Los Estados Cruzados (también conocidos como Estados Latinos de Oriente o Ultramar) fueron creados tras la Primera Cruzada (1095-1102), para mantener el dominio sobre las conquistas territoriales realizadas por los ejércitos cristianos en Oriente Medio. Los cuatro pequeños estados eran el Reino de Jerusalén, el Condado de Edesa, el Condado de Trípoli y el Principado de Antioquía. Los occidentales lograron mantener una presencia política en la región hasta 1291, aunque dificultada continuamente por las rivalidades dinásticas, la falta de soldados, el decepcionante apoyo por parte de Europa Occidental y la destreza militar de algunos líderes musulmanes, como Zengi, Nur al-Din, y Saladino.
Primera cruzada y fundación
El papa Urbano II (en el cargo de 1088 a 1099) lanzó la Primera Cruzada, en respuesta a la expansión de los turcos selyúcidas musulmanes por Oriente Medio y su conquista de Jerusalén, en 1087. Aunque los selyúcidas solamente reemplazaban a los fatimíes de Egipto, representaban una seria amenaza para el Imperio bizantino, por lo que su emperador, Alejo I Comneno (que reinó de 1081 a 1118), pidió ayuda a Occidente. Tras la arenga de Urbano II en el Concilio de Clermont, en noviembre del 1095, se formó un ejército cruzado de unos 60 000 hombres, entre ellos, 6000 caballeros.
A su llegada a Tierra Santa, la Cruzada logró un éxito notable, teniendo en cuenta la complejidad de una operación militar de ese calibre, en territorio desconocido. Nicea fue conquistada en 1097, Edesa en marzo del 1098 y Antioquía poco después, en el mes de junio. Jerusalén cayó en julio del 1099, y en la batalla de Ascalón, en agosto de ese mismo año, cayó derrotado un ejército musulmán. En mayo de 1101 cayeron Cesarea y Acre. Trípoli fue conquistada en el 1109, seguida de Beirut y Sidón, en 1110, y Tiro, en 1124. Estas ganancias territoriales, ayudadas en gran manera por la presencia de flotas de las ciudades-estado de Venecia, Génova y Pisa, formarían la base de los recién creados Estados Cruzados.
El Reino de Jerusalén
El más importante de los Estados Cruzados fue el Reino de Jerusalén, que dominaba una estrecha franja de tierras costeras, desde Jaffa, al sur, hasta Beirut, al norte. Controlaba varios feudos, incluyendo Acre, Tiro, Nablus, Sidón y Cesarea. Godofredo de Bouillon, que había sido uno de los líderes principales durante el sitio de Jerusalén en la Primera Cruzada, fue coronado como primer rey de Jerusalén, recibiendo el mando de una pequeña guarnición en la ciudad (unos 300 caballeros y 2000 infantes). El normando Arnulfo de Chocques fue nombrado obispo o patriarca de Jerusalén. La capital tenía una población de unos 20 000 habitantes, que aumentarían hasta 30 000 a lo largo del siglo siguiente.
El Condado de Edesa
En marzo de 1098, Balduino de Boulogne se hizo con el control de Edesa (la actual Urfa, al sudeste de Turquía), y se formó el Condado de Edesa, el primero de los Estados Cruzados. Aunque, de hecho, Balduino había usurpado el poder de los gobernantes armenios cristianos, promovió una mezcla de las noblezas occidental y armenia a través de matrimonios, haciendo del Condado de Edesa el más integrado de los cuatro estados creados por los cruzados. Aunque cubría el territorio más grande de los Estados Cruzados, el Condado de Edesa era un estado vasallo de los gobiernos latinos, más poderosos, de Antioquía y Jerusalén, y funcionaba como un escudo militar al oeste de Antioquía, aunque su pequeño ejército necesitara de treguas y alianzas con sus vecinos musulmanes, para sobrevivir.
El Condado de Trípoli
El Condado de Trípoli, con su capital en el importante puerto de Tripolis (la actual ciudad de Trípoli, en el Líbano), en aquella época el puerto principal de Damasco, cubría el área de lo que hoy es Líbano, y fue fundado por Raimundo de Tolosa. Su ejército había conquistado Trípoli tras un largo asedio en el 1109, con la ayuda del emperador bizantino Alejo I, por la que Raimundo tuvo que hacer un juramento de lealtad. El condado dio a los bizantinos influencia en la región, incluso con los sucesores de Alejo. En contraste fue, entre los Estados Cruzados, el más independiente de los largos tentáculos políticos del Reino de Jerusalén. El condado estaba dividido en señoríos semiindependientes, cada uno de los cuales controlaba un puerto o un castillo importante. Como resultado de ese acuerdo, el Condado quizás fue el más débil de los Estados Cruzados, desde el punto de vista político.
El principado de Antioquía
El principado de Antioquía, con capital en la gran antigua metrópoli comercial y cultural del mismo nombre, fue fundado por el normando Bohemundo y ampliado por su sucesor Trancredo de Lecce (que reinó de 1105 a 1112). Era otro Estado Cruzado por el que el Imperio bizantino (obviamente el anterior propietario del territorio) siempre mostró interés, incluso aunque Bohemundo se negó a devolver Antioquía, tal como había prometido antes de la Cruzada. En algunos momentos, el Principado estuvo sujeto formalmente al control bizantino, como por ejemplo en 1137, cuando Raimundo de Poitiers (que reinó de 1136 a 1149) cedió el control a Juan II Comneno (que reinó de 1118 a 1143), tras el asedio al que el emperador sometió a la capital. En 1161, la hija de Raimundo, María de Antioquía, se casó con el emperador Manuel I (que reinó de 1143 a 1180), sellando la alianza entre el Principado y el Imperio bizantino. Una particularidad del Principado, en comparación con los otros Estados Cruzados, fue que los cristianos (aunque la mayoría orientales), constituían una mayoría de la población, debido a los vínculos históricos de la región con Bizancio.
La defensa del Levante
Tras el regreso de la mayor parte de los participantes en la Primera Cruzada, los Estados Cruzados estuvieron siempre escasos de personal, a pesar de las diversas cruzadas posteriores, todas con poco éxito. Se suponía, al menos en teoría, que los nobles europeos que se repartieron el territorio tenían que aportar los soldados para el ejército aliado latino, cuando se les requiriera, con el monarca del Reino de Jerusalén como líder global. No obstante, a menudo existían amargas rivalidades y una clara falta de cooperación entre los nobles europeos, incluso con guerras civiles esporádicas. El rey de Jerusalén tuvo que hacer uso de su habilidad diplomática y de regalos de títulos y tierras para mantener de su lado a los barones de los Estados Cruzados. Cuando todos se unían, contaban con un ejército de unos 1500 caballeros (unos 650 de Jerusalén y de Antioquía y otros 100 de Edesa y Trípoli). Se complementaban con infantería reclutada y mercenarios.
Un aspecto favorable para los occidentales de la nueva situación en la región fue la creación de las dos órdenes militares principales: los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios. Estos cuerpos independientes de caballeros profesionales, que vivían casi como monjes, eran los soldados mejor equipados y entrenados de ambos bandos, cristiano y musulmán. Los caballeros de las dos órdenes militares, varios cientos en cada una, a menudo se tenían que encargar de pasos estratégicos y castillos, que eran a la vez refugios útiles y medios de control del territorio circundante, y que servían de base para lanzar ataques contra el enemigo. Uno de los más impresionantes era el de Crac de los Caballeros, en Siria.
Gobierno y poblaciones
Los cuatro estados funcionaban igual que otras monarquías medievales de la Europa de la época. El gobernante, ya fuera rey, príncipe o conde, según el caso, era un monarca absoluto, aunque convocaba consejos consultivos, porque dependía de los nobles para el aporte de guerreros para la defensa colectiva. En Jerusalén, por ejemplo, los grandes terratenientes, junto con las figuras más prominentes de la iglesia y representantes de las órdenes militares, asistían regularmente a un foro de debate, un parlement, donde se expresaban opiniones y se tomaban decisiones sobre temas como los impuestos o la diplomacia exterior. Los Estados Cruzados fueron débiles políticamente a lo largo de la mayor parte de su existencia, debido a las disputas entre ellos por la supremacía, los continuos debates sobre las sucesiones, los asesinatos, los matrimonios de conveniencia política, la pérdida de figuras clave en la guerra, y una falta general de planificación estratégica a largo plazo, para asegurar su propia supervivencia.
Al principio, tuvieron lugar masacres de la población local de los Estados Cruzados, al imponer los nobles europeos sus sistemas feudales de gobierno, pero los occidentales pronto se dieron cuenta de que, para mantener sus ganancias, necesitaban el apoyo de las poblaciones locales, extraordinariamente diversas. En realidad, la relación de musulmanes a cristianos era de 5:1. En consecuencia, creció la tolerancia con las religiones no cristianas, aunque con algunas restricciones, como tener que soportar leyes e impuestos discriminatorios (que eran menores en las áreas controladas por los musulmanes). Las poblaciones de los Estados Cruzados eran realmente cosmopolitas, con los mayores grupos formados por cristianos ortodoxos griegos, cristianos armenios, judíos, árabes beduinos, y musulmanes de varias sectas. Sin embargo, casi todos los cargos de autoridad (tanto seculares como eclesiásticos) estaban monopolizados por los francos, como llamaban los locales a los colonos cruzados.
Como la mayoría de los cruzados provenía de Francia, la lengua oficial de los Estados Cruzados era la langue d’oeil, que se hablaba en el norte de Francia y por los normandos. En contraste, la mayoría de las poblaciones indígenas, cualquiera que fuera su religión, hablaba árabe o griego (o ambos). Las barreras lingüísticas y religiosas, así como las que había entre gobernantes y gobernados, implicaban que hubiera muy poca integración cultural entre los occidentales y la gente sobre la que ejercían su poder. El contacto se limitaba más bien a asuntos legales, administrativos o económicos. Si es que había algún tipo de integración cultural, más bien se percibía por el lado de los francos y se veía sobre todo en su adopción de las costumbres locales. También es cierto que los colonos occidentales no eran siempre nobles, y cualquier profesión imaginable les situaba frente a una vida nueva y difícil en Oriente Medio. Es posible que esa gente más ordinaria se integrara mejor con los locales, al menos en las ciudades más cosmopolitas. Por el contrario, la vida en las comunidades rurales siguió muy parecida a la anterior a la llegada de los cruzados.
Economía
Otro aspecto de la vida que siguió con pocos cambios fue el comercio, que se desarrollaba independientemente de la política o la raza, con las mercancías viajando de este a oeste, y viceversa. El Levante a menudo funcionaba como intermediario, cargando aranceles de importación y exportación a las mercancías que circulaban por él (entre el 4 y el 25% de su valor total). Acre, en particular, se convirtió en un gran puerto comercial del Mediterráneo, y los estados marítimos de Italia siempre estuvieron presentes, consiguiendo lucrativos privilegios locales, en contrapartida de la vital ayuda militar. Los productos locales importantes incluían caña de azúcar, aceite de oliva y cereales. Otra importante fuente de ingresos era el movimiento de peregrinos, deseosos de visitar personalmente Tierra Santa. Esos viajeros habían de pagar un impuesto en su puerto de entrada, y contribuían a la economía gastando dinero a bordo y en su alojamiento, así como en la compra de recuerdos. En consecuencia, el Reino de Jerusalén, aunque siempre tenía que pagar facturas considerables para su defensa (salarios de los soldados y construcción de fortificaciones), era suficientemente rico como para acuñar sus propias monedas de oro, cosa que, en aquella época, Sicilia era la única en Europa que podía hacerlo.
Las ciudades más grandes era centros comerciales pujantes, con muchos mercaderes extranjeros ubicados en ellas de forma temporal o permanente. Estos procedían de Arabia, Irak, Bizancio, el Norte de África e Italia. Los mercados eran el centro de la actividad comercial, y Jerusalén era conocida por tener varias calles cubiertas para los vendedores, incluyendo la “Calle de la mala cocina”, en la que se podía comprar todo tipo de comida para llevar. Había otros mercados especializados, como el de la seda en Trípoli, de forma que los locales podían comprar en ellos una amplia variedad de alimentos básicos, productos de cuero, ropa, pieles, productos metálicos y mercancías exóticas, como especias. Las ciudades tenían barrios especializados en los que curtidurías, mataderos, herreros y muchos otros fabricaban los productos que necesitaba la comunidad. Los canteros estaban muy solicitados porque, ante la carencia de un suministro abundante de madera en muchas zonas, los edificios nuevos, iglesias, monasterios e incluso aldeas nuevas se construían mayoritariamente de piedra.
El contraataque musulmán
Aunque los Estados Cruzados se beneficiaron, al principio, de la desunión política y religiosa entre los líderes musulmanes independientes de la región, solo era cuestión de tiempo que se agruparan bajo el mando de un único líder carismático e hicieran intentos serios de recuperar las pérdidas de la Primera Cruzada. En el segundo cuarto del siglo XII, la expansión musulmana en la región se aceleró gracias a la aparición de uno de tales líderes, Imad al-Din Zengi (que reinó de 1127 a 1146), que era el gobernante musulmán independiente de Mosul y Alepo. Edesa cayó en sus manos en la víspera de Navidad de 1144, tras un asedio de cuatro semanas, lo que motivó el lanzamiento de la Segunda Cruzada (1147-1149). Sin embargo, antes de que la campaña internacional se pusiera en marcha, Edesa fue brutalmente saqueada por el sucesor de Zengi, Nur al-Din, en 1146.
La Segunda Cruzada fue un total fracaso. La derrota en Dorylaion, en Asia Menor, el 25 de octubre de 1147, y el asedio fallido de Damasco, en julio de 1148, provocaron su final prematuro, y los Estados Cruzados tuvieron que continuar por su cuenta. Nur al-Din siguió consolidando su imperio: conquistó Antioquía el de 29 de junio de 1149, y luego capturó a Raimundo, conde de Edesa, liquidando así lo que quedaba del Condado de Edesa, en 1150. Lo que es aún peor, pronto iba a aparecer otro líder carismático musulmán, que nuevamente cambiaría el mapa político y religioso de la región : Saladino.
Saladino era el sultán de Egipto y Siria (que reinó de 1174 a 1193) y su idea era unir al mundo musulmán y eliminar la presencia cristiana en Oriente Medio. Su primera gran victoria fue la destrucción de un ejército latino del Reino de Jerusalén, en la batalla de los Cuernos de Hattin, en julio de 1187. Poco después, en septiembre, cayó la propia Jerusalén, sin guerreros francos que pudieran defenderla. Saladino había cumplido su palabra, pero Occidente no iba a abandonar su presencia tan fácilmente. El Oriente Latino había colapsado, quedando solamente Tiro en manos cristianas, al mando de Conrado de Montferrato, junto con un puñado de castillos, que serían cruciales en el siguiente episodio de esta guerra aparentemente inacabable.
El papa Gregorio VIII (que reinó en el 1187) lanzó la Tercera Cruzada (1189-1192), que tuvo como líderes conjuntos a tres monarcas. Aunque algo mejor que la anterior, también acabó siendo un gran desengaño. Se conquistó Acre en 1191 pero, sin suficientes recursos para hacer lo mismo con Jerusalén, esta quedó en manos musulmanas. Acre se convirtió en la nueva capital del Reino de Jerusalén y del Oriente Latino en conjunto.
Contra todo pronóstico, los cruzados gobernarían en Jerusalén nuevamente desde 1229 hasta 1243, gracias a la Sexta Cruzada (1228-1229) y a las habilidades negociadoras del emperador del Sacro Imperio Romano, Federico II (que reinó de 1220 a 1250), que consiguió llegar a un acuerdo con al-Kamil, sultán de Egipto y Siria (que reinó de 1218 a 1238), por el que Jerusalén volvió a control cristiano, con la condición de que los peregrinos musulmanes pudieran entrar libremente en la ciudad. Al-Kamil tenía sus propios problemas para controlar su gran imperio, especialmente a la rebelde Damasco, y Jerusalén carecía entonces de valor militar o económico.
El péndulo del destino osciló nuevamente cuando los nómadas khorezmianos, aliados de la dinastía ayubí (los sucesores de Saladino), conquistaron Jerusalén el 23 de agosto de 1244. El control del Oriente Medio por parte ayubí se vio muy reforzado cuando un gran ejército latino y sus aliados musulmanes de Damasco y Homs fueron derrotados en la batalla de La Forbie, en Gaza, el 17 de octubre de 1244. Más de 1000 caballeros murieron en la batalla, un desastre del que ya no se recuperarían los Estados Cruzados.
La conquista mameluca
Al avanzar el siglo XIII, aumentó la amenaza para los Estados Cruzados. La Séptima Cruzada (1248-1254) atacó Egipto y fue un fiasco, que no mejoró con la deplorable Octava Cruzada (1270). Entre ambas, el líder de los cruzados, Luis IX de Francia (que reinó de 1226 a 1270) permaneció en Oriente Medio ayudando a refortificar algunas de las ciudades del Reino de Jerusalén, especialmente Sidón, Jaffa y Cesarea. Sin embargo, en el 1268, Antioquía fue saqueada por los mamelucos, procedentes de Egipto y liderados por el hábil exgeneral Baibars (que reinó de 1260 a 1277). La región experimentaba también una amenaza completamente nueva, el Imperio Mongol, en continua expansión. Los mongoles, en continuo movimiento hacia el oeste, hicieron incursiones en Ascalón y Jerusalén. Tras el establecimiento de una guarnición de los mongoles en Gaza, atacaron rápidamente a Sidón, en agosto de 1260.
La ayuda vino de un lado inesperado, cuando Baibars hizo retroceder a los mongoles hasta el río Éufrates, aunque después conquistó la mayor parte del Oriente Latino, que quedó con solo dos pequeñas zonas residuales en torno a Acre y Antioquía. Finalmente, la poderosa Acre cayó, en 1291, y el Reino de Jerusalén y el Oriente Latino solo siguieron existiendo como un refugio en Chipre; lo que quedaba de los Estados Cruzados fue absorbido por el sultanato mameluco, que gobernaría la región hasta el 1517.