Los escitas eran un pueblo nómada cuya cultura floreció entre los siglos VII y III a.C. en un amplio territorio que abarcaba desde Tracia, al oeste, a través de la estepa del Asia Central, hasta los montes Altai, en Mongolia, al este. Es una superficie de unos 4000 km de longitud. Las grandes praderas, la estepa desértica y los extensos bosques que cubren este territorio propiciaron el pastoreo como estilo de vida, más que una vida sedentaria y agrícola. De ahí que los habitantes de la estepa contaran con muy pocos centros urbanos. Su forma de vida era nómada: montaban a caballo, criaban ganado y vivían en carromatos cubiertos.
Orígenes
Hay un gran debate en torno al origen de los pueblos escitas. «Heródoto afirma, al igual que la mayoría de académicos modernos, que se trasladaron [hacia el oeste] desde Asia a Europa, a través del gran corredor de la estepa» (A. Yu Alexeyev, Los escitas, 23). Sin embargo, en el siglo I, el historiador griego Diodoro Sículo declara que los escitas primero se desplazaron desde el río Araxes, en Armenia. Otra opinión actual es que se movieron hacia el sur en «varias oleadas desde las estepas del Volga y los Urales hacia el Mar Negro» (A. I. Melyukova, Los escitas y los sármatas, 99). Herodoto, que escribió en el siglo V a.C., también nos presenta a los sármatas como una rama de los escitas del Mar Negro que se desplazó hacia el este. Recientes hallazgos arqueológicos en Tuva y en los montes Altai, que datan el asentamiento de los escitas hacia finales del siglo IX a.C., sugieren que procedían originariamente de oriente. Sin embargo, los cronistas chinos del siglo I d.C. mencionan su cabello pelirrojo y ojos azules, rasgos caucásicos y una lengua indoeuropea. Esto avala la hipótesis de un origen occidental, en la Edad de Bronce, posiblemente a partir de los celtas.
Dada la fluidez de movimientos que permite la estepa del Asia central, no es sorprendente que las numerosas migraciones hagan difícil rastrear sus orígenes. Finalmente, es posible que tras una primera gran expansión desde occidente se dieran oleadas sucesivas de migraciones desde muchos puntos de origen. Aunque este origen sigue siendo objeto de debate, hay un consenso general a la hora de identificar a las culturas escitas de la estepa euroasiática dentro de cuatro grupos principales:
- Escitas pónticos, alrededor del Mar Negro.
- Sármatas, al norte del Mar Caspio y en las regiones del Don y el Volga, en la Rusia actual.
- Masagetas, en la estepa del Asia Central.
- Saka, en el oriente del Asia Central.
Los cuatro compartían una identidad cultural común, expresada en su nomadismo belicoso, su forma de gobernarse y su arte y atuendo únicos.
Los escitas en combate
El equipamiento bélico de los escitas incluía una amplia serie de armas. Además de lanzar flechas a caballo, empleaban hachas de combate, mazas, lanzas, espadas, escudos, armaduras de escamas y cascos. Por su habilidad para permanecer en constante movimiento, con caballería ligera, Herodoto cuenta que los escitas eran «invencibles e imposibles de abordar» (Historias, 4, 46). Con tales arpas y destreza táctica, no debe sorprender que diversos países solicitaran sus servicios para la guerra.
Los arqueros a caballo Saka ayudaron a las tropas persas contra los griegos en la batalla de Maratón, en el año 490 a.C., y más tarde en la de Platea, en el 479 a.C. Años después, los guerreros escitas fueron llamados a filas por el rey Darío III contra Alejandro Magno (336-330 a.C.). El historiador romano Apiano comenta que los príncipes escitas del Mar Negro fueron cruciales en la derrota de Mitrídates VI bajo Pompeyo en el año 63 a.C. (Las guerras mitridáticas, 17, 119). Como primos y vecinos de los partos, los escitas acudieron en ayuda de Partia cuando hubo conflictos dinásticos; así, el rey parto Sinatruces I (75-69 a.C.) ascendió al trono gracias al apoyo escita. Según Dion Casio, los escitas también jugaron un papel clave ayudando a Artabano II (12-38/41 d.C.), que era medio escita, a asegurar el reino de Armenia para los partos. Tácito corrobora esta afirmación mostrando que Artabano reclutaba auxiliares en Escitia antes de presentar batalla (Anales, 6, 44, 1).
Pero los escitas hacían algo más que derrocar reyes o apoyar a sus aliados. La victoria más espectacular de los escitas fue quizás contra el Imperio persa aqueménida. Con una estrategia de desgaste (dejando que el enemigo se adentrara en territorio aliado, alargando sus líneas de suministro, y después tendiéndole emboscadas y atacándolo con arqueros a caballo), los escitas frenaron la incursión de Darío el Grande (552-426 a.C.) en su territorio. Con esto ganaron la reputación de ser invencibles. A este triunfo se sumó el hecho de que Ateas (429-339 a.C.), rey de los escitas pónticos, puso la mira en dirección a Tracia, extendiendo el área la influencia escita desde el Don hasta el Danubio.
Tras la derrota de Ateas y su muerte a manos de Filipo II de Macedonia (359-336 a.C.), en el año 339 a.C., y después de ser atrapados en el río Jaxartes (Sir Daria) por Alejandro Magno en el 329 a.C., los escitas nunca recobrarían su fama de imbatibles. Recibieron nuevos golpes cuando intentaron arrebatar a los griegos el monopolio del comercio en el Mar Negro, atacando sus colonias. Mitrídates VI acudió en ayuda de los griegos a finales del siglo II a.C., infligiendo a los escitas una estrepitosa derrota. Igual hicieron los romanos en el año 63 d.C. cuando los escitas intentaron atacar el Quersoneso. Finalmente, durante el siglo IV d.C., los escitas desaparecerían por completo del mapa histórico al sucumbir bajo los hunos y ser asimilados por los pueblos godos.
El gobierno escita
Aunque Herodoto se refiere a los «reyes» escitas, nombrando algunos de ellos, al igual que la mayoría de pueblos tribales los escitas se organizaban en una confederación de tribus y jefes. La estructura tribal escita se explica en el relato de Herodoto sobre la invasión persa de Escitia, cuando Darío conminó al rey supremo de los escitas, Idantirso, a «combatir o llegar a un acuerdo con su dueño». Idantirso respondió que esa no era la forma escita de luchar: pelearían a su manera. Pero cuando otros reyes escitas supieron de la amenaza de Darío, montaron en cólera. De inmediato lanzaron una serie de ataques relámpago, empleando la táctica del ataque-huida. Después intentaron destruir el puente que los persas debían utilizar para escapar. Aunque no pudieron derribar el puente, los reyes escitas provocaron la retirada de Darío (Historias, 4, 126-142). Con esto, Herodoto nos revela que, pese a que un rey o jefe supremo pudiera alzar la voz en nombre de todos los escitas, otros jefes o reyezuelos también tenían voz y voto, y podían emprender acciones por su cuenta.
Tan importante como su estructura tribal, aunque más olvidada, la organización comunitaria de los guerreros escitas fue decisiva para su éxito. Un vaso de oro fabricado en el siglo IV a.C. y hallado en el kurgán de Kul-Oba, en Crimea, muestra a varios soldados haciendo vivac. Mientras que dos de ellos, con arcos y lanzas preparados, parecen meditar sobre su futuro destino, otro está tensando un arco; otro está sacándole la muela a un compañero, y un tercero está vendando la pierna herida de su camarada. Otro artefacto de oro con relieves, del mismo kurgán, representa un ritual común, donde dos guerreros beben del mismo cuerno. Estas escenas revelan un estilo de vida encaminado a fomentar la camaradería y un propósito compartido entre los guerreros; cada individuo luchaba por sus amigos contra un mismo enemigo, y esto contribuía a crear un frente más unido y resiliente. No obstante, aunque la lealtad entre soldados escitas era indudablemente fuerte, el grupo debía lealtad a su tribu y a su jefe, ante todo.
Nomadismo y arquitectura escita
Aunque los escitas no son conocidos por sus edificios, esto no significa que carecieran de formas arquitectónicas que respondieran a sus necesidades. Se cree que eran totalmente nómadas, sin embargo Herodoto menciona dos tipos de escitas: los «reales» y los «rurales». Más allá de practicar una agricultura de subsistencia, algunos, de hecho, vendían o exportaban sus productos. No sólo poseían hogares permanentes, sino que, al funcionar de forma cooperativa, construyeron asentamientos. Al norte del Mar Negro, cerca del río Dniéper, Herodoto menciona que había campesinos viviendo en una tierra cuya amplitud tardaba tres días en recorrerse, mientras que su longitud abarcaba once días de camino (Historias, 4, 17-20). La extensión de esta comarca refleja una demanda significativa de productos derivados del cereal. Desde el punto de vista arquitectónico, las estructuras debían requerir de un sistema de almacenes y caminos para transportar el grano.
En cuanto a los escitas reales, además de los túmulos funerarios, llamados kurganes, construidos excavados bajo tierra cuidadosamente apisonada, parece que también contaban con una serie de asentamientos fortificados donde pasaban temporadas relativamente largas. Las dimensiones del terraplén en la fortaleza de Bel’sk, en el valle del río Dniéper en Ucrania, no sólo reflejan el desafío que suponía esta notable superestructura (33 km de circunferencia), sino que indican que este lugar debía ser un próspero centro artesanal y comercial que recibía mercancías desde muy lejos.
Con todo, las fuentes antiguas afirman que los escitas eran mayoritariamente nómadas. Más de una fuente menciona sus casas rodantes. Estos carromatos cubiertos, empujados por parejas de bueyes, podían tener dos o tres habitaciones. Según el rango de sus habitantes, los suelos y paredes podían estar suntuosamente adornados. Agrupados, todos los carromatos de una tribu debían tener la apariencia de una ciudad.
La cultura escita: arte, música y atuendo
Mucho de lo que sabemos sobre la cultura escita proviene de los hallazgos en los kurganes, al norte del Mar Negro. Las fuentes antiguas se centran en su carácter nómada y belicoso, pero los ajuares funerarios escitas nos han permitido conocer más acerca de su sofisticada cultura y su vibrante vida social. Aparte de la pericia de los orfebres trabajando el oro, muchas piezas nos cuentan una historia. Un peine es más que un peine: nos muestra una escena de guerreros en combate. Un pectoral o gorguera, hallado en el kurgán de Tolstaya, muestra con exquisito detalle escenas de la vida cotidiana. En su parte superior vemos cómo se ordeña una oveja, dos hombres cosiendo una camisa, otros alimentando terneros y potros. En contraste, la parte inferior representa dramáticas escenas predadoras: felinos atrapando a un ciervo, grifos mordiendo y clavando sus zarpas a un caballo. En la zona alrededor del cuello encontramos imágenes en miniatura de cabras, conejos, perros, saltamontes y pájaros.
Los artefactos hallados en torno al Mar Negro ofrecen instantáneas únicas, y a veces dramáticas, de la vida escita, sus intereses, creencias, hábitos y costumbres, como pocos ajuares funerarios. Muchos, al igual que el pectoral de Tolstaya, muestran escenas de predadores; el tema de los felinos atacando a un ciervo es recurrente. El arte escita oscila entre el realismo de una escena en plena acción y la representación abstracta de la realidad. Un ciervo o un felino podían ser representados con todo detalle o singularmente estilizados.
Su gusto por la imaginería en oro iba a la par que su afición a los ropajes vistosos. «Las tumbas congeladas del Altái aportan una visión incomparable de la asombrosa exuberancia del atuendo nómada: su amor por los colores brillantes y contrastados, por los diseños intrincados formados a base de coser, bordar y aplicar tiras de cuero» (Cunliffe, 207). Los accesorios de vestido incluyen zapatos ornamentados, medias, mangas y una capa femenina con ribetes de piel. A los sofisticados adornos había que añadir su afición a los tatuajes. Los expertos en tatuaje, hoy, apreciarían la destreza manual exhibida en los brazos de un individuo enterrado en Pazyryk. Los tatuajes han plasmado de forma indeleble una serie de imágenes enlazadas de felinos, ciervos, carneros, antílopes y cabras.
Los hallazgos del Mar Negro también revelan que el atuendo preferido para un pueblo que se desplazaba a caballo en un clima frío eran los pantalones y una túnica. Los escitas también eran amantes de la música y la danza. Algunos objetos muestran danzarines eróticos (captados en plena acción), balanceándose al son de la música. En el kurgán de Sachnovka, una diadema de oro muestra a un hombre tocando la lira. En el kurgán 5 de Skatovka se encontraron flautas de pan fabricadas con hueso de pájaro. En varias tumbas de Pazyryk se desenterraron tambores de cuerno de buey, y en el kurgán 2 se encontró un sorprendente instrumento parecido a un arpa, con al menos cuatro cuerdas. Barry Cunliffe lo describe como «fabricado con una sola pieza hueca de madera, la parte media cubierta por una caja de resonancia de madera, mientras que las cuerdas se tensaban sobre la parte abierta». Los tonos que debía emitir este instrumento en manos de un hábil músico debían ser memorables.
Raíces religiosas
Los kurganes nos revelan que los escitas creían en una vida más allá de la muerte. Además de objetos artísticos, los ajuares de las tumbas pertenecientes a la élite incluían armas, corazas, partes de carros, alfombras, diferentes tejidos, accesorios del hogar, alimentos y vino sellado en ánforas. El esmero y la provisión para los difuntos reflejan, en palabras de Renate Rolle, «una esperanza en el más allá» (Los escitas, 118).
Al igual que todas las culturas antiguas, el culto y el simbolismo de los elementos debió ser parte integral del sistema de creencias escita. En la vasta amplitud de la estepa extendiéndose bajo sus pies, la visión de la tierra fundiéndose con el cielo en el horizonte debió ser un rasgo notable en su día a día. Otro elemento ineludible en la estepa euroasiática es la presencia del sol. Y el fuego. Como arma, protección ante las fieras salvajes, indispensable para la cocina y la metalurgia, el fuego en la antigüedad era esencial y poseía un enorme valor simbólico. No debe sorprendernos, pues, que el cielo, la tierra, el sol y el fuego tuvieran un especial valor religioso para los escitas. Y tampoco debe sorprendernos que, tal como cuenta Herodoto, cuando el rey Idantirso se rebeló contra Darío, declarase que él sólo se postraba ante Hestia (diosa del fuego) y ante Zeus (dios del cielo) (Historias, 4, 127, 4).
Herodoto enumera ocho deidades que adoraban los escitas. Además de Hestia y Zeus, conocidos por los escitas como Tabitha y Papeo, estaban Api (la madre tierra), Goetosiro (Apolo) y Argimpasa (Afrodita). Aunque Herodoto no da los nombres escitas, también menciona a Hércules, Ares y Poseidón. Estos dioses representaban los elementos familiares para los escitas. Ares estaba asociado a la guerra y Apolo al sol. El encuentro entre el Cielo y la tierra se daba cuando Papeo, el dios del cielo, se unía con la madre tierra, y de esta unión nacían todos los otros dioses. Aunque se sabe muy poco de ella, se cree que la equivalente escita de Afrodita era Argimpasa, similar a Arti, la diosa irania de la abundancia. Finalmente, y como parte esencial en sus victorias militares, el caballo era adorado en la figura de Thagimasadas, el equivalente de Poseidón, aunque aquí no lo vemos como dios del mar, sino como patrón de los caballos.
Herodoto interpretó las creencias escitas desde la perspectiva del panteón griego. Sin embargo, los escitas no poseían imágenes, altares ni templos. Y los kurganes revelan muy pocos dioses, a veces sólo Argimpasa, la diosa madre. Tal como dice Cunliffe, «Las deidades de rango superior en el panteón no parecen ser antropomorfas; al menos ignoramos si existen representaciones de las mismas» (276).
Guerreras escitas: la conexión con las amazonas
Un aspecto asombroso en el estudio de los escitas es el rol destacado que jugaban las mujeres en la vida política y militar de su pueblo. Algo sin precedentes hasta los tiempos modernos, hubo colectivos de mujeres que alcanzaron un estatus igual al de sus hombres. El relato sobre las amazonas se ha abierto camino en la imaginería moderna (Wonder Woman) pero la realidad histórica ha sido muy debatida. Los relatos de Herodoto cuentan la historia de un grupo de mujeres guerreras procedentes de las fronteras de Escitia. Como grupo, mantenían su independencia, pero con el tiempo se mezclaron con una banda de jóvenes escitas enviados por sus ancianos. Aunque hablaban diferentes lenguas, ambos grupos viajaron hacia oriente y formaron su propia tribu. Herodoto afirma que los sármatas eran el resultado de esta unión, y que hablaban un dialecto escita. Además, estas feroces guerreras conservaron su independencia siguiendo sus antiguas tradiciones, cazando solas y guerreando codo a codo con sus hombres. También prohibían a sus hijas casarse hasta que no hubieran matado a un hombre en combate (Historias, 4, 110-117).
Apiano confirma el estatus soberano y guerrero de las mujeres escitas. Cuando describe el triunfo de Pompeyo derrotando a Mitrídates VI, incluye en la procesión de reyes y generales capturados a las «mujeres gobernantes de Escitia» (Las guerras mitridáticas, 17, 116-117). Apiano habla de mujeres que gobiernan, en plural y en presente, lo cual indica una forma de gobierno ampliamente extendida, compartida y cooperativa. La referencia de Herodoto a Tomiris, la reina guerrera de los masagetas, que derrotó a Ciro el Grande (600-530 a.C.) en batalla, siglos antes, sugiere una larga tradición de soberanía femenina (Historias, 1, 205-14).
El registro de lugares arqueológicos también revela que las mujeres guerreras, si no gobernantes, al menos eran guerreras en muchos casos. En 1993, en los confines orientales de la confederación escita en Ak-Alakha, en la meseta de Ukok en los montes Altái, los excavadores encontraron la tumba de una rica mujer escita. Era la figura central del sepulcro y estaba enterrada con objetos de lujo, rodeada por seis caballos ensillados. Si no era la reina, formaba parte de la élite de su pueblo. Finalmente, según Cunliffe, en el territorio sármata «la quinta parte de los enterramientos de guerreros, datados entre el siglo V y IV, son femeninos, mientras que en el territorio escita se han encontrado más de cuarenta tumbas de mujeres guerreras» (219).