Nagasaki, en la costa noroccidental de la isla de Kyūshū, en Japón, fue un importante centro comercial portugués desde ca. 1571 hasta 1639, y el enclave más oriental del Imperio portugués. La presencia portuguesa transformó a Nagasaki de una pequeña aldea de pescadores en uno de los grandes centros comerciales de Japón y Asia Oriental.
Sólo por poco tiempo bajo la administración portuguesa directa (1571-1614), la ciudad fue utilizada como un punto de acceso al lucrativo mercado japonés, en el que productos como la seda, la plata y el oro se intercambiaban entre China, la colonia portuguesa de Macao, y Lisboa, así como muchos otros enclaves coloniales en Asia. La presencia portuguesa llegó a su fin en 1639, cuando el gobierno militar japonés (shogunato) decidió expulsar a todos los extranjeros de tierras japonesas.
El Imperio portugués
Desde 1497-1499, cuando Vasco de Gama (ca. 1469-1524) navegó rodeando el Cabo de Buena Esperanza y mostró la posibilidad de una ruta marítima entre Europa y Asia, los portugueses se esforzaron por construir un imperio. La colonia portuguesa de Cochín fue fundada en 1503, la de Goa en 1510 y la de Malaca, en Malasia, en 1511. Los portugueses siguieron navegando sin descanso hacia el este y, en ca. 1577 se fundó la colonia de Macao en la costa meridional de China, cerca de Guangzhou (Cantón). Esto dio a los mercaderes portugueses acceso directo a las ferias comerciales de Cantón, donde podían adquirirse productos tan preciados como la seda. Siempre ambicionando más, el siguiente deseo de los europeos fue establecerse en Japón.
Tres marineros portugueses fueron los primeros europeos en pisar suelo japonés, en septiembre de 1543, aunque por accidente. Esos intrépidos mercaderes iban a bordo de un junco chino, que se dirigía a Ningbó, en China, pero sus pilotos no pudieron evitar una tormenta que les empujó a la isla de Tanegashima, en el oeste de Japón. Los portugueses llevaban armas de fuego, lo que causó una fuerte impresión en los japoneses, aunque no eran más que simples arcabuces. Oda Nobunaga importaría esas armas portátiles y las utilizaría con mucha eficacia cuando se convirtió en el principal líder militar japonés, entre 1568 y 1582.
El puerto de Nagasaki
Nagasaki está situada en la costa noroccidental de Kyūshū, en Japón. Los portugueses establecieron allí una presencia permanente desde ca. 1571, cuando el virrey de las Indias portuguesas (Estado da India), con base en Goa, decidió que esa sería la base principal para su comercio entre China y Japón. Al llegar los portugueses, Nagasaki era un modesto puerto pesquero, que se transformaría en un pujante centro comercial, llegando a ser una de las principales ciudades de Japón. El estado de Japón aún no estaba totalmente unificado, y el puerto de Nagasaki fue entregado como feudo a los portugueses por Omura Sumitada, un daimyo (señor feudal) de Hizen, al noroeste de Kyūshū. Concretamente se entregó el puerto al jesuita Gaspar Vilela, seleccionado gracias a la persuasión de un vasallo de Sumitada que, como este, se había convertido al cristianismo recientemente. La entrega tuvo lugar en ca. 1571, aunque el acuerdo formal no se firmó hasta 1580. Como un regalo adicional, Sumitada les dio a los jesuitas la cercana fortaleza de Mogi, con la condición de que no hubiera presencia militar portuguesa permanente en el área del puerto.
Por lo tanto, el puerto era administrado por la Compañía de Jesús, el único territorio bajo su soberanía, con lo que Nagasaki pasó a ser un centro importante de la labor misionera de los jesuitas en Asia Oriental. A partir de 1549, con el jesuita español Francisco Javier (1505-1552), los misioneros expandieron el cristianismo, con un éxito sorprendente en Nagasaki y la región circundante. De hecho, esa religión sigue siendo significativa en la ciudad, a día de hoy. La gestión de Nagasaki por parte de los jesuitas continuó hasta 1614. Posteriormente, los portugueses se conformaron con mantener una base exclusivamente comercial en el lucrativo mercado japonés. Nagasaki siguió siendo el enclave más oriental del Imperio portugués.
La base portuguesa de mercaderes, misioneros e inmigrantes de Nagasaki prosperó durante unos 60 años. El puerto fue fortificado (a pesar del acuerdo original) y se erigió una gran catedral en sustitución de la primera capilla construida por Vilela. La mayoría de los residentes fijos eran cristianos japoneses que se habían convertido del budismo, mientras que los mercaderes portugueses más bien la visitaban por motivos comerciales, alojándose en residencias temporales. A diferencia de otras colonias, no hubo demasiada relación social con la gente local ni matrimonios mixtos que generaran una nueva (inferior) clase social de descendientes mestizos. Los comerciantes temporales de Nagasaki se contentaban más bien con utilizar a las jóvenes prostitutas japonesas enviadas exprofeso al puerto por familias deseosas de conseguir el dinero necesario para la dote de sus hijas, que pudiera utilizarse para casarlas con un hombre japonés, de vuelta a su casa. El puerto no era formalmente parte del Imperio portugués, una situación familiar a otros puertos de Asia en los que los portugueses habían establecido su presencia y acordado concesiones comerciales con el gobierno local.
La red comercial de Asia Oriental
Desde el establecimiento de los portugueses en Nagasaki y hasta 1618, cada año una gran carraca, la “Gran Nave”, navegaba desde Macao hasta Japón (procedente de Goa). Entre 1619 y 1639 este único barco fue sustituido por una flota de naves más pequeñas. Las grandes carracas de carga portuguesas que surcaban la ruta entre Macao y Nagasaki tenían pilotos chinos, pero iban llenas de mercancías y comerciantes portugueses, que aparecen en serigrafías japonesas de la época, que muestran a las propias carracas, los “barcos negros”, como las denominaban los japoneses por el color de sus cascos tratados para repeler los parásitos marinos en los puertos. Los japoneses llamaban a esos extranjeros Nanbanjin (bárbaros del sur) y el comercio con ellos “comercio Nanban”.
Los productos exportados desde Japón incluían plata (de las minas de Honshu), cobre, serigrafías, utensilios lacados, quimonos, espadas y alabardas. Los barcos portugueses llevaban seda, oro y porcelana Ming, de los contactos entre Cantón y Macao, y especias y otros productos procedentes de sus redes comerciales del Océano Índico y el Sudeste Asiático.
Británicos y holandeses llegaron, para sacar partido del comercio japonés, a principios del siglo XVII, y las autoridades japonesas les permitieron comerciar, aunque los portugueses de Nagasaki intentaron que sus rivales europeos fueran ejecutados como piratas. A pesar de esa nueva competencia, los comerciantes portugueses de Nagasaki continuaron prosperando durante tres décadas más.
Los shogunes Tokugawa
Las relaciones con Japón empezaron a estropearse a partir de la década de 1630-40, cuando el gobierno japonés, el Shogunato Tokugawa (1603-1868) empezó a detener a los barcos portugueses que llegaban a Nagasaki. Las confiscaciones fueron el resultado directo del secuestro de un junco japonés por parte de un capitán español. Como entonces España y Portugal estaban unidas, los japoneses trataban por igual a los barcos de ambas naciones. Los shogunes impusieron un embargo comercial sobre ambos reinos europeos. En 1630 se envió un representante desde Macao a Japón, Dom Gonçalo da Silveira, para negociar el levantamiento del embargo, lo que le costó cuatro años pero, finalmente, el gobierno japonés aceptó reanudar el comercio con los portugueses. Iba a ser sólo un alivio temporal.
Las cosas se estropearon notablemente para los portugueses en 1639, cuando dos de sus barcos retornaron a Macao con las noticias preocupantes de que no se les había permitido anclar y descargar en Nagasaki. Los shogunes Tokugawa habían cambiado formalmente su política de comercio exterior. Al ir creciendo la desconfianza de los líderes militares japoneses en los extranjeros y en la expansión del cristianismo, todos los portugueses fueron expulsados del país y se interrumpió el comercio con Macao. Incluso se prohibió regresar a los expatriados japoneses y, si lo intentaban, les esperaba la ejecución. El catalizador de esa expulsión fue la Rebelión de Shimabara, entre diciembre de 1637 y abril de 1638. El shogunato acusó a los cristianos del levantamiento en la península de Shimabara en Kyūshū, aunque muchas de las 35-40.000 personas muertas durante los disturbios eran de esa religión y muchos de los que protestaban eran campesinos descontentos con los aumentos de impuestos, sin ninguna relación con los asuntos religiosos.
Macao envió, en 1640, delegados al shogun Tokugawa para negociar la reapertura del comercio portugués, pero los cuatro desafortunados embajadores fueron encarcelados, juzgados y ejecutados junto con 57 de sus asistentes y de la tripulación. El comercio ya no se reanudó, e incluso una visita de un embajador del rey de Portugal en julio-agosto de 1647 no logró ningún cambio de política, aunque al menos se le permitió regresar a Lisboa.
Este período de aislamiento cultural, conocido en Japón como el Periodo Sakoku (“país encadenado”), continuó hasta mediados del siglo XIX, aunque a un reducido número de comerciantes holandeses se les permitió permanecer en la pequeña isla artificial de Dejima, en la bahía de Nagasaki. Los holandeses no podían abandonar la isla sin un permiso expreso del shogun, y al parecer eran tolerados debido a su ausencia de interés en propagar su religión. No fue hasta mitad del siglo XIX cuando los “diablos extranjeros” europeos, especialmente británicos y americanos, volvieron a vivir y comerciar en Japón.