El barco del tesoro Madre de Deus (Madre de Dios) era una embarcación portuguesa que transportaba un cargamento inmensamente valioso de las Indias Orientales y que fue atacado y capturado por una flota de corsarios ingleses en las Azores en 1592 d.C. El barco, lleno de joyas, perlas, oro, plata, ébano y especias fue el mayor tesoro jamás capturado por los corsarios que saquearon el Atlántico durante el largo reinado de Isabel I de Inglaterra (que reinó de 1558 a 1603 d.C.). La captura fue ideada por Sir Walter Raleigh (en torno a 1552-1618) y las ganancias de £80.000 por la inversión original de Isabel de 3.000 libras ayudó a reparar las relaciones entre el aventurero y su reina, garantizándole la liberación de la Torre de Londres. Este fabuloso tesoro inspiró a muchas otras flotas de corsarios a surcar los mares, pero ninguno volvería a capturar ningún barco tan rico como el Madre de Deus.
Walter Raleigh
Aunque en algún tiempo fue un favorito indiscutible de la reina Isabel, Walter Raleigh había perdido el favor de la monarca cuando esta descubrió que el cortesano y aventurero se había casado en secreto con una de sus damas de compañía, Elizabeth "Bess" Throckmorton (1565-1647). Raleigh fue encarcelado en la Torre de Londres por su impudencia en agosto de 1592. Afortunadamente, Raleigh ya había organizado una flota para capturar los barcos con tesoros de Felipe II de España (que reinó de 1556 a 1598), y el éxito inimaginable que le traería sería su pasaje a la libertad.
En la época isabelina, los corsarios eran marineros y aventureros que surcaban el Caribe y el Atlántico en busca de barcos cargados con tesoros que iban del Nuevo Mundo y Asia hacia Europa. Isabel solía invertir personalmente en estas expediciones, y los botines se repartían de acuerdo a la cantidad que ella y otros inversores habían puesto en el proyecto. En consecuencia, tanto los corsarios como las arcas del estado se enriquecían con una práctica que a su vez mermaba la riqueza del gran enemigo de Inglaterra: Felipe II de España.
Raleigh tenía la intención de comandar su flota corsaria más reciente personalmente, pero fue llamado de vuelta a Londres el día después de zarpar el 6 de mayo de 1592. La reina había descubierto su matrimonio secreto y Raleigh fue sustituido como comandante de la flota por Martin Frobisher (en torno a 1535-1594). Raleigh titubeó, pero dos semanas más tarde regresó a Londres, y al cautiverio.
Respaldada por inversores entre los que se contaban la reina, George Clifford, el conde de Cumberland, un consorcio de mercaderes y el propio Raleigh, la flota estaba bien equipada. El plan original era navegar en dirección al istmo de Panamá y atacar la flota del tesoro anual que iba de las Américas a España cargada de oro, plata y otros bienes. Pero primero fueron a España y se dividieron: Frobisher se llevó varios barcos a Cabo San Vicente al sur de Portugal mientras que los demás pusieron rumbo a las Azores en mitad del Atlántico. Este segundo grupo estaba a las órdenes de Sir John Burgh y se vio reforzado por la llegada de seis barcos más enviados por el Conde de Cumberland. Burgh llegó a las Azores el 21 de junio donde, tristemente, descubrió que ya se había perdido los primeros barcos que tenían que llegar de las Indias Orientales.
El ataque
La flota de las Azores primero se cruzó con la carraca Santa Cruz. Un navío portugués (país que en aquel momento estaba gobernado por Felipe de España) había acabado en las costas de una de las islas a causa de una tormenta. La tripulación portuguesa estaba ocupada descargando todo lo que podían salvar del barco para después prenderle fuego. Burgh desembarcó en la isla con un pequeño contingente y se hizo con el cargamento de la playa, que no era tremendamente valioso. Bajo coacción, uno de los cautivos reveló que había otras tres carracas que iban a salir del puerto de Cochin en la costa este de India (la actual Kochi) y todavía tenían que pasar por las Azores. Resulta que dos de esos barcos ya habían naufragado en diversas tormentas. A los ingleses no les quedaba más que una oportunidad de gloria. Burgh estacionó su flota cerca de la costa de la isla de Flores y esperó. El 3 de agosto su paciencia fue recompensada cuando avistaron velas en el horizonte.
Si el Santa Cruz había sido algo decepcionante, el Madre de Deus, por su parte, era otro cantar. Sin embargo, con una tripulación de 700 hombres y una cubierta con 32 cañones, este gigante de 1450 toneladas no sería fácil de capturar. Ninguno de los barcos inglese llegaba a igual ni de lejos la largura de la quilla del Madre de Deus, de 30,5 metros (100 pies) o su mástil de 14 metros (31 pies). Construidas por primera vez en el siglo XV, las carracas estaban diseñadas para lograr estabilidad en altamar y disponían de mucho espacio de carga, por lo que eran cualquier cosa menos ágiles. Esta clase de barco, de giro lento, era especialmente vulnerable por la proa, mientras que la mayor parte de su potencia de fuego procedía de la popa. Si los barcos ingleses lograban coordinar su ataque y se mantenían alejados de los cañones portugueses, la batalla no tenía más que un posible resultado.
La flota inglesa (se desconoce el número exacto de barcos, pero eran por lo menos siete) atacó a intervalos en lo que se ha llamado la Batalla de Flores. La tripulación del navío portugués luchó valientemente y la batalla se alargó hasta caída la noche, pero al final se vieron superados en número. En cierto momento pareció probable que el Madre de Deus encallara, dañando con ello el cargamento, así que dos barcos ingleses se chocaron a propósito con él para mantenerlo a salvo en el mar. Cuando los marineros ingleses por fin abordaron el barco no podían creerse las espectaculares riquezas que encontraron en la bodega.
El manifiesto del barco
El Madre de Deus estaba cargado con más de 500 toneladas de cargamento, una verdadera cueva de las maravillas de todos los tesoros de Oriente. Encontraron los esperados diamantes, rubíes, perlas y monedas de oro y plata. Pero además, también había rollos de seda y ricas telas, pieles de animales exóticos, lujosas alfombras, tapices y edredones. Había arcones llenos de cristalería, porcelana china, cubertería incrustada y finas joyas de todo tipo. Entre los bienes más grandes había valiosas piezas de marfil y ébano virgen. También había un cargamento importante de pimienta, de perfumes excepcionales (tales como incienso, almizcle, benjuí, ámbar gris y alcanfor), carmín, especias exóticas (como clavo, jengibre y nuez moscada) y valiosas hierbas medicinales.
El reparto de los bienes
El mayor botín con el que se hicieron nunca los corsarios de Isabel, capitaneados por Christopher Newport, entró triunfal en el puerto de Dartmouth el 9 de septiembre. En las Azores los capitanes y los marineros ya se habían hecho con todo lo que quisieron. Estaban tan ansiosos por descubrir los tesoros del barco que las velas prendieron fuego a la bodega cinco veces. Un detalle significativo es que el Madre de Deus iba 1,5 metros (5 pies) más alto por encima de la línea de flotación cuando llegó a Inglaterra que cuando había partido de las Indias orientales.
Los hurtos continuaron por parte de los ingleses incluso cuando atracó. También hubo múltiples disputas entre los inversores sobre quién se quedaría con qué. Sir John Hawkins, que era el jefe de la Marina Real, le aconsejó a la reina que Raleigh sería la mejor persona para arreglar el embrollo, recuperar lo que pudiera de los marineros y salvar lo que quedara para la venta. En consecuencia, Raleigh fue liberado de la Torre el 15 de septiembre y enviado a Dartmouth con un vigilante para asegurarse de que no huyera.
Cuando llegó a los muelles descubrió que gran parte del botín ya se lo habían llevado los marineros, que estaban comerciando con todo ello rápidamente con los mercaderes y joyeros locales. Robert Cecil, un inspector oficial enviado para evaluar el tesoro del barco, informó de que se podía oler clavo, pimienta y almizcle a 11 kilómetros (7 millas) de los muelles porque habían llevado mulas para sacar el cargamento del barco antes de que llegaran las autoridades.
Resultó imposible recuperar los objetos de valor pequeños que los marineros se habían llevado y vendido hacía tiempo, y Raleigh no quería presionar a la tripulación que, al fin y al cabo, no había hecho más que reclamar su parte de los beneficios de la empresa. Pero Raleigh consiguió vender los bienes más aparatosos que quedaban en la bodega del barco, con lo que Isabel recibió mucho más de lo que le tocaba, puede que alrededor de 80.000 libras a cambio de su inversión original de 3.000 libras. El resto de bienes se valuaron en más de 60.000 libras y se dividieron entre los inversores. Puede que el resto de bienes robados antes de que se pudiera hacer un inventario exhaustivo sumaran otras 650.000 libras. A pesar de este reluciente caballo regalado, Raleigh fue puesto en libertad pero no se lo llegó a perdonar por sus indiscreciones anteriores, por lo que se le prohibió ver a la reina durante otro año. Por su parte, la reina nunca perdonó a Elizabeth Throckmorton y esta se vio obligada a vivir una vida apartada en la casa de Raleigh en Sherborne, Dorset.
La captura del Madre de Deus inspiró la perpetuación de los corsarios de Isabel, pero, en realidad, esta política nunca se llevó a la práctica de manera sistemática ni coordinada, y los beneficios, al final, resultaron decepcionantes al tener en cuenta el coste de tripular los barcos para surcar los mares. El Madre de Deus fue un punto álgido maravilloso y rutilante en la historia de los corsarios que nunca sería igualado.