Abd al-Rahman III, o también castellanizado como Abderramán III, fue un príncipe omeya que reinó como emir de Córdoba y más tarde como califa de Córdoba, del 912 al 961 d.C. Su reinado se recuerda como la edad de oro de la España musulmana y el gobierno omeya, personificado por su declaración del segundo califato omeya en 929 d.C. Restableció un estado musulmán unificado en España y presidió la expansión desde su capital en Córdoba, además de fundar el impresionante palacio califal en Medina Azahara.
Primeros años
Abd al-Rahman nació en la corte real omeya de Córdoba el 18 de diciembre de 890 d.C. Era nieto del emir omeya de Córdoba, 'Abd Allah (que reinó de 888 a 912 d. C.) y del rey de Navarra, Fortún Garcés (que reinó de 882 a 905 d.C.). Abd al-Rahman tenía solo unos días cuando su padre, Muhammad, fue asesinado por su propio hermano, Al-Mutarrif. 'Abd Allah tuvo varios hijos que podrían sucederle en el trono, pero mostró un claro favoritismo por su nieto Abd al-Rahman. Cuando el emir murió en 912 d.C., Abd al-Rahman heredó el trono omeya a la edad de veintiún años. A pesar de ser árabe, el nuevo emir era de tez clara, rubio y de ojos azules debido a la inclusión de las concubinas europeas en el árbol genealógico. Según una leyenda, incluso se tiñó la barba de negro para que coincidiera con la imagen que su pueblo tenía de él como un omeya árabe.
Abd al-Rahman tenía una herencia mixta. Su homónimo, Abd al-Rahman I (que reinó de 756 a 788 d. C.), unificó con gran esfuerzo la España musulmana a finales del siglo VIII d.C., pero después de su muerte la península se deshizo una vez más. Rebeldes como Musa ibn Musa e Ibrahim ibn Hajjaj crearon sus propios estados de facto dentro del Emirato de Córdoba, especialmente en el norte y la zonas rurales. Los omeyas mantuvieron su base de poder en las principales ciudades del sur de España y lograron sofocar las rebeliones con mucho esfuerzo. Sin embargo, con frecuencia, estos potentados locales eran demasiado poderosos como para poder eliminarlos por completo. En vez de eso, los emires omeyas retuvieron a los líderes en Córdoba y les pidieron que llamaran a sus tropas para apoyar las campañas militares omeyas contra otros rebeldes autónomos. El control de los omeya apenas iba más allá de la región alrededor de la propia Córdoba. Fue este control político bastante inestable al que tuvo que enfrentarse Abd al-Rahman III cuando ascendió al trono.
Abd al-Rahman se puso a trabajar inmediatamente. Antes de que acabara el año, las cabezas decapitadas de los rebeldes comenzaron a aparecer en las murallas de Córdoba tras la caida de los rebeldes ante las fuerzas omeyas. El principal cambio establecido por Abd al-Rahman fue asumir personalmente el mando de las tropas omeyas, algo que 'Abd Allah no había hecho durante casi 20 años. Si bien 'Abd Allah tenía que ser cauteloso al otorgar muchas tropas a sus generales para que no lo traicionaran, Abd al-Rahman podía liderar él mismo la mayor parte de sus fuerzas. Además, comenzó a reclutar mercenarios extranjeros, incluidos turcos del este y bereberes del norte de África, cuya lealtad sería incuestionable al no tener bases locales de poder propias.
Sin embargo el mayor desafío a la autoridad omeya seguía presente. Umar ibn Hafsun había sido una espina particularmente mala en el costado de los omeyas desde el año 880 d.C., cuando documentó su primera rebelión. Fue doblegado varias veces, pero continuó escapándose del control omeya hasta que Abd al-Rahman dirigió una campaña a gran escala contra él en 914 d.C., sitiando a varias de sus fuerzas y masacrando a los defensores de la fortaleza de Belda. Tras este ataque concentrado, ibn Hafsun finalmente se sometió a la autoridad omeya en 915 d.C., momento en el que controlaba más de 100 fortalezas en Al-Ándalus.
Movimientos iniciales contra el norte cristiano
Mientras los musulmanes controlaban la mayor parte de la Península Ibérica, los pequeños reinos cristianos se extendían a ambos lados de las montañas del norte de España. Las escaramuzas entre los dos pueblos eran frecuentes, pero en este punto de la historia el conflicto se basaba más en el conflicto territorial y las incursiones anuales que en las insinuaciones religiosas manifiestas de la Reconquista posterior. En parte, esto se debió a que la parte musulmana de España dominada por los omeyas era mucho más poderosa que los reinos cristianos divididos.
Con el sur de España pacificado temporalmente tras la sumisión de ibn Hafsun, Abd al-Rahman envió su primera campaña contra los reinos cristianos del norte en 916 d.C. Los reinos cristianos se habían reunido en el extremo norte de España tras la destrucción musulmana del Reino de los visigodos en 717 d.C. En lugar de volver a conquistar partes de la España musulmana, fueron avanzando gradualmente hacia el sur, ocupando territorios que los musulmanes nunca habían reclamado realmente. En 910 d.C., los territorios de Asturias y Galicia se reformaron en el Reino más grande de León. Así, fue este nuevo Reino de León y su rey, Ordoño II (que reinó de 910 a 924 d.C.), fueron los objetivos del ataque de Abd al-Rahman. Además, las fuerzas omeyas saquearon Pamplona, la capital del Reino de Navarra, en 924 d.C.
A pesar de la sumisión formal de ibn Hafsun, sus hijos mantuvieron sus territorios de forma semiautónoma hasta el 928 d.C. Después de su muerte, tres de los hijos de ibn Hafsun a su vez lideraron un movimiento de resistencia contra los omeyas desde su cuartel general en Bobastro. No fue hasta 928 d.C. que Bobastro y el último líder de los Hafsun finalmente se rindieron a Abd al-Rahman.
Las rebeliones de los Hafsun ilustran la creciente tensión entre musulmanes y cristianos. Las fuentes omeyas afirman que ibn Hafsun era en realidad cristiano, ya que se desenterró su ataúd y fue encontrado enterrado de manera cristiana. El propósito de esto era ennegrecer su memoria como apóstata, pero también indica que en aquel entonces empezaba a verse a los cristianos con malos ojos. Los cristianos emigraban de Al-Ándalus hacia el norte en mayor número en este momento, y el siglo X d.C. también fue el apogeo de la conversión al islam en Al-Ándalus. Además, el traslado de la capital cristiana de la montañosa Oviedo a León, más al sur, mostró una mayor confianza cristiana y una postura más combativa y expansionista.
La creación del Califato
Al reconocer los problemas del gobierno omeya descentralizado, Abd al-Rahman alentó el crecimiento de Córdoba como centro de poder. Continuando con la tendencia establecida por sus predecesores del siglo IX d.C., Abd al-Rahman instaló a los potentados regionales derrotados en Córdoba. De esta manera podía vigilarlos mientras aumentaban la población y la riqueza de la ciudad.
Abd al-Rahman también patrocinó las artes, motivando a los artesanos y construyendo nuevas mezquitas en Córdoba. Sin embargo, la perla de su capital era el vasto nuevo complejo del palacio imperial fuera de la ciudad: Medina Azahara. Nombrado en honor a su esposa favorita, la construcción del palacio comenzó en 936 d.C. Albergaba todo el aparato del imperio; la familia real, los administradores y soldados. A sólo siete kilómetros de Córdoba se han encontrado una serie de caminos que conectan los dos núcleos urbanos independientes pero relacionados.
Quizás el mayor legado de Abd al-Rahman fue declarar un segundo califato omeya. Los omeyas siempre habían desconfiado de los acontecimientos en el norte de África, y en 909 d.C., 'Ubayd Allah al-Mahdi Billah (que reinó de 909 a 934 d.C.) se declaró a sí mismo imán chiíta y descendiente de la hija del profeta Mahoma, Fátima. Este anuncio fue el comienzo de lo que se convertiría en el poderoso califato fatimí, y los omeyas lo vieron como una enorme amenaza para su propio régimen. Abd al-Rahman incluso había ocupado la ciudad norteafricana de Ceuta y sus alrededores frente al estrecho de Gibraltar en 921 d.C. para bloquear cualquier posible invasión fatimí.
Al mismo tiempo, Abd al-Rahman continuaba reabsorbiendo los feudos de los señores de la guerra musulmanes independientes en el reino omeya. Había retomado la Marcha Inferior en 929 d.C. con la captura de Mérida y luego recuperaría Toledo en 932 d.C. Este fue un momento decisivo en el que Abd al-Rahman demostró que era un gobernante creíble y eficaz, pero que todavía tenía territorios musulmanes fuera de su alcance.
Abd al-Rahman descendía del califato omeya que gobernó desde Damasco desde el 661 al 750 d.C. y su anuncio en el 929 d.C. de que él era el legítimo califa musulmán, el líder del islam, fue una afrenta directa a los abasíes en Bagdad y al nuevo califato fatimí en el norte de África. Fue un movimiento muy importante, que mostró su poder, fomentó su prestigio y supuso un mayor argumento de cohesión para los musulmanes de España. También señaló que los omeyas no eran simplemente una provincia separada de los abasíes, sino que eran, de hecho, iguales o mejores, ya que solo podía haber un califa legítimo. Es comprensible que los historiadores se hayan referido al reinado de Abd al-Rahman y la elevación del Emirato de Córdoba al Califato de Córdoba como una época dorada de la España musulmana.
La España islámica contra la España cristiana
Al igual que sus predecesores, Abd al-Rahman también tuvo que enfrentarse a los gobernadores musulmanes independientes de facto del norte de España. El entonces gobernador de Zaragoza, Muhammad ibn Hashim al-Tujibi, se convirtió en el objetivo principal de Abd al-Rahman durante el curso de las campañas omeyas en la región dirigidas por el propio califa a partir de 934 d.C. En una de sus campañas, Abd al-Rahman avanzó sobre el Reino de Navarra, que rápidamente se doblegó ante los omeyas y permitió que su niño rey, García Sánchez I (que reinó de 932 a 970 d.C.), fuera coronado por el califa omeya. Abd al-Rahman después derrotaría a un rebelde navarro y saquearía el Reino de León. En 937 d.C., al-Tujibi entregó Zaragoza a Abd al-Rahman. Por fin, la España musulmana volvía a estar bajo un solo gobernante y el norte cristiano había sentido el poder de un estado omeya resurgente.
Como demostró la independencia de facto de al-Tujibi, islam y cristianismo no eran términos monolíticos. Había una variedad de diferentes poderes musulmanes y cristianos en la Península Ibérica y no era raro que se entablaran alianzas más allá de las fronteras religiosas. También había un número considerable de cristianos y judíos que vivían en la España controlada por los musulmanes. Por lo tanto, si bien es conveniente describir los reinos del norte como cristianos y el califato omeya como musulmán, esto no era más que una de sus características definitorias y no necesariamente la predominante. No sería hasta el próximo siglo que el fervor religioso de la Reconquista comenzaría a emerger como una fuerza seria.
Apenas dos años después de derrotar a al-Tujibi, Abd al-Rahman sufrió una devastadora derrota en la Batalla de Simancas, también conocida como la Batalla de Alhandega, contra las fuerzas del rey leonés Ramiro II (que reinó de 932 a 951 d.C.). El Corán personal del califa fue capturado y miles de soldados omeyas yacían muertos. Abd al-Rahman comenzó a preparar un nuevo ejército para vengarse cuando los enviados de García llegaron a Córdoba en 940 d.C. Se acordó un tratado de paz a cambio de permiso para continuar poblando pueblos abandonados al sur de la ciudad de León.
Sin embargo, Simancas resultó ser solo un revés temporal y después de 950 d.C. los omeyas dominaron los reinos cristianos del norte de España. En 950 d.C. Barcelona reconoció la supremacía de Abd al-Rahman. En 957 d.C. las fuerzas omeyas asaltaron las fronteras tanto del Reino de León como del Reino de Navarra, y al año siguiente ambos reyes se sometieron a Abd al-Rahman en Córdoba. Abd al-Rahman llegó a desempeñar el papel de árbitro en la guerra civil leonesa entre Ordoño IV y Sancho I el Gordo, apoyando a Sancho a cambio de unos castillos. Abd al-Rahman incluso envió a su médico personal para tratar la obesidad de Sancho I.
Narrativa social
Con la España musulmana reunificada bajo Abd al-Rahman, los historiadores han citado con frecuencia su reinado como el apogeo de la convivencia, donde musulmanes, cristianos y judíos vivían en armonía. Si bien se ha exagerado la idea de convivencia, ciertamente era más tolerante que muchas sociedades cristianas en ese momento. La vida intelectual judía floreció en Córdoba durante el reinado de Abd al-Rahman y había cristianos y judíos en algunos de los puestos más altos de la administración omeya, entre ellos el judío Hisdai ben Isaac ben Shaprut, secretario personal y médico de Abd al-Rahman.
Al mismo tiempo, las tensiones étnicas comenzaron empeorar en el Califato de Córdoba. Los árabes eran la clase alta privilegiada de la sociedad cordobesa, pero también había un número considerable de bereberes y saqalibas. Los bereberes habían sido llevados como tropas para los primeros ejércitos musulmanes en el siglo VIII d.C., y Abd al-Rahman también había reclutado soldados bereberes recientemente para sus campañas contra los rebeldes musulmanes y los reyes cristianos. El término saqaliba se refiere a los descendientes de esclavos europeos, algunos de los cuales habían servido como soldados, miembros del harén omeya o incluso eunucos. Abd al-Rahman hizo que más de 3.000 eunucos europeos lo sirvieran como guardia de élite y protectores de su harén. Comenzaron a surgir tensiones entre estos grupos que acabarían estallando a principios de siglo y que finalmente conducirían a la destrucción del califato de Córdoba y la dinastía omeya.
Legado
Cuando Abd al-Rahman murió en 961 d.C. dejo un legado positivo. Tras heredar un estado dividido cuyo poder apenas se extendía más allá de las murallas de Córdoba, había unificado a la España musulmana y recibido el vasallaje de todos los principales monarcas cristianos del norte de España. Córdoba era una de las ciudades más grandes, ricas y cultas de Europa. Finalmente, para colmo, él era el Califa (o uno de los tres en cualquier caso), el líder del mundo musulmán. El poderoso Califato quedó entonces en manos de su hijo y heredero, Al-Hakam II (que reinó de 961 a 976 d.C.), quien se esforzaría por promover el legado de su padre.