Hildegarda de Bingen (también conocida como Hildegarde von Bingen, 1098-1179 d.C.) fue una mística cristiana, abadesa benedictina y polímata experta en filosofía, composición musical, herbología, literatura medieval, cosmología, medicina, biología, teología e historia natural. Se negó a ser definida por la jerarquía patriarcal de la Iglesia y, aunque acató sus restricciones, sobrepasó los límites establecidos para las mujeres.
Además de su impresionante obra y sus etéreas composiciones musicales, Hildegarda es conocida sobre todo por su concepto espiritual de Viriditas («verdor» o «fecundidad»), la fuerza vital cósmica que infunde el mundo natural. Para Hildegarda, lo divino se manifestaba en la naturaleza y era evidente a través de ella. La naturaleza en sí no era lo divino, si no que el mundo natural era prueba de Dios, existía gracias a Él y lo glorificaba. También es conocida por sus escritos sobre el concepto de Sapientia (sabiduría divina), concretamente la Sabiduría Divina Femenina inmanente que se acerca al alma humana y la nutre.
Desde muy joven experimentó visiones extáticas de luz y sonido, que interpretó como mensajes de Dios. Estas visiones fueron legitimadas por autoridades eclesiásticas, que la animaron a escribir sus experiencias. Se hizo famosa en vida por sus visiones, sabiduría, escritos y composiciones musicales, y su consejo fue solicitado por la nobleza de toda Europa.
Primeros años y educación
Hildegarda procedía de una familia alemana de clase alta y era la menor de diez hermanos. A sus tres años comenzó a enfermarse con frecuencia, aquejada de dolores de cabeza que acompañaban a sus visiones. Se desconoce si sus padres consultaron a médicos por sus problemas de salud, pero a los siete años la enviaron a ingresar como novicia en el convento de Disibodenberg.
La abadesa Jutta von Sponheim (1091-1136 d.C.), cabeza de la orden, aristócrata e hija de un conde que había optado por la vida monástica, se hizo cargo de Hildegarda. Jutta era solo seis años mayor que Hildegarda en 1105, cuando esta ingresó en el convento, y ambas se hicieron grandes amigas. Jutta enseñó a Hildegarda a leer y escribir, a recitar las oraciones y la introdujo en la música enseñándole a tocar el salterio (un instrumento de cuerda parecido a la cítara). Es posible que Jutta también instruyera a la joven en latín (aunque esta afirmación ha sido puesta en duda) y la animara a leer mucho.
Durante este tiempo, también fue instruida por un monje llamado Volmar (fallecido en 1173 d.C.), que ejercía de prior del convento y confesor de las monjas (ya que a las mujeres no se les permitía oír confesiones, celebrar misa ni presidir ninguna asamblea oficial que no fueran reuniones con otras mujeres para el mantenimiento diario de la comunidad). Hildegarda había hablado a Jutta de sus visiones, y Jutta sintió el deber de informar a Volmar. Volmar animó a Hildegarda a creer en la veracidad de las visiones y a escribir sobre ellas. Es posible que también fuera él quien le enseñara latín y la introdujera en diversas formas de literatura. Tras siete años de tutela y servicio, a la edad de catorce años, Hildegarda hizo su profesión de fe y fue aceptada en la orden.
Hildegarda y Jutta eran las monjas típicas de la época, ya que procedían de familias aristocráticas de clase alta que podían permitirse pagar a la Iglesia para que acogiera a sus hijas. Aunque oficialmente estaba prohibido aceptar dinero de los padres, los conventos exigían una «dote» considerable para aceptar a una chica, alegando que se destinaría a su manutención. Estas dotes adoptaban la forma de escrituras de tierras, dinero en efectivo, ropa cara y objetos de valor similares. Las hijas de familias pobres no podían permitirse la dote y, si querían participar en la vida conventual, era como criadas o cocineras. Los eruditos Frances y Joseph Gies comentan el atractivo del convento para las jóvenes en la Edad Media:
Para las mujeres de clase alta, el convento satisfacía varias necesidades básicas. Proporcionaba una alternativa al matrimonio al acoger a muchachas cuyas familias no podían encontrarles marido. Proporcionaba una salida a las inconformistas, a las mujeres que no deseaban casarse porque sentían una vocación religiosa, porque el matrimonio les repugnaba o porque veían en el convento una forma de vida en la que podían tal vez distinguirse. El convento era el refugio de las intelectuales. (64)
Hildegarda encajaba sin duda en este paradigma de la mujer intelectual, distinguiéndose por su vasta erudición, su devoción a Dios y su servicio a los demás. Cuando Jutta murió en 1136, Hildegarda, que entonces tenía 38 años, fue elegida unánimemente para sucederla.
Visiones y traslado a Rupertsberg
Desde su juventud, Hildegarda había tenido miedo de sus visiones y se había resistido a ellas, pero Volmar la apoyó y la animó a aceptarlas. Pocos años después de convertirse en abadesa, comenzó a tener visiones más vívidas que antes y con tal frecuencia que quedó postrada en cama. Había confesado sus visiones al abad Kuno, que presidía su orden, y él la animó a escribir sobre ellas, pero ella se negó.
Las propias visiones comenzaron a insistir en que las escribiera y las interpretara para el público. Hildegarda se resistió hasta que cayó en un delirio en el que las visiones, que se repetían constantemente, le exigían que las expresara por escrito. Ella cuenta:
En esta aflicción permanecí treinta días, mientras mi cuerpo ardía como de fiebre... Y durante esos días contemplé una procesión de innumerables ángeles que luchaban junto a Miguel contra el dragón y obtenían la victoria. Y uno de ellos me gritó: «¡Águila! ¡Águila! ¿Por qué duermes? ¡Levántate! Está amaneciendo; come y bebe». Al instante, mi cuerpo y mis sentidos volvieron al mundo y, al ver esto, mis hijas [las otras monjas] que lloraban a mi alrededor me levantaron del suelo y me colocaron en mi lecho. Así empecé a recuperar las fuerzas. (Gies, 78)
Alentada por Volmar y el abad Kuno e inspirada por las propias visiones, Hildegarda comenzó a escribir su obra más conocida, Scivias (forma abreviada del latín Scito vias Domini o «Conoce el camino del Señor», compuesta hacia 1142-1151 d.C.) que, de acuerdo con las instrucciones de sus visiones, relataba lo que había visto y lo que sentía que significaban. Para entonces, ya era una vidente consolidada, famosa por su sabiduría y muy solicitada como consejera. El papa Eugenio III (que ocupó el cargo de 1145 a 1153 d.C.) leyó partes de Scivias, aprobó las visiones como revelaciones auténticas y animó a Hildegarda a continuar su trabajo. La gente visitaba Disibodenberg en busca de ella y, después, el abad Kuno les recordaba amablemente que debían dejar una donación antes de partir.
En 1147, Hildegarda pidió permiso para fundar su propio convento en Rupertsberg, 105 km al sureste. Su petición provocó una disputa con el abad Kuno, que le denegó el permiso y le sugirió que aceptara el cargo de priora de Disibodenberg y se pusiera bajo su autoridad. Las razones de su negativa no han quedado registradas, pero lo más probable es que se mostrara reacio a perder un activo tan importante como Hildegarda, que no solo aportaba importantes ingresos, sino que conseguía que el convento funcionara con eficacia y mantenía correspondencia con importantes personalidades que podrían estar dispuestas a hacer más donaciones.
Hildegarda se negó a aceptar la decisión de Kuno, repitió su petición y, cuando Kuno se la negó por segunda vez, llevó el asunto ante el arzobispo de Maguncia, que la aprobó. Kuno seguía sin liberarla ni a ella ni a las monjas hasta que Hildegarda, postrada en cama (posiblemente debido a sus visiones), le informó de que Dios mismo la estaba castigando por no seguir su voluntad al trasladar a las monjas a Rupertsberg. A Hildegarda le sobrevino una parálisis tan grave que nadie podía moverle los brazos ni las piernas y, tras presenciarlo, Kuno cedió y permitió que las monjas se marcharan. Hildegarda fundó el convento de Rupertsberg alrededor del año 1150 con 18 monjas y su amigo el monje Volmar como confesor.
Obras y creencias
La visión de Hildegarda lo abarca todo, trascendiendo con mucho la visión común de la Iglesia medieval, aunque permaneciendo dentro de los límites de la ortodoxia. Afirmaba que lo Divino era tan femenino en espíritu como masculino y que ambos elementos eran esenciales para su plenitud. Su concepto de Viriditas elevaba al mundo natural de la visión que tenía la Iglesia (un reino caído de Satanás) a una expresión y extensión de lo Divino: Dios se revelaba en la naturaleza, y la hierba, las flores, los árboles y los animales daban testimonio de lo Divino simplemente con su existencia.
Su primera gran obra, Scivias, relata 26 de sus visiones en tres secciones (seis visiones en la primera, siete en la segunda, trece en la tercera) junto con su interpretación y comentarios sobre la naturaleza de lo Divino y el papel de la Iglesia como intermediaria entre Dios y la humanidad. Describe a Dios como un huevo cósmico, masculino y femenino a la vez, palpitante de amor; el aspecto masculino de lo Divino es trascendente, mientras que el femenino es inmanente. Es esta inmanencia la que invita a entrar en contacto con lo Divino.
Hildegarda creía que, antes de la caída del hombre, Dios era adorado mediante el canto celestial que, tras la caída, se aproximó a la música tal y como los humanos la oyen y entienden ahora. La música era, pues, la mejor expresión del amor, la devoción y el culto a Dios. De acuerdo con esta creencia, termina Scivias con el texto de su obra moral Ordo Virtutum y su Sinfonía del Cielo, una de sus primeras composiciones musicales.
Durante su estancia en Disibodenberg, Hildegarda practicó habitualmente lo que hoy se conoce como «curación holística», utilizando energías espirituales resonantes y remedios naturales para mantener la salud y curar enfermedades y lesiones. Entre 1150 y 1158 compuso su Liber Subtilatum («Libro de las sutilezas de las diversas cualidades de las cosas creadas»), que consta de dos secciones: su Physica («Medicina») y Causae et Curae («Causas y curas de las enfermedades»). Sostiene que los seres humanos son la cúspide de la creación divina y que el mundo natural existe en armonía con la humanidad; los humanos deben cuidar de la naturaleza y la naturaleza hará lo mismo.
Su concepto de la salud se basaba en la idea predominante, derivada de la antigua medicina griega, de que la salud del cuerpo humano depende del equilibrio de los cuatro humores del cuerpo: sanguíneo/pacífico/seco (sangre), colérico/enojado/caliente (bilis amarilla), flemático/apático/húmedo (flema), melancólico/deprimido/frío (bilis negra). La concepción de Hildegarda de los humores difería ligeramente de la visión griega, pero seguía ajustándose a la concepción tradicional. Cuando estos humores estaban en equilibrio, el cuerpo gozaba de una salud óptima; la enfermedad indicaba desequilibrio. Hildegarda recomendaba remedios a base de hierbas, baños calientes, patrones de sueño adecuados, una dieta sana y una actitud positiva para mantener el equilibrio o devolver la salud a una persona enferma.
Un aspecto esencial de la salud era la conducta virtuosa, que Hildegarda abordó en su obra moral Ordo Virtutum («Orden de las virtudes»), terminada en 1151. La obra describe la lucha del alma, atrapada en la carne, entre la llamada de las virtudes y las tentaciones del diablo. Esta obra fue interpretada por Hildegarda y sus monjas como el coro de las virtudes y el alma (voz femenina), clérigos masculinos cantando los papeles de los patriarcas y profetas, y muy probablemente Volmar en el papel de Satanás, el único personaje de la obra que no canta, ya que Satanás es incapaz de producir música, la verdadera alabanza a Dios. Ordo Virtutum es la obra moral medieval más antigua y el único musical medieval que se conserva.
Hildegarda fue particularmente prolífica en Rupertsberg y más adelante escribió su Liber Vitae Meritorum («Libro de los méritos de la vida») entre 1158 y 1163. Esta obra amplía y desarrolla el tema de su obra anterior, ya que trata de la lucha del alma entre la virtud y el vicio, la verdadera naturaleza y la recompensa final de ambos, la razón de la lucha del alma y la inmanencia de la presencia y el amor redentor de Dios. En esta obra también escribió sobre la sexualidad humana, concretamente sobre la sexualidad femenina, describiendo el orgasmo de la mujer como la fuerza espiritual que envuelve la semilla del hombre en el vientre y la mantiene allí. La profundidad de la pasión que los padres sintieran el uno por el otro durante las relaciones sexuales determinaría el carácter del niño; si estaban enamorados, entonces el orgasmo de ambos sería fuerte y el niño sería sano y feliz; si no lo estaban, entonces el niño sería amargado y desequilibrado.
Entre 1164 y 1174 escribió su gran obra teológica, Liber Divinorum Operum («Libro de las obras divinas»), que recoge los temas de sus obras anteriores y los eleva a través de la gran escala de sus nuevas visiones y explicaciones de la naturaleza del amor divino (Caritas) y la sabiduría divina (Sapientia), representados como energías femeninas que irradian luz.
Su concepto de Viriditas también se explora más a fondo en esta obra. El «verdor» del mundo natural se refleja en el «verdor» del alma humana receptiva a lo Divino, que florece a la vida una vez conectada a la fuerza vital cósmica. Separada del amor divino, el alma está a merced del vicio, que solo conduce a la miseria y a la muerte. La elección natural y que afirma la vida es abrazar lo Divino como la energía esencial y duradera de la existencia, reconociendo que las virtudes nos llaman hacia una realidad elevada y trascendente. La música, por supuesto, está entrelazada con este concepto de «verdor», ya que eleva el alma al alabar la fuente de toda vida.
Correspondencias y controversias
A la vez que componía sus obras escritas y partituras musicales (aún populares e interpretadas en la actualidad), Hildegarda mantenía correspondencia con reyes, reinas, autoridades eclesiásticas y muchos otros. Intercambió cartas, que aún se conservan, con personalidades medievales como Bernardo de Claraval (1090-1153), Tomás Becket (1118-1170), Enrique II (1133-1189), Leonor de Aquitania (1122-1204), el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Alemania Federico Barbarroja (1122-1190) y muchos otros. Nunca tuvo miedo a la controversia ni a la crítica, y nunca dejó de enfrentarse a la autoridad patriarcal eclesiástica o secular por lo que creía justo.
Realizó cuatro giras de conferencias que incluyeron paradas en Colonia, Tréveris, Wurzburgo, Fráncfort y Rotemburgo, así como viajes a Flandes. En estas giras pronunció sermones ante un público predominantemente masculino, a pesar de que San Pablo prohibía a las mujeres hablar en presencia de hombres, tener autoridad sobre ellos o enseñarles (I Timoteo 2:12-14, I Corintios 11:3, I Corintios 14:34), y uno de los temas centrales de sus sermones era la corrupción de la Iglesia y la necesidad de una reforma inmediata y drástica.
Incluso a sus ochenta años, Hildegarda se negó a dejarse intimidar o acobardar por las figuras masculinas de autoridad. El arzobispo de Maguncia le ordenó exhumar el cuerpo de un joven que había muerto excomulgado y estaba enterrado en el cementerio de Rupertsberg. Hildegarda se negó, alegando que el hombre había pedido la absolución y recibido la gracia, y que eran únicamente la terquedad y el orgullo del arzobispo lo que le impedían reconocerlo. Viajó dos veces a Maguncia para defender su caso, pero le fue denegado y tanto ella como su convento quedaron bajo entredicho (una pena similar a la excomunión). El entredicho se levantó recién tras la muerte del arzobispo, y Hildegarda y sus monjas volvieron al estado de gracia en la Iglesia.
Conclusión
Además de sus aportes a la teología, la filosofía, la música, la medicina y demás, Hildegarda inventó un sistema de escritura artificial: las Litterae ignotae, que utilizaba en sus himnos para rimar de forma concisa y, posiblemente, para dar a su texto un sentido de otra dimensión y plano superior. También inventó la Lingua ignota (lengua desconocida), su propia construcción filológica de 23 letras que servía para separar y elevar su orden del mundo mundano.
A pesar de sus logros y su fama, la Iglesia seguía considerando a las mujeres no solo ciudadanas de segunda clase, sino peligrosas tentaciones y obstáculos para la virtud. El muy influyente Bernardo de Claraval afirmaba que un hombre no podía relacionarse con una mujer sin desear sexo con ella y la orden canónica de los premostratenses prohibió la entrada de mujeres en su orden alegando haber reconocido «que la maldad de las mujeres es mayor que todas las demás maldades del mundo» (Gies, 87). Fue precisamente este tipo de mentalidad misógina contra la que luchó Hildegarda, no solo dentro de la Iglesia, sino en la sociedad medieval en general.
Aun así, la importancia de su obra fue reconocida por la Iglesia y se la consideró una mujer digna de mención. Se desconoce la causa de su muerte, pero lo más probable es que falleciera por causas naturales en 1179. Los intentos de canonizarla no prosperaron hasta 2012, cuando fue reconocida como santa mediante el proceso de canonización equivalente y proclamada Doctora de la Iglesia por el papa Benedicto XVI. Sus famosas visiones se interpretan hoy como síntomas de una persona que sufre migrañas, pero esto no ha restado en absoluto mérito a su reputación.
En 1979, la artista Judy Chicago incluyó a Hildegarda de Bingen en su instalación The Dinner Party (actualmente expuesta en el Museo de Brooklyn, Nueva York, EE.UU.), una mesa triangular ornamentada con 39 mujeres de la historia y la literatura que celebran su contribución a la cultura y el conocimiento mundiales. Los nombres de otras 999 mujeres están grabados en el suelo sobre el que descansa la mesa. Sin duda, Hildegarda disfrutaría de su lugar en la mesa entre Leonor de Aquitania y la acusada de brujería Petronilla de Meath (1300-1324 d.C.), ejecutada por herejía; dos de las muchas mujeres celebradas en la obra por lo que fueron y por el mensaje que siguen ofreciendo al mundo.