Los oficios medievales eran esenciales para la vida diaria de la comunidad y aquellos que adquirían una habilidad por medio del aprendizaje podían obtener mejores ingresos y de manera más regular que los agricultores o los soldados. Los profesionales como molineros, herreros, albañiles, panaderos y tejedores se agruparon en gremios por oficios para proteger sus derechos, garantizar los precios, mantener los estándares de la industria y evitar la competencia no autorizada.
A medida que los pueblos se convirtieron en ciudades a partir del siglo XI, la industria se diversificó y las calles comerciales del medioevo comenzaron a llenarse de todo tipo de trabajadores calificados ofreciendo sus productos, desde guarnicioneros hasta plateros, curtidores y sastres. Naturalmente, los oficios y las prácticas comerciales variaron con el tiempo y el lugar durante toda la Edad Media, por lo tanto, lo que sigue es una descripción general de algunas de las características comunes e interesantes de los oficios en la Europa medieval.
El aprendizaje
Muchos niños aprendían el oficio de sus padres mediante la observación informal y ayudando en pequeñas tareas, pero también había formaciones completas, pagadas por los padres, mediante las cuales los jóvenes vivían con un trabajador calificado o un maestro y aprendían su oficio. Muy a menudo, un maestro que tomaba a un aprendiz también asumía el papel de padre, supliendo todas sus necesidades y dando orientación moral, a la vez que se esperaba que el aprendiz fuera obediente a su maestro en todos los asuntos. Por lo general, a un aprendiz no se le pagaba, pero sí recibía alimentos, alojamiento y vestimenta. Los niños y las niñas normalmente se convertían en aprendices en la adolescencia, pero a veces tenían tan solo siete años cuando emprendían el largo camino para aprender un oficio específico. Hubo muchos casos de aprendices que se fugaban, y se establecieron reglas que determinaban que el maestro y el padre del aprendiz debían pasar un día cada uno buscando al joven desaparecido. Había un plazo máximo de un año después del cual un maestro ya no tenía que volver a tomar al fugitivo como aprendiz.
La duración del aprendizaje dependía del oficio y del maestro (el beneficio de la mano de obra gratuita era una tentación para prolongar la formación el mayor tiempo posible), pero parece que el promedio era de unos siete años. Un aprendiz de cocinero podría necesitar solo dos años de capacitación, mientras que, en el otro extremo del espectro, un trabajador del metal como un orfebre podría necesitar diez años antes de poder establecer su propio negocio. Por lo general, el aprendiz obtenía su calificación luego de producir una "obra maestra" donde demostrara las habilidades adquiridas. Sin embargo, obtener el título de maestro costaba dinero además de habilidad, y un aprendiz calificado que no podía pagar su propio taller era conocido como oficial. Los oficiales a menudo necesitaban viajar para trabajar en el taller de algún maestro donde este se encontrara.
Los gremios medievales
Una vez que sus propios negocios estaban en marcha, a partir del siglo XII los maestros se convertían en miembros de los gremios. Estas organizaciones, administradas por un grupo selecto de profesionales experimentados conocidos como maestros del gremio, buscaban proteger las condiciones de trabajo de sus miembros, garantizar que sus productos tuvieran un alto nivel de calidad y minimizar la competencia externa. Las inspecciones periódicas aseguraron (al menos hasta cierto punto) que los productos fueran exactamente como se anunciaban, que se cumplieran las medidas y los pesos reglamentarios, que los precios fueran correctos y que los miembros no compitieran de manera desleal entre sí por los clientes. Al imponer regulaciones sobre el aprendizaje, los gremios también podían regular la oferta laboral y garantizar que no hubiera demasiados maestros en un momento dado y que los precios tanto del trabajo como de los productos no cayeran.
Las mujeres en los oficios
Si bien había muy pocos gremios específicos para mujeres o administrados por ellas, y aunque la mayoría de los aprendices eran hombres y también sus maestros, había una minoría significativa de mujeres involucradas en algunos oficios. Las viudas, especialmente, se destacaban en los oficios ya que podían administrar el negocio de su difunto esposo si no tenían un pariente varón cercano y no se volvían a casar. Sin embargo, hubo algunas restricciones; por ejemplo, no podían formar a un aprendiz por sí mismas. Algunos oficios, como los polleros de París, permitían que cualquier mujer con medios tuviera un negocio propio, mientras que muchos oficios, como el trabajo de la seda y la fabricación de velas, estaban dominados por trabajadoras. Hay registros (en particular, tasaciones de impuestos), de todo tipo de oficios manejados por mujeres, desde encajeras hasta carniceras.
El molinero
Cada castillo o señorío disponía de su propio molino para suplir las necesidades de la propiedad circundante, no solo para el grano de las tierras del señor sino también el de los siervos, que normalmente se veían obligados a moler su grano en el molino del señor. Los molinos podían ser accionados por viento, agua, caballos o personas. Un artículo esencial para establecer un negocio de este tipo era una piedra de molino de buena calidad que no se desgastara muy rápido, pero desafortunadamente, este era un producto costoso. Renania se ganó una gran reputación por producir las mejores ruedas de molino y una de ellas podía costar 40 chelines o el equivalente a diez caballos en Inglaterra. Con una inversión tan grande y debido a que un castillo o un señorío no necesitaban usar su molino con mucha frecuencia (incluso si el grano molido no se conservaba por mucho tiempo), el molino a menudo se alquilaba a un molinero que luego debía sacarle provecho como pudiera. El molinero gozaba de un alto estatus social en la comunidad porque era esencial para ella, tenía un ingreso estable y no era un trabajo desagradable. Pero, de todos modos, debido a que los molineros tenían que ganar dinero para pagar el alquiler del molino, a veces los aldeanos los miraban con sospecha y les preocupaba que nunca recibieran la cantidad de harina que su grano realmente garantizaba. Como decía una adivinanza medieval:
¿Qué es lo más valiente que hay en el mundo? La camisa de un molinero, porque agarra a un ladrón por el cuello todos los días. (Gies, 155)
El herrero
En la Edad Media, los materiales más baratos eran la madera y la arcilla, pero algunos artículos necesitaban metal, generalmente hierro, que era mucho más caro. Así, el herrero era tan esencial como el molinero para cualquier comunidad medieval. Muchas herramientas agrícolas necesitaban piezas de hierro, aunque solo fuera en sus bordes cortantes, por lo que los herreros se mantenían ocupados produciendo nuevas herramientas y reparando las viejas. Las ollas para cocinar y las herraduras eran otros productos fabricados gracias a la habilidad casi mágica del herrero con la fragua, el martillo y el yunque. Sin embargo, tal era la necesidad medieval de hacer que las cosas duraran el mayor tiempo posible que un herrero de pueblo podía no ser tan solicitado como para poder ganarse la vida, y también necesitaba una serie impresionante y costosa de herramientas y equipos para cumplir con los pedidos. En consecuencia, los herreros solían heredar el negocio de sus padres y muchos también cultivaban algunas tierras para llegar a fin de mes. Un herrero en un señorío o en un castillo estaba mejor, ya que podía recibir carbón vegetal hecho de los árboles del bosque del señor de forma gratuita y tener el beneficio de que un par de siervos del señor trabajaran en su pequeño trozo de tierra de cultivo mientras él estaba ocupado con su martillo y sus tenazas.
El panadero
Como el pan formaba una parte tan importante de la dieta medieval, especialmente para las clases bajas, el de los panaderos era otro oficio muy común, pero era, por la misma razón, uno de los más regulados. Las inspecciones regulares, al menos en las ciudades, aseguraban que los panaderos cumplieran con la calidad, el tamaño y el peso correctos de los panes. Por esta razón, el pan generalmente se estampaba con una marca de identificación de quien lo había horneado. A pesar de estas precauciones, no era novedad que los panaderos complementaran el contenido de la harina del pan con algo un poco más barato como la arena. Aquellos que intentaron estafar a sus clientes y fueron atrapados, a menudo fueron encadenados a una picota con el pan transgresor atado alrededor de sus cuellos. Para poder disponer de pan fresco por las mañanas, los panaderos eran uno de los pocos artesanos a los que se les permitía trabajar de noche.
El carnicero
El carnicero preparaba los cortes selectos de cerdo, cordero y ternera, así como aves y caza. Los carniceros, que vendían un producto caro y ocupaban la parte más sucia y apestosa de la ciudad, se encontraban, junto con los vendedores de pescado, en los puestos de más baja popularidad entre la clientela urbana. Además, al igual que con los panaderos, mucha gente desconfiaba de lo que un carnicero ponía en sus salchichas para ahorrar dinero. Como decía un chiste:
Un hombre le pidió un descuento al carnicero que le vendía las salchichas porque había sido un cliente fiel durante siete años. "¡Siete años!" exclamó el carnicero. "¡Y todavía estás vivo!" (Gies, 49)
Para mantener sólida la confianza del consumidor, el gremio de carniceros impuso reglas adicionales que prohibían la venta de carne de animales como gatos, perros y caballos, así como la mezcla de sebo con manteca de cerdo.
El tejedor
Muchas mujeres campesinas hilaban el hogar y luego vendían el hilo a un tejedor, que generalmente era un hombre. Aunque algunas mujeres continuaban tejiendo en un telar vertical, en la Alta Edad Media el tejido lo realizaba a mayor escala un tejedor diestro que usaba un telar horizontal que estaba fuera del alcance de un campesino. Inglaterra y Gales disfrutaron de una gran reputación por su lana en la época medieval, mientras que Flandes se convirtió en un importante centro de producción de tejidos de lana. La lana se lavaba para eliminar la grasa, luego se secaba, golpeaba, peinaba y cardaba. Después, la lana se hilaba y se trabajaba en el telar para hacer una tela áspera que luego se abatanaba (empapaba, encogía y luego generalmente teñía), a veces usando un molino accionado por agua o a veces siendo pisoteada. Luego, la tela se cortaba y cepillaba, tal vez muchas veces, para producir una tela muy fina y suave.
Los constructores
Una cosa que todos necesitaban era un techo sobre sus cabezas. A medida que las sociedades se volvieron más prósperas, las ciudades crecieron en tamaño y las técnicas de construcción mejoraron a partir del siglo XIII, muchas personas buscaron casas mejores y más sólidas para vivir. Los campesinos prósperos buscaban mejorar sus tradicionales cabañas de barro y madera mientras que los señores buscaban impresionar con casas señoriales que pudieran parecerse al castillo que la mayoría de ellos no habría podido pagar. En consecuencia, se desarrollaron muchos oficios especializados para cada ramo de la construcción de cualquier edificio, como albañiles, enlosadores, carpinteros, techadores, vidrieros y yeseros. Los carpinteros, especialmente, participaron en el mantenimiento posterior de las casas y otras estructuras, como graneros, silos, iglesias y puentes. En el tope de la profesión de la construcción estaban el maestro de obras y el maestro albañil, quienes necesitaban ser expertos en matemáticas y geometría para producir sus modelos a escala y los planos en pergamino de los que dependerían los trabajadores menores para fabricar los elementos en tamaño real que encajaran perfectamente en el edificio. Como rara vez movían un dedo, también necesitaban ser buenos administradores del gran equipo de trabajadores calificados bajo su mando en proyectos específicos, especialmente los grandes, como la construcción de un castillo o de una iglesia.
Los comerciantes urbanos
Los pueblos y ciudades más grandes tenían un comercio especialmente numeroso y diverso. Había sastres, pañeros, tintoreros, guarnicioneros, peleteros, cereros, curtidores, armeros, fabricantes de espadas, fabricantes de pergaminos, cesteros, orfebres, plateros y, además, siendo el sector industrial más grande, todo tipo de vendedores de alimentos. Muchos de estos oficios podían agruparse en determinadas partes de una ciudad para que los gremios pudieran regular mejor a sus miembros o para atraer visitantes, como por ejemplo en las puertas de la ciudad o porque un área en particular tenía la tradición de un oficio (como Notre-Dame en París para los libros, que todavía mantiene hoy).
Los médicos
Los médicos medievales, al menos a finales de la Edad Media, adquirían sus conocimientos en una universidad y disfrutaban de un alto estatus, pero su papel práctico en la sociedad se limitaba al diagnóstico y la prescripción. En realidad, un cirujano trataba a un paciente y le administraba un medicamento preparado por un boticario, ambos eran considerados artesanos especializados porque habían aprendido sus habilidades a través del sistema de aprendizaje. Como un cirujano podía ser costoso, muchas personas de la clase más pobre llevaban sus problemas médicos de menor importancia a una opción mucho más económica; el barbero local. Cuando no estaba cortando cabello y recortando bigotes, un barbero realizaba cirugías menores y también extraía dientes. Los pobres también podían buscar los servicios de un vendedor ambulante de medicina popular que dispensaba recomendaciones y recetaba lociones a base de remedios tradicionales y naturales que, a pesar de sus dudosos orígenes, debieron funcionar en cierta medida puesto que siguieron ejerciendo su práctica a lo largo de la Edad Media.