La Segunda Cruzada (1147-1149) fue una campaña militar organizada por el Papa y los nobles europeos para reconquistar la ciudad de Edesa, en Mesopotamia, que había caído en 1144 en manos de los turcos selyúcidas. A pesar de la intervención de un ejército de 60.000 hombres y de la presencia de dos reyes europeos, la cruzada no tuvo éxito en Levante y originó tensiones adicionales entre el Imperio bizantino y Occidente. La Segunda Cruzada también incluyó campañas importantes en la Península Ibérica y el Báltico contra los moros y los paganos, respectivamente. Ambas campañas secundarias fueron exitosas aunque el objetivo principal, liberar el Oriente Latino de la amenaza de la ocupación musulmana, siguió sin conseguirse, de forma que a lo largo de los siguientes dos siglos serían convocadas nuevas cruzadas, todas solamente con éxitos marginales.
Objetivos
Edesa, localizada en el borde del desierto de Siria, en la Mesopotamia superior, era un importante centro cultural y comercial. La ciudad había estado en manos cristianas desde la Primera Cruzada (1095-1102) pero cayó frente a Imad ad-Cin Zengi (r. 1127-1146), el gobernante musulmán independiente de Mosul (en Irak) y Alepo (en Siria), el 24 de diciembre de 1144 d.C. Tras la conquista, que los musulmanes describieron como “la victoria de las victorias” (Asbridge, 226), los cristianos occidentales fueron asesinados o vendidos como esclavos, mientras que a los orientales se les permitió quedarse. Era necesaria una respuesta. Los cristianos de Edesa habían pedido ayuda, y hacía falta una defensa general del Oriente Latino, nombre por el que eran conocidos los estados cruzados de Oriente Medio.
El Papa Eugenio III (r. 1145-1153) convocó formalmente una cruzada (la que hoy es conocida como la Segunda Cruzada) el 1 de diciembre de 1145. Los objetivos de la campaña se plantearon con vaguedad. No se mencionaba específicamente ni Edesa ni a Zengi, sino que más bien era una llamada amplia para proteger los logros de la Primera Cruzada y a los cristianos y las santas reliquias de Levante. Esa ausencia de un objetivo concreto tendría repercusiones posteriormente en la elección de los objetivos militares por parte de los cruzados. Para potenciar la convocatoria, se prometía, a los cristianos que se unieran, el perdón de sus pecados, incluso si morían durante el viaje a Levante. Además, sus propiedades y sus familias serían protegidos en su ausencia y asuntos triviales como los intereses de los créditos serían suspendidos o cancelados. La convocatoria, respaldada por giras de reclutamiento a lo largo y ancho de Europa – especialmente por Bernardo, abad de Claraval – y la amplia lectura pública de una bula papal (titulada Quantum praedecessores por sus dos primeras palabras), tuvo un éxito notable, y 60.000 cruzados se aprestaron para la marcha.
La cruzada fue liderada por el rey germano Conrado III (r. 1138-1152) y por Luis VII, rey de Francia (r. 1137-1180). Era la primera vez que una fuerza cruzada era comandada personalmente por reyes. A principios del verano de 1147 d.C. el ejército cruzó Europa hacia Constantinopla, y de allí hacia el Levante, donde a las tropas francesas y germanas se unieron las italianas, escandinavas y más cruzados franceses que habían viajado por mar en vez de por tierra. Los cruzados constataron la urgencia de la respuesta militar cuando Nur ad-Din (también llamado Nur al-Din, r. 1146-1174), sucesor de Zengi a la muerte de este en septiembre de 1146, derrotó al líder latino Joscelino II en su intento de reconquistar Edesa, que fue nuevamente saqueada para celebrar el nuevo dominio de Nur ad-Din. Todos los varones cristianos de la ciudad fueron ejecutados, y las mujeres y niños vendidos como esclavos, igual que había sucedido con sus correligionarios dos años antes.
Las campañas en Iberia y el Báltico
Aparte de Edesa, la Segunda Cruzada tenía objetivos adicionales en la Península Ibérica y en el Báltico, con el respaldo del Papa en ambas campañas. Los cruzados que debían viajar por mar a Oriente quizás fueron utilizados en Iberia, al tener que retrasar su partida debido al lento avance de los ejércitos de tierra. La ruta marítima era mucho más rápida y por tanto era conveniente darles un buen uso mientras tanto. Una flota de unas 160-200 naves genovesas llenas de cruzados navegó hasta Lisboa para ayudar al rey Alfonso Enríquez de Portugal (r. 1139-1185) a conquistar dicha ciudad a los musulmanes. A su llegada, comenzó un asedio típico, el 28 de junio de 1147, que finalmente triunfó, cayendo la ciudad el 24 de octubre de 1147. Algunos cruzados continuaron con éxito la lucha contra los musulmanes en Iberia, la Reconquista, destacando las conquistas de Almería, en el sur (17 de octubre de 1147), liderada por el rey Alfonso VII de León y Castilla (r. 1126-1157) y Tortosa, en el este (30 de diciembre de 1148). Sin embargo, fracasó un ataque contra Jaén, en el sur.
Otro escenario bélico para los cruzados fue el Báltico y las áreas fronterizas con los territorios germanos, que continuaban siendo paganas. La campaña de las Cruzadas del Norte, llevada a cabo por sajones liderados por nobles germanos y daneses y dirigida contra los wendos, añadió una nueva faceta al movimiento cruzado: la conversión activa de los no cristianos, en contraposición a la liberación de los territorios ocupados por los infieles. Entre junio y septiembre de 1147, Dobin y Malchow (ambas ciudades del nordeste de la actual Alemania) fueron atacadas con éxito, aunque la campaña en conjunto no fue mucho mejor que las habituales expediciones que cada año se enviaban a esa área. El Báltico seguiría siendo campo de batalla para los cruzados en los siglos siguientes, especialmente con la llegada de los caballeros teutónicos a partir del siglo XIII.
El Imperio bizantino
El emperador bizantino en tiempos de la Segunda Cruzada era Manuel I Comneno (r. 1143-1180). A diferencia de sus predecesores, Manuel parecía muy atraído por Occidente, prueba de ello es que favoreció a los latinos en Constantinopla, otorgándoles galardones civiles y títulos militares. Sin embargo, desde la Primera Cruzada, había una desconfianza recíproca entre Occidente y Bizancio. La principal preocupación de Manuel era que los cruzados fueran a por las mejores partes del Imperio bizantino, especialmente ahora que Jerusalén estaba en manos cristianas. Por ese motivo Manuel insistió a los líderes de la Cruzada, a su llegada durante septiembre y octubre de 1147, en que le juraran lealtad. Al mismo tiempo, las potencias occidentales consideraban a los bizantinos más preocupados por sus propios asuntos y de poca ayuda en las nobles oportunidades que, en su opinión, ofrecía una cruzada. Los bizantinos habían atacado Antioquía, en manos de los cruzados, y las antiguas divisiones entre las iglesias de oriente y occidente no habían desaparecido. Fue significativo que Manuel, a pesar de la diplomacia, reforzó las fortificaciones de Constantinopla.
En términos más prácticos, la habitual turba de fanáticos y hombres de dudoso pasado en busca de la absolución, que parecían atraídos por las campañas cruzadas, enseguida se dedicaron al pillaje, el saqueo y las violaciones tan pronto entraron en territorio bizantino, en ruta hacia Levante. Todo ello a pesar de la insistencia de Manuel a sus líderes en que había que pagar por la comida y los suministros. Manuel les dio escolta militar, para verlos en marcha lo antes posible, pero hubo frecuentes escaramuzas entre ambos grupos armados. Adrianópolis, en la Tracia, lo sufrió especialmente.
Cuando los contingentes francés y germano llegaron a Constantinopla en 1147, las cosas aún empeoraron más. Siempre recelosos de la iglesia oriental e indignados al descubrir que Manuel había firmado un armisticio con los turcos (a quienes veía como una amenaza menor a corto plazo que los cruzados), la parte francesa del ejército quiso atacar por su cuenta a Constantinopla. Por su parte, los cruzados germanos tenían sus propios problemas, debido a que una riada terrible había acabado con muchos de ellos. Finalmente, los cruzados fueron persuadidos de seguir rápidamente su ruta hacia el este, por las noticias de que un gran ejército musulmán se estaba preparando para impedir su entrada en Asia Menor, y haciendo oídos sordos a los consejos de Manuel de seguir cerca de la costa, lo que les llevó al desastre.
Asia Menor y el desastre
El ejército germano liderado por Conrado III fue el primero en sufrir por la falta de planificación y por hacer caso omiso de los consejos locales, mal preparado para la dura estepa semiárida, sin un suministro adecuado de víveres y subestimando el tiempo necesario para alcanzar su objetivo. En Dorylaion, un contingente de selyúcidas, sobre todo arqueros, provocó el caos en los occidentales, muy lentos en su movimiento, el 25 de octubre de 1147, forzándoles a retirarse a Nicea, con el propio Conrado herido, que no obstante pudo regresar a Constantinopla. Luis VII quedó impresionado al enterarse del fracaso de los germanos, pero siguió adelante y logró derrotar a un ejército selyúcida, en diciembre de 1147, gracias a la superioridad de su caballería. Sin embargo, el éxito fue efímero, porque el 7 de enero de 1148. los franceses sufrieron una dura derrota en la batalla del monte Cadmo. El ejército cruzado se había estirado demasiado, con algunas unidades perdiendo el contacto entre ellas, lo que fue aprovechado por los selyúcidas. Lo que quedó de los occidentales estaba dirigido por un grupo de caballeros templarios. Posteriormente hubo varias victorias de menor importancia para los cruzados, en su camino hacia la costa meridional de Asia Menor, pero fue un comienzo desastroso para una campaña que ni siquiera había alcanzado su objetivo del norte de Siria.
El sitio de Damasco
Luis VII y su deteriorado ejército alcanzaron finalmente Antioquía en marzo de 1148. A partir de allí, continuó hacia el sur, ignorando la propuesta de Raimundo de Antioquía de luchar en el norte de Siria. La falta de cooperación entre ambos gobernantes, si los rumores eran ciertos, podía deberse al descubrimiento por parte de Luis de que su joven esposa Leonor de Aquitania y Raimundo (tío de Leonor) habían tenido una relación delante de sus narices. En cualquier caso, se convocó un consejo de los líderes occidentales en Acre, y se escogió el objetivo de la Cruzada: no la destruida Edesa, sino Damasco, en manos musulmanas, la amenaza más próxima a Jerusalén y un trofeo prestigioso.
Aunque Damasco había sido en su día aliada del Reino cruzado de Jerusalén, las lealtades cambiantes entre los diversos estados musulmanes hacían que eso no fuera ninguna garantía de futuro y, ante la alternativa de conquistar al menos una ciudad importante o volver a casa con un fracaso total, Damasco era una opción para los cruzados tan buena como cualquier otra. La situación se hizo más urgente ante la perspectiva real de que los musulmanes de Damasco se aliaran con los de Alepo, bajo el mando del ambicioso conquistador de Edesa, Nur ad-Din.
El ejército cruzado llegó a Damasco el 24 de julio de 1148 e inmediatamente comenzó el asedio. Después de sólo cuatro días, las dificultades planteadas por las defensas y una grave escasez de agua obligaron a los atacantes a abandonar el sitio. Una vez más, la mala planificación y la logística deficiente pusieron en evidencia el desastre de los cruzados. La lucha en torno a la ciudad había sido feroz, con numerosas víctimas por ambos bandos pero sin ningún avance real. Los fracasos de la Segunda Cruzada ponían en cuestión los éxitos ya legendarios de la Primera Cruzada.
El colapso del asedio después de tan breve tiempo llevó a algunos, especialmente a Conrado III, a sospechar que los defensores habían sobornado a los residentes cristianos para que no actuaran. Otros recelaban de una interferencia bizantina. Quizás se pasa por alto el celo de los defensores por conservar su preciada posesión, una ciudad con muchos vínculos con la tradición islámica, y la presencia, a 150 kilómetros, de un gran ejército musulmán de rescate, enviado por Nur ad-Din. Con recursos y suministros escasos y con muy poco tiempo para conquistar la ciudad antes de que llegaran los refuerzos enemigos, con la amenaza adicional de unas defensas muy deficientes, puede que los líderes cruzados prefirieran la opción de retirarse antes que luchar otro día más. Ya no hubo más batallas, porque Conrado III regresó a Europa en septiembre de 1148 y Luis VII, después de una gira turística por Tierra Santa, hizo lo mismo seis meses más tarde. La Segunda Cruzada, a pesar de su prometedor inicio, se apagó lamentablemente como un petardo mojado.
Consecuencias
La Segunda Cruzada fue un serio golpe contra las laboriosas alianzas diplomáticas de Bizancio, especialmente con Conrado III, contra los normandos. La cruzada y la ausencia de Europa de Conrado fueron una distracción que dio al rey normando de Sicilia, Roger II (r. 1130 – 1154) libertad para atacar y saquear Corfú, Eubea, Corinto y Tebas, en 1147. Los intentos de Manuel I de persuadir a Luis VII de que acudiera en su ayuda contra el ataque de Roger fracasaron. En 1149, la vergüenza de una revuelta en Serbia y un ataque cerca de Constantinopla por parte de la flota de Jorge de Antioquía fueron compensados por la reconquista de Corfú por los bizantinos. Una vez más, una cruzada dañaba las relaciones entre oriente y occidente.
Tal como se habían temido los cruzados, Nur ad-Din siguió consolidando su imperio y conquistó Antioquía el 29 de junio de 1149, tras la batalla de Inab, decapitando a su gobernante, Raimundo de Antioquía. En 1150, el conde de Edesa, Raimundo, fue capturado y encarcelado, y el estado latino de Edesa desapareció. A continuación, Nur ad-Din conquistó Damasco en 1154, unificando la Siria musulmana. Manuel respondería con campañas exitosas entre 1158 y 1176 pero era evidente que los musulmanes iban a ser una amenaza permanente para los bizantinos y el Oriente Latino. Cuando Shirkuh, general de Nur ad-Din, conquistó Egipto en 1168, el camino quedaba libre para una amenaza aún mayor para la cristiandad, el gran líder musulman Saladino (r. 1169-1193), sultán de Egipto, cuya victoria en la batalla de Los Cuernos de Hattin en 1187 sería el detonante para la Tercera Cruzada (1189-1192).