La invasión napoleónica de Rusia, también conocida como la Segunda Guerra Polaca o, en Rusia, como la Guerra Patria de 1812, fue una campaña emprendida por el emperador francés Napoleón I (que reinó de 1804 a 1814 y en 1815) y su Grande Armée de 615.000 hombres contra el Imperio ruso. Fue una derrota catastrófica para Napoleón y una de las operaciones militares más mortíferas de la historia, que causó aproximadamente 1.000.000 de muertes en total.
Causas
Tras la derrota rusa en la batalla de Friedland (14 de junio de 1807), el victorioso emperador francés Napoleón I se reunió con el zar Alejandro I de Rusia (que reinó de 1801 a 1825) en una balsa en medio del río Niemen para negociar la paz. Los posteriores Tratados de Tilsit dieron lugar a una alianza franco-rusa, por la que Rusia se vio obligada a unirse al Bloqueo Continental, un embargo a gran escala contra el archirrival de Napoleón, el Reino Unido. Rusia también tuvo que reconocer al Gran Ducado de Varsovia, un estado cliente francés formado a partir de territorios polacos recién liberados de Prusia. A cambio, Napoleón prometió apoyar a Rusia en su guerra contra el Imperio otomano y dio su bendición a una invasión rusa de Finlandia, en ese entonces gobernada por Suecia. Los dos emperadores se separaron en buenos términos, después de haberse repartido Europa.
La alianza, que favorecía claramente a Francia, era impopular entre los orgullosos aristócratas rusos, que no estaban acostumbrados a perder guerras y se sentían despojados de la oportunidad de vengar las humillantes derrotas de los últimos años. Además, Napoleón frustró las ambiciones del zar Alejandro de anexionarse Constantinopla y partes de los Balcanes, reacio a permitir que Rusia tuviera acceso al Mediterráneo. Otro punto de discordia fue el Ducado de Varsovia y la posibilidad de un reino polaco renacido a las puertas de Rusia. Alejandro lo consideró una amenaza para la seguridad nacional rusa y pidió a Napoleón que firmara una garantía escrita prometiendo que no resucitaría Polonia. Napoleón, sin embargo, vio en Polonia una barrera ideal contra la agresión rusa y se negó a hacerlo.
Las tensiones entre los dos imperios empeoraron en 1809, cuando Napoleón añadió Galitzia Occidental al Ducado de Varsovia tras la guerra de la Quinta Coalición. Al año siguiente, Napoleón ofendió a los rusos al romper las negociaciones para casarse con la hermana de Alejandro y casarse en su lugar con una archiduquesa austriaca, María Luisa. El punto de ruptura llegó el 31 de diciembre de 1810, cuando Alejandro abandonó el Bloqueo Continental. La economía rusa era principalmente agraria y dependía de las exportaciones; su incapacidad para comerciar con Gran Bretaña, anteriormente el principal socio comercial de Rusia, provocó una rápida depreciación del rublo ruso y condujo a una crisis financiera. Napoleón se sintió traicionado y trató de obligar a Alejandro a reanudar el bloqueo; en la primavera de 1811, estaba claro que una nueva guerra franco-rusa era inevitable.
Preparativos
Es un error popular creer que Napoleón subestimó los retos a los que se enfrentaría en Rusia y que lanzó su invasión sin estar preparado. En realidad, Napoleón era plenamente consciente de las dificultades a las que se enfrentaría y trabajó diligentemente para prepararse. Había experimentado el combate en Europa del Este durante su propia campaña polaca de 1807 y había leído relatos de la invasión sueca de Rusia emprendida por Carlos XII un siglo antes. Estaba bien informado de que el terreno por el que marcharía estaba escasamente poblado, carecía de carreteras adecuadas y tenía pocos suministros. «No podemos esperar nada de esa campiña», escribió el emperador, «y por tanto debemos llevarlo todo con nosotros» (Mikaberidze, 531). La Grande Armée no viviría de la tierra, como era su costumbre, sino que dependería de un tren de suministros de 7848 vehículos que la mantendría bien aprovisionada desde los depósitos de suministros del valle del río Vístula. Napoleón también comprendía los peligros que planteaba el invierno ruso, pero como su invasión iba a comenzar a principios del verano, su intención era que la guerra hubiera terminado para entonces.
Entre el otoño de 1810 y el verano de 1812, Napoleón preparó la mayor fuerza de invasión que Europa había visto hasta entonces: en junio de 1812, doce cuerpos de ejército se habían reunido en el norte de Alemania y Polonia, sumando una asombrosa fuerza de 615.000 hombres. Algo menos de la mitad (302.000) eran franceses y el resto procedía de todos los rincones de la Europa ocupada por Francia. Entre ellos había 90.000 polacos y lituanos, 190.000 alemanes (incluidas tropas de Austria, Prusia, Baviera, Sajonia, Hesse, Baden y Westfalia) y 32.000 holandeses, suizos, italianos, españoles y portugueses. Sin embargo, aparte de los franceses y los polacos, pocas de las tropas de Napoleón sentían afecto por su emperador ni entusiasmo por su causa y servían por obligación. Este ejército contaba también con unos 200.000 caballos y 1.372 cañones.
Esta Grande Armée gigantesca estaba dividida en tres líneas. La primera línea se situó a lo largo del río Niemen, la frontera con el Imperio ruso, y constaba de 449.000 hombres. Estaba subdividida en tres ejércitos separados: el ejército principal, mandado directamente por Napoleón, incluía tres cuerpos de ejército dirigidos por los mariscales Louis-Nicolas Davout, Nicolas Oudinot y Michel Ney, y un cuerpo de caballería dirigido por Joaquín Murat, rey de Nápoles. Contaba con el apoyo de dos ejércitos auxiliares; el primero estaba dirigido por el hijastro de Napoleón, Eugène de Beauharnais, virrey de Italia, y el otro por el hermano de Napoleón, Jerónimo Bonaparte, rey de Westfalia. La decisión del emperador de confiar estos mandos a familiares inexpertos en lugar de a generales curtidos ha sido criticada durante mucho tiempo. La segunda línea, de unos 165.000 hombres, proporcionaría reemplazos a la primera, mientras que la tercera, de 60.000, vigilaría la retaguardia.
Rusia, por su parte, contaba con 650.000 soldados en campaña en 1812, pero dispersos por su vasto imperio; solo disponía de unos 250.000 hombres y 900 cañones en las provincias occidentales para oponerse a Napoleón. Estos estaban divididos en tres ejércitos: el Primer Ejército Occidental, dirigido por Mijaíl Barclay de Tolly, estaba situado cerca de Vilna con 129.000 hombres, el príncipe Piotr Bagratión dirigía el Segundo Ejército Occidental de 58.000 hombres a unos 160 kilómetros al sur, mientras que el Tercer Ejército Occidental de 43.000 hombres marchaba desde los Balcanes.
Cruce del Niemen
Los días 23 y 24 de junio de 1812, Napoleón cruzó el río Niemen. Fue, en muchos sentidos, el equivalente napoleónico del cruce del Rubicón por Julio César. Los primeros elementos del ejército pisaron suelo ruso sin oposición: la cercana caballería cosaca disparó solamente tres veces antes de huir. Mientras Napoleón observaba el interminable flujo de tropas que cruzaban el río, su caballo se asustó al ver un conejo, lo que hizo que el emperador se cayera. Aunque Napoleón sufrió apenas una contusión en la cadera, se interpretó como un mal presagio.
La intención de Napoleón no era conquistar tierras rusas, sino destruir los ejércitos rusos y obligar así al zar Alejandro a someterse a la voluntad francesa y reincorporarse al Bloqueo Continental. No se trataba, por tanto, de una guerra de conquista, sino de una guerra de control; castigando a Rusia por su insolencia, Napoleón se aseguraría de que el resto de Europa siguiera sometida. Su plan consistía en enfrentarse al enemigo en una maniobra de barrido a través de Vilna, destruyendo cada ejército ruso por partes antes de que tuvieran la oportunidad de converger. Napoleón esperaba ganar la guerra en tres semanas.
Barclay de Tolly, comandante en jefe de los ejércitos rusos, adivinó las intenciones de Napoleón y resolvió negarle la batalla que deseaba atrayendo al ejército francés hacia el interior de Rusia. Esta retirada estratégica se combinaría con una táctica de tierra quemada, por la que los rusos negarían al enemigo cualquier cosa de valor: a medida que se retiraban, los rusos destruían cosechas, molinos de viento, puentes, ganado y depósitos. La guerra de desgaste planeada por Barclay contó con el apoyo de los oficiales alemanes bálticos del ejército ruso, entre los que se encontraba Barclay; sin embargo, los oficiales nacidos en Rusia se sintieron deshonrados por la retirada y querían mantenerse en pie y luchar. Pronto surgieron fricciones entre ambos grupos.
Tierra quemada
El 28 de julio, Napoleón entró en Vilna y fue recibido con gran algarabía por la población local. Mientras el emperador organizaba desfiles militares para celebrar la «liberación» de Lituania, se sintió decepcionado al ver que los rusos habían abandonado el lugar sin luchar. Napoleón permaneció en Vilna durante diez días, mientras el ejército auxiliar al mando del rey Jerónimo Bonaparte avanzaba hacia el río Berézina para atrapar al ejército del príncipe Bagratión. Sin embargo, las fuertes lluvias y el calor abrasador frenaron el avance de Jerónimo, lo que permitió a Bagratión escapar; tras ser reprendido por su hermano imperial, Jerónimo renunció a su mando, furioso, y regresó a Westfalia. El 8 de julio, Napoleón se enteró de que el Primer Ejército Occidental de Barclay estaba en la poderosa fortaleza de Drissa y se dispuso a atraparlo, pero encontró el fuerte abandonado el 17 de julio. Bagratión, mientras tanto, se había escapado una vez más de las garras francesas, evitando la batalla cuando el mariscal francés Davout capturó Minsk. El 23 de julio, Davout se enfrentó a Barclay en la primera batalla real de la guerra en Saltanovka, obligando a Barclay a retirarse más lejos, a Smolensk.
Para entonces, la campaña llevaba un mes y la Grande Armée ya había sufrido graves pérdidas. El calor abrasador del verano combinado con las lluvias torrenciales hizo que muchos hombres enfermaran; para la tercera semana de julio, más de 80.000 hombres habían muerto o estaban gravemente afectados por enfermedades como el tifus y la disentería. Junto con los desertores, Napoleón ya había perdido 100.000 hombres antes incluso de que se librara la primera batalla importante. El tren de suministros francés se vio obstaculizado por la falta de caminos de calidad y, junto con las tácticas de tierra quemada de los rusos, esto llevó a una hambruna y malnutrición descontroladas. Esto se notó particularmente en los caballos, que no tenían nada que comer salvo centeno sin madurar y empezaron a morir en masa, con una media de 1.000 caballos muertos cada día de los 175 días que duró la campaña. A medida que la Grande Armée continuaba su miserable camino hacia Rusia, dejaba un rastro de cadáveres humanos y animales putrefactos a su paso.
El 4 de agosto, Bagratión se unió a Barclay en Smolensk. Para entonces, la facción rusa y la alemana del Báltico estaban enfrentadas, y los oficiales rusos incluso amenazaron con amotinarse si Barclay no se mantenía firme y luchaba. A regañadientes, Barclay comenzó a planear una ofensiva. Napoleón estaba eufórico ya que al fin veía su oportunidad de librar una batalla que consideraba muy necesaria. No perdió tiempo en lanzar su propia contraofensiva: la «Maniobra de Smolensk», una operación impresionante en la que Napoleón movió rápidamente a más de 200.000 hombres a través del río Dniéper y comenzó a avanzar sobre Smolensk. Sin embargo, el avance francés se vio obstaculizado el 14 de agosto, cuando la retaguardia rusa hizo una heroica, aunque suicida, resistencia en la primera batalla de Krasnoi. Los franceses desperdiciaron el día siguiente, el cumpleaños 43 de Napoleón, en realizar una serie de inspecciones inútiles del ejército, lo que dio tiempo a Barclay para fortificar Smolensk.
La batalla de Smolensk (16-18 de agosto) fue la primera batalla a gran escala de la guerra. La ciudad quedó envuelta en llamas mientras los ejércitos se enzarzaban en combates sangrientos cuerpo a cuerpo en los suburbios. Aunque los rusos resistieron varios asaltos franceses, finalmente se vieron obligados a retirarse hacia Moscú. La batalla, aunque técnicamente fue una victoria francesa, no fue el combate decisivo que Napoleón necesitaba y terminó costando demasiado, con 10.000 bajas francesas y alrededor de 12.000 rusas. Napoleón consideró seriamente pasar el invierno en Smolensk, pero sabía que cualquier pausa sse interpretaría como una derrota. No tuvo más remedio que avanzar hacia Moscú.
Borodinó y Moscú
La decisión de Barclay de abandonar Smolensk causó un gran revuelo en San Petersburgo, y fue sustituido por el popular veterano de 67 años Mijaíl Kutúzov, que había luchado contra Napoleón en la batalla de Austerlitz (1805). Kutúzov continuó su retirada adentrándose en Rusia hasta que decidió plantar cara en Borodinó, a unos 120 kilómetros de Moscú. Fue aquí, el 7 de septiembre, donde Napoleón consiguió la batalla decisiva que tanto ansiaba, aunque a un precio espantoso: la batalla de Borodinó duró doce horas y en ella participaron 300.000 hombres. Fue el día más sangriento de las guerras napoleónicas, con 35.000 franceses y 45.000 rusos muertos (incluido el príncipe Bagratión) o heridos. Al final del día, Kutúzov decidió retirarse y continuar la guerra de desgaste. Aunque esto abrió el camino hacia Moscú, el ejército ruso permaneció intacto, destruyendo las esperanzas de Napoleón de forzar una rendición.
El 14 de septiembre, Napoleón entró en Moscú y encontró sus calles desiertas; el gobernador moscovita Fiódor Rostopchín había ordenado la evacuación de los 250.000 habitantes de la ciudad e incendiado los depósitos de suministros. El tiempo seco y los fuertes vientos hicieron que este pequeño incendio se convirtiera en una conflagración que pronto envolvió toda la ciudad. Como el equipo de bomberos también había sido evacuado, Napoleón no tenía medios para apagar el fuego; sus tropas se vieron así privadas de provisiones y refugio y se vieron obligadas a recurrir al pillaje. La disciplina se quebró rápidamente.
Napoleón pasó 36 días en Moscú, esperando desesperadamente llegar a un acuerdo de paz con el zar, que estaba en San Petersburgo. Moscú era la ciudad más grande de Rusia y tenía un gran significado cultural e histórico, lo que llevó a Napoleón a creer que su captura forzaría la mano del zar Alejandro. Sin embargo, la determinación del zar y del pueblo ruso era mucho más firme de lo que Napoleón había previsto. El 18 de octubre, Napoleón se dio cuenta de que no habría paz. El tiempo otoñal seguía siendo bueno y, no dispuesto a quedarse atrapado en Moscú durante el invierno, Napoleón ordenó la retirada.
Retirada
Cuando Napoleón tomó la decisión de abandonar Moscú, su ejército se había reducido a 100.000 hombres. Aunque habían sobrevivido a los brutales combates del verano, el peor sufrimiento aún estaba por llegar. Las lluvias otoñales convirtieron los caminos en pantanos de barro, atascando a la Grande Armée y dejándola abierta a los ataques guerrilleros de los cosacos que la perseguían. El grueso del ejército de Kutúzov no se quedó atrás y se enfrentó a los franceses en la batalla de Maloyaroslávets (24 de octubre). Aunque la batalla fue una victoria táctica francesa, Kutúzov pudo impedir que los franceses alcanzaran las ricas provincias del sur, obligando a Napoleón a retirarse por la devastada ruta por la que había llegado.
La retirada pronto se convirtió en una huida desordenada, ya que los soldados supervivientes solo pensaban en salir de Rusia lo antes posible. La moral se desplomó aún más a medida que la Grande Armée marchaba por el campo de batalla de Borodinó, donde miles de cadáveres permanecían insepultos, medio devorados por los lobos. A principios de noviembre, la llegada del invierno ruso golpeó a la Grande Armée como un mazo, ya que las temperaturas cayeron hasta los -30°C. Los soldados sufrían ceguera por la nieve y sus alientos se convertían en hielo al salir de sus bocas. Muchos se perdieron y murieron congelados, otros simplemente se desplomaron y murieron allí mismo. La camaradería se quebró rápidamente, ya que los hombres cobraban un luis de oro por sentarse junto al fuego y se producían peleas por la comida y el agua. También se dieron varios casos de canibalismo.
Napoleón llegó a Smolensk el 9 de noviembre, con sus fuerzas reducidas a solo 60.000 hombres. Casi todos los caballos estaban muertos, y la mayoría de los cañones de artillería habían sido abandonados en el camino; ni la caballería ni la artillería de Napoleón se recuperarían de esto. La mayoría de las provisiones que quedaban en Smolensk se comieron el primer día, pero como todo el ejército tardó cinco días en reunirse, los últimos en llegar se quedaron sin nada. El invierno también se cobró un alto precio en el ejército de Kutúzov, que había sido reducido de 105.000 a 60.000 hombres. Cuando el ejército francés abandonó Smolensk, libró una serie de combates en la segunda batalla de Krasnoi (15-18 de noviembre), que costó a los franceses unas 30.000 bajas. El mariscal francés Ney se distinguió por su combativa retirada a través del Dniéper después de que su grupo se separara del ejército principal.
Cuando Napoleón se acercaba al río Berézina, Kutúzov vio la oportunidad de atraparlo; el grupo del general ruso Pedro Wittgenstein fue enviado al noreste mientras que el ejército de Pável Chichágov se aproximaba desde el suroeste. Las fuerzas rusas convergieron sobre los restos del ejército de Napoleón en Borísov; allí se libraron duros combates del 26 al 29 de noviembre mientras los ingenieros holandeses de Napoleón se apresuraban a construir un puente de pontones sobre el gélido Berézina. El núcleo del ejército de Napoleón realizó entonces una travesía caótica y mortal; así, la Grande Armée escapó a la destrucción a costa de 40.000 bajas, la mayoría de ellas rezagados o civiles que seguían el campamento. Días más tarde, la Grande Armée volvió a cruzar el Niemen. El 5 de diciembre, Napoleón nombró a Murat comandante del ejército mientras se apresuraba a regresar a París para minimizar las consecuencias políticas.
Consecuencias
La invasión francesa de Rusia sigue siendo uno de los desastres militares más famosos de la historia. De las 615.000 tropas francesas y aliadas que cruzaron el Niemen en junio de 1812, menos de 100.000 regresarían tambaleándose medio año después; de los supervivientes, miles sufrían congelación o inanición, y muchos quedaron permanentemente lisiados. Del medio millón de bajas, unos 100.000 habían desertado y 120.000 habían sido hechos prisioneros; los cadáveres de los 380.000 soldados restantes quedaron enterrados bajo la nieve rusa. Las pérdidas rusas son más difíciles de evaluar; alrededor de 150.000 soldados rusos murieron probablemente por todas las causas, con al menos el doble de heridos. Murió un número desconocido de civiles rusos, pero el total combinado de muertes de militares y civiles probablemente superó el millón. La invasión sigue siendo una de las operaciones militares más mortíferas de la historia.
Napoleón nunca se recuperó realmente de esta catástrofe; aunque consiguió rápidamente nuevos reclutas de infantería, fue incapaz de reemplazar las pérdidas de caballería y artillería. Mientras tanto, el ejército ruso no se detuvo en el Niemen, sino que continuó su avance hacia Europa; pronto se le unieron los ejércitos de Gran Bretaña, Prusia y Austria, dando comienzo a la guerra de la Sexta Coalición (1813-1814), el conflicto que derribaría el imperio de Napoleón.