El cultivo de la caña de azúcar podía ser un negocio muy rentable, pero la producción de azúcar refinado era un proceso que requería mucha mano de obra. Por esta razón, los colonos europeos de África y América utilizaron esclavos en sus plantaciones, casi todos procedentes de África. Si sobrevivían a las horribles condiciones de transporte, los esclavos podían esperar una vida dura trabajando en las plantaciones de las islas del Atlántico, el Caribe, Norteamérica y Brasil.
El sistema de plantaciones fue desarrollado primero por los portugueses en sus colonias de las islas atlánticas y luego trasladado a Brasil, desde Pernambuco y Sâo Vicente en la década de 1530. Con la mayor parte de la mano de obra no remunerada, las plantaciones azucareras hacían ganar fortunas a los propietarios que podían operar a una escala suficientemente grande, pero no era una vida fácil para los pequeños propietarios de plantaciones en territorios plagados de enfermedades tropicales, poblaciones indígenas deseosas de recuperar sus territorios y los caprichos de la agricultura premoderna. No obstante, el sistema de plantaciones tuvo tanto éxito que pronto se adoptó en toda la América colonial y para muchos otros cultivos, como el tabaco y el algodón.
Madeira y el sistema de plantaciones
En el siglo XV, los portugueses fueron los primeros en adaptar un sistema de plantación para el cultivo de la caña de azúcar (Saccharum officinarum) a gran escala. La idea se probó por primera vez tras la colonización portuguesa de Madeira en 1420. Madeira, un grupo de islas volcánicas despobladas en el Atlántico Norte, tenía un suelo rico y un clima beneficioso para el cultivo de la caña de azúcar durante todo el año. La Corona portuguesa repartió tierras o "capitanías" (donatarias) a los colonos nobles, al igual que en el sistema feudal de Europa. Estos nobles, a su vez, distribuyeron partes de sus propiedades, llamadas semarias, a sus seguidores, con la condición de que las tierras fueran desbrozadas y utilizadas para cultivar primero trigo y luego, a partir de la década de 1440, caña de azúcar, y devolver una parte de la cosecha al señor. El proyecto fue financiado por banqueros genoveses y los conocimientos técnicos procedían de asesores sicilianos. Desde Sicilia se trajeron a Madeira las distintas variedades de caña de azúcar.
El azúcar de Madeira se exportaba a Portugal, a los comerciantes de Flandes, a Italia, Inglaterra, Francia, Grecia e incluso a Constantinopla. A finales del siglo XV, los propietarios de las plantaciones sabían que tenían algo bueno, pero su principal problema era la mano de obra. En consecuencia, se importaron esclavos de África Occidental, en particular del Reino de Kongo y de Ndongo (Angola). La escala del tráfico humano era relativamente pequeña, pero ya se había establecido el modelo que sería copiado y perfeccionado en otros lugares tras la colonización portuguesa de las Azores en 1439, de las islas de Cabo Verde (1462) y de Santo Tomé y Príncipe (1486).
Santo Tomé y Príncipe fueron realmente las primeras colonias europeas en desarrollar plantaciones de azúcar a gran escala que empleaban una considerable mano de obra de esclavos africanos. A partir de la década de 1530, el sistema se aplicó a una escala aún mayor en la nueva colonia del Brasil portugués. En pocas décadas, Brasil se convirtió en el mayor productor de azúcar del mundo. El mismo sistema fue adoptado por otras potencias coloniales, especialmente en el Caribe. Como señala el historiador M. Newitt:
Aquí [Santo Tomé y Príncipe] se desarrolló el sistema de plantaciones, dependiente de la mano de obra esclava, y se estableció un monocultivo que obligó a los colonos a importar todo lo que necesitaban, incluidos los alimentos. Santo Tomé adoptó todas las características que luego asumieron las islas de las Antillas Menores; era una isla caribeña en el lado equivocado del Atlántico. (61)
El proceso de fabricación
La industria de la caña de azúcar requería mucha mano de obra, tanto calificada como no calificada. Había que desbrozar y quemar los campos y utilizar las cenizas restantes como abono. A veces había que aterrazar la tierra, aunque no suele ser así en Brasil. Había que construir redes de riego y mantenerlas despejadas. Se necesitaba una gran cantidad de plantadores y cosechadores para plantar, desherbar y cortar la caña, que estaba lista para la cosecha cinco o seis meses después de la plantación en las zonas más fértiles. Como la caña se plantaba cada mes en una parte de la plantación, la recolección era un proceso continuo durante gran parte del año, y los períodos más intensos exigían que los esclavos trabajaran día y noche. Había que cargar las carretas y los bueyes se encargaban de llevar la caña a la planta de procesamiento. Luego había que empaquetar el azúcar y transportarlo a los puertos para su envío.
Todas estas tareas se podían realizar con mano de obra no calificada y, en su mayoría, las realizaban los esclavos, junto a una minoría de trabajadores asalariados. El verdadero problema era el proceso de producción del azúcar. Como señala el historiador A. R. Disney, "la producción de azúcar era una de las industrias agrícolas más complejas y tecnológicamente más sofisticadas de los primeros tiempos de la modernidad" (236).
Había que construir, manejar y mantener maquinaria para triturar y procesar la caña. En las primeras plantaciones se utilizaban prensas manuales para triturar la caña, pero pronto se sustituyeron por prensas accionadas por animales y luego por molinos de viento o, más a menudo, por molinos de agua; de ahí que las plantaciones solieran estar situadas cerca de un arroyo o un río. Para ahorrar costos de transporte, las plantaciones se situaban lo más cerca posible de un puerto o de una ruta fluvial importante. Los propietarios de las plantaciones que no podían permitirse una planta de molienda propia utilizaban las de las empresas más grandes y pagaban un porcentaje de la cosecha por este privilegio. Una planta de molienda necesitaba entre 60 y 200 trabajadores para su funcionamiento. Además, las refinerías necesitaban una gran cantidad de madera como combustible para sus hornos, y proporcionarla era otra laboriosa tarea para los esclavos de la plantación. Los que tenían la capacidad de manejar y mantener la maquinaria de los ingenios estaban muy solicitados, especialmente su supervisor principal, el maestro azucarero, que gozaba de un alto salario. Con el tiempo, a medida que la población de las colonias evolucionaba, estos puestos técnicos estuvieron ocupados por mestizos europeos, esclavos liberados y, a veces, incluso esclavos.
La caña cortada se colocaba en rodillos que la introducían en una máquina trituradora. El jugo de la caña triturada se hervía en enormes cubas o calderas. El líquido se vertía en grandes moldes y se dejaba cuajar para crear "panes" cónicos de azúcar, con un peso de entre 6,8 y 9 kg cada uno. El azúcar refinado se tenía que secar a fondo para que fuera tan blanco y puro como exigían los comerciantes. Esta necesidad era a veces un problema en los climas tropicales. El azúcar de menor calidad y de color pardo solía consumirse localmente o solo se utilizaba para hacer conservas y frutas confitadas. Los restos de caña de todo el proceso solían darse como alimento para los cerdos de la plantación.
La vida de un esclavo de plantación
Los esclavos se podían adquirir localmente, pero en lugares como el Brasil portugués, esclavizar a los amerindios estaba prohibido desde 1570. La mayoría de los esclavos de las plantaciones se enviaban desde África, en el caso de los destinados a las colonias portuguesas, a un depósito de retención como el de las islas de Cabo Verde. Allí se les impartía una serie de lecciones básicas de portugués y cristianismo, lo que los hacía más valiosos si sobrevivían al viaje a América. Estas lecciones también aliviaban la conciencia de los comerciantes de que, de alguna manera, estaban ayudando a los esclavos y dándoles la oportunidad de lo que ellos consideraban la salvación eterna.
Brasil fue, por lejos, el mayor importador de esclavos de América a lo largo del siglo XVII. Cuando la producción de azúcar brasileña estaba en su punto álgido, entre 1600 y 1625, se trajeron 150.000 esclavos africanos a través del Atlántico. Uno de cada cinco esclavos nunca sobrevivió a las horrendas condiciones de transporte a bordo de barcos estrechos e inmundos. El viaje a Río era uno de los más largos y duraba 60 días. Una vez en la plantación, el trato que recibían dependía del propietario, que había pagado por su transporte o había comprado los esclavos en una subasta local. No era raro que los recién llegados recibieran una paliza para demostrarles, si aún no se habían dado cuenta, que sus dueños no tenían más simpatía por su situación que por el ganado que poseían. A partir de entonces, los esclavos eran supervisados por mano de obra asalariada, generalmente armada con látigos. Muchas plantaciones contaban con una torre de vigilancia para garantizar el cumplimiento de los horarios de trabajo y las tarifas y para protegerse de los ataques externos.
Los esclavos tenían que aprender el pidgin local, como el portugués criollo en Brasil. Normalmente vivían en unidades familiares en aldeas rudimentarias en las plantaciones, donde su libertad de movimiento estaba muy restringida. En muchas colonias, había cazadores profesionales de esclavos que daban caza a los que conseguían escapar de su plantación.
Los esclavos vivían en simples chozas de barro o de madera, con poco más que una estera como cama y muebles rudimentarios. Algunos propietarios permitían los matrimonios entre esclavos (formales o informales) mientras que otros separaban activamente a las parejas. Sin embargo, los esclavos varones tenían un problema: había muchos más varones que mujeres esclavas africanas. En las plantaciones portuguesas, tal vez uno de cada tres esclavos eran mujeres, pero los propietarios holandeses e ingleses preferían una mano de obra exclusivamente masculina en la medida de lo posible.
Los fines de semana los esclavos podían cultivar alimentos para su propio sustento en pequeñas parcelas. Los alimentos cultivados por los esclavos incluían mandioca, batatas, maíz y frijoles, con cerdos para proporcionar carne ocasionalmente. La dieta era poco variada y pretendía ser lo más barata posible para el propietario. La falta de nutrición, las duras condiciones de trabajo y las palizas y azotes regulares hacían que la esperanza de vida de los esclavos fuera muy baja, y la tasa de mortalidad anual en las plantaciones era de al menos el 5%.
La vida del propietario de una plantación
Los propietarios de las plantaciones tenían, obviamente, una vida mucho mejor que la de los esclavos que trabajaban para ellos y, si tenían éxito en la gestión de sus propiedades, podían vivir una vida muy superior a la que podían esperar en Europa. Con esclavos domésticos y asistentes personales, los europeos blancos más ricos podían permitirse una vida holgada rodeada de las mejores cosas que el dinero podía comprar, como una gran villa, la ropa más fina, muebles exóticos de los mejores materiales y obras de arte importadas de maestros flamencos. Sin embargo, con los beneficios de los propietarios de las plantaciones de azúcar, que rondaban el 10-15%, la mayoría llevaba una vida más modesta y solo los propietarios de fincas muy grandes o múltiples llevaban una vida de lujo. Este último grupo incluía a los que vivían en ciudades y no en sus plantaciones, a los nobles que ni siquiera visitaban la colonia y a las instituciones religiosas. También es cierto que, al igual que en la agricultura actual, la mayor parte de los beneficios de la industria azucarera iban a parar a los cargadores y comerciantes, no a los productores. Por último, los estados imponían impuestos al azúcar. En resumen, la propiedad de una plantación no era necesariamente un billete de oro para el éxito.
Los propietarios de las plantaciones debían enfrentarse a graves problemas. En la época premoderna, cualquier tipo de cultivo suponía un reto: el agotamiento del suelo, los daños causados por las tormentas y las pérdidas ocasionadas por las plagas (los insectos que se introducían en las raíces de las plantas de caña de azúcar eran especialmente molestos). Se necesitaba un gran desembolso de capital en maquinaria y mano de obra muchos meses antes de poder vender la primera cosecha. Había que cultivar alimentos para alimentar a la mano de obra remunerada, a los técnicos y a la familia del propietario. Otra preocupación constante eran las enfermedades tropicales desconocidas, que a menudo resultaban mortales para los colonos, y especialmente para los recién llegados. Todos estos factores conspiraron para crear una situación en la que las plantaciones cambiaban de propietario con cierta frecuencia.
Otro riesgo importante para los plantadores de azúcar eran las rebeliones de los esclavos. Aunque los esclavos solo disponían de herramientas como armas potenciales, no solía haber una presencia militar centralizada para ayudar a los propietarios de las plantaciones, que a menudo tenían que confiar en organizar fuerzas milicianas propias. Hubo muchos casos de levantamientos de esclavos que acabaron con la muerte del dueño de la plantación, de su familia y de los esclavos que habían permanecido leales a su dueño. Las guerras con otros europeos eran otra amenaza, ya que los españoles, holandeses, británicos, franceses y otros se disputaban el control de las colonias del Nuevo Mundo y la expansión de sus intereses comerciales en el Viejo.
También estaban los pueblos indígenas, que podían haber sido sometidos por las campañas militares iniciales pero que, sin embargo, seguían siendo en muchos lugares una amenaza importante para los asentamientos europeos. Al mismo tiempo, las poblaciones locales tenían que desconfiar de las expediciones regulares de caza de esclavos en lugares como Brasil antes de que se prohibiera esta práctica. El choque de culturas, las guerras, el trabajo de los misioneros, las enfermedades de origen europeo y la destrucción gratuita de los ecosistemas acabaron provocando la desintegración de muchas de estas sociedades indígenas. El azúcar y las personas que cosecharon sus beneficios, al igual que muchas industrias anteriores y posteriores, causaron una perturbación y destrucción masivas, lo que cambió para siempre tanto a las personas como a los lugares donde se establecieron, se gestionaron, y muchas veces se abandonaron las plantaciones.
Para saber más sobre la expansión geográfica del sistema colonial de plantaciones de azúcar, consulte nuestro artículo El azúcar y el auge del sistema de plantaciones.