Las doce tribus de Israel se refieren a los hijos del patriarca judío Jacob, y resultan importantes para establecer las descendencias tribales de quienes constituyeron la nación de Israel. Se conocen como mitos fundacionales las historias que en el mundo de la antigüedad los grupos étnicos desarrollaban acerca de sus ancestros, cuya relevancia radica en que definen sus linajes y proveen identificadores que describen sus respectivas jerarquías.
Los doce hijos de Jacob, en orden de nacimiento, son:
- Rubén
- Simeón
- Leví
- Judá
- Dan
- Neftalí
- Gad
- Aser
- Isacar
- Zabulón
- José (Manasés, Efraín)
- Benjamín
El orden en que ocurrían los nacimientos resultaba importante debido a la práctica de la primogenitura, que consistía en que el hijo mayor heredaba la mayor parte de los recursos del padre, y las siguientes distribuciones dependían del rango de los demás. Según la narrativa bíblica, la porción de tierra correspondiente a José tras su muerte en Egipto se entregó a sus dos hijos, Manasés y Efraín. Los territorios tribales que se les asignaron en Canaán estaban relacionados con el estatus de cada vástago. Jacob tenía hijas, por supuesto, pero de ellas solo se menciona a Dina (ver a continuación).
Jacob
Jacob era el menor de los hijos de Isaac y Rebeca. Isaac era el hijo que el Dios de Israel le había prometido a Abraham, quien la tradición menciona como fundador de la nación. Jacob le robó el derecho de primogenitura a su hermano y tuvo que huir hacia el este, a Haran, al norte de Iraq, donde aún vivían algunos parientes de Abraham. Allí, ante un pozo, conoció a Raquel y pidió su mano a Labán, su padre. Labán le exigió a Jacob que antes trabajara para él durante siete años, lo cual hizo, pero la noche de boda se reveló que a quien le concederían sería a Lea, hermana mayor de Raquel. Jacob protestó, pero Labán le dijo que trabajara otros siete años para él, con lo que le concedería también a Raquel.
A partir de ahí la narrativa se sumerge en cuantiosos detalles sobre los hijos de Jacob. Al inicio Lea dio a luz varios herederos, mientras Raquel, que se mantenía estéril, le ofrece su sirvienta a Jacob para que la emplee como madre sustituta, práctica que era común en la antigüedad, en caso de infertilidad. Por ese tiempo Lea también pasó a ser infértil y de igual modo, le ofreció su sirvienta. Toda esta actividad es una imagen de lo que reflejan las tradiciones posteriores y explica por qué y dónde sus hijos heredan determinadas áreas tribales en la tierra de Canaán. La distribución estaba atada a la identidad de las madres, Lea y Raquel, y a la de las dos sirvientas, Bilha y Zilpa.
Lea | Raquel | Bilha | Zilpa |
---|---|---|---|
Rubén | José | Dan | Gad |
Simeón | Benjamín | Neftalí | Aser |
Leví | |||
Judá | |||
Isacar | |||
Zabulón |
Deseoso de regresar a su hogar y reconciliarse con su hermano, una noche Jacob lucha contra un ser que lo afronta en el camino de retorno, que se describe como un varón, Dios o un ángel, según el recuento de que se trate. Jacob exigió que se le bendijera y en ese momento recibe un nuevo nombre: «Israel», que significa «el que ha luchado con un ángel divino o con Dios y ha vivido». En lo sucesivo, todos sus descendientes se conocieron como israelitas.
En Canaán
El libro de Génesis cuenta otras historias acerca de las vidas de Jacob y sus hijos tras su retorno a Canaán. Durante una visita que Dina, hija de Lea y Jacob, realiza a unas mujeres en la localidad de Siquem, donde Hamor era jefe, su hijo, también nombrado Siquem, la captura para él y la viola. Siquem se enamora de Dina y le pide a su padre que le pida su mano a Jacob (Génesis 34:6-10).
Y se dirigió Hamor padre de Siquem a Jacob, para hablar con él. Y los hijos de Jacob vinieron del campo cuando lo supieron; y se entristecieron los varones, y se enojaron mucho, porque hizo vileza en Israel acostándose con la hija de Jacob, lo que no se debía haber hecho. Y Hamor habló con ellos, diciendo: «El alma de mi hijo Siquem se ha apegado a vuestra hija; os ruego que se la deis por mujer. Y emparentad con nosotros; dadnos vuestras hijas, y tomad vosotros las nuestras. Y habitad con nosotros, porque la tierra estará delante de vosotros; morad y negociad en ella, y tomad en ella posesión.» (Génesis 34:6-10)
Debido a que su hermana había sido amancillada, Simeón y Leví insistieron en que Siquem debía circuncidarse antes. Hamor y Siquem estuvieron de acuerdo y convencieron a todos los siquemitas de cumplir con el rito. Tres días después, «cuando sentían ellos el mayor dolor» (Génesis 34:25), Simeón y Leví mataron a Hamor, a Siquem y a todo el clan, y saquearon sus aldeas. En la actualidad, algunos estudiosos opinan que esta historia fue añadida con posterioridad, por estar asociada a las ideas judías acerca de la impureza de los gentiles idólatras que no practicaban el judaísmo. Luego, durante algunos períodos de la historia judía, estuvo prohibido contraer matrimonio con esos pueblos. Dina es uno de los personajes de la novela contemporánea de Anita Diamant La tienda roja.
José
Jacob tuvo dos hijos con Raquel, José y Benjamín, cuyo parto ocasionó la muerte de Raquel. Ambos eran los hijos favoritos de Jacob a causa de su amor por Raquel. José interpretaba sueños y les contó a sus hermanos acerca de una imagen onírica en que veía que lo rodeaban y se postraban ante él. Cuando llegó una caravana con destino a Egipto, los hermanos vendieron a José como esclavo. Tomaron una vistosa túnica que Jacob había mandado a hacer para José, la cubrieron de sangre, y le informaron a Jacob de su muerte. A causa de su oniromancia, José fue capaz de explicarle un sueño a Faraón y llegó a ser visir de Egipto.
De esta manera se conforma el escenario en que se desenvuelve la historia acerca del paso de las doce tribus a Egipto. Cuando sobrevino una hambruna en Canaán, Jacob envió a sus hijos a Egipto a negociar una compra de alimentos. Los hermanos no reconocieron a José, quien los embroma varias veces, pero enseguida los perdona y les propone que traigan al pueblo a Egipto. Prosperaron en esa nación hasta que surge un faraón que no recordaba a José, quien esclaviza a los israelitas y los hace edificar ciudades dedicadas al almacenamiento de granos.
Las bendiciones de Jacob en el lecho de muerte
Al final del Génesis, Jacob, próximo a la muerte, bendice a sus hijos (capítulo 49). Las bendiciones en el lecho de muerte se honraban como si estuvieran talladas en piedra y se empleaban como mecanismos literarios mediante los cuales se predecían acontecimientos futuros:
Y llamó Jacob a sus hijos, y dijo: «Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en los días venideros… Rubén, tú eres mi primogénito, mi fortaleza, y el principio de mi vigor; principal en dignidad, principal en poder. Impetuoso como las aguas, no serás el principal, por cuanto subiste al lecho de tu padre; entonces te envileciste… [Existía una historia anterior en la que Rubén había tenido relaciones sexuales con las concubinas de su padre (en segundo lugar, los matrimonios legales)]. Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, y los esparciré en Israel. Judá, te alabarán tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos; los hijos de tu padre se inclinarán a ti. Cachorro de león… No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos.». (Génesis 49:1-10)
Y así continúa hasta el último de los hijos. Una vez más, las bendiciones de lo que acontecería reflejan lo que después quedó confirmado por la tradición respecto al establecimiento de las tribus en esas tierras. Como primogénito, Rubén debía haber heredado el manto de autoridad, pero había pecado contra su padre. Simeón y Leví habían masacrado a la tribu de Siquem. La bendición explica por qué Judá, el cuarto hijo, hereda la promesa de gobernar sobre los demás a través de su descendiente, el Rey David. Leví, cuyos sucesores fueron Moisés y Aaron, no recibió parte de los territorios. Aaron se convirtió en el primer alto sacerdote. En vez de heredar terrenos, los levitas pasaron a integrar el grupo de personas que atendían el templo que se construiría en Jerusalén. Al no trabajar los campos, todas las demás tribus tenían que contribuir mediante sus ofrendas sacrificiales de carne, pan y vino, a que los levitas se mantuvieran. No obstante, a los levitas también se les asignaron ciudades en las cuales refugiarse, ubicadas en aquellas tierras.
De la confederación de tribus al exilio en Babilonia
Los textos de Josué, Jueces, y 1 Samuel relatan la conquista y colonización de Canaán después que los judíos escaparon de Egipto (el Éxodo). De acuerdo con la tradición, a los judíos se les dijo en el Monte Sinaí que no debían ser iguales a las demás naciones, lo que también se refería a la gobernanza: el rey de Israel no debía ser un hombre porque Dios era su rey. Cuando se establecieron en Canaán, los israelitas gobernaban por medio de una confederación de tribus, la cual constituía un acuerdo mediante el cual se compartían los riesgos de batallar contra los canaanitas, y más tarde contra los filisteos. En esta época los israelitas hacían uso de una tienda desmontable que albergaba el Arca del Convenio, la cual contenía las tablillas de piedra que Dios le había entregado a Moisés en el Monte Sinaí. Para evitar resentimientos y pretensiones de predominio entre las tribus, la tienda rotaba entre las distintas tierras tribales. Los distintos sitios donde se realizaba el culto, tales como Siloh, dieron origen a muchas de las historias tribales de este período.
Cuando la confederación de tribus resultó insuficiente para luchar contra los filisteos, el pueblo le solicitó al profeta Samuel «constitúyenos ahora un rey…» (1 Samuel 8:5). El primer rey, Saúl, resultó ser un mal arquetipo, y después de darle muerte las tribus eligieron a David como soberano. El período se conoce como el de la monarquía unificada, la cual se consideró una época dorada. Su hijo, Salomón, construyó el primer complejo de edificios del templo en la nueva capital de Jerusalén.
A pesar de la sabiduría y riquezas por las que Salomón resultaba famoso, sus programas de construcción empleaban conscriptos extraídos de las tribus. Tras la muerte de Salomón (c. 920 a.C.?), los clanes le solicitaron a su hijo que no continuara con la práctica, pero este rehusó, y diez de las tribus se separaron para fundar un reino independiente en el norte de Israel. Dos familias permanecieron fieles, las de Judá y Benjamín, y erigieron su propio reino en el sur: el reino de Judá. Durante los siguientes doscientos años los reinos se aliaban en algunas ocasiones para defenderse de los invasores extranjeros, aunque a menudo peleaban entre sí (2 Reyes. 1 y 2 Crónicas).
En el 722 a.C. el Imperio asirio invadió el reino del norte de Israel y lo destruyó. Los asirios practicaban una política que estaba diseñada para aplastar cualquier futura rebelión en los territorios conquistados, y de manera literal llevaron a cabo un intercambio de poblaciones: extirparon a los habitantes israelitas y los reemplazaron con sus propias gentes. El destino y la supervivencia de las diez tribus permanecen en el misterio, las cuales desaparecieron para Israel y se perdieron para la historia.
El Imperio neobabilonio conquistó al Imperio asirio. Los babilonios sometieron a Jerusalén y al reino del sur en el 587 a.C., destruyeron el templo de Salomón y aplicaron similar política exterior que los asirios: desterraron a los cautivos y los condujeron a Babilonia, período que se conoce como el «exilio babilonio». Luego, Ciro el Grande (quien reinó de c. 550 a 530 a.C.), fundador del imperio aqueménida, derrotó a los babilonios y les permitió a los judíos que retornaran y reconstruyeran su templo (539 a.C.). De este modo, las dos tribus del sur, Benjamín y Judá, fueron las únicas que sobrevivieron.
Los libros de los Profetas
Los profetas de Israel operaban como oráculos, que era la manera en que los pueblos de la antigüedad se comunicaban con sus dioses. Dios convocaba a los profetas para transmitir enseñanzas, advertencias, y cuestiones relativas a la justicia social. En los libros de los Profetas se encuentra la explicación de por qué Dios había permitido los desastres ocurridos. Dios había empleado a las potencias extranjeras para castigar a Israel por sus pecados, el mayor de los cuales era permitir la práctica de la idolatría en sus tierras se practicara la idolatría. En paralelo, los profetas trasladaban el esperanzador mensaje que a la postre, «en los últimos días» (eschaton, en griego), Dios intervendría de nuevo en la historia de los hombres. Dios enviaría un descendiente de David, un mesías («el ungido»), y en ese tiempo ocurriría una batalla definitiva, seguida de un juicio final. Los malvados serían condenados al infierno, mientras los justos, conforme al plan original de Dios para la humanidad, disfrutarían de un nuevo Edén sobre la tierra. En esa época sería restaurada la gloria de Israel y las restantes naciones quedarían sujetas a su autoridad, lo cual incluía la cuestión fundamental del restablecimiento de las doce tribus de Israel, que volverían a reunirse, provenientes de tierras lejanas.
Según el profeta Ezequiel:
Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: «Ahora volveré la cautividad de Jacob, y tendré misericordia de toda la casa de Israel, y me mostraré celoso por mi santo nombre. Y ellos sentirán su vergüenza, y toda su rebelión con que prevaricaron contra mí, cuando habiten en su tierra con seguridad, y no haya quien los espante; cuando los saque de entre los pueblos, y los reúna de la tierra de sus enemigos, y sea santificado en ellos ante los ojos de muchas naciones. Y sabrán que yo soy Jehová su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos. Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor». (Ezequiel 39:25-29)
En el 330 a.C., Alejandro Magno (quien reinó del 336 al 323 a.C.) conquistó el Mediterráneo oriental, del cual Israel formaba parte, e instituyó un gobierno griego. La revuelta de los macabeos (167-160 a.C.) triunfó frente a los griegos y el dominio judío duró unos cien años hasta que Roma sometió a Israel en el 63 a.C. En el período se incrementaron las esperanzas de Israel, se autoproclamaron varias figuras mesiánicas que reclamaban la intervención inmediata de Dios, y se revitalizó la idea de la restauración de la nación.
El cristianismo
Los cristianos afirmaban que Jesús de Nazaret era el mesías de las predicciones de los profetas. Predicaba el mismo mensaje que los profetas, y además, que el reino de Dios era inminente. Su ministerio incluyó el llamado a los doce discípulos (en griego «estudiantes»), que simbolizaban las doce tribus de Israel. Aunque los Evangelios no siempre coinciden respecto a sus nombres y Lucas reporta que había 70 más, los textos hacen reiteradas referencias a ellos como «los doce». En la narración de Lucas acerca de la última cena queda explícito su propósito en el reino venidero: «Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel». (Lucas 22:28-30)
Lucas utiliza una cita de Ezequiel (arriba) en la narración de los acontecimientos de Pentecostés que aparece en Los Hechos de los Apóstoles. Los judíos, «provenientes de todas las naciones de la tierra», estaban presentes en Jerusalén para celebrar Pentecostés, y en ese momento el «espíritu de Dios» se derrama sobre los seguidores de Jesús. En el libro de Apocalipsis, Juan de Patmos escribió acerca de los 144.000 mártires que se encontraban en los cielos (12x12=144); en su visión de la Jerusalén restaurada, los nombres de las doce tribus de Israel aparecen inscritos en las puertas de la ciudad (21:12-13).
En busca de las tribus perdidas
La búsqueda de las diez tribus perdidas de Israel comenzó en la antigüedad y continúa en el mundo de la actualidad. Diversos escritos de la antigüedad y de la Edad Media apuntan hacia áreas que contaban con comunidades judías en el este de Israel, así como hacia lugares de África, sobre todo Etiopía. La tribu etíope Beta Israel asevera ser descendiente de la tribu de Dan, y fue transportada por aire hasta Israel durante la Operación Salomón, al final de la guerra civil de 1991 entre Eritrea y Etiopía. Debido a las esporádicas persecuciones de judíos efectuadas en Rusia y en Europa, la esperanza de contar con una patria (sionismo) se convirtió en tema importante que incluía reunir a todas las tribus que de alguna forma se habían perdido.
El Imperio asirio, conquistado más tarde por los babilonios y luego por los persas, incluyó un vasto territorio que abarcaba desde Siria hasta Afganistán y desde el norte de Arabia hasta el Mar Negro y sur de Rusia. En la región se encontraba la Ruta de la Seda, integrada por los caminos de las caravanas que se dirigían hacia China y la India, lo cual originó especulaciones acerca de que las tribus podrían hallarse entre los distintos pueblos de esa zona. Una idea muy extendida era que los escitas o los cimerios, uno de estos pueblos, eran los judíos de la antigüedad que habían adoptado costumbres tribales y sus gentes dispersado desde esas áreas hacia Rusia y más adelante, hacia Europa.
Abraham Mordechai Farissol (1451-1525) fue el primer autor judío en afirmar que los indígenas nativos de América eran las tribus perdidas. Aaron Leví, quien viajó por esas regiones, aseveró que había observado que las tribus de aborígenes realizaban rituales judíos y que eran descendientes de Rubén y de Leví. Otros manifestaron que las comunidades judías de la India eran sucesoras suyas. Los judíos que vivían en las regiones de Afganistán, Azerbaiyán, Myanmar, Kurdistán, Cachemira, los tártaros de Rusia, y los de Japón y China comenzaron a identificarse como las diez tribus perdidas.
Durante el siglo XIX, Joseph Smith, fundador de la comunidad de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, declaró que las tribus nativas de Norteamérica eran descendientes de las diez, que habían emigrado a las Américas antes de la destrucción de Babilonia, ocurrida en el 587 a.C. La afirmación implicaba que Jesús había llegado a las Américas para visitarlos.
Con la fundación del estado de Israel en 1948, algunos israelitas promovieron el concepto que la verdadera restauración no se alcanzaría hasta que se hallaran las diez tribus perdidas. Se establecieron institutos de investigaciones para emplear los nuevos conocimientos científicos sobre el ADN y los estudios sobre el genoma. Mediante la utilización de muestras de ADN provenientes de pueblos ubicados en las distintas regiones de Asia y África, se ha establecido que existe cierta conexión entre los rasgos dominantes de los pueblos semitas del Oriente Medio, entre ellos árabes y judíos, si bien tales características se mezclaron a lo largo de siglos con las cepas genéticas locales. La búsqueda continúa.