La epidemia de la peste negra acaecida durante el período de 1347 a 1352, no tuvo precedente ni paralelo hasta la ocurrencia de la pandemia de gripe de 1918-1919. Su infame azote fue el peor de cuantos afectaran al mundo medieval. Para el entendimiento promedio de la Edad Media la causa de la enfermedad permanecía desconocida, por lo que su origen se atribuyó a fuerzas sobrenaturales, y sobre todo, a la voluntad o a la ira de Dios.
En consecuencia, las gentes reaccionaron con curaciones optimistas y respuestas fundamentadas en las creencias religiosas, el folclor y la superstición, tanto como en conocimientos de medicina, en todo lo cual estaban presentes las ideas del cristianismo católico occidental y el islam del Cercano Oriente. Las soluciones adoptaron un sinfín de formas, pero, por regla general, fueron tan ineficaces para detener la difusión de la enfermedad como para salvar a los contagiados. Las respuestas que quedaron documentadas provienen en su mayoría de escritores cristianos y musulmanes, debido a que los cristianos quemaron una buena parte de las obras del pueblo judío residente en Europa tanto como a sus propios miembros, a quienes culpaban de la epidemia. En consecuencia, es posible que entre los escritos destruidos se encontraran tratados acerca de la plaga.
la percepción generalizada de que dios no respondía a las oraciones contribuyó a la disminución del poder de la iglesia y a la postre al resquebrajamiento de la visión cristiana unificada del mundo.
Sin embargo, con independencia de la cantidad de judíos y de personas de otros grupos que resultaron aniquiladas, la peste continuaba desatando su furia y parecía que Dios hacia oídos sordos a las oraciones y súplicas de quienes creían en Él. En Europa, la percepción generalizada de que Dios no respondía a los ruegos contribuyó a la disminución del poder de la iglesia medieval y a la postre, con la reforma protestante de 1517-1648, al resquebrajamiento de la visión cristiana unificada del mundo. En el este el islam permanecía en mayor o menor medida intacto debido a su insistencia en que la plaga era un regalo que elevaba a las víctimas al rango de mártires y los transportaba de inmediato al paraíso, así como a su visión de que la enfermedad era una prueba más a vencer, similar a las que ocasionaban el hambre y las inundaciones.
Aunque las ideas religiosas prevalecientes en oriente y occidente en relación a la plaga eran similares, esta singular diferencia resultó significativa para mantener la cohesión islámica, si bien es probable que condujera a que el número de víctimas fuera mayor que el que se documenta en los registros oficiales. Al concluir la epidemia, por lo general se acreditaba a las respuestas religiosas del este y del oeste el haber apaciguado a Dios para que terminara con la peste; sin embargo, para entonces Europa habría experimentado un cambio radical, mientras el Cercano Oriente permanecía inalterado.
La peste se originó en Asia Central y se difundió por todo el Cercano Oriente por vía del Camino de la Seda y a través de los movimientos de tropas. La Peste de Justiniano del período 541-542 d.C., que afectó a Constantinopla en el 541, quedó documentada como el primer brote de peste bubónica, el cual se calcula que ocasionó 50 millones de muertes. Sin embargo, la epidemia no era sino la presencia más occidental de una enfermedad que venía acechando a las gentes del Cercano Oriente desde hacía años. El historiador Juan de Éfeso, quien vivió en el período aproximado del 507 al 588, testigo de la plaga, escribe que los habitantes de Constantinopla sabían de la existencia de la pestilencia dos años antes de que llegara a la ciudad, pero no tomaron medidas preventivas para protegerse porque pensaban que no era un problema de su incumbencia.
La pestilencia concluyó en Oriente tras asolar Constantinopla, para reaparecer en la epidemia de Djazirah del 562 que fulminó a 30.000 personas en la ciudad de Amida, y a otras muchas a su retorno entre el 599 y el 600. En el este la enfermedad mantuvo un patrón de aparente desaparición y posterior reactivación, hasta que a partir de 1218 d.C. adquirió nuevas fuerzas que se reforzaron en 1322, y hacia 1346 se encontraba en plena virulencia.
Alrededor de estos años el kan mongol Djanibek (que reinó entre 1342 - 1357) se enfrascaba en el sitio de la ciudad portuaria de Caffa, la actual Feodosia, en Crimea, entonces en poder de los genoveses italianos. Djanibek ordenó que sus catapultas lanzaran al interior de las murallas de la ciudad a los soldados que morían a causa de la peste, con lo que esperaba que la enfermedad se propagara entre los defensores. Los genoveses abandonaron el enclave en sus navíos y transportaron la plaga a Europa. Desde puertos como los de Marsella y Valencia el mal se extendió de ciudad en ciudad portado por las personas que habían estado en contacto con los tripulantes de los barcos, sin que se avizorara forma alguna de detenerlo.
Comparación entre las interpretaciones cristiana y musulmana de la epidemia
Las respuestas a la epidemia estaban moldeadas por las visiones de las religiones dominantes de occidente y de oriente, así como por las tradiciones y supersticiones de cada región, todo lo cual se presentaba como una narración explicativa de la enfermedad. El académico Norman F. Cantor comenta:
Aún no se había inventado el método científico. Cuando las gentes de la Edad Media confrontaban un problema, buscaban la solución por medio de un análisis diacrónico, opuesto al sincrónico. La diacronía se define como un relato histórico que se desarrolla de forma horizontal a lo largo del tiempo: constituye un «narrar los eventos». Con una ferviente imaginación acerca de la historia, las gentes del medioevo se destacaban en sus explicaciones diacrónicas acerca del origen de la peste bubónica. (17)
En consecuencia, las reacciones se fundamentaban en los relatos religiosos creados para explicar la enfermedad, los cuales por lo general encajan en tres convicciones sostenidas por el cristianismo y el islamismo medieval es acerca de la plaga. Incluso las observaciones empíricas estaban influidas por las creencias religiosas, como por ejemplo en el caso de si la epidemia era o no contagiosa.
La epidemia era un castigo proveniente de Dios, causado por los pecados cometidos por la humanidad, pero también podía originarse por «aires malignos», brujerías, o hechizos, tanto como por las decisiones compasivas o malévolas que cada quién adoptaba en la vida.
Los cristianos, sobre todo al inicio del estallido de la plaga, podían emigrar de una región asolada por la peste en busca de una con mejores aires que no se encontrara infectada.
La plaga era contagiosa y podía transmitirse entre las personas, pero la persona podía protegerse por medio de la oración y la penitencia, así como por amuletos y embrujos.
La visión musulmana:
La peste constituía un misericordioso regalo de Dios que otorgaba a los fieles la condición de mártires, cuyas almas eran transportadas de inmediato al paraíso.
Los musulmanes no debían entrar a las regiones afectadas por la peste ni huir de ellas, sino que debían permanecer en el lugar.
La plaga no era contagiosa, debido a que el propio Dios la enviaba a ciertos individuos específicos, conforme a Su voluntad.
Debe subrayarse que estas eran las opiniones generales de la mayoría, con las que no coincidían todos los clérigos ni seglares de Europa o del Cercano Oriente. Sin embargo, las creencias acarreaban suficiente peso como para motivar respuestas, que también, de modo general, pueden clasificarse en cinco grupos principales:
La respuesta cristiana:
Procesiones de penitencia, asistencia a misa, ayuno, oración, empleo de amuletos y hechizos.
El movimiento flagelante.
Supuestas curas y fumigaciones para eliminar los «aires malignos».
Huida de las áreas infectadas.
Persecución de comunidades marginadas, en particular de los judíos.
Oración y súplica en las mezquitas, procesiones, funerales multitudinarios, discursos solemnes, ayuno.
Incremento de la creencia en visiones sobrenaturales, señales y portentos.
Magia, amuletos y hechizos empleados como curas.
Huida de las áreas infectadas.
Ausencia de persecución de comunidades marginadas, respeto por los médicos judíos.
La respuesta cristiana al detalle
Debido a que se pensaba que la plaga era un castigo enviado por Dios, la única manera de eliminarla era mediante la admisión de los pecados y culpas personales, el arrepentimiento por las faltas cometidas, y una renovada dedicación a Dios. Con este fin se efectuaban procesiones que recorrían las calles de las ciudades desde un lugar determinado, como podía ser la plaza central o una puerta específica del poblado, hasta una iglesia o santuario casi siempre dedicado a la Virgen María. Los participantes ayunaban, oraban y compraban amuletos o hechizos para salvaguardarse. Las procesiones y reuniones continuaron incluso después de que los cristianos europeos comprendieran que la enfermedad era contagiosa, debido a que no parecía existir otra manera de apaciguar la ira de Dios.
los flagelantes eran un grupo de cristianos fervorosos que deambulaban entre pueblos, ciudades y campos, propinándose a sí mismos latigazos por sus pecados y por los pecados de la humanidad.
En adición, en el año 1348, debido al continuado azote de la peste y del fracaso de las respuestas religiosas para contenerla, surgió en Austria y es posible que también en Hungría, el movimiento de los flagelantes, el cual se extendió hacia Alemania y Flandes durante el año siguiente. Los flagelantes eran un grupo de cristianos fervorosos que bajo la dirección de un maestro deambulaban por pueblos, ciudades y campos, se propinaban latigazos a sí mismos por sus pecados y por los pecados de la humanidad, se revolcaban por el suelo en frenesíes penitenciales, y guiaban a las comunidades en persecuciones y matanzas de judíos, gitanos y otros grupos minoritarios. Sus acciones continuaron hasta que el papa Clemente VI (1291-1352) los prohibió por considerarlos inefectivos, destructivos, y provocadores de desorden.
Los tratamientos curativos también se fundamentaban en interpretaciones religiosas, entre los cuales se contaba el de matar y cortar serpientes en pedazos, con cuyas partes las gentes se frotaban el cuerpo. La creencia derivaba de la asociación del reptil con Satanás y de que «el mal» de la enfermedad sería eliminado por «el mal» inherente a la serpiente muerta. También se consideraba efectiva la ingestión de pociones hechas de cuerno de unicornio, el cual se vinculaba a Cristo y a la pureza.
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Los «aires malignos» que se pensaba eran resultado de alineamientos planetarios o de fuerzas sobrenaturales casi siempre demoníacas, se expulsaban de las casas mediante la quema de incienso o de paja y se procuraba dispersarlos con la práctica de llevar encima encima flores y hierbas de aromas dulces. Las personas también podían desinfectarse por medio del procedimiento de sentarse cerca de un fuego ardiente, o de una laguna, o de un charco, o de un foso empleado para descargar aguas albañales, puesto que se creía que los «aires malignos» residentes en el cuerpo serían atraídos por los pútridos vapores de las aguas negras.
Los habitantes de las ciudades, casi siempre las clases altas adineradas, huían a las villas que poseían en los campos, mientras con frecuencia la gente pobre y los campesinos abandonaban sus tierras para dirigirse a las ciudades, donde esperaban hallar mejor atención médica y mayor disponibilidad de alimentos. Resulta notable que incluso con posterioridad a que las gentes comprendieran que la peste era contagiosa, la emigración de las ciudades y regiones sometidas a cuarentena continuó, lo cual contribuyó a la difusión de la enfermedad.
La persecución de judíos por comunidades cristianas no comenzó con la peste negra ni terminó con ella, pero ciertamente, entre los años 1347 y 1352, experimentó un incremento en toda Europa. El investigador Samuel Cohn, hijo, comenta:
Que la peste negra fuera la responsable de la furia ciega de las muchedumbres compuestas por obreros, artesanos y campesinos que condujo a la aniquilación de los judíos deriva de las divagaciones de los historiadores modernos, no de fuentes medievales. (5)
Aún así, concede que «la peste negra desencadenó odio, acusaciones, y violencia en una escala más terrible que cualquiera de las pandemias o epidemias acaecidas en la historia universal» (6). Si bien posee cierta validez su afirmación respecto a la interpretación que hacen los historiadores de la actualidad sobre los pogromos dirigidos contra los judíos, ésta no parece tomar en completa consideración la animosidad que por largo tiempo acumularon contra los judíos las comunidades cristianas. Las sospechas acerca del envenenamiento de pozos eran comunes, así como las relativas al asesinato de niños cristianos durante la celebración de ritos secretos, como de igual manera las de la práctica por los judíos de distintas formas de magia dirigidas a eliminar o causarles daño a los cristianos. El académico Joshua Trachtenberg cita un ejemplo:
[Los habitantes del pueblo], en su petición de expulsar a los judíos, afirmaron que el peligro que generaban para la comunidad se extendía mucho más allá del ocasional asesinato de un niño, puesto que secaban la sangre que de esa manera se procuraban, la molían hasta convertirla en polvo, la esparcían por los campos en horas tempranas de la mañana mientras un denso rocío cubría el suelo, y tres o cuatro semanas después la plaga descendía sobre hombres y ganado en un radio de un kilómetro, de modo que los cristianos padecían severos sufrimientos mientras los ladinos judíos permanecían seguros en el interior de sus recintos. (144)
En 1348 se masacraron los judíos de Languedoc y Cataluña, y en la Saboya se arrestaron, acusados de emponzoñar los pozos. En 1349 se llevó a cabo la quema masiva de judíos en Alemania, Francia, y otros lugares, a pesar de las bulas emitidas por el Papa Clemente VI, que prohibían de manera expresa ese tipo de acciones.
La respuesta musulmana al detalle
Los musulmanes también se reunían en grandes grupos para orar en las mezquitas, pero se trataba de rogaciones a Dios por la eliminación de la epidemia, no de oraciones de penitencia en que se pedía el perdón de los pecados. El estudioso Michael W. Dols subraya que «en la teología islámica no existe la doctrina del pecado original ni de la insuperable culpabilidad del hombre» (10), de manera que las respuestas religiosas a la plaga asumían la misma forma que las súplicas para lograr buenas cosechas, nacimientos saludables, o el éxito en los negocios. Dols escribe:
Una parte importante de la actividad urbana [musulmana] en respuesta a la peste negra la formaban las oraciones colectivas en que se solicitaba el cese de la enfermedad. Durante la etapa de mayor severidad de la pandemia se impartieron órdenes en El Cairo para que se efectuaran congregaciones en las mezquitas y se recitaran en común las oraciones recomendadas para el caso. Durante el período de la peste negra y de otras epidemias posteriores se practicaba el ayuno y se realizaban procesiones en las ciudades. Las procesiones de súplica se ajustaban a las formas tradicionales de las oraciones en que se rogaba por que lloviera. (12)
Los funerales se efectuaban de conformidad con las características de los ritos tradicionales de inhumación, a lo que se añadía un orador que solicitaba la terminación de la epidemia. Sin embargo, debe resaltarse que en la ceremonia no se hacía alusión alguna a los pecados de los fallecidos, ni se mencionaba la razón por la que unos morían mientras otros vivían; cuestiones estas que ocurrían según la voluntad de Alá.
La creencia en visiones y señales sobrenaturales aumentó de manera marcada. Dols cita el ejemplo de un hombre de Asia Menor que arribó a Damasco para informarle a un clérigo de la aparición que el profeta Mahoma le había concedido. En la visión el profeta le decía al hombre que el pueblo recitara 3.363 veces la sura del Corán relativa a Noé mientras pedían a Dios que los liberara de la plaga. El clérigo informó de la visión a la ciudad y los habitantes «se reunieron en las mezquitas para cumplir con sus instrucciones; por lo que durante una semana [las gentes] efectuaron este ritual, orando y sacrificando grandes cantidades de ganado y ovejas, cuya carne se distribuía entre los pobres». (Dols, 11). Otro hombre que presenció una aparición de Mahoma afirmaba que el profeta le había dado a conocer una oración que de recitarse, terminaría con la epidemia; el rezo se copió y se distribuyó entre la población junto con la instrucción de repetirlo cada día.
Aunque la mayoría de los musulmanes creía que Dios era quien enviaba la plaga, muchos la atribuían al poder sobrenatural de los malvados djinn, o genios. La antigua religión persa anterior y posterior a Zaratustra, profeta que vivió en el período comprendido entre el 1500 y el 1000 a.C., atribuía varios hechos y enfermedades a la labor de la malvada deidad Arimán, también conocida como Angra Mainyu, o a espíritus que en ocasiones lo apoyaban en sus propósitos, tales como los djinn. La creencia en cuestión dio lugar a un incremento del uso de la magia entre las costumbres folclóricas y del empleo de amuletos y hechizos para guardarse de los malos espíritus. La protección o amuleto llevaba inscrito uno de los divinos nombres o epítetos de Dios y se entonaban oraciones y cantos para instilar poderes protectores mágicos en el artefacto.
para el fiel musulmán, la plaga constituía una misericordiosa liberación del mundo de la multiplicidad, que permitía alcanzar el eterno e invariable paraíso de la vida ulterior a la muerte.
Al igual que en Europa, los que podían permitírselo abandonaban las ciudades infectadas para establecerse en el campo, y las gentes de las comunidades rurales emigraban a las ciudades por las mismas razones que lo hacían sus contrapartes europeas. Debido a la creencia de que la plaga no era contagiosa, no había razón que obligara a permanecer en uno u otro sitio, excepto por una proscripción atribuida a Mahoma que prohibía a las gentes dirigirse a las regiones afectadas por la epidemia o huir de ellas. Se desconoce el origen de esta restricción al parecer ignorada por la gente, bien fuera que la plaga proviniera de Alá o de un djinn, puesto que no se encontraba dentro del poder del individuo escapar al destino decretado por Dios. Para el fiel musulmán la plaga constituía una misericordiosa liberación del mundo de la multiplicidad que permitía alcanzar el eterno e invariable mundo de la vida ulterior a la muerte; al parecer los únicos que consideraban la peste bubónica como un castigo eran los infieles que vivían fuera de la fe.
Con todo, no existen pruebas de que las poblaciones minoritarias, fueran cristianas, judías u otras, sufrieran persecución en el Cercano Oriente durante los años de la epidemia. De hecho, los médicos judíos gozaban de enorme reconocimiento, aunque no podían hacer más que cualquier otro en favor de las víctimas de la enfermedad.
Conclusión
Los pueblos de Europa y del Cercano Oriente continuaron con sus prácticas religiosas durante el período en que la pestilencia ocasionaba estragos, y tras su terminación sus devociones recibieron el crédito de haber influido en que Dios tomara la decisión de dar fin a la enfermedad y restaurara la normalidad en el mundo. No obstante, la aparente inefectividad de la respuesta cristiana en las gentes de la época ocasionó que muchos se cuestionaran la visión y el mensaje de la Iglesia y buscaran una interpretación diferente de la prédica y el camino de fe cristianos. A la postre, este ímpetu contribuiría a la Reforma Protestante y al cambio de paradigma filosófico que representa el Renacimiento.
La académica Anna Louise DesOrmeaux hace énfasis en que el modelo religioso cristiano experimentó un cambio en lo relativo a la creencia de que Dios había causado la plaga para castigar a las gentes por sus pecados y que por lo tanto no había otra cosa que hacer sino «volverse con humildad a Dios, que nunca niega su ayuda» (14). Para los pueblos de la época parecía como que Dios había negado su auxilio, lo cual condujo a las gentes a cuestionarse la autoridad de la Iglesia.
En contraposición a lo anterior, en el Cercano Oriente no se produjeron cambios de tan dramática índole, y el islam continuó su curso normal, con muy pocas modificaciones en la comprensión y la práctica de la fe tras la conclusión de la epidemia. Dols comenta:
La comparación entre las sociedades cristianas y musulmanas de la época de la peste negra arroja una disparidad significativa en sus respectivas respuestas comunitarias… las fuentes árabes no confirman la existencia de «impactantes manifestaciones anormales de la sicología colectiva, vinculadas con la disociación de la mente grupal», que sí ocurrieron en la Europa cristiana. El temor y las sacudidas ocasionados por la peste negra en Europa activaron lo que el profesor Trevor-Roper ha denominado, en un contexto diferente, un «estereotipo de miedo» europeo… ¿Por qué no se encuentran en la reacción musulmana a la peste negra fenómenos similares? No existían estos estereotipos. No hay pruebas de que en esos tiempos aparecieran en la sociedad musulmana movimientos mesiánicos que asociaran la peste negra con un apocalipsis. (20)
Ciertos escritores cristianos europeos de esa época y posteriores a ella, se refieren a la peste negra como «el fin del mundo», mientras los escribas musulmanes tienden a concentrarse en el número de víctimas y en enfatizar la magnitud de la peste, quienes además lo hacen con el mismo estilo con que narran las muertes ocasionadas por inundaciones y otros desastres naturales. Europa experimentaría una transformación radical en los ámbitos social, político, religioso, filosófico, de la medicina, y en muchas otras áreas, como consecuencia de la epidemia de peste negra por la que atravesó, mientras en el Cercano Oriente no ocurriría tal fenómeno, debido a la diferente interpretación del mismo, idéntico, fenómeno.
Michael W. Dols. "The Comparative Communal Responses to the Black Death in Muslim and Christian Societies." Department of History, California State University, N/A, pp. 1-22.
Interesado en el estudio de las migraciones, costumbres, las artes y religiones de distintas culturas; descubrimientos geográficos y científicos. Vive en La Habana. En la actualidad traduce y edita libros y artículos para la web.
Joshua J. Mark no sólo es cofundador de World History Encyclopedia, sino también es su director de contenido. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.
Mark, Joshua J.. "Respuestas religiosas a la peste negra."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. Última modificación abril 16, 2020.
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Mark, Joshua J.. "Respuestas religiosas a la peste negra."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 16 abr 2020. Web. 20 nov 2024.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 16 abril 2020. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.