El Anschluss («fusión» o «anexión») del 12 de marzo de 1938 fue la incorporación formal de Austria al territorio alemán. Adolf Hitler (1889-1945), líder nazi de Alemania, anhelaba construir un imperio que unificara a todos los hablantes de alemán bajo su soñada «Gran Alemania». La invasión militar de Hitler no enfrentó resistencia ni generó una respuesta significativa por parte de las potencias extranjeras, por lo que Austria fue absorbida por el Tercer Reich.
Muchos en Austria simpatizaban con la idea de unirse a Alemania, pero también había quienes sabían que su soberanía se perdería mientras Hitler estuviera en el poder. Para el líder nazi, la ocupación de Austria representaba una oportunidad estratégica: el Anschluss le aseguraba acceso a nuevos recursos, como mano de obra para el ejército, materias primas, y una considerable cantidad de dinero en efectivo y oro. Tras la anexión, el gobierno austriaco fue disuelto y el propio nombre Österreich («Austria» en alemán) fue desterrado del uso público. Los nazis no tardaron en empezar a imponer su ideología a los austriacos y a encarcelar a quienes identificaban como enemigos.Lo que inicialmente se presentó como una unión pronto se transformó en la ocupación de un régimen totalitario.
Una Sociedad de Naciones débil
Desde la publicación de Mein Kampf en 1925, Hitler había expresado su ambición de construir un imperio alemán, o la llamada «Gran Alemania», y la necesidad de un Lebensraum (espacio vital) donde el pueblo alemán pudiera prosperar. A principios de la década de 1930, el partido nazi ganó popularidad, y en 1933 Hitler fue invitado a asumir el cargo de canciller. Poco después, consolidó una dictadura mediante medidas como la Ley Habilitante y adoptó una política exterior agresiva para recuperar los territorios perdidos tras el Tratado de Versalles, que había puesto fin a la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Hitler había observado la falta de poder de la Sociedad de Naciones a principios de la década de 1930. La Liga, creada tras la Primera Guerra Mundial con el objetivo de mantener la paz mundial, no había actuado de forma significativa ante la invasión japonesa de la Manchuria china en 1931.
Hitler envió mensajes contradictorios a los líderes mundiales, exigiendo que se permitiera a Alemania rearmarse y romper las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles sobre sus capacidades militares, mientras afirmaba estar comprometido con la paz mundial. El tratado, que prohibía explícitamente la unión de Alemania y Austria, fue objeto de declaraciones públicas de Hitler: en 1934, aseguró que no tenía intención de fusionar Austria con el Tercer Reich, como se denominaba ahora su nuevo Estado alemán.
A nivel interno, sin embargo, su política era mucho más clara: Hitler había prometido al pueblo alemán revertir los puntos del Tratado de Versalles que, según él, limitaban el potencial de Alemania. El primer paso llegó con un plebiscito en la región del Sarre, rica en carbón y bajo administración de la Sociedad de Naciones desde el fin de la Primera Guerra Mundial. En marzo de 1935, una abrumadora mayoría votó por reincorporarse a Alemania. Ese mismo año, Hitler estableció el servicio militar obligatorio y aceleró el rearme del país. Mientras tanto, la Sociedad de Naciones volvía a demostrar su incapacidad frente a actos de agresión internacionales, como la invasión italiana de Abisinia (Etiopía) en 1935, algo que Hitler observó con atención.
En marzo de 1936, las fuerzas armadas alemanas ocuparon Renania, una región industrializada entre Alemania y Francia que, según el Tratado de Versalles, debía permanecer desmilitarizada. La Sociedad de Naciones no reaccionó ante esta reocupación, que el periódico británico The Times describió como Alemania «tomando el control de su propio jardín trasero». Hitler, consciente del riesgo, estaba preparado para retirar sus tropas al menor indicio de resistencia, pero su farol funcionó. En octubre de 1936, estalló la Guerra Civil española, y tanto Italia como Alemania aprovecharon la oportunidad para involucrarse directamente y probar su nuevo armamento. Mientras tanto, desde julio de 1937, China se encontraba en guerra con Japón. En este contexto de agitación global, Hitler consideró que había llegado el momento de expandir el Tercer Reich. Decidido a incorporar Austria, su país natal, al creciente Estado de la Gran Alemania, vio la oportunidad perfecta para avanzar en su proyecto expansionista.
¿Por qué Austria?
El Anschluss, que puede traducirse como «fusión» o «anexión», representaba, al menos para los nazis, un paso inevitable dentro de su plan de dominación europea. Este proyecto comenzaba con la unificación de todos los germanoparlantes en un solo Estado. Austria había formado parte del Imperio Austrohúngaro, gobernado por la dinastía de los Habsburgo, que se disolvió tras la Primera Guerra Mundial. Durante el periodo de entreguerras, el país contaba con una población de 6,7 millones de habitantes y una superficie de 84.000 km². Los austriacos, que eran en su mayoría germanoparlantes, compartían numerosos lazos culturales, políticos e históricos con Alemania
Gracias al rearme, Alemania había alcanzado casi el pleno empleo en 1938. Hitler había cumplido su promesa al pueblo alemán, pero este logro tenía un costo: la nueva maquinaria bélica exigía enormes importaciones de materias primas, un gasto insostenible a largo plazo, ya que la balanza de pagos alemana estaba a punto de entrar en números rojos. Ante esta situación, la ocupación de territorios ricos en recursos se perfilaba como una solución práctica. Alemania tenía una ventaja armamentística sobre sus enemigos, pero esta situación no duraría mucho. Una unión con Austria daría inmediatamente a Hitler acceso a materias primas, aumentaría la producción energética e industrial de Alemania y haría posible el uso de una enorme reserva de soldados potenciales. Además, la posesión de Austria mejoraría las defensas estratégicas de Alemania en Europa y permitiría una invasión mucho más fácil de otros vecinos, sobre todo en los Balcanes y Checoslovaquia.
Naturalmente, había muchos en Austria que deseaban preservar su independencia, pero Hitler estaba decidido a utilizar la fuerza, si era necesario, para impulsar su plan de unificación.
El golpe fallido
El Anschluss de 1938 fue, en realidad, el segundo intento de Hitler por unificar Alemania y Austria. Cuatro años antes, ya había intentado y fracasado en su intento de apoderarse de su vecino del sur. Cuando Hitler ganó el poder en 1933 y se estableció como dictador, los nazis austriacos simpatizantes comenzaron a planear un golpe de estado en Austria en febrero de 1934. En la primavera de ese año, los pro-nazis recibieron órdenes de desestabilizar al gobierno austriaco mediante actos de sabotaje, como volar líneas de tren y edificios gubernamentales, además de atacar a funcionarios públicos. Las armas y explosivos necesarios para estas acciones fueron suministrados directamente desde Alemania.
Austria, debilitada por una prolongada serie de gobiernos de coalición incapaces de establecer un liderazgo sólido, era terreno fértil para grupos clandestinos como la Hermandad Alemana, que abogaban por la unificación con Alemania. Sin embargo, estos movimientos chocaban con el creciente control autoritario del canciller Engelbert Dollfuss (1892-1934), quien adoptaba una política proitaliana y antialemana. Dollfuss prohibió el partido nazi y cualquier otro partido político distinto al suyo en junio de 1934. El 25 de julio de ese año, Dollfuss fue víctima de un atentado en su despacho. Los atacantes, miembros de una unidad especial de las SS organizada por los alemanes, vestían uniformes del ejército y la policía austriacos. Gravemente herido, Dollfuss murió desangrado horas después, ya que sus agresores se negaron a proporcionarle atención médica. Este asesinato político se conoció como el «caso Dollfuss».
En agosto de 1934, Kurt von Schuschnigg (1897-1977) fue nombrado nuevo canciller de Austria. Fue Schuschnigg, con el apoyo de los militares austriacos, el que logró frustrar el golpe de Estado respaldado por Alemania. Además, el dictador fascista de Italia, Benito Mussolini (1883-1945), desempeñó también un papel clave en el fracaso del golpe. Mussolini, quien tenía ambiciones territoriales sobre Austria, no estaba dispuesto a permitir que Alemania tomara el control del país vecino. Tras el asesinato de Dollfuss, trasladó cuatro divisiones de tropas italianas a la frontera entre Italia y Austria, dispuesto a cumplir un tratado de protección mutua entre ambos estados en caso de agresión externa. Dollfuss había cultivado una relación cercana con Mussolini, llegando incluso a redactar una nueva constitución fascista en 1934 para consolidar su alianza. Sin embargo, el enfoque autoritario de Dollfuss también le generó numerosos enemigos internos. En respuesta al golpe fallido, Italia y Francia emitieron una declaración conjunta en defensa de la independencia austriaca. La postura de Mussolini se hizo aún más evidente al acoger en su hogar a la esposa e hijos de Dollfuss tras su asesinato. Por su parte, las autoridades austriacas capturaron a 13 de los cabecillas del golpe y los ejecutaron en la horca.
Hitler decidió tomar distancia de estos desagradables acontecimientos y esperar prudentemente una mejor oportunidad para apoderarse de Austria. El 21 de marzo de 1935, declaró públicamente: «Alemania no pretende ni desea interferir en los asuntos internos de Austria ni concluir un Anschluss» (Shirer, 296). Ese mismo mes, Hitler repudió formalmente el Tratado de Versalles, intensificando la incertidumbre entre las potencias extranjeras sobre sus verdaderas intenciones. Muchos líderes y diplomáticos, temerosos de los horrores de otra guerra mundial, optaron por concederle el beneficio de la duda, prestando atención solo a sus propuestas más pacíficas.
El segundo intento de golpe de estado
En Austria, Schuschnigg trató de desviar las indeseadas atenciones de Hitler durante los dos años siguientes mediante concesiones puntuales a Alemania. Sin embargo, en abril de 1936, introdujo el servicio militar obligatorio. El acuerdo germano-austriaco del 11 de julio de 1936 garantizaba que Austria mantendría su independencia, pero exigía que el país alineara su política exterior con la de Hitler y, en secreto, que se concediera amnistía a todos los presos políticos nazis. En octubre de 1936, Hitler logró que Mussolini retirara su apoyo crucial a Austria. Poco después, Alemania e Italia se convirtieron en aliados formales al formar el Eje Roma-Berlín. En noviembre de 1936, ambos países, junto con Japón, firmaron el Pacto Antikomintern, un tratado de cooperación mutua para la expansión imperial y la lucha contra el comunismo. Según Albert Speer (1905-1981), arquitecto jefe de Hitler y futuro ministro de Armamento, «Durante años, [Hitler] recordaría la magnanimidad con la que Mussolini había dado su consentimiento a la invasión de Austria. Permanecería eternamente agradecido al Duce por ello, dijo Hitler» (Speer, 167).
El 12 de febrero de 1938, Hitler se reunió personalmente con Schuschnigg en Alemania y le exigió que se permitiera a los nazis ocupar cargos de poder en el gobierno austriaco. Durante el encuentro, Hitler advirtió a Schuschnigg que la comunidad internacional no apoyaría a Austria en caso de una invasión alemana. A pesar de la amenaza, Schuschnigg, confiado en que una política de apaciguamiento podría preservar la independencia de Austria, aceptó en febrero de 1938 designar al nazi austriaco Arthur von Seyss-Inquart (1892-1946) como ministro del Interior, colocándolo de facto al mando de la seguridad del Estado. Además, nombró al pro-nazi Edmund Glaise-Horstenau (1882-1946) como ministro de Guerra.
Schuschnigg intentó reforzar su gobierno y su posición con Hitler convocando un referéndum sobre la idea del Anschluss con Alemania. La votación estaba prevista para el 13 de marzo de 1938, y su anuncio se realizó el 9 de marzo. Hitler, alarmado por este movimiento y preocupado por que el plebiscito revelara un voto negativo a la unión, tuvo que actuar con rapidez: tal y como había hecho en 1934, ordenó a los nazis austriacos que provocaran el mayor caos posible para desestabilizar al gobierno de Schuschnigg. El objetivo era generar tal nivel de desorden civil que Alemania pudiera justificar una ocupación como medida necesaria para garantizar el orden y la seguridad pública. Como parte de la Operación Otto, el ejército alemán se movilizó parcialmente, y las tropas cruzaron la frontera el 12 de marzo bajo el pretexto de un telegrama falso de un funcionario local que pedía ayuda urgente para restaurar el orden. Las fuerzas alemanas avanzaron desde Linz hacia Viena. El gobierno austriaco, consciente de que no podía ganar una contienda armada (Austria no tenía ni tanques ni aviones modernos) y consciente de que una parte significativa de la población apoyaba la unificación, el gobierno austriaco capituló. Las emisiones de radio instaron a los ciudadanos a no oponer resistencia a la invasión.
Los pronazis se aseguraron de que Hitler fuera recibido con vítores cuando llegó a Linz la tarde del 12 de marzo, una escena que se repitió en Viena el 14 de marzo. Algunos historiadores sugieren que Hitler se sorprendió por la recepción entusiasta de las multitudes y que esto lo llevó a decidir la anexión total de Austria en una Gran Alemania, en lugar de establecer un mero gobierno títere nazi. Sin embargo, las órdenes secretas dadas a los generales alemanes sugieren que la ocupación total pudo haber estado planeada desde el principio, posiblemente desde el anuncio del plebiscito de Schuschnigg o incluso antes. Lo cierto es que Hitler había amenazado repetidamente a Schuschnigg con la superioridad militar alemana. Independientemente de cuáles fueran sus intenciones originales, Hitler demostró nuevamente su capacidad para combinar la planificación previa con decisiones tomadas de forma reactiva ante los movimientos de sus oponentes. Y, una vez más, utilizando el farol y sin recurrir a una violencia significativa, el dictador nazi había asegurado la adquisición de un vasto territorio.
De la Unión a la Ocupación
Aunque el Anschluss fue bien recibido por aproximadamente la mitad de la población austriaca (gracias a la prosperidad de Alemania y la percepción de Hitler como un líder exitoso), para muchos otros se convirtió en una realidad terrible: Schuschnigg se vio obligado a dimitir, y Seyss-Inquart, que había ocupado brevemente el cargo de canciller en los días previos a la anexión, asumió el papel de presidente en reemplazo de Wilhelm Miklas (1872-1956).
La unificación de Alemania y Austria quedó oficializada mediante una ley aprobada el 13 de marzo. A partir de entonces, Austria se reorganizó siguiendo el modelo alemán, con gobernadores regionales nazis o Gauleiters. Seyss-Inquart amplió su influencia al convertirse en gobernador del Reich de Austria y jefe del nuevo gobierno provincial dentro del Reich. Además, Austria pasó a tener representación en el Parlamento alemán en Berlín con 73 diputados. Josef Bürckel (1895-1944), designado como «Comisario del Reich para la reunificación de Austria y el Reich alemán», fue el encargado de supervisar y gestionar los detalles del Anschluss.
Un total de 100.000 soldados alemanes se estacionaron en Austria, consolidando la ocupación. A partir del 14 de marzo, los miembros de las fuerzas armadas austriacas fueron obligados a jurar lealtad a Hitler, y poco después, el ejército austriaco fue completamente integrado al alemán. El 17 de marzo, los funcionarios austriacos también tuvieron que prestar juramento a Hitler. Para los austriacos que se oponían al Anschluss, la única forma de protesta era el exilio, y decenas de miles optaron por marcharse. Con el ejército alemán también llegaron elementos nazis más siniestros, como la Gestapo (policía secreta) y las SS, encargadas de aplastar cualquier resistencia, aunque no siempre con éxito. Las personas que expresaban sentimientos antinazis eran arrestadas y deportadas a campos de concentración en Alemania. Austria no tardó en tener su propio campo de concentración, ubicado en Mauthausen, cerca de Linz, donde hasta 70.000 austriacos fueron deportados. Como en otros lugares, los nazis buscaron dar una apariencia de respaldo popular. En un plebiscito manipulado celebrado en Austria el 10 de abril, el 99,08 % de los votantes respaldaron el Anschluss (una cifra similar se registró en un plebiscito alemán). En resumen, Austria dejó de existir.
Bürckel, como representante personal de Hitler, tenía el poder absoluto en Austria, ahora llamada Ostmark (que significa «frontera oriental»). El antiguo nombre, Österreich, fue desterrado del uso público. Ostmark, al igual que Alemania, pasó a formar parte de un régimen totalitario con Hitler como líder indiscutible. Mientras tanto, los nazis comenzaron a saquear los recursos económicos y naturales de Austria: las reservas de divisas del Banco Federal Austriaco, equivalentes a 1.368 millones de Reichsmarks, fueron transferidas al Banco del Reich alemán, cuyas arcas, en comparación, estaban prácticamente vacías con solo 76 millones de Reichsmarks. Además, materias primas como mineral de hierro, petróleo y magnesita fueron enviadas a fábricas en Alemania.
La siguiente fase de la ocupación fue la difusión de la propaganda nazi y las redadas contra aquellos identificados como enemigos del Reich, en especial los judíos (identificados vagamente por las Leyes de Núremberg de 1935). Se animó encarecidamente a los judíos a irse del país, confiscando las propiedades de los más ricos para financiar los boletos de aquellos que no podían costear su partida. Para finales de 1939, alrededor del 60 % de los (al menos) 150.000 judíos que vivían en Austria antes del Anschluss habían emigrado. Los que se quedaron se enfrentaron a los métodos cada vez más violentos que emplearon los nazis para eliminar a los judíos y otros «indeseables» del Reich, métodos que culminaron en la «Solución Final», el Holocausto en el que millones de personas fueron asesinadas en campos de exterminio.
Secuelas
La reacción de las potencias mundiales al Anschluss fue mayormente silenciosa. Aunque muchos gobiernos expresaron su descontento con los métodos de Hitler, también reconocieron la aparente popularidad de la medida, respaldada por los plebiscitos organizados. Mientras tanto, Hitler seguía avanzando en sus ambiciones territoriales en Europa. En septiembre de 1938, el Acuerdo de Múnich permitió a Alemania anexar los Sudetes, una región industrializada de Checoslovaquia, con la justificación de que allí se reprimía a una minoría alemana. Este acuerdo, firmado por Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña, legitimó las nuevas fronteras ampliadas del Reich. Sin embargo, la paz fue efímera: en marzo de 1939, los soldados alemanes invadieron Checoslovaquia. En abril, Mussolini ocupó Albania. En agosto, Alemania y la URSS firmaron una alianza militar, el Pacto Ribbentrop-Mólotov (pacto nazi-soviético). inalmente, la invasión alemana de Polonia en septiembre de 1939 llevó a Gran Bretaña y Francia a declarar formalmente la guerra.
Dieciocho meses después de la unificación con Alemania, los austriacos se encontraron envueltos en una guerra mundial que muchos consideraban contraria a sus propios intereses.
Schuschnigg, que había sido encarcelado y enviado a un campo de concentración nazi, sobrevivió hasta ser liberado por los Aliados al final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Por su parte, Seyss-Inquart, que se convirtió en gobernador nazi de los Países Bajos ocupados, fue juzgado en los Juicios de Núremberg tras la guerra. Fue declarado culpable de crímenes de lesa humanidad y condenado a la horca. Bürckel falleció en 1944 por causas naturales, mientras que Hitler se suicidó en su búnker de Berlín en abril de 1945.
En 1943, los Aliados reconocieron formalmente a Austria como la primera víctima de la expansión imperialista de Hitler. Por ello, tras la victoria aliada en 1945, Austria fue separada del extinto Reich y su soberanía fue restaurada.