Las primeras plantaciones de caña de azúcar, cacao, tabaco y algodón establecidas en América se mantenían y cosechaban a base de esclavos africanos sometidos por amos europeos. La esclavitud africana quedó en su mayor parte abolida a mediados del siglo XIX, con lo que el núcleo de la agricultura de plantación se desplazó del continente americano a la región del Indo-Pacífico, en cuyos campos se forzó a las poblaciones indígenas y a los trabajadores contratados bajo régimen de servidumbre a cultivar caña de azúcar, té, café y caucho.
A finales del siglo XIX resurgieron las plantaciones en América Central, donde las cosechas de plátano y café se efectuaban en buena medida por mayas sujetos a servitud. En el presente siglo la agricultura de plantación se ha concentrado en Laos y Myanmar (Birmania), así como en las grandes islas de Sumatra, Borneo y Nueva Guinea. La mano de obra empleada en estas actividades ha provenido de forma mayoritaria de las poblaciones locales sometidas a trabajos forzados.
Las primeras plantaciones de caña de azúcar se sembraron en 1432 tras la colonización portuguesa de Madeira, un grupo de islas ubicadas en la costa atlántica del norte de África. Del otro lado del océano, tras descubrir Brasil en 1500, los portugueses no demoraron mucho en introducir el cultivo de la caña de azúcar, cuyos primeros azúcares se produjeron en 1518. Hacia finales del siglo XVI el Brasil portugués se había convertido en el principal proveedor de azúcar de los mercados europeos.
a mediados del siglo XVI predominaba la esclavitud africana en las plantaciones brasileñas de caña de azúcar.
En sus inicios las plantaciones de Madeira emplearon musulmanes procedentes del norte de África y guanches de la localidad. Muy pocos guanches sobrevivieron a las enfermedades y a la sobreexplotación, razón que originó la importación de esclavos africanos. En Brasil los portugueses comenzaron por subyugar a los tupíes locales para que trabajaran en sus minas y cosechas, pero estos no se adaptaron bien a las actividades agrícolas, que exigían un estilo de vida rutinario y la permanencia en el sitio. Además, los tupíes demostraron ser esclavos en extremo reticentes a cooperar, sucumbían con facilidad a las enfermedades occidentales, y se las ingeniaban para escapar con facilidad y ocultarse en la densa selva. Para solucionar el problema, los portugueses recurrieron a la esclavitud africana. Hacia mediados del siglo XVI predominaban en las plantaciones brasileñas de caña de azúcar los esclavos africanos, aunque el sometimiento de los pueblos indígenas continuó hasta bien entrado el siglo XVII.
En el transcurso del tiempo la industria brasileña del azúcar enfrentó una dura competencia caribeña, primero proveniente de la pequeña isla de Barbados, y más tarde de un rosario de islas controladas por ingleses, franceses y holandeses, entre las que se encontraban las británicas Antigua y Nieves; las francesas Martinica, Guadalupe, y Saint Domingue, hoy Haití; así como San Cristóbal, dividida en zonas francesa y británica. Después de un prolongado y difícil período de colonización, la Jamaica británica pasaría a ser la joya de la corona de la producción azucarera del Caribe. Los primeros europeos que se asentaron en Jamaica en 1510 eran de procedencia española, pero la isla no se convirtió en un productor importante de azúcar hasta después de la invasión británica de 1655.
La expansión de la producción de azúcar por todo el Caribe generó un enorme incremento de la esclavitud africana. A la llegada de los europeos las islas del Caribe estaban habitadas por una población aborigen. Los arahuacos o taínos predominaban en las Antillas Mayores, integradas por Cuba, Jamaica, La Española y Puerto Rico, mientras que los caribes habitaban en las Antillas Menores. Los taínos quedaron casi extinguidos pocas décadas después de la llegada de Cristóbal Colón (1451-1506), debido al trato brutal y cruel al que los sometieron, y a su susceptibilidad a las enfermedades importadas por los europeos.
Después del azúcar, el segundo cultivo de plantación que surgió en Brasil fue el cacao. Los cacaoteros crecían en abundancia en estado salvaje en la Amazonia brasileña y en los territorios de Grão Pará y Maranhão. Hasta alrededor de 1640 el cacao que consumían los europeos provenía de la recolección de las bayas de los árboles silvestres del nordeste de Brasil, efectuada por cuadrillas de trabajadores tupíes controladas por misioneros jesuitas. Durante la segunda mitad del siglo XVII los jesuitas sembraron las primeras plantas de cacao y de caña de azúcar en los huertos de sus misiones de la capital colonial de Salvador de Bahía. En 1679 Pedro II de Portugal, rey entre 1683 y 1706, promulgó una directiva que estimulaba a todos los brasileños dueños de tierras a plantar árboles de cacao en sus propiedades, lo que condujo a que en la zona sur de Bahía se establecieran con el empleo de fuerza esclava las primeras plantaciones del fruto. El cultivo del cacao pasó a tener una importancia económica superlativa para Bahía y Amazonía en la zona ecuatorial de Brasil, tanto bajo el gobierno colonial portugués, como a partir de 1823, bajo el gobierno independiente brasileño. De manera similar a lo ocurrido con la caña de azúcar, recayó sobre los esclavos africanos desempeñar el rol principal en la recolección y procesamiento del producto.
En Norteamérica el tabaco se convirtió en un importante cultivo de plantación durante el siglo XVI. Un comerciante holandés introdujo los primeros 20 esclavos africanos en 1619. A estos siguieron muchos más, debido al empeño de los holandeses de canjear esclavos por tabaco, motivados por las ganancias que la venta de la hoja les proporcionaba en Europa.
En paralelo al incremento insaciable de la demanda de algodón crudo que experimentaban las factorías británicas de la Revolución Industrial, crecía a igual ritmo en los Estados Unidos la producción de algodón, mediante la expansión del cultivo desde las colonias británicas originales de Carolina del Sur, Virginia y Georgia, hacia las vastas y pródigas tierras del delta del Mississippi. De esta forma, a principios del siglo XIX la cosecha de algodón superaba a todas las demás en el sur de los Estados Unidos, y se reubicó en las nuevas plantaciones el excedente de esclavos que se produjo en los estados tabacaleros de la región.
Por la misma época en que la producción de algodón alcanzaba niveles importantes en los Estados Unidos, el cultivo de café pasaba a primer plano en Brasil. Hacia 1850 el café había desplazado casi por completo al azúcar en la región de São Paulo, y las tareas asociadas al grano demandaban cuatro veces más esclavos que las actividades azucareras. A partir del inicio de la segunda mitad del siglo XIX, los dueños de tierras cafetaleras comenzaron a proponer seductoras ofertas a distintos segmentos de europeos pobres, en su mayoría italianos, que los invitaban a establecerse y trabajar en calidad de colonos o aparceros en las plantaciones brasileñas. Se les entregaba una casa y algo de tierra para que sembraran sus propias cosechas; a cambio debían atender determinada cantidad de cafetos, y recolectar y procesar sus granos. En la práctica, los colonos laboraban bajo contrato de servidumbre por deuda, mediante el cual se les exigía el pago de los gastos de la transportación y los anticipos que se les habían proporcionado en efectivo, antes de permitírseles abandonar las plantaciones. La mayoría de las haciendas contaban con guardias armados que mantenían el orden entre los colonos, y garantizaban su permanencia en el lugar.
El magro flujo inicial de inmigrantes que entre 1850 y 1870 alcanzó millares se elevó a más de un millón en el período de 1884 a 1914. El gobierno brasileño fomentó la inmigración mediante el subsidio de la transportación de los europeos a partir de 1884. Bajo el sistema de colonos, la producción de café experimentó una bonanza, al pasar de 5,5 millones de sacos en 1890 a 16,3 millones en 1901.
África (1820-1910)
El café y el cacao se introdujeron en Santo Tomé y Príncipe como cultivos de plantación (roças) procedentes de Brasil, pocos años antes de que el país se independizara de Portugal. Las islas habían contado con una próspera industria azucarera hasta el siglo XVII, en que resultó eclipsada por la producción brasileña. Entretanto, Santo Tomé y Príncipe se había convertido en un importante entrepôt, un depósito de esclavos africanos capturados en el continente. Al principio el café había recibido gran atención, pero los cafetos solo progresaban en las tierras altas, lo que redundaba en una mala utilización de los suelos cultivables más ricos. Las plantaciones de cacao crecieron de manera ininterrumpida a lo largo del siglo XIX, y al finalizar la centuria Santo Tomé se convertía en el mayor productor mundial de cacao. Entre 1880 y 1908 se introdujeron en la isla unos 70.000 esclavos procedentes de la cercana África. Con la aprobación de la ley de abolición de la esclavitud en 1875, los portugueses pasaron a contratar mano de obra reclutada en Angola, Cabo Verde y Mozambique. Por desdicha, las condiciones laborales y de vida de estos trabajadores contratados bajo régimen de servidumbre, eran poco mejores que las de los esclavos.
La cobertura de las necesidades de fuerza laboral de las plantaciones de las islas se logró mediante la aplicación de tres métodos fundamentales:
Inducción de africanos analfabetos a «firmar» contratos de servidumbre de larga duración.
Manipulación del sistema penal de la colonia para permitir la deportación de delincuentes menores hacia Santo Tomé y Príncipe para que trabajaran en calidad de peones convictos.
Realización de compras de esclavos en el África portuguesa, enmascaradas por burócratas corruptos que hacían la vista gorda a cambio de la obtención de beneficios financieros.
Como resultado, se creó en Santo Tomé y Príncipe una fuerza de trabajo cautiva que difería de la esclavitud solo de nombre, no de efecto.
Indonesia (1870-1950)
Mientras en el período comprendido entre principios del siglo XVI y la mitad del XIX la agricultura de plantación experimentaba un gran auge en el continente americano, en Asia el sistema resultaba casi desconocido. Portugueses, holandeses y británicos se esforzaban para obligar a los pequeños propietarios locales a que les proporcionaran productos básicos, en lugar de construir grandes haciendas donde producir sus propias cosechas. Los holandeses específicamente tomaron el control de vastas áreas que producían nuez moscada, clavo, azúcar y café, mediante la aplicación del sistema de esclavitud corvée, una forma de trabajo no remunerado.
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A partir de 1830 la industria azucarera caribeña languideció por causa de la abolición de la esclavitud, oportunidad que aprovecharon los holandeses para construir en Java vastos sistemas de cultivo destinados a la producción de azúcar, atendidos por millones de habitantes locales obligados a trabajar en su procesamiento y transportación. El método se implantó de forma tan extensiva que en determinado momento, a mediados del siglo XIX, la producción javanesa de azúcar representaba la tercera parte de los ingresos totales del gobierno holandés, y el 4 por ciento del PIB de Holanda. Java pasó a ser una de las colonias más lucrativas del mundo.
En 1870 la República holandesa aprobó una Ley Agraria que promulgaba la abolición del trabajo forzado y permitía a las empresas privadas arrendar tierras en zonas de escasa población. En consecuencia, a finales del siglo XIX numerosas entidades internacionales hicieron importantes inversiones dedicadas al fomento de extensas plantaciones, y se produjeron enormes incrementos en la producción de café, té y tabaco en el occidente de Java y en la cercana Sumatra. Al cambiar el siglo se sumaron a estos cultivos los de aceite de palma, caucho y henequén.
La mano de obra, hasta entonces constituida por unidades familiares sometidas a trabajo forzado, pasó de manera paulatina a estar conformada por trabajadores contratados bajo régimen de servidumbre. Los operadores de las plantaciones indonesias recurrieron al reclutamiento masivo de campesinos analfabetos nativos de Java y Singapur, que en teoría firmaban contratos por libre determinación y cobraban por su trabajo. En la práctica, tras la firma no podían decidir dónde trabajarían, ni qué labores desempeñarían. Algunos terminaron en el Caribe, donde nunca llegarían a ahorrar el dinero suficiente para pagarse el retorno a sus hogares. Los contratados se empleaban en trabajos de suma dureza, y de escapar, se les castigaba con severidad. Los dueños de plantaciones utilizaban una amplia gama de estratagemas para obligarlos a firmar la renovación de sus contratos, entre las cuales se contaban las de hacerles préstamos, alentarlos a que se endeudaran por apuestas, proveerles bebidas alcohólicas, e incluso proporcionarles opio.
India y Sri Lanka (1840-1920)
Durante el decenio de 1840 los británicos descubrieron que las plantas de té progresaban bien en las tierras altas de Kandyan, en Sri Lanka, e iniciaron la tala de la selva tropical para fomentar plantaciones. La mano de obra empleada por los hacendados británicos para despejar los bosques estuvo constituida por aldeanos cingaleses; sin embargo, para las cosechas recurrieron a los tamiles del sur de la India, a quienes impusieron contratos de servidumbre. Estos trabajadores, conocidos como «coolies», culíes, se reclutaban por «sirdars», que además de laborar en las plantaciones se les encomendaba, con la entrega de algún dinero, la misión de retornar a sus pueblos de origen para seducir más reclutas. A su llegada, los culíes se organizaban en cuadrillas de trabajo dirigidas por un «kangany», persona que servía de intermediaria entre los administradores de la plantación y los trabajadores. A los kanganíes se les pagaba una prima diaria por cada obrero que se presentaba a trabajar, y a menudo ellos mismos ejercían función de pagadores.
las primeras grandes extensiones de tierra plantadas con árboles de caucho (hevea) se establecieron a principios del siglo XVIII.
A mediados del siglo XIX los británicos comenzaron a establecer enormes plantaciones de té en la India, y hacia finales de la centuria en la cercana Sri Lanka, entonces conocida como Ceilán. Por esas fechas la roya comenzó a diezmar los plantíos de café y en consecuencia, a generar ansiedad en sus dueños, por lo que volvieron la vista hacia el té, y más adelante hacia el caucho. Las primeras extensiones importantes de tierra dedicadas a la siembra del caucho (hevea) se establecieron a inicios del siglo XVIII en Sri Lanka y en la península de Malasia. Hacia 1912 se habían sembrado alrededor de un millón de hectáreas de esos árboles.
Surgieron entonces varios sistemas de reclutamiento laboral, entre los cuales se incluía la contratación diaria de habitantes locales y de otras aldeas más distantes. Sin embargo, la reserva laboral resultó ser demasiado pequeña e inestable para satisfacer las constantes exigencias de la plantación. En esta situación se popularizó la contratación de jornaleros o de trabajadores bajo régimen de servidumbre buscados en localidades lejanas donde el hambre, el hacinamiento, o la pobreza hacían que la gente se desesperara por lograr empleo. Las principales zonas de reclutamiento incluyeron primero a China, a continuación India, y en menor extensión Java. En Papúa y Nueva Guinea australianas los propietarios de plantaciones se mostraron reacios a importar grandes cantidades de chinos e indios, y optaron por aprobar leyes que sometían a los aldeanos al pago de impuestos, quienes a falta de otras fuentes de ingresos en efectivo, se veían obligados a trabajar en las plantaciones.
América Central (1860-1920)
En la década de 1860 se descubrió que el café se adaptaba bien a las tierras altas de Verapaz, ubicadas en la costa guatemalteca del Pacífico, y se establecieron enormes plantaciones en territorios largo tiempo habitados por los mayas, a quienes a continuación se forzó a cosechar café. Durante la época de la recogida se incluía entre los que se obligaba a bajar a los cafetales a los que se habían establecido en el altiplano para evitar a los colonos. Muchos morían de gripe y de cólera, y aquellos que sobrevivían y regresaban a sus aldeas transmitían las enfermedades a sus residentes. El pueblo guatemalteco se incorporó a la guerra de guerrillas, pero las tropas del presidente Barrios, en el poder entre 1873 y 1885, las persiguió, asesinó a sus integrantes, y reubicó por la fuerza a todos los que habían prestado ayuda a los rebeldes. En la práctica, casi toda Guatemala se convirtió en una especie de colonia penal dominada por un numeroso ejército profesional y por milicias locales, pero las rentas del país provenientes del café crecieron de manera espectacular.
Las economías cafetaleras de México, El Salvador, Nicaragua y Honduras también se construyeron sobre las espaldas del trabajo forzado indígena. El único país donde no se empleó labor nativa como mano de obra principal fue Costa Rica, debido a que la mayor parte de los mayas habían sido exterminados por los conquistadores españoles. En resonancia con Guatemala, casi todos los países de América Central se convirtieron en sangrientos campos de batalla al rebelarse los mayas contra la opresión.
A mediados del siglo XIX el cultivo de sisal, o henequén (agave sisalana), adquirió gran importancia en el noroeste de Yucatán. Las haciendas que hasta entonces se habían dedicado a la ganadería comenzaron a sembrar la planta para exportarla a los Estados Unidos. Sobre la industria henequenera recae la responsabilidad de haber creado una relación laboral similar a la esclavitud, en la que los trabajadores se retenían mediante el sistema de peonaje por deudas, que les impedía abandonar a sus empleadores. Una vez más, los habitantes locales sumidos en desesperada pobreza constituyeron la principal fuente de mano de obra de la industria. En 1840 la tercera parte de estas personas vivía en haciendas, pero en 1910 el total de alojados en esas condiciones ascendía al 75 por ciento del total de la población rural de Yucatán.
Los peones de las haciendas henequeneras recibían empleo y alojamiento gratuito, mas su salario raras veces alcanzaba para cubrir sus gastos. A lo largo del decenio de 1840 se pagaba a estos trabajadores 16 o 17 centavos de dólar por día entre alimento y salario, pero se endeudaban con rapidez debido a que se les cobraban los restantes servicios necesarios para su subsistencia. Sus adeudos los encadenaban a las haciendas, las cuales se les prohibía abandonar. En 1882 el gobierno de Yucatán promulgó una ley que permitía arrestar a los dueños de hacienda que ofrecieran abrigo a los trabajadores escapados de otras plantaciones. La situación creada de esta manera causó el surgimiento de cazadores de recompensas en Yucatán.
Otro producto que en los albores del siglo XX comenzó a cultivarse en plantaciones en la América Central fue el banano, cuya venta se dirigía al mercado estadounidense y a otras naciones occidentales. Del Monte, Dole, y Chiquita, entre varias grandes compañías multinacionales dedicadas al negocio de las frutas, tomaron el control efectivo de las operaciones en América Latina, llegaron a dominar gran parte de las tierras de cultivo, y a manipular a los funcionarios gubernamentales. El personal contratado para laborar en las plantaciones bananeras estaba formado por campesinos sin tierras que percibían mejor salario que los de las plantaciones de café y caña de azúcar, pero el trato que recibían era similar al de los esclavos. Los jefes de campo actuaban como capataces, muchos de los cuales por haber vivido en el sur de los Estados Unidos aún acariciaban dulces recuerdos de los tiempos de la esclavitud, anteriores a la Guerra Civil. A medida que el siglo avanzaba, crecía la agitación de los trabajadores plataneros por causa de las brutales condiciones que enfrentaban en sus faenas. De este modo comenzó una larga y tortuosa historia de violentas protestas laborales, así como de sangrientas represalias tomadas por las compañías bananeras, los dictadores locales, e incluso por el ejército de los Estados Unidos. A lo largo de la década de 1920 la exasperación generada por los problemas laborales se extendió a todas las repúblicas centroamericanas.
Indonesia y Malasia (2000 a la actualidad)
En el presente siglo XXI de nuevo se aplican los mismos patrones de agricultura de plantación empleados centurias atrás para obligar a los pueblos indígenas y a los trabajadores contratados en régimen de servidumbre a atender los cultivos de café, caucho, mandioca (yuca), y sobre todo, de aceite de palma. Es probable que en la actualidad la mitad de los alimentos procesados, así como de las sustancias de uso doméstico que se venden en los Estados Unidos, Canadá, Australia y Europa contengan aceite de palma. Hoy día el renacimiento de la agricultura de plantación en Camboya, Laos, y Myanmar, de igual modo que en las grandes islas de Sumatra, Borneo y Nueva Guinea, se impulsa por los mismos, idénticos, factores de hace cien años: los altos precios de los productos básicos, y el acceso a tierras baratas.
Para abrir paso a las plantaciones de aceite de palma se arrasan vastas extensiones de selva tropical en Indonesia y Malasia, los dos países de mayor producción aceitera. Las áreas que han sufrido esta devastación han perdido el 75% de las especies de pájaros y mariposas y los orangutanes y tigres de Sumatra se encuentran al borde de la extinción. Debido al sistemático reemplazo de la selva tropical por plantaciones, a los pobladores locales dependientes de la jungla no les queda otra opción que la de trabajar en los sembrados. Realizan sus faenas bajo el calor, en condiciones degradantes, por salarios exiguos que apenas les alcanzan para sustentar a sus familias. En muchos casos sus hijos participan junto a ellos en agotadoras labores, sin recibir paga alguna. Los gobiernos locales hacen poco para combatir esta explotación humana y del medioambiente, mientras disfrutan de los sobornos y las utilidades que fluyen de la industria del aceite de palma.
El crecimiento generalizado del sistema de plantaciones no se limita al renglón del aceite de palma. En la actualidad, estimuladas por el incremento exponencial de la industria de biocombustibles, las grandes corporaciones compran enormes extensiones de tierra en Guatemala, Malawi, Mozambique y otros lugares, con el objetivo de establecer plantaciones de caña de azúcar. Las compañías que practican los llamados «despojos de tierras» cuentan con el apoyo de los gobiernos para desplazar a los pueblos indígenas y destruir el hábitat nativo. Las adquisiciones de tierra en gran escala ofrecen beneficios a corto plazo a las comunidades locales en forma de puestos de trabajo y capital para el desarrollo rural, pero destruyen los sistemas sociales locales y su sustento pasa a depender de intereses externos. Así, la historia se repite. La expansión actual del sistema de plantación continúa desarrollándose con apego al mismo guión escrito en el pasado, que comenzó en el siglo XVII con la caña de azúcar, siguió en el XVIII con plátano, tabaco, algodón y café, y en el XIX, con el té y el caucho.
Clarence-Smith, W. G. . "The hidden costs of labour on the cocoa plantations of São Tomé and Príncipe, 1875-1914." Portuguese Studies, 6/1990, pp. 152-172.
Luiten van Zanden, J. . "Colonial state formation and patterns of economic development in Java, 1800–1913." Economic History of Developing Regions, 25/2010, pp. 155-176.
Interesado en el estudio de las migraciones, costumbres, las artes y religiones de distintas culturas; descubrimientos geográficos y científicos. Vive en La Habana. En la actualidad traduce y edita libros y artículos para la web.
James F. Hancock es un escritor independiente y profesor emérito en la Universidad del Estado de Michigan. Sus temas principales de interés son la evolución de los cultivos y la historia del comercio. Sus libros incluyen «Spices, Scents and Silk» (CABI) y «Plantation Crops» (Routledge).
Hancock, James. "La esclavitud en la agricultura de plantación."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. Última modificación septiembre 23, 2021.
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Hancock, James. "La esclavitud en la agricultura de plantación."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 23 sep 2021. Web. 18 ene 2025.
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Escrito por James Hancock, publicado el 23 septiembre 2021. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.