En el Japón medieval (1185-1603), el término feudalismo describe la relación entre señores y vasallos en la que la propiedad y uso de la tierra se daba a cambio del servicio militar y la lealtad. Aunque en cierto grado ya estaba presente anteriormente, el sistema feudal se estableció realmente en Japón a partir del comienzo del Período Kamakura, a finales del siglo XII.
Los shogunes o dictadores militares japoneses reemplazaron al emperador y la corte imperial como principal estamento de gobierno del país. Los shogunatos luego distribuyeron la tierra a los seguidores leales y esas tierras (shoen) eran supervisadas por funcionarios como los jito (administradores) y shugo (agentes). A diferencia del feudalismo europeo, eran cargos hereditarios, al menos al principio, que no poseían tierras. Sin embargo, con el tiempo los jito y los shugo, que ejercían sus funciones lejos del gobierno central, fueron ganando poder y muchos de ellos se convirtieron en grandes terratenientes (daimios) por propio derecho y, con sus ejércitos privados, desafiaron la autoridad de los gobiernos del shogunato. Así se fragmentó el sistema feudal a nivel nacional, aunque la relación señor-vasallo continuó tras el período medieval, con los samuráis ofreciendo sus servicios a los propietarios de tierras.
Orígenes y estructura
El feudalismo (hoken seido), es decir, el acuerdo entre señores y vasallos por el que los primeros concedían un beneficio u on (p. ej. tierras, títulos o cargos de prestigio) a cambio del servicio militar (giri) por parte de los segundos, empezó a generalizarse en Japón desde el comienzo del Período Kamakura (1185-1333). El principal instigador fue Minamoto no Yoritomo (1147-1199), quien en 1192 se nombró a sí mismo dictador militar o shogun de Japón. Sustituyendo el dominio del emperador y de la corte imperial, Yoritomo distribuyó tierras (a menudo confiscadas a rivales derrotados) entre sus aliados y seguidores fieles, a cambio de su servicio militar y ayuda continua. Yoritomo actuó especialmente persuadiendo a miembros del clan rival Taira para que pasaran al suyo, el Minamoto, ofreciéndoles tierras y posiciones de privilegio si aceptaban ser sus vasallos en el nuevo orden.
A diferencia de Europa, el sistema feudal japonés estaba menos basado en contratos y era más bien un asunto personal entre señores y vasallos, con una fuerte influencia paternalista por parte de los primeros, a los que se hacía referencia como oya o ‘padre’. Este sentimiento ‘familiar’ venía reforzado por el hecho de que muchas relaciones señor-vasallo eran heredadas. El sistema permitía al shogun controlar directamente la mayor parte de su territorio, pero la falta de instituciones formales de gobierno sería un debilidad permanente de los shogunatos, porque las lealtades personales raramente pasaban de generación a generación.
Jito
Algunos de los seguidores leales al shogun recibían muchas tierras (shoen), a menudo alejadas geográficamente de sus hogares familiares, de forma que, más que gestionarlas personalmente, lo hacían contratando los servicios de un administrador (jito) a tal efecto. Jito (y shugo – ver más adelante) no era un cargo nuevo, sino que se había utilizado a menor escala en el Período Heian (794-1185); nombrado por el gobierno del shogunato, se convirtió en una herramienta útil para la gestión de la tierra, los impuestos y la producción lejos de la capital. Esta es otra diferencia con el feudalismo europeo porque los administradores (oficialmente) nunca fueron propietarios de tierras, hasta que el sistema feudal empezó a degradarse.
Jito significa literalmente ‘cabeza de la tierra’ y era una posición abierta a hombres y mujeres al inicio de la época medieval. Su principal responsabilidad era la gestión de los campesinos que trabajaban las tierras de su patrono y la recaudación de los correspondientes impuestos locales. El administrador tenía asignados unos honorarios (aproximadamente el 10 % de la producción de la tierra) y la titularidad se regía por los usos locales y también por códigos legales nacionales como el Goseibai Shikimoku (1232) Además, los propietarios de tierras y vasallos agraviados podían, a partir del 1184, apelar al Monchujo (Tribunal de investigación) que velaba por todos los temas legales, incluyendo los pleitos, apelaciones y disputas sobre derechos de tierras y préstamos. En el 1249 se constituyó un tribunal superior, el Hikitsukeshu, especialmente dedicado a las disputas relativas a la tierra y los impuestos.
Muchos jito llegarían a ser poderosos por derecho propio, y sus descendientes, a partir del siglo XIV, serían daimios o influyentes terratenientes feudales. Esos daimios gobernaban con un alto grado de autonomía, aunque tuvieran que seguir ciertas reglas establecidas por el gobierno, como por ejemplo dónde construir un castillo.
Shugo
Otro estamento de administradores de tierras era el de los shugo (gobernadores militares o agentes), que tenían responsabilidades administrativas y de policía en sus correspondientes provincias. En el siglo XIV había 57 provincias de ese tipo y un shugo se ocupaba de varios territorios a la vez, a diferencia del jito, que solamente se tenía que preocupar de uno. Los shugo, literalmente ‘protectores’, tomaban decisiones según las costumbres locales y las leyes militares e, igual que los jito, recaudaban los impuestos regulares en especies para el gobierno del shogunato, de los cuales estaban autorizados a quedarse una parte. También se ocupaban de los impuestos especiales (tansen) para eventos excepcionales como coronaciones y proyectos de construcción de templos, y de la organización de los trabajos para proyectos estatales como la construcción de carreteras o de albergues a lo largo de estas. Otras responsabilidades incluían la captura de piratas, el castigo de los traidores y el reclutamiento de guerreros para el estado – no sólo en tiempos de guerra sino también como parte del sistema rotativo según el cual las provincias aportaban los guardianes para la capital Heiankyo (Kyoto).
Con el tiempo la posición de shugo se convirtió de hecho en la de gobernador regional. Los shugo se fueron haciendo cada vez más poderosos, quedándose directamente con los impuestos y cediendo derechos, como la recaudación de los tansen, a sus subordinados, como una forma alternativa de crear una relación señor-vasallo sin que implicara ningún intercambio de tierras. La concesión de títulos y los acuerdos privados con samuráis también permitieron a los shugo crear sus propios ejércitos personales. Tras las fallidas invasiones mongolas de Japón en 1274 y 1281, los shugo fueron legalmente obligados a residir en la provincia que administraban, para mayor seguridad del estado, aunque no está claro si eso se llevó siempre a la práctica. En el siglo XIV los shugo también habían asumido las responsabilidades de los jito que no habían llegado a ser daimios, y en el XV la mayoría de los shugo habían heredado el cargo.
Debilidades del sistema feudal
Uno de los problemas para los jito y los shugo fue que su autoridad fuera de las provincias, lejos del gobierno central, a menudo se basaba en la buena voluntad de la población local, y cuando el gobierno del shogunato era débil – cosa frecuente – los guerreros samurái y los terratenientes ambiciosos a menudo ignoraban los requerimientos fiscales o incluso actuaban por su cuenta, infringiendo los acuerdos establecidos entre señor y vasallo, para aumentar su poder y su riqueza.
Otra debilidad del sistema era que los jito y los shugo dependían totalmente de los ingresos procedentes de fuentes locales, no del gobierno central, lo que significaba que a menudo hacían acuerdos según su propio interés. De esa forma, el propio shogunato se convirtió en una institución irrelevante e invisible a nivel local. Los granjeros hacían acuerdos privados con los funcionarios entregando, por ejemplo, una pequeña parcela de tierra a cambio de una prórroga en el pago de impuestos, o bien un porcentaje negociado para pagar sus honorarios anuales. En consecuencia, la propiedad de la tierra en Japón se volvió tremendamente compleja, con muchos posibles propietarios para una pequeña franja de tierra: individuos particulares (vasallos y no vasallos), funcionarios del gobierno, instituciones religiosas, el shogunato y la Corona.
Otro problema adicional era que, cuando los jito heredaban de sus padres, a menudo no tenían suficiente dinero para vivir, si había que repartir los derechos de ingresos entre varios hermanos. Esa situación llevó a muchos jito a endeudarse, hipotecando sus derechos sobre una determinada propiedad rústica. Con el paso del tiempo fueron surgiendo más debilidades del sistema feudal, como la dificultad en encontrar nuevas tierras y títulos para concederlos a los vasallos, en una era de gobierno estable.
En el Período Sengoku o de los Estados en Guerra (1467-1568) Japón sufrió guerras civiles constantes entre los daimios señores de la guerra, con sus ejércitos privados, conscientes de que podían ignorar a los shugo y otros funcionarios del gobierno, impotente para hacer cumplir sus designios en las provincias. La tierra iba acabando cada vez en menos manos, al ir engullendo los daimios más poderosos a sus rivales más pequeños. En el Período Edo (1603-1868) no había más que 250 daimios en todo Japón. El fenómeno de nuevos gobernantes derrocando el orden establecido o de ramas familiares haciéndose con las tierras de los grandes clanes tradicionales se conoció como gekokujo o ‘los de abajo que derriban a los de arriba’.
La consecuencia de esa agitación social y administrativa fue que Japón dejó de ser un estado unificado para convertirse en un mosaico de estados feudales, alrededor de castillos y mansiones fortificadas, al hacerse las lealtades muy localizadas. Aldeas y pequeñas ciudades, muy abandonadas por el gobierno, se vieron obligadas a formar sus propios consejos (so) y ligas de asistencia mutua (ikki). No fue hasta Oda Nobunaga (1534-1582), que derrotó a los señores de la guerra rivales en la zona central del archipiélago, en la década de 1560, que Japón empezó a parecer de nuevo un país unificado.
Con la llegada del shogunato Tokugawa (1603-1868), mucho más fuerte, los daimios fueron puestos finalmente en su sitio, bajo severas restricciones, que incluían la prohibición del movimiento de sus tropas fuera de su área y de hacer alianzas políticas por su cuenta, de construir más de un castillo o de casarse sin contar con la aprobación del shogun. Sin embargo, el sistema feudal continuó hasta el Período Meiji (1868-1912), en forma del juramento de lealtad de los samuráis a sus correspondientes daimios, aunque entonces un período prolongado de relativa paz hizo menos necesario el servicio militar que en tiempos medievales.
A partir del siglo XVII, por tanto, el sistema feudal japonés fue, más que una estructura piramidal de distribución de las tierras en todo el país, una de guerreros samurái locales que ofrecían sus servicios a los grandes terratenientes o señores de la guerra a cambio del uso de la tierra, arroz, o dinero. Ese fue el motivo por el que se desarrolló el bushido o código de los guerreros samurái, para asegurar que estos permanecían disciplinados y leales a sus patronos. Mientras tanto, la creciente urbanización, al irse desplazando la población de las zonas rurales a las ciudades, con más oportunidades laborales, y el número creciente de personas implicadas en actividades comerciales, trajeron consigo que el antiguo sistema feudal se fuera aplicando cada vez a menos gente, al entrar Japón en la era moderna.
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