
La compra de Luisiana fue un acuerdo de tierras realizado en 1803, en el que Estados Unidos compró a Francia 2.144.510 km² de tierra al oeste del río Misisipi por 15 millones de dólares, o una media de tres centavos por acre. La compra casi duplicó el tamaño territorial de Estados Unidos e impulsó la expansión hacia el oeste de la joven república.
Contexto: el territorio de Luisiana
La colonia de Luisiana se fundó el 9 de abril de 1682, cuando el explorador francés René-Robert Cavelier, Sieur de La Salle, llegó a la desembocadura del río Misisipi. La Salle erigió una cruz en el lugar y, en una ceremonia celebrada ante sus propios hombres y sus guías indígenas, procedió a reclamar toda la cuenca del Misisipi para Francia, llamándola Luisiana en honor del rey Luis XIV de Francia (rey entre 1643 y 1715). Poco después regresó a Francia, donde convenció al rey para que le cediera el control de la nueva colonia. La Salle se embarcó entonces en otra expedición para fortificar la desembocadura del Misisipi y estableció otra colonia francesa alrededor del Golfo de México. Esta expedición, sin embargo, estuvo plagada de dificultades desde el principio. La Salle fue incapaz de volver a encontrar la desembocadura del Misisipi y acabó siendo asesinado en un motín en 1687.
En las décadas siguientes, comenzaron a surgir asentamientos dispersos en torno al río Misisipi. Nueva Orleans fue fundada en 1718, en el lugar donde La Salle había hecho su proclamación 36 años antes, y rápidamente se convirtió en una rica ciudad portuaria. Madera, productos agrícolas y pieles de alta calidad se embarcaban por el río Misisipi hasta Nueva Orleans, desde donde se enviaban a Europa o Nueva España. A pesar de la riqueza generada por Nueva Orleans, el territorio de Luisiana en su conjunto no era muy valorado por Francia. En 1710, el gobernador de Luisiana, Antoine de La Mothe Cadillac, informó de que «la gente es un montón de escoria de Canadá» y que la colonia «no vale ni una paja en la actualidad» (Smithsonian). Por lo tanto, al final de la Guerra de los Siete Años en 1763, Francia acordó ceder el control de todo el territorio de Luisiana a España. Los límites de «Luisiana» aún eran imprecisos, pero el tratado otorgaba a España todas las tierras al oeste del Misisipi. Al mismo tiempo, Francia entregó su colonia de Canadá a Gran Bretaña, liberándose así de todas sus posesiones continentales para poder centrarse en sus mucho más lucrativas colonias azucareras del Caribe.
España mantenía un dominio laxo sobre el territorio de Luisiana, que veía con desinterés, como poco más que un amortiguador entre la Norteamérica británica y México. En 1783, Estados Unidos obtuvo su independencia y se hizo con el control de la orilla oriental del río Misisipi. Esto provocó un aumento de las tensiones entre Estados Unidos y España, ya que cada nación reclamaba el derecho a navegar por el Misisipi, que se había convertido en una vía fluvial vital para el comercio. Esta disputa se resolvió el 27 de octubre de 1795, con la firma del Tratado de San Lorenzo, también conocido como Tratado de Pinckney. El acuerdo otorgaba a los estadounidenses el derecho a navegar por todo el Misisipi y permitía a los comerciantes norteamericanos almacenar mercancías en los almacenes de Nueva Orleans. Aunque el tratado redujo las tensiones entre Estados Unidos y España, aumentó la influencia estadounidense en la región a expensas del poder español, que nunca había sido fuerte en el territorio de Luisiana y ahora estaba en declive.
El 1 de octubre de 1800, Luisiana volvió a cambiar de manos: Napoleón Bonaparte (1769-1821), que había subido al poder en Francia un año antes, llegó a un acuerdo secreto con el rey Carlos IV de España (rey entre 1788 y 1808) en el Tratado de San Ildefonso. En él, España accedía a ceder todo el territorio de Luisiana a Francia, a cambio del control sobre el reino de Etruria en Italia, que el rey Carlos quería dar a su hija. Napoleón se alegró de la adquisición tan fácil del territorio de Luisiana, ya que lo consideraba el primer paso para restablecer a Francia como potencia imperial en Norteamérica. Veía a Luisiana como una especie de granero, que enviaría alimentos y suministros a las colonias caribeñas francesas de Guadalupe, Martinica y Saint-Domingue, todas ellas muy valiosas por su producción de azúcar. Una condición importante del Tratado de Ildefonso era que Francia no podía vender el territorio de Luisiana a terceros, ya que a España le preocupaba tener una potencia hostil tan cerca de México. En aquel momento, Napoleón pretendía cumplir esta condición, aunque sus planes pronto darían un vuelco.
Traspaso a Francia
El traspaso secreto de Luisiana a Francia se hizo público en octubre de 1802, cuando el rey Carlos IV firmó finalmente el real decreto que lo hacía oficial. Pocos días después, el administrador español en Nueva Orleans canceló abruptamente el acceso de los estadounidenses a los almacenes de la ciudad, argumentando que los términos del Tratado de San Lorenzo habían expirado. Esto causó gran indignación en Estados Unidos, ya que más de la mitad de los comerciantes del país utilizaban Nueva Orleans como puerto principal para embarcar sus productos. La pérdida del acceso a la ciudad y de la navegación por el Misisipi amenazaba con asestar un duro golpe al joven país. Además, al presidente estadounidense Thomas Jefferson le preocupaba tener como vecino a alguien tan insaciablemente ambicioso como Napoleón Bonaparte. En contraste, el debilitado Imperio español le parecía más manejable; de hecho, llegó a afirmar que, si España mantenía el control de Luisiana, su presencia sería «apenas sentida por nosotros» (Wood, 368). La Francia napoleónica, en cambio, era una potencia en ascenso, y Jefferson anticipó que su dominio sobre Nueva Orleans se convertiría en un «punto de eterna fricción con nosotros» (ibid). Pronto comprendió que cualquier nación que controlara Nueva Orleans entraría inevitablemente en conflicto con Estados Unidos. Como escribió en abril de 1802:
Hay un único lugar en el mundo cuyo dueño será siempre nuestro enemigo natural y habitual: Nueva Orleans. A través de esta ciudad debe pasar al mercado la producción de tres octavas partes de nuestro territorio y, debido a su fertilidad, pronto generará más de la mitad de toda nuestra producción y albergará a más de la mitad de nuestra población.
(citado en Meacham, 384)
Quedaba claro entonces que Estados Unidos debía encontrar la manera de hacerse con Nueva Orleans. La pérdida de acceso a la ciudad enfureció a muchos estadounidenses, que instaron a Jefferson a tomarla por la fuerza. Un senador de Pensilvania incluso redactó una resolución pidiendo al presidente que reuniera un ejército de 50.000 hombres para invadir Luisiana y capturarla. Esta postura beligerante encontró apoyo en varios periódicos, uno de los cuales afirmaba que solo Estados Unidos tenía derecho a «regular el futuro destino de Norteamérica» (Smithsonian).
Sin embargo, Jefferson, un declarado francófilo, veía la guerra como el último recurso y exploró una alternativa: comprar Nueva Orleans a los franceses. Ya en abril de 1802, cuando surgieron los primeros rumores sobre el traspaso de Luisiana, se comunicó con Robert R. Livingston, embajador estadounidense en Francia, para preguntarle si una compra era posible. Jefferson estimaba que Francia podría estar dispuesta a vender la ciudad por 6 millones de dólares y, en enero de 1803, envió a James Monroe a París como enviado presidencial para ayudar a Livingston a cerrar el trato.
Mientras tanto, Napoleón empezaba a lamentar su compra, pues sus planes para un imperio colonial se desmoronaban. La piedra en su zapato era la colonia de Saint-Domingue (actual Haití), sumida en una revuelta de esclavos desde 1791. Napoleón había concebido a Saint-Domingue como el eje de su imperio colonial; era, con diferencia, la colonia francesa más valiosa y proporcionaba a Francia el 70 % de su azúcar. En 1801, envió un ejército expedicionario al mando de su cuñado, el general Charles Leclerc, con la misión de restaurar la autoridad francesa, sofocar la rebelión y derrocar al líder revolucionario Toussaint Louverture. Sin embargo, la expedición fue un desastre: aunque los franceses lograron capturar a Louverture, enfrentaron una feroz resistencia. Además, un brote de fiebre amarilla diezmó sus filas, cobrando miles de vidas, incluida la de Leclerc.
Para 1803, estaba claro que la reocupación de Saint-Domingue había fracasado, y con ella, los sueños de Napoleón de un imperio colonial. Convencido de que Luisiana carecía de valor sin Saint-Domingue, ahora solo quería deshacerse de ella lo antes posible.
Negociaciones
En abril de 1803, James Monroe llegó a París tras un largo y arduo viaje. Afligido por problemas financieros, se había visto obligado a vender su porcelana fina y muebles para poder costear el pasaje transatlántico, y su partida se retrasó debido a una tormenta de nieve y fuertes vientos. Sin embargo, Monroe nunca dudó de la importancia de su misión, pues Jefferson le había asegurado que el éxito de esta dependía de «los destinos futuros de esta república».
Al llegar a París, fue recibido por Livingston, quien le comunicó con entusiasmo que la situación había cambiado: pocos días antes, Livingston había tenido una reunión con el ministro francés del Tesoro, François Barbé-Marbois, quien le había ofrecido vender a Estados Unidos no solo Nueva Orleans, sino todo el territorio de Luisiana. Barbé-Marbois propuso vender el territorio por 15 millones de dólares, es decir, tres centavos por acre. Aunque Monroe y Livingston solo habían sido autorizados a gastar hasta 10 millones de dólares, ambos estaban convencidos de que esta oferta no podía ser rechazada.
Los estadounidenses se apresuraron a entablar negociaciones, deseosos de cerrar el trato antes de que Napoleón cambiara de opinión. De hecho, no había peligro de que eso ocurriera, ya que el Primer Cónsul estaba igual de ansioso por vender. La pérdida de Saint-Domingue no solo había hecho que el territorio de Luisiana dejara de tener valor para él, sino que también lo había convertido en un lastre; cuanto más tiempo conservara Napoleón el territorio, más se arriesgaba a entrar en conflicto con Estados Unidos, una guerra que ni quería ni podía permitirse. Napoleón también sabía que la venta de Luisiana casi duplicaría el tamaño de Estados Unidos y lo convertiría en una potencia continental. Con esta nueva fuerza y recursos adicionales, Napoleón esperaba que Estados Unidos pudiera rivalizar con la supremacía marítima británica y debilitar así a su archienemigo. Por último, Napoleón estaba planeando una invasión de Inglaterra y necesitaba urgentemente el dinero para ayudar a pagarla.
El 11 de abril, Napoleón ya había tomado la decisión de vender todo el territorio y le dijo a su ministro de Asuntos Exteriores, Charles-Maurice de Talleyrand: «Renuncio a Luisiana. No es solo Nueva Orleans lo que cedo; es toda la colonia, sin reservas... intentar obstinadamente mantenerla sería una locura» (citado en Roberts, 324). Una noche, mientras Napoleón se remojaba en su bañera, sus hermanos José y Luciano irrumpieron para suplicarle que cambiara de opinión, amenazando incluso con oponerse públicamente a la venta. Esto no hizo más que enfurecer al Primer Cónsul, que se levantó de la bañera, proclamó que no toleraría ninguna oposición y volvió a tumbarse, provocando un chapoteo que empapó a José.
Así que, con ambas partes igualmente entusiasmadas, las negociaciones comenzaron rápidamente. Monroe y Livingston intentaron regatear el precio hasta 12 millones de dólares, pero una vez que Barbé-Marbois indicó que no podía bajar de 15 millones, los estadounidenses aceptaron ese precio. Monroe, Livingston y Barbé-Marbois firmaron el tratado el 2 de mayo de 1803, con fecha del 30 de abril. Para pagar el trato, se acordó que dos entidades bancarias (Baring & Co de Londres, y Hope & Co de Ámsterdam) proporcionarían el efectivo para la transacción. EE.UU. les pagaría con bonos, que se devolverían a lo largo de un periodo de 15 años a un interés del 6%, fijando el precio final de la compra en 27 millones de dólares.
En ese momento, Monroe y Livingston no sabían con certeza qué estaban comprando: los límites exactos del Territorio de Luisiana no estaban bien definidos, y las fronteras tendrían que negociarse con Gran Bretaña y España. Además, había decenas de miles de nativos americanos viviendo en el territorio, quienes probablemente no recibirían con agrado la llegada masiva de colonos estadounidenses. Sin embargo, ambos reconocían lo monumental que había sido el acuerdo. «Hemos vivido mucho», dijo Livingston, «pero esta es la obra más noble de toda nuestra vida... desde este día, los Estados Unidos ocupan su lugar entre las potencias de primer rango» (citado en Roberts, 326).
Límites y ratificación
La noticia de la compra de Luisiana llegó a Washington, D.C., el 3 de julio de 1803, justo antes del Día de la Independencia. El acuerdo fue criticado por algunos estadounidenses, especialmente por los rivales de Jefferson en el Partido Federalista, quienes calificaron el Territorio de Luisiana como «un gran desperdicio, un páramo despoblado de cualquier ser excepto lobos e indios errantes» (citado en Wood, 369). Sin embargo, estos detractores eran una minoría. La mayoría de los estadounidenses se mostraron entusiastas con el acuerdo, que no solo les aseguraba el control de Nueva Orleans y el Misisipi, sino que transformaba su joven república en una potencia continental.
«Todos los rostros sonríen y todos los corazones saltan de alegría», escribió Andrew Jackson, entonces un político menor de Tennessee, mientras que un periódico de Washington resaltaba la «alegría generalizada de millones de personas por un acontecimiento que la historia registrará como uno de los más espléndidos de nuestros anales» (Meacham, 388; Smithsonian). La compra de Luisiana resultó ser el momento más popular de la presidencia de Jefferson.
El Territorio de Luisiana era un vasto pedazo de tierra, que se extendía desde el río Misisipi en el este hasta las Montañas Rocosas en el oeste. La mayor parte de estas tierras permanecían inexploradas, lo que llevó a Jefferson a encargar varias expediciones para explorar y cartografiar el territorio, siendo la más famosa la Expedición de Lewis y Clark (del 14 de mayo de 1804 al 23 de septiembre de 1806). Sin embargo, los límites exactos del Territorio de Luisiana seguían siendo inciertos, lo que dio lugar a años de negociaciones con España y Gran Bretaña. Los estadounidenses creían que Florida Occidental había sido incluida en la compra de Luisiana, afirmación que España negaba; esta disputa se resolvió finalmente en 1819, cuando Estados Unidos compró Florida a España. Además, Estados Unidos y Gran Bretaña acordaron fijar el límite norte del territorio en 1818, en la actual frontera entre Estados Unidos y Canadá.
Durante un tiempo, Jefferson temió que la compra de Luisiana fuera inconstitucional y llegó a considerar la posibilidad de modificar la Constitución para permitirla. Sin embargo, esto resultó innecesario, ya que el Senado de Estados Unidos ratificó el tratado de compra el 20 de octubre de 1803 con una votación de 24 a favor y 7 en contra. España se sintió traicionada por la compra, ya que previamente se le había prometido que Francia no vendería Luisiana a terceros. Pero no había nada que España pudiera hacer salvo transferir Luisiana a Francia el 30 de noviembre, tal y como se había acordado, antes de que Francia, a su vez, transfiriera el territorio a Estados Unidos el 20 de diciembre. Ese día se arrió la tricolor francesa en la plaza principal de Nueva Orleans y se izó la bandera estadounidense. Los actuales estados surgidos del Territorio de Luisiana incluyen Luisiana, Misuri, Arkansas, Iowa, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Nebraska y Oklahoma, así como partes de Kansas, Colorado, Wyoming, Montana y Minnesota.