La Inglaterra isabelina (1558-1603), además de contar con la opción de clases particulares, ofrecía una educación formal para quienes podían costear las escuelas primarias, de gramática y universidades. A pesar de que aún no existía un sistema nacional de educación obligatorio, ni planes de estudio fijos, y solo un pequeño número de niños podía asistir a las escuelas, esta época representó un avance en comparación con la situación en la Edad Media. Predominaba la idea de que la educación era un lujo y estaba diseñada con el único fin de preparar a los niños para la vida laboral que asumirían una vez llegada la adultez. El estudio como mera búsqueda de conocimientos seguía muy limitado al clero y a los ricos ociosos. En comparación con los varones, el número de niñas escolarizadas era mucho menor. Las universidades, por su parte, se mantenían totalmente dominadas por los hombres, aunque al menos ahora también ofrecían cursos no relacionados con la religión. Por lo tanto, aunque se ampliaron las oportunidades, el nivel de la educación que cada persona recibía seguía dependiendo del sexo y de la clase social. De todas formas, en la segunda mitad del siglo XVI se educó a más gente que nunca y los niveles de alfabetización mejoraron notablemente gracias a algunas escuelas gratuitas, la presencia de escuelas de gramática relativamente accesibles en la mayoría de los pueblos, y la mayor disponibilidad de material de lectura impreso y de herramientas didácticas.
First Court, Magdalene College, Cambridge
Diliff (CC BY-SA)
Educación no formal
Los padres educaban a los niños cuando estos tenían alrededor de seis años, y se esperaba que contribuyeran más a la vida cotidiana de la familia. Lo que aprendían dependía de la ocupación de sus padres. Los hijos de agricultores y artesanos empezaban a aprender las habilidades necesarias para llevar a cabo ese tipo de trabajos. Aquellos cuyos padres tenían un oficio podían acceder a programas de aprendizaje. Por otro lado, los hijos de familias más acomodadas, la alta burguesía y la aristocracia recibían clases particulares y también podían pasar tiempo aprendiendo normas de comportamiento viviendo en la residencia de un noble local (aunque esta costumbre estaba desapareciendo poco a poco) o incluso viajando al extranjero en el Grand Tour, un viaje de aprendizaje por Europa que solían emprender los jóvenes de familias acomodadas. Los muy adinerados no asistían a las escuelas que se mencionan a continuación, pero las universidades y los Inns of Court, instituciones para estudiantes de derecho, atraían a este tipo de estudiantes. Los niños que no pertenecían a la aristocracia también podían recibir algún tipo de educación privada de forma complementaria y para aprender materias que no se enseñaban en la escuela, como francés, danza o música.
La educación seguía siendo principalmente para varones ya que no se consideraba que las niñas la necesitaran, sino que se esperaba que llevaran una vida doméstica llegada la adultez. Solo se les enseñaba a leer para que apreciaran la Biblia, pero algunas sí recibían una mejor educación más allá de la escuela primaria, gracias a padres ilustrados o, si eran hijas de la aristocracia, a través de clases particulares. Las escuelas específicas para niñas aparecieron recién en el siglo XVII. Durante la época isabelina existían algunas instituciones que aceptaban exclusivamente niñas, pero se parecían más a servicios de guardería en los que el adulto a cargo solía ser analfabeto.
Escuelas primarias
En la época isabelina existían pequeñas escuelas primarias para niños (también conocidas como escuelas ABC, alfabéticas o petty schools), que ofrecían una educación rudimentaria centrada en el abecedario, la lectura comunitaria y la aritmética simple. En esta etapa, la escritura no se consideraba primordial. Primero se aprendía a leer y solo si se progresaba satisfactoriamente se podía pasar a las matemáticas. Esto provocó que muchos niños no aprendieran más que a contar. La escritura se podía aprender fuera de la escuela pagándole a un escribano (un copista profesional que se especializaba en la creación de documentos legales), pero no era fácil en una época sin diccionarios y en la que existían diversas reglas de ortografía y puntuación basadas únicamente en la costumbre. Otra dificultad era que las letras i y j las consideraban iguales (aunque la j se utilizaba a menudo como mayúscula), de igual forma que la u y la v (aunque la v se utilizaba a menudo solo al principio de las palabras).
La Reforma inglesa aseguró la separación de la Iglesia y la educación, pero los niños seguían aprendiendo oraciones y catecismo, y se seguían utilizando textos religiosos para enseñar a leer. Los niños con padres más religiosos, especialmente los puritanos, estaban obligados a leer todos los días y memorizar partes de la Biblia. Alrededor del 30% de los hombres y 10% de las mujeres sabían leer y escribir a fines de la época isabelina, aunque las cifras variaban considerablemente entre poblaciones rurales y urbanas, y según la clase social, la riqueza y los oficios. La tasa de alfabetización en Londres podría haber alcanzado el 80%, ya que muchas personas se sentían atraídas a la ciudad por las oportunidades educativas que ofrecía.
Los profesores de las escuelas primarias variaban muchísimo en cuanto a sus propias habilidades y conocimientos: solo alrededor de un tercio de ellos habría estudiado en una universidad. Los recursos didácticos disponibles eran muy limitados. Por ejemplo, podían tener pizarrones, ábacos y tarjetas con dibujos que ellos mismos preparaban. Sin embargo, una herramienta que existía en todas partes era el hornbook. Esto era una especie de tabla de madera con forma de paleta al cual se le pegaba un texto escrito y se cubría con una capa protectora de cuerno. Los hornbooks se utilizaban especialmente para enseñarles el alfabeto a los niños o para proporcionar una lectura simple y corta con la cual trabajar. Otra herramienta didáctica, aunque de dudoso valor educativo, era la vara de abedul, que se utilizaba para castigar a los niños. A pesar de las amenazas de una golpiza, seguramente era difícil mantener la disciplina ya que las clases, por lo general, eran numerosas y compuestas de cinco o seis grupos de diferentes niveles y edades. Los niños de un mismo nivel se sentaban en un solo banco, también llamado form, un tipo de banco sin respaldo. Este es el motivo por el cual en las escuelas de Inglaterra hoy en día les siguen llamando forms a algunos grupos dentro de una clase, como aquellos que toman asistencia en la mañana. En la época isabelina, la edad del niño por lo general no tenía relación con lo que estudiaba, sino que dependía más de la capacidad individual que de la idea moderna de avanzar a una misma clase con niños de la misma edad en un programa de estudios fijo. Por lo tanto, los niños que se sentaban en el mismo banco podían tener distintas edades.
Las escuelas primarias podían ser administradas por un consejo local de un pueblo, una parroquia o un gremio. Al igual que las escuelas de gramática, podrían haber sido establecidas por un benefactor rico (las escuelas subvencionadas) o mantenidas mediante una suscripción de la comunidad. Algunas escuelas primarias eran gratuitas (aunque con un pequeño cargo por materiales, velas, combustible, y demás) pero la mayoría cobraba un precio trimestral fijo. Algunas de estas instituciones eran privadas y podían, además, estar afiliadas a escuelas de gramática, que ahora existían en todos los grandes pueblos del país. Otra posibilidad era que algunos jóvenes pasaran a un tutor particular barato, tarea que por lo general realizaban las mujeres y algunos miembros del clero.
Escuelas de gramática
Si a los niños les iba bien en la escuela primaria y sus padres tenían los medios necesarios, se los podía inscribir en una escuela de gramática privada. Algunas niñas también podían asistir pero normalmente dejaban de hacerlo una vez cumplidos los nueve o diez años. La mayoría de los alumnos asistía entre los siete y nueve años y el plan de estudios era bastante clásico, centrado en el aprendizaje del latín y, con mucha menor frecuencia, del griego e incluso del hebreo. La Biblia era un texto popular, junto con otras obras de la literatura griega y romana, con algo de modernidad, como las obras de Erasmo de Róterdam (1466-1536).
Salón de clases de las escuelas de gramática inglesa
Edmund Hort New (Public Domain)
Las clases comenzaban temprano, alrededor de las seis de la mañana, y terminaban a las once de la mañana, a la hora del almuerzo. Las clases de la tarde comenzaban a la una y terminaban a las cuatro o cinco de la tarde. El día se acortaba una hora en los meses de invierno, y los alumnos solían tener las tardes de jueves y sábados libres. Las clases las daba un profesor o “maestro”, quien solía tener un asistente (también conocido con el espléndido nombre de hypodidascalus). A veces, los chicos mayores les enseñaban a los más pequeños para que perfeccionaran su latín y alcanzaran el nivel necesario para las clases con el maestro.
Lo común era memorizar textos y realizar interminables y tediosas traducciones de frases del latín, incluso cuando algunos eruditos, como Erasmo, cuestionaban el valor de estos métodos. El enfoque habitual consistía en crear situaciones de competencia entre alumnos, en un ambiente caracterizado por el miedo al castigo físico y a la humillación. Aunque también existían recompensas, como un lugar en una clase superior o la enseñanza grupal, que era común, también se le podía dar a una clase entera medio día libre o un periodo de “desgobierno” para que descarguen energías. Muchos maestros habrían adoptado ideas más progresistas. Sin embargo, en ese entonces, y tal cual sucede hoy en día, se sospecha que, al fin y al cabo, lo que más les importaba a los dueños de las escuelas y a los padres eran los resultados. Así, ser visto aprendiendo era incluso más importante que aprender realmente. En resumen, la educación estaba diseñada para enseñar la materia y no al niño.
Las escuelas solían tener una mezcla de alumnos internos (también conocidos como tablers, que deriva de la palabra table, “mesa” en inglés, porque se quedaban a almorzar y cenar) y externos. Se cobraba una pequeña cuota y, por lo general, se diferenciaba entre estudiantes que venían del pueblo y los que llegaban de afuera. Las cuotas eran de unos céntimos por día, pero podían llegar hasta 20 libras al año, lo que las hacía inaccesibles para trabajadores de oficios. El año escolar era arduo y las únicas vacaciones consistían en un par de semanas en Pascua y Navidad. Los alumnos que lograban completar el curso dejaban la escuela de gramática a los 14 o 15 años, aunque algunos continuaban hasta los 18 años.
Los profesores de las escuelas de gramática eran tan estrictos como los de las escuelas primarias, por lo que la mayoría de los alumnos recordaban con dolor las varas de abedul (o incluso un manojo de ellas). Aunque la mayor parte de la enseñanza se realizaba de forma oral, existían algunos libros de texto impresos para la gramática y vocabulario del latín y para la aritmética. El tedioso plan de estudios se aliviaba con algo de tiempo dedicado a los deportes. Las actividades no académicas incluían correr, lucha, tiro con arco y ajedrez. Por último, al igual que ahora, algunas escuelas organizaban una obra de teatro anual, que requería mucha práctica y preparación a lo largo del año académico.
Las universidades de Oxford y Cambridge, fundadas en el siglo XII y centradas en preparar a los jóvenes para una carrera eclesiástica, se convirtieron en instituciones independientes cada vez más exitosas en las cuales estudiantes, profesores, y eruditos (compañeros) vivían y estudiaban juntos en un solo lugar. Hacia el siglo XVI, las universidades habían perdido su independencia y pasaron a estar controladas por la Corona. La Reforma inglesa desvaneció el propósito original de las universidades, por lo que les resultaba muy difícil atraer estudiantes. Sin embargo, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra (1558-1603), las universidades resurgieron gracias a que la alta burguesía enviaba a sus hijos a recibir una educación secular más avanzada y amplia. Incluso en este punto, como la educación se seguía viendo como un medio para avanzar en la futura carrera profesional, y no como la búsqueda del conocimiento en sí mismo, las mujeres no estaban presentes. Los hombres que asistían tenían distintas edades, entre 14 y 18 años, ya que, una vez más, el rendimiento en los niveles anteriores era el factor más importante.
Jesus College, Oxford
Krzysztof Iłowiecki (CC BY-NC-SA)
Las universidades estaban organizadas como instituciones individuales y la enseñanza se llevaba a cabo en pequeños grupos y mediante clases individuales. Un curso básico solía durar cuatro años (una maestría podía durar hasta 7 años), y las materias se centraban en las siete humanidades bien establecidas (gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, astronomía y música). Además, se estudiaban las tres filosofías (moral, natural y metafísica). Las ideas del humanismo que se habían vuelto populares durante el Renacimiento influyeron en gran medida el plan de estudios, con la idea de que, una vez que los estudiantes dominaran el latín y el griego, pudieran aprender de los textos clásicos los valores cívicos que les permitirían servir mejor a sus carreras y al Estado. Los estudios también evolucionaron para reflejar los cambios en la sociedad en general, especialmente el interés en el comercio, la historia y la geografía.
Finalmente, las universidades nunca perdieron por completo sus antiguos lazos con la Iglesia, y muchos clérigos tomaban un curso superior en divinidad. De hecho, ahora que los monasterios habían desaparecido, las bibliotecas eclesiásticas eran mucho más difíciles de encontrar. Incluso los clérigos más humildes asistían ahora a la universidad, al igual que los alumnos que no provenían de familias de élite. Tales eran las posibilidades de mezclar clases sociales que los hijos de aristócratas eran advertidos en guías impresas sobre los peligros de relacionarse con personas que no fueran de su mismo estrato social.
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A finales del siglo, unos 500-600 estudiantes llegaban cada año a Oxford y la misma cantidad a la Universidad de Cambridge, aunque no todos completaban los cuatro años de estudio. En cualquier momento, estas dos universidades podían tener hasta 1800 estudiantes cada una. A lo largo de las décadas, se estableció la tendencia de que cualquier persona que se convertiría en alguien importante en Inglaterra asistía a Oxford o Cambridge. En la época isabelina, la mayoría de los miembros del Parlamento, funcionarios de la corte y jueces de paz eran antiguos alumnos de estas universidades.
Inns of Court
Los graduados de las universidades o aquellos que abandonaban los estudios a mitad del curso solían trasladarse a los Inns of Court, instituciones que ofrecían cursos de derecho consuetudinario o, más específicamente, una pasantía en ese campo. También existían los Inns of Chancery, que ofrecían cursos sobre procedimientos parlamentarios y una introducción básica a asuntos legales. El nombre de estas instituciones proviene de que los estudiantes de derecho consuetudinario en el siglo XIV residían en posadas particulares, inns en inglés. Cuatro de esas posadas en Londres eran Gray’s Inn, Lincoln’s Inn, Middle Temple e Inner Temple. Estas posadas, en conjunto, llegaron a ser conocidas como las Inns of Court. Al completar sus estudios, los estudiantes recibían una licencia para representar a clientes en los tribunales, que estaban en auge debido a una ola de litigios sin precedentes.
Los cursos incluían conferencias, pruebas prácticas, simulacros de juicios y debates, todos dados o supervisados por profesionales experimentados. Una vez que aprobaban el curso, los estudiantes eran llamados a la barra de la posada y se les entregaba la licencia para ejercer (en inglés, se dice que los estudiantes eran called to the bar, expresión que se sigue utilizando en Inglaterra para referirse a los abogados recién graduados). Curiosamente, en la época isabelina, los Inns of Court también atraían a jóvenes que no tenían la menor intención de convertirse en abogados. Esto se debía a que las posadas se volvieron un lugar adecuado para que los jóvenes de la alta burguesía completaran su educación, parecido a una escuela de modales. Además, no menos importante, en estas posadas se podían establecer conexiones valiosas para el futuro. Como siempre, se sospecha que, en la época isabelina, era más importante tener contactos que tener conocimientos.
Lucila Segura es profesora de inglés y estudiante de Traductorado Público UBA. Siempre disfrutó leer y escribir, pero descubrió una nueva pasión por la historia durante el profesorado de inglés, donde pudo profundizar en diversos temas históricos.
Mark es un autor, investigador, historiador y editor a tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.
Cartwright, Mark. "La educación en la época isabelina."
Traducido por Lucila Segura. World History Encyclopedia. Última modificación agosto 05, 2020.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1583/la-educacion-en-la-epoca-isabelina/.
Estilo MLA
Cartwright, Mark. "La educación en la época isabelina."
Traducido por Lucila Segura. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 05 ago 2020, https://www.worldhistory.org/article/1583/education-in-the-elizabethan-era/. Web. 17 abr 2025.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Mark Cartwright, publicado el 05 agosto 2020. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.