuariana, se redactó en torno al año 630, cuando los ripuarios adquirieron importancia en el reino de Austrasia.
Asentamiento en Galia
Una fuente romana contemporánea menciona por primera vez a los francos en 289 d.C., aunque es probable que llevaran décadas luchando contra los romanos; una canción de marcha romana que data de la década de 260 menciona la muerte de miles de francos, mientras que las pruebas arqueológicas sugieren que los francos ya atacaban la Galia romana en la década de 250. A finales del siglo III, los francos se habían asentado en la Galia. A finales del siglo III, los francos habían lanzado numerosos ataques contra territorio romano, tanto por tierra como por mar; se tiene constancia de que piratas francos navegaron por el Mediterráneo e hicieron incursiones hasta el norte de África.
Estas incursiones llamaron la atención de los emperadores romanos, que lanzaron con éxito varias campañas contra los francos. En 289, el rey franco Gennobaudes se rindió al emperador romano Maximiano (quien reinó de 286 a 305). En 307, la tribu franca de los Bructeri fue derrotada por Constantino I (quien reinó de 306 a 337), que arrojó a dos líderes Bructeri a las fieras en la arena de Tréveris. Los victoriosos romanos capturaron a muchos francos durante estas campañas; en lugar de rescatarlos o ejecutarlos, los romanos decidieron asentar a algunos prisioneros francos en tierras romanas como laeti. Esto significaba que se les concedían tierras dentro del Imperio romano a cambio del servicio militar. A mediados del siglo IV, tribus francas enteras se asentaron en tierras romanas en virtud de tratados foederati similares; los francos salios, por ejemplo, se asentaron en la Galia belga en 358, mientras que los francos ripuarios se asentaron en el Rin, alrededor de la ciudad de Colonia. Estas tribus, antaño enemigas de Roma, reforzaban ahora el ejército romano con sus propias tropas y defendían la frontera del imperio de las incursiones bárbaras.
Esta relación permitió a ciertos francos prosperar dentro de la estructura de poder romana. Por ejemplo, Mellobaudes fue un franco que llegó a ser cónsul varias veces, mientras que Silvano fue un general de ascendencia franca que llegó a hacer una infructuosa apuesta por el trono imperial antes de ser asesinado en el año 355. Uno de los francos de mayor éxito fue Arbogasto, que ascendió en el ejército romano hasta convertirse en magister militum (maestro de soldados) del Imperio Romano de Occidente. Este cargo le permitió gobernar el imperio en todo menos en el nombre, supervisando directamente la administración y raras veces rindiendo cuentas al emperador Valentiniano II (quien reinó de 375 a 392). A la muerte de Valentiniano II, Arbogasto lo sustituyó por otro emperador títere, Eugenio, y siguió gobernando hasta que fue asesinado por un ejército romano oriental en 394, en la batalla del río Frigidio.
Los francos que alcanzaron posiciones tan elevadas solían estar muy romanizados y no eran representativos del pueblo franco. De hecho, aunque muchos francos se habían alineado con Roma, algunos seguían contándose entre los enemigos del imperio, como Sunno y Marcomer, líderes francos que atacaron la Galia en 388. Pero para entonces, un gran número de tribus francas habían establecido sus hogares en suelo romano y seguían ayudando militarmente a los romanos; en 451, los francos lucharon junto a los romanos contra los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos.
Sin embargo, la muerte del general romano Flavius Aetius en 454 marcó la constante desintegración de la autoridad romana en la Galia, lo que permitió el ascenso al poder de grupos francos como los salios. Al ofrecer protección y empleo a la población galorromana local, algo que Roma ya no podía garantizar, los salios pudieron consolidar su poder en el noreste de la Galia. Bajo el reinado de Childerico I (quien reinó de 458 a 481), primer rey de la dinastía merovingia, los salios se establecieron como el más poderoso de los pequeños reinos francos dispersos por la Galia; cuando Childerico murió en 481, ya se habían sentado las bases para que su hijo y sucesor, Clodoveo I, conquistara la Galia y uniera a todos los francos bajo su dominio.
Merovingios
Clodoveo comenzó su conquista de la Galia en 486, cuando derrotó a Siagrio, el último gran funcionario romano en la Galia, y capturó la ciudad de Soissons. Desde esta base de poder, hizo campaña contra los alemanes, los burgundios y los visigodos, expandiendo la influencia franca por la Galia y Aquitania. Se convirtió al cristianismo niceno (catolicismo) hacia 496, iniciando la cristianización gradual de los francos. Su conversión fue importante para hacer de la Galia franca un bastión del catolicismo en lugar del arrianismo, una secta rival del cristianismo favorecida por otros reinos bárbaros. Hacia el final de su reinado, Clodoveo se apoderó sin piedad de los demás reinos francos e hizo matar a sus líderes; por primera vez, los francos se unieron como un solo pueblo. A su muerte, en 511, Clodoveo gobernaba como "rey de todos los francos" y dominaba toda la Galia excepto Borgoña, Provenza y Septimania.
A la muerte de Clodoveo, el reino merovingio se dividió entre sus cuatro hijos, sentando un peligroso precedente para futuras sucesiones. Al principio, los hijos trabajaron juntos para continuar con las conquistas de su padre, conquistando Borgoña, Provenza y Turingia en la década de 530. Los hijos de Clodoveo hicieron campaña contra los visigodos en el norte de España, enviaron ejércitos a Italia, extendieron la influencia franca a Baviera y obligaron a los sajones a pagarles un tributo anual de 500 vacas. Tras la muerte del rey ostrogodo Teodorico el Grande en 526, el reino merovingio pudo ser reconocido con razón como el mayor y más poderoso estado bárbaro sucesor que había sustituido a Roma en Europa occidental.
Pero a pesar de este éxito, los gobernantes merovingios a menudo se peleaban y buscaban constantemente formas de socavarse y conspirar unos contra otros. En 558, el hijo menor de Clodoveo, Clotario I (r. 511-561), se alzó como vencedor; tras décadas de rivalidad con sus hermanos, que incluyeron el asesinato de sus sobrinos y la ejecución de su propio hijo, Clotario I reunificó el reino franco bajo su propio dominio sobreviviendo a sus hermanos y heredando sus tierras. Sin embargo, su reinado duró menos de tres años antes de morir en 561, y el reino fue dividido una vez más entre sus cuatro hijos, momento en el que los tres reinos merovingios de Neustria, Austrasia y Borgoña comenzaron a tomar forma.
La muerte de Clotario I dio lugar a una nueva ronda de intrigas, guerras civiles y asesinatos, alimentada por la rivalidad entre la reina Brunilda de Austrasia (c. 543-613) y la reina Fredegunda de Neustria (m. 597). El conflicto duró décadas y estalló en guerras por poderes entre los hijos y nietos de estas reinas hasta el año 613, cuando la reina Brunilda fue finalmente derrotada y ejecutada por el rey Clotario II (quien reinó de 584 a 629), hijo de Fredegunda. Clotario II reunificó Francia y adoptó el antiguo título de Clodoveo de "rey de todos los francos", pero su victoria tuvo un alto precio. Para asegurar su posición, se vio obligado a otorgar enormes concesiones a la nobleza. El Edicto de París de 614 codificó los derechos tradicionales de la aristocracia y descentralizó el poder en manos de las élites regionales. También se incrementó el poder del alcalde de palacio (más o menos equivalente a un primer ministro) y, en 617, estos alcaldes pasaron a ocupar sus cargos de forma vitalicia y se les permitió legislar en sus propios reinos como considerasen oportuno. Como señala la erudita Susan Wise Bauer, Clotario II había hecho un "pacto con el diablo" con estas concesiones; se había asegurado su propio poder a expensas de la autoridad de la corona merovingia (251).
El hijo de Clotario II, Dagoberto I (quien reinó de 623 a 639), gobernó como el último rey merovingio en ejercer una autoridad real significativa. Aunque los merovingios siguieron reinando durante más de un siglo tras la muerte de Dagoberto, su autoridad fue eclipsada gradualmente por los alcaldes de palacio, que pronto se convirtieron en los verdaderos poderes detrás del trono. El declive del poder merovingio llevó al cronista Einhard a referirse a los últimos gobernantes merovingios como "rois fainéants" o "reyes inútiles".
Carolingios
En 687, el reino de Austrasia derrotó a Neustria y Borgoña en la batalla de Tertry y se convirtió en el reino dominante de Francia. Esto aumentó el poder de la familia aristocrática conocida alternativamente como los Pipínidas o los Arnúlfidas, que habían servido continuamente como alcaldes del palacio de Austrasia desde los días de Dagoberto I. Sin embargo, a pesar de esta nueva influencia sobre la totalidad de Francia, los Pipínidas no pudieron tomar el trono para sí mismos y siguieron gobernando a través de sus títeres merovingios; los francos aún no aceptaban que ninguna otra dinastía gobernara sobre ellos. Esta actitud cambiaría tras el dinámico reinado de Carlos Martel (c. 688-741), un vástago del clan de los Pipínidas que se convirtió en alcalde del palacio de Austrasia en 715.
Carlos condujo a los francos a la victoria sobre el califato omeya en la batalla de Tours en 732, consolidando así su papel como gobernante de facto de Francia. Cuando su rey títere merovingio, Teuderico IV, murió en 737, la influencia personal de Carlos había llegado a tal punto que ni siquiera se molestó en instalar un nuevo gobernante, y el trono permaneció vacante hasta la muerte de Carlos en 741. En 751, el hijo de Carlos, Pipino el Breve (quien reinó de 751 a 768), consiguió el apoyo del papa Zacarías para derrocar al último rey merovingio. Pipino se hizo con el trono y nació la dinastía carolingia.
Pipino murió en 768, momento en que las tierras francas se dividieron entre sus hijos, Carlomán I (quien reinó de 768 a 771) y Carlos, más conocido en la historia como Carlomagno (quien reinó de 768 a 814). Los dos hermanos gobernaron juntos como correyes hasta la muerte de Carlomán en 771, momento en el que Carlomagno se convirtió en el único rey de los francos. Desde su corte en Aquisgrán, Carlomagno gobernó con el apoyo de la aristocracia franca y la Iglesia medieval, aunque estaba constantemente en campaña. En 774 conquistó a los lombardos y asumió el título de "rey de francos y lombardos". También luchó contra los vascos en los Pirineos, los sarracenos en España y los ávaros en Hungría. Estas conquistas no se produjeron sin grandes dificultades, como ejemplifican las guerras sajonas, nombre dado a la extenuante conquista de Sajonia por Carlomagno, que duró intermitentemente desde 772 hasta 804. A pesar de la larga duración del conflicto, Carlomagno terminó imponiéndose; incorporó Sajonia a su reino y convirtió por la fuerza a los sajones paganos al cristianismo. A su muerte, en 814, Carlomagno había duplicado el tamaño del reino franco.
El 25 de diciembre de 800, Carlomagno fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el papa León III (quien sirvió como papa de 795 a 816). Probablemente un intento del papado de establecer el control sobre Carlomagno, la coronación también sirvió para reforzar el prestigio carolingio y el poder franco en Europa occidental y central. El imperio de Carlomagno, más tarde conocido como el Imperio carolingio, se extendía desde el norte de España hasta Hungría y estaba dominado en gran medida por los francos. Coincidió con un período de actividad cultural conocido como el Renacimiento carolingio, en el que se produjo un aumento de la literatura, la escritura, la música, la jurisprudencia y los estudios bíblicos.
Cuando Carlomagno murió en 814, su imperio (a menudo considerado una fase temprana del Sacro Imperio Romano Germánico) fue heredado por su único hijo superviviente, Luis el Piadoso (también llamado Ludovico Pío, quien reinó de 813 a 840). Tres años después de la muerte de Luis, en 840, el imperio se dividió en tres reinos distintos para evitar la guerra civil entre sus hijos: Francia Oriental, Francia Media y Francia Occidental. Estos reinos perduraron hasta el declive de la dinastía carolingia, cuando Francia Oriental se convirtió en el reino de Alemania, el reino de Francia Occidental en el reino de Francia y Francia Media en los reinos de Lotaringia e Italia. Aunque el término "francos" siguió utilizándose a partir de entonces, ya no tenía una definición étnica, sino que se empleaba para referirse más ampliamente a los europeos occidentales católicos. Durante las Cruzadas, por ejemplo, los cristianos ortodoxos orientales y los musulmanes se referían a los cruzados de Europa occidental y central como "francos" o "latinos".
Conclusión
Los francos, que en su día fueron una confederación de tribus germánicas situadas a lo largo del bajo Rin, alcanzaron tal poder e influencia que durante un tiempo su nombre se convirtió en sinónimo de "europeos occidentales". A pesar de que en un principio los romanos los consideraban "bárbaros" incivilizados, los francos influyeron en el desarrollo de Europa desde el punto de vista lingüístico, jurídico, cultural y religioso, e incluso sustituyeron a los propios romanos como nuevos emperadores de Occidente tras la coronación de Carlomagno. Ciertamente, los francos desempeñaron un papel importante en la Alta Edad Media y en el nacimiento de algunos de los estados de Europa.