Abd al-Rahman fue el fundador del emirato de Córdoba y gobernó como Abd al-Rahman I desde 756-788 d.C. Como uno de los únicos supervivientes de la dinastía omeya después de que los abasíes derrotaran al califato omeya, Abd al-Rahman unió el califato omeya y el emirato omeya de Córdoba en España. Aunque no inició el gobierno musulmán en España, Abd al-Rahman lo estableció como un poder político y cultural vibrante, independiente y duradero.
El ascenso y la caída del califato omeya
La dinastía Omeya se había establecido como líder del islam en 661 d.C. bajo Muawiya, el gobernador de Siria islámica. Siria y los árabes sirios se convirtieron en la base de poder de los omeyas durante su dominio del mundo islámico durante casi un siglo. Desde su capital en Damasco, los omeyas expandieron su imperio para alcanzar las fronteras de China en el este y Europa en el oeste. Asaltaron la capital bizantina en Constantinopla dos veces y se enfrentaron con el Imperio Tang de China y a los francos.
En resumen, los omeyas establecieron el imperio más poderoso y rico de su época. Abd al-Rahman, nieto del califa Hisham (quien gobernó de 724 a 743 d.C.), nació en esta reluciente y poderosa corte omeya. Pero la opulenta corte donde se crio Abd al-Rahman y donde probablemente planeó vivir el resto de su vida le fue arrebatada en los fuegos de la revolución cuando aún era un adolescente. Los omeyas se habían centrado en Siria y en los árabes, casi hasta la exclusión de otros pueblos dentro del imperio, siendo el fruto de esto su cercano tormento. En la provincia fronteriza de Khurasan, el líder local Abu Muslim declaró una revuelta contra la autoridad omeya en 747 d.C. Esta revolución avanzó hacia el núcleo del imperio y derrotó al último califa omeya en la Batalla de Zab en 750 d.C. El califato abasí estaba ahora en control.
El príncipe refugiado
Las consecuencias fueron una purga de todo lo que era omeya; los abasíes enviaron jinetes para rastrear y masacrar hasta el último descendiente omeya. Prácticamente el único sobreviviente de este baño de sangre fue Abd al-Rahman. En medio del horror de ver a toda su familia asesinada sistemáticamente y su vida destrozada, el joven príncipe refugiado huyó inicialmente con algunos de sus familiares cercanos hacia el río Éufrates. Una vez descubierto, tuvo que abandonar a sus parientes, incluido su hijo pequeño, Sulayman, y huir más lejos. Abd al-Rahman pasó los siguientes años viajando solo con un liberto griego, Bedr. Pasando en gran medida de incógnito, se dirigieron a través de Palestina y del norte musulmán de África, buscando refugio en cualquier lugar. El gobernante de Ifriqiya islámica, aproximadamente la moderna Túnez, resistió la dominación abasí e inicialmente invitó a los omeyas sobrevivientes a unirse a él, pero, temiendo que los omeyas lo derrocaran se volvió contra los ellos, incluido Abd al-Rahman. Traicionado, el refugiado continuó su viaje hacia el oeste.
Abd al-Rahman recibió algo de ayuda de las tribus bereberes del norte de África a las que había pertenecido su madre. Sin embargo, el momento decisivo de su vida lo sacaría de África y lo llevaría a Europa. Cuando llegó al Estrecho de Gibraltar en 755 d.C., lo más lejos posible de los abasíes, envió a Bedr a España para ver si podía convertirse en su nuevo hogar.
Mientras tanto en España
Las fuerzas del islam habían invadido el debilitado reino visigodo en España en el año 711 d.C. y rápidamente conquistaron la mayor parte de la península ibérica, incluida la capital visigoda de Toledo. Algunos de los cristianos huyeron y se forjaron un estado pobre en el extremo norte de la península, que se vería envuelto en una lucha a vida o muerte con los musulmanes por el control de la península ibérica durante los siguientes siete siglos. El ejército franco bajo Carlos Martel finalmente detuvo la expansión musulmana hacia el norte de Europa en la Batalla de Poitiers en 732 d.C. Tras la conquista de la España visigoda, los omeyas organizaron el territorio en una unidad administrativa que se conoció como Al-Ándalus. Los omeyas enviaron gobernadores para dirigir el territorio en su nombre. El último de estos gobernadores, Yusuf al-Fihri, llegó a España en el año 747 d.C.
Pero a pesar del liderazgo nominal del gobernador, Al-Ándalus estaba sumido en el caos. Una masiva revuelta bereber en la década de 740 d.C. había provocado el estallido de tensiones étnicas latentes entre las tropas bereberes y sirias. Al-Fihri, al frente de tropas árabes yemeníes en su mayoría, se enfrentó a uno de sus antiguos visires, al-Sumayl, que contaba con el apoyo de soldados árabes sirios en Zaragoza.
Emir de Córdoba
En esta península dividida entró Abd al-Rahman, quien desembarcó en la ciudad española de Almuñécar en 755 d.C. Durante este medio siglo de gobierno, España había recibido regularmente contingentes de tropas árabes sirias. Estos sirios, antigua base del poder de los omeyas, permanecieron leales a la dinastía omeya y su memoria. Inspirados por el nombre omeya y probablemente cansados de las luchas internas en Al-Ándalus, se unieron al estandarte de Abd al-Rahman. Sus fuerzas tomaron Málaga y Sevilla, y luego marcharon sobre la capital provincial de Al-Ándalus, Córdoba, en 756 d.C. Bajo los muros de la ciudad, Abd al-Rahman derrotó a las fuerzas de Al-Fihri. Al-Fihri huyó a Toledo para formar otro ejército, pero la reputación de Abd al-Rahman había crecido hasta tal punto que ni siquiera necesitaba perseguir a Al-Fihri él mismo. Pronto, la cabeza de Al-Fihri terminó en la puerta de su casa en Córdoba y al-Sumayl fue capturado y encerrado en una cárcel de Córdoba poco después. Con la mayoría de las principales ciudades del sur de España bajo su control, Abd al-Rahman se declaró Emir de Córdoba en 756 d.C.
Al ser víctima de los abasíes, Abd al-Rahman convirtió el nuevo emirato en un refugio para los disidentes políticos y religiosos que sufrían la persecución abasí. Entre la afluencia de refugiados estaba Sulayman, el hijo de Abd al-Rahman, a quien tuvo que dejar en las orillas del Éufrates cuando huía de los abasíes seis años antes. Aquí, en el borde del mundo conocido, se encontraba el primer estado musulmán separatista de la historia. Abd al-Rahman ascendió a los pocos miembros restantes de la familia omeya a posiciones de liderazgo en el emirato y pronto se convirtió en un califato omeya a pequeña escala.
El nuevo califa abasí, Al-Mansur (quien gobernó de 754 a 775 d.C.), estaba comprensiblemente indignado por este joven advenedizo que rompió parte de su imperio. Esta rabia solo se vio aumentada por el hecho de que Al-Mansur había heredado todo el veneno en contra de los omeya de su predecesor abasí. Al-Mansur nombró a un nuevo gobernador de África, Al-Ala, para derrotar al reciente emirato de Abd al-Rahman. En 763 d.C., Al-Ala desembarcó una fuerza abasí en el actual Portugal. La fuerza superior de Al-Ala logró sitiar a Abd al-Rahman en la ciudad de Carmona y con un número muy superior, parecía que el Emirato de Córdoba sería efímero. Sin embargo, ante la inminencia de la hambruna si no se tomaba pronta acción, Abd al-Rahman sacó a las tropas restantes de Carmona y cayó sobre los sorprendidos soldados abasíes. Las cabezas de sus enemigos muertos fueron envasadas en sal y enviadas de regreso a Al-Mansur, quien, aunque probablemente de mala gana, admitió que estaba contento de que el mar Mediterráneo lo separara de los omeyas.
Buscando venganza, peleando por control
Aunque había derrotado a los abasíes en España, Abd al-Rahman anhelaba llevar la lucha a los abasíes en su tierra natal en Siria. No solo quería forjarse un nuevo hogar para sí mismo, sino destruir a los abasíes como ellos devastaron a su familia. Pero Abd al-Rahman nunca tendría la oportunidad. Por el resto de su vida, estuvo empantanado tratando de traer al resto de la España musulmana a su Emirato de Córdoba. Las revueltas eran comunes y Abd al-Rahman tuvo que luchar por prácticamente todas las ciudades a medida que avanzaba hacia el norte.
De particular dificultad fue la ciudad de Zaragoza en el noreste de España. Zaragoza era musulmana pero había sido semiautónoma desde la gobernación de Al-Fihri. Esta y las tierras circundantes al norte del río Ebro se habían resistido a ser incorporados al Emirato de Córdoba. En 777 d.C., Zaragoza complicó la situación en España al pedir ayuda nada menos que al rey de los francos, Carlos I, conocido en la historia como Carlomagno (quien reinó de 768 a 814 d.C.). Carlomagno no solo dirigió un pequeño destacamento, sino todo su ejército a través de los Pirineos y hacia España. La rebelde ciudad musulmana de Barcelona abrió sus puertas a Carlomagno, pero Zaragoza, la misma ciudad que había invitado a Carlomagno en primer lugar, se dio cuenta de que una vez que Carlomagno se afianzara, no estaría dispuesto a irse. Al encontrar las puertas de Zaragoza cerradas para él, Carlomagno se retiró por el paso de Roncesvalles en 778 d.C., pero su retaguardia fue masacrada en una emboscada por los vascos locales. Roncesvalles fue la única derrota en la larga carrera militar de Carlomagno e inspiró la legendaria Canción de Roldán.
Ahora que Carlomagno se había ido, Zaragoza seguía siendo una espina en el costado de Abd al-Rahman. Obtuvo el control nominal de la ciudad al sobornar a un destacado local para que matara al líder de Zaragoza a cambio de una gobernación sobre toda la región. Cuando este nuevo gobernador empezó a tomar el gusto por la independencia, Abd al-Rahman tenía la fuerza militar para atacar directamente esta vez. En 783 d.C., Zaragoza cayó ante las fuerzas omeyas. Por fin, toda la España musulmana estaba firmemente en manos de Abd al-Rahman.
El legado de Abd al-Rahman
Además de fundar el Emirato de Córdoba, Abd al-Rahman fue un gobernante diligente. Reparó y construyó caminos, puentes y acueductos. Estableció una burocracia centralizada basada en el mérito para administrar el emirato. Para establecer mejor un duradero control omeya sobre la península, instituyó un servicio de inteligencia y un ejército permanente. Abd al-Rahman también continuó con la práctica de tolerancia religiosa de sus antepasados. Todos estos elementos se combinaron para crear una base sólida para la futura prosperidad omeya, lo que explica en parte la longevidad de la dinastía omeya en España, que duró hasta 1031 d.C.
Sin embargo, quizás el mayor legado de Abd al-Rahman no fue ninguna de estas organizaciones gubernamentales sino la Gran Mezquita de Córdoba, fundada a mediados de la década de 780 d.C., que reunió elementos de la cultura española existentes hasta ese momento. La mezquita fue construida en el solar de una antigua basílica visigoda siendo una fusión única entre el estilo de las mezquitas de Damasco, lugar de nacimiento de Abd al-Rahman y elementos de las basílicas cristianas. También utilizó material de edificios de la eras visigoda, romana para pilares y otros materiales de construcción. Aunque esta mezquita fue ampliada aún más por los sucesores de Abd al-Rahman, el núcleo de la mezquita incluidas las franjas rojas y los arcos de herradura característicos, se encontraban en la contribución original de Abd al-Rahman.
Cuando Abd al-Rahman murió alrededor de 788 d.C., el Emirato de Córdoba pasó a su hijo Hisham I (quien reinó de 788 a 796 d.C.). Si bien no logró vengar por completo el asesinato de sus hermanos omeyas, sobrevivir como refugiado para fundar un emirato musulmán independiente separado del califato abasí fue una hazaña. El hecho de que los omeyas sobrevivieran en España hasta 1031 d.C. y que el dominio musulmán en España durara hasta 1492 d.C. es un testimonio de la vida y los esfuerzos hercúleos de Abd al-Rahman.