La vida cotidiana de las monjas medievales

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Mark Cartwright
por , traducido por Rosa Baranda
Publicado el 19 diciembre 2018
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, portugués
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Los monasterios eran una característica siempre presente en el paisaje medieval y puede que más de la mitad de ellos estuvieran dedicados enteramente a mujeres. Las normas y el estilo de vida de estos monasterios eran muy similares a los encontrados en los monasterios de hombres. Las monjas hacían votos de castidad, renunciaban a los bienes terrenales y se dedicaban a la oración, los estudios religiosos y a ayudar a los más necesitados de la sociedad. Muchas monjas produjeron literatura y música religiosa y la más famosa de estas autoras es la abadesa Hildegarda de Bingen, del siglo XII.

Nun of Monza by Giuseppe Molteni
La monja de Monza, de Giuseppe Molteni
Mark Cartwright (CC BY-NC-SA)

Monasterios de mujeres: origen y desarrollo

Las mujeres cristianas que se comprometían a llevar una vida ascética y casta en honor a Dios, a adquirir conocimiento y realizar obras de caridad están documentadas desde el siglo IV d.C., si no antes, al igual que los hombres cristianos que llevaban este tipo de vida en las partes remotas de Egipto y Siria. De hecho, algunos de los ascetas más famosos de la época eran mujeres, incluida santa María de Egipto (en torno a 344 hasta en torno a 421 d.C.), que antes fue prostituta y que es célebre por pasar 17 años en el desierto. Con el tiempo, los ascetas empezaron a vivir juntos en comunidades, aunque en un principio siguieron llevando sus vidas independientes y solo se reunían para las misas. A medida que estas comunidades se fueron haciendo más sofisticadas, sus miembros empezaron a vivir de una manera más comunal, y compartían habitaciones, comidas y responsabilidades para mantener la comunidad que sería lo que después conoceríamos como monasterios.

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LOS MONASTERIOS ERAN AUTOSUFICIENTES GRACIAS A LAS DONACIONES DE TIERRAS, CASAS, DINERO Y BIENES DE BENEFACTORES ADINERADOS.

La idea monástica se extendió a Europa en el siglo V, donde personas tales como el abad italiano san Benito de Nursia (en torno a 480 - en torno a 543 d.C.) formaron reglas de conducta monacal y establecieron la orden benedictina que fundaría monasterios por toda Europa. Según la leyenda, Benito tenía una hermana gemela, santa Escolástica, que fundó monasterios de mujeres. Estos monasterios femeninos a menudo se construían a cierta distancia de los masculinos porque a los abades les preocupaba que sus miembros se distrajeran por la cercanía de miembros del sexo opuesto. Algunos monasterios como la Abadía de Cluny en la Borgoña francesa, por ejemplo, prohibieron el establecimiento de equivalentes femeninos a menos de 6,5 kilómetros de sus terrenos. A pesar de ello, esta separación no siempre se daba, e incluso había monasterios mixtos, especialmente en el norte de Europa. La abadía de Whitby en Yorkshire, Inglaterra, y Interlaken en Suiza son ejemplos famosos de esto. Puede que sea importante recordar que, en cualquier caso, la vida monástica medieval de hombres y mujeres era sorprendentemente similar, tal y como apunta el historiador A. Diem:

... la vida monástica medieval surgió como una secuencia de modelos "unisex". Este experimento a largo plazo de crear comunidades religiosas ideales y establecer instituciones monásticas creó un estilo de vida que se podía aplicar en gran medida a ambos géneros (si bien normalmente en la más estricta separación). A lo largo de la Edad Media, las comunidades monásticas masculinas y femeninas en gran medida usaban un corpus compartido de textos autorizados y un repertorio común de prácticas. (Bennet, 432)

Al igual que en los monasterios masculinos, los femeninos eran autosuficientes gracias a las donaciones de tierras, casas, dinero y bienes de benefactores ricos, a los ingresos provenientes de esas tierras y propiedades a través del alquiler y la venta de productos agrícolas, y a las exenciones tributarias reales.

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Conventos

A partir del siglo XIII se desarrolló otra rama de vida asceta iniciada por frailes masculinos que rechazaban todos los bienes materiales y no vivían en comunidades monásticas sino independientemente y dependían por completo de las limosnas. San Francisco de Asís (en torno a 1181-1260 d.C.) es famoso por establecer una de estas órdenes mendicantes, los franciscanos, cuyo ejemplo seguirían después los dominicos (en torno a 1220) y más tarde los carmelitas (a finales del siglo XII) y los agustinos (1244). Las mujeres también adoptaron esta vocación. Clara de Asís, una aristócrata y seguidora de san Francisco, estableció sus propias comunidades mendicantes de mujeres que se conocen como conventos (diferenciados de los monasterios). Para 1228 solo en el norte de Italia ya había 24 de estos conventos. La Iglesia no permitía a las mujeres predicar entre la población general, por lo que a las mendicantes les costó obtener el reconocimiento oficial de sus comunidades. Sin embargo, en 1263 la Orden de Santa Clara se reconoció oficialmente con la condición de que las monjas no salieran de los conventos y siguieran las reglas de la orden benedictina.

Edificios del monasterio

Un monasterio femenino contaba con la misma disposición arquitectónica que los masculinos, excepto porque los edificios se disponían enfrentados unos a otros. El centro del complejo seguía siendo el claustro que encerraba un espacio abierto con el que conectaban la mayor parte de los edificios importantes, tales como la iglesia, el comedor para las comidas en común, las cocinas, los dormitorios y las áreas de estudio. Puede que también hubiera dormitorios para peregrinos que viajaban a ver las reliquias sagradas de las que cuidaban las monjas (que podían ir desde una zapatilla de la virgen María hasta el dedo de un santo). Muchos conventos tenían un cementerio para las monjas y otro para los laicos (hombres y mujeres) que pagaban por el privilegio de ser enterrados tras un servicio en la capilla de las monjas.

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Cloister of Lacock Abbey, England
Claustro de la abadía de Lacock, Inglaterra
Dillif (CC BY-SA)

Iniciación de monjas

Las mujeres entraban en los conventos principalmente por devoción y por un deseo de vivir una vida que las acercara a Dios, pero en ocasiones había consideraciones más prácticas, especialmente en relación con las mujeres de la aristocracia, que eran la fuente principal de novicias (mucho más de lo que los aristócratas lo eran en los monasterios). Una mujer de la aristocracia, al menos en la mayoría de los casos, solo tenía dos opciones reales en la vida: casarse con un hombre que pudiera mantenerla o entrar en un convento. Por ese motivo, a los conventos nunca les faltaban novicias y para el siglo XII eran tan numerosos como los monasterios de hombres.

A MENUDO LOS PADRES ENVIABAN A LAS CHICAS JÓVENES A LOS CONVENTOS PARA QUE RECIBIERAN UNA EDUCACIÓN, LA MEJOR QUE HABÍA DISPONIBLE.

A menudo los padres enviaban a las chicas jóvenes a los conventos para que recibieran una educación, la mejor disponible para las chicas de la Edad Media, o simplemente porque la familia tenía tantas hijas que casarlas a todas resultaba poco probable. Estas chicas, conocidas como oblatas, podían convertirse en novicias (una aprendiz de monja) en algún momento de la adolescencia y, tras un período de un año más o menos, hacía los votos y se convertía en monja. Una novicia también podía ser una persona más mayor que quisiera asentarse en una "jubilación" segura y contemplativa o que simplemente quería formar parte de la orden para prepararse para la otra vida antes de quedarse sin tiempo. Al igual que en los monasterios masculinos, también había mujeres seglares que llevaban una vida algo menos austera que las monjas y realizaban labores esenciales. En algunas tareas cotidianas puede que también se contrataran trabajadoras o incluso trabajadores.

Normas y vida diaria

La mayoría de los monasterios femeninos seguían las reglas de la orden benedictina, pero a partir del siglo XII también hubo otras, notablemente las cistercienses, más austeras. En general las monjas seguían las mismas normas que los monjes, pero había algunos códigos escritos específicamente para las monjas que, en ocasiones, se aplicaban también en los monasterios de hombres. Las monjas estaban lideradas por una abadesa que tenía una autoridad total y que a menudo era una viuda que había adquirido cierta experiencia manejando las propiedades de su marido antes de unirse al convento. La abadesa contaba con la ayuda de una priora y varias monjas veteranas (obediencias) con responsabilidades específicas. A diferencia de los monjes, una monja (en realidad, cualquier mujer) no podía convertirse en sacerdote, por lo que en las misas del convento hacía falta la visita regular de un sacerdote.

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La virginidad era un requisito integral para las monjas muy a principios del período medieval porque la pureza física se consideraba el único punto de partida para alcanzar la pureza espiritual. Sin embargo, para el siglo VII d.C., y con la producción de tales tratados como Sobre la virginidad de Aldhelm (en torno a 680 d.C.), se había reconocido que las mujeres casadas y las viudas también podían desempeñar un papel importante en la vida monástica, y que tener la fuerza espiritual para llevar una vida asceta era el requerimiento más importante para las mujeres.

Hildegard of Bingen
Hildegarda de Bingen
W.Marshall (CC BY)

Se esperaba que las monjas llevaran una vestimenta sencilla como símbolo de su rechazo por los bienes terrenales y las distracciones. La túnica larga era el atuendo típico, acompañado de un velo para cubrirlo todo excepto la cara como símbolo de su papel como "novia de Cristo". El velo tapaba el cabello de la monja, que tenía que llevarlo corto. Las monjas tampoco podían salir del monasterio, y el contacto con los visitantes, especialmente hombres, se reducía al mínimo. A pesar de todo se daban escándalos, como por ejemplo el caso de mediados del siglo XII en la Abadía Watton de la orden gilbertina de Inglaterra, en la que un hermano laico tuvo una relación sexual con una monja y, al descubrirse el pecado, fue castrado (un castigo común de la época para la violación, aunque parece ser que en este caso la relación había sido consensuada).

La rutina cotidiana de una monja era muy similar a la de un monje: tenía que atender varias misas a lo largo del día y decir las oraciones por los del mundo exterior, en especial por las almas de aquellos que habían hecho donaciones al monasterio. En general se consideraba que las plegarias de las monjas eran igual de eficientes para proteger las almas que las de los monjes. Las monjas también pasaban mucho tiempo leyendo, escribiendo e ilustrando, especialmente devocionarios, compendios de oraciones, guías para la contemplación religiosa, tratados sobre el sentido y la relevancia de las visiones experimentadas por algunas monjas y cánticos musicales. En consecuencia, muchos conventos amasaron bibliotecas impresionantes, y los manuscritos no eran de uso exclusivo para las lectoras internas, ya que muchos circulaban entre los sacerdotes y los monjes e incluso se prestaban a la comunidad laica de la zona. Una de las más prodigiosas de estas escritoras fue la abadesa benedictina alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179 d.C.).

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A diferencia de los monjes, las monjas realizaban labores de costura, tales como bordados en las túnicas y las telas para su uso en misa. Este arte no era una nimiedad, y hay por lo menos una monja medieval que fue hecha santa por sus labores de costura. Las monjas participaban en la comunidad mediante el trabajo caritativo, especialmente repartiendo ropa y comida entre los pobres diariamente y entregando mayores cantidades en aniversarios especiales. La abadía de Lacock en Wiltshire, Inglaterra (fundada en 1232 d.C. por Ela, condesa de Salisbury), por ejemplo, entregaba pan y arenques a 100 campesinos en el aniversario de la muerte de la fundadora. Además de dar limosna, las monjas solían actuar como tutoras para los niños, cuidaban de los enfermos, ayudaban a las mujeres en apuros y proporcionaban hospicio a los moribundos. En consecuencia, estos monasterios tendían a relacionarse más estrechamente con las comunidades locales que los monasterios de hombres, y a menudo eran parte del entorno urbano en vez de encontrarse en lugares físicamente más remotos. Por tanto, puede que las monjas estuvieran mucho más presentes en la vida seglar que sus homólogos masculinos.

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Bibliografía

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Sobre el traductor

Rosa Baranda
Traductora de inglés y francés a español. Muy interesada en la historia, especialmente en la antigua Grecia y Egipto. Actualmente trabaja escribiendo subtítulos para clases en línea y traduciendo textos de historia y filosofía, entre otras cosas.

Sobre el autor

Mark Cartwright
Mark es un autor, investigador, historiador y editor de tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.

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Estilo APA

Cartwright, M. (2018, diciembre 19). La vida cotidiana de las monjas medievales [The Daily Life of Medieval Nuns]. (R. Baranda, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1298/la-vida-cotidiana-de-las-monjas-medievales/

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Cartwright, Mark. "La vida cotidiana de las monjas medievales." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. Última modificación diciembre 19, 2018. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1298/la-vida-cotidiana-de-las-monjas-medievales/.

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Cartwright, Mark. "La vida cotidiana de las monjas medievales." Traducido por Rosa Baranda. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 19 dic 2018. Web. 20 nov 2024.

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