Los perros han sido parte de la historia de la humanidad desde antes de que existiera la escritura. En el antiguo templo de Göbekli Tepe en Turquía, que data de hace al menos 12000 años a.C., los arqueólogos han descubierto restos de perros domesticados en el Medio Oriente que se relacionan con la evidencia más antigua de domesticación, la tumba natufiense (ca. 12000 a.C.), descubierta en Ein Mallaha, Israel, en donde se hallaron los restos de un anciano sepultado junto con un cachorro.
En el sur de Francia, están preservadas las huellas de un niño que caminaba junto a un cánido sobre la tierra de la cueva de Chauvet, que data de hace 26,000 años, y un estudio hecho en 2008 concluyó que los perros fueron domesticados en Europa desde hace unos 32,000 a 18,000 años, y que los restos de perro más antiguos que hayan sido encontrados hasta ahora datan de hace 31,700 años (Viegas, 1). Este perro paleolítico era similar a un Husky siberiano (Viegas, 1). Los hallazgos del estudio de 2008 han sido confrontados por los restos de perro hallados en las cuevas Goyet en Bélgica, que datan de hace 36,000 años.
Sin importar qué tan antiguo fue el primer perro, o cómo llegaron a ser domesticados, muy pronto en la historia de la humanidad se convirtieron en sus grandes amigos, y hasta el día de hoy lo continúan siendo. En muchas culturas de la Antigüedad, los perros tuvieron un lugar destacado, y en gran medida fueron considerados de la misma forma en que lo son hoy en día: eran vistos como fieles compañeros, cazadores, guardianes, guías espirituales, y como apreciados miembros de la familia.
Los perros en Mesopotamia
En la épica más antigua del Medio Oriente, el Gilgamesh, de Mesopotamia (datado entre 2150 y 1400 a.C.), los perros tenían un papel importante como compañeros de una de las diosas más populares de la región, Innana (Ishtar), quien viaja con siete preciados perros de caza con collar y correa. Aunque la invención del collar se le atribuye a Egipto, muy probablemente fue desarrollado en Sumeria.
Se puede suponer que el desarrollo del collar para perros surgió poco después de que fueran domesticados, lo que sucedió en Mesopotamia antes que en Egipto. Un dije de oro con un perro (claramente un saluki) fue encontrado en la ciudad sumeria de Uruk, que data de 3300 a.C., y un sello cilíndrico de Nínive (que data de ca. 3000 a.C.) también presenta un saluki. El perro en el dije lleva puesto un collar grueso, lo cual evidencia el uso del collar en ese tiempo.
En el famoso mito del Descenso de Innana (una historia considerada anterior al Gilgamesh), en el que la diosa viaja al inframundo, su esposo, Dumuzi, posee perros domesticados como parte de su séquito real. Los perros tenían un papel prominente en la vida cotidiana de los mesopotámicos. El historiador Wolfram Von Soden se percató de esto, escribiendo que:
El perro (de nombre sumérico ur-gi; de nombre semítico kalbu) fue uno de los primeros animales domésticos que sirvieron principalmente para proteger sus rebaños y viviendas de los enemigos. Pese al hecho de que merodeaban libremente por las ciudades, los perros en el Antiguo Oriente generalmente estaban ligados a un solo amo que cuidaba de ellos. Por supuesto, los perros también comían carroña, y en los pueblos brindaban el mismo servicio que las hienas y los chacales. Hasta donde se sabe, sólo había dos principales razas: grandes galgos usados principalmente para la caza; y perros muy fuertes (del tipo de daneses o mastines), que en el Antiguo Oriente resultaban un gran contrincante para los lobos, que generalmente eran de menor tamaño y, por esa razón, eran especialmente ideales como perros pastores. Las fuentes distinguen numerosas sub-razas, pero sólo las podemos identificar parcialmente. El perro era a menudo el compañero de dioses de la medicina. Aunque sí se usaba la expresión “perro mezquino”, la palabra “perro” como término derogatorio era muy poco utilizada. (91)
Los perros están representados en el arte mesopotámico como cazadores, pero también como acompañantes. Se los tenía dentro de las casas y eran tratados de manera similar a como lo hacen las familias cariñosas de hoy en día. Hay inscripciones y placas incrustadas que representan a perros esperando a sus amos y, de acuerdo con el historiador Bertman, incluso escuchando a sus amos tocar música: “Las imágenes en placas incrustadas, sellos de piedra grabados y relieves esculpidos nos transportan al pasado… miramos a un pastor tocando su flauta mientras su perro lo escucha atentamente” (294)
Los perros protegían los hogares, y la gente a menudo portaba amuletos con imágenes de caninos -como el de Uruk, mencionado anteriormente- como protección personal. Los famosos perros de Nimrud -figurillas de perros hechas de barro halladas en la ciudad de Kalhu- solían ser sepultadas debajo o a un lado del umbral de las casas por su poder protector. Otras cinco estatuillas de perros fueron recuperadas de las ruinas de Nínive, donde las inscripciones relatan cómo estas figurillas fueron investidas con el poder del perro para brindar protección ante los peligros.
Además, los “dioses de la medicina” a los que antes hace referencia Von Soden, eran deidades relacionadas con la salud y la curación. Destaca entre ellas la diosa Gula, quien era frecuentemente representada en presencia de su perro. La saliva de perro era considerada medicinal puesto que notaban que, cuando los perros lamían sus heridas, la saliva fomentaba la cicatrización.
Perros persas
Los perros también fueron asociados con la divinidad por los antiguos persas. El Avesta (escrituras zoroastrianas) contiene una sección conocida como el Vendidad que se extiende en la descripción de los aspectos benéficos de los perros; en cómo debían de ser tratados, las sanciones para aquellos que abusaran de ellos, y cómo dicho abuso -o, en caso contrario, el buen trato- afectaría el destino final de una persona en el más allá. De hecho, se decía que los perros vigilaban el puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y el modo en que uno los tratara a lo largo de su vida, influía en las probabilidades de alcanzar el paraíso.
Después de la muerte, el alma cruzaba el puente Chinvat, donde era juzgada. Si el alma había llevado una vida honrada de acuerdo con los preceptos de la verdad, era recompensada con el paraíso en la Casa de la Canción; si había desperdiciado su vida en busca del interés propio y el mal, era arrojada al infierno de la Casa de las Mentiras. La manera en que había tratado a los perros era una consideración importante para determinar a dónde iría el alma, y matar a un perro garantizaba un lugar en la Casa de las Mentiras.
La gente era alentada a cuidar de los perros igual que como lo harían con las personas. Un perro herido debía ser atendido hasta sanar; una perra embarazada debía ser procurada como una hija propia, y sus cachorros debían ser cuidados durante al menos seis meses después de su nacimiento, tras los cuales debían ser colocados en buenos hogares. Los perros también recibían ritos funerarios como los de las personas, y jugaban un papel importante en los rituales mortuorios de la gente: se les llevaba al cuarto donde yaciera la persona fallecida -presuntamente debido a su habilidad de percibir lo que los humanos no podían- para asegurarse de que la persona estuviera muerta.
Las razas de perro persas incluían el saluki, el mastín árabe, el alabai (pastor de Asia Central), el afgano, y el mastín kurdo. Eran utilizados como cazadores, guardianes y pastores de rebaños, pero también como compañía. Se pensaba que el alma de un perro era un tercio bestia salvaje, un tercio humano, y un tercio divinidad, por lo que debían ser tratados con el debido respeto y consideración. Durante las comidas, estaba estipulado que siempre se reservaran tres bocados como alimento para el perro, en agradecimiento por su compañía.
El perro en India
En la antigua India, los perros también fueron muy valorados. El perro paria de la India, que aún existe en la actualidad, es considerado por muchos como el primer perro verdaderamente domesticado de la historia, y el más antiguo del mundo (aunque esto ha sido cuestionado). Cabe destacar que la gran historia cultural del Mahabharata (ca. 400 a.C.) menciona un perro, que pudo haber sido uno de esos perros paria.
Hacia el final de la épica, se relata la historia del rey Yudisthira, muchos años después de la Batalla de Kurukshetra, quien hace un peregrinaje hacia su destino final. En el viaje, es acompañado por su familia y su fiel perro. Uno a uno, los miembros de su familia perecen en el camino, pero su perro permanece a su lado. Cuando finalmente Yudisthira llega a las puertas del paraíso, es bienvenido gracias a la buena y noble vida que ha vivido, pero el guardián de la entrada le dice que el perro no puede pasar. Yudisthira se sorprende de que una creatura tan leal y noble como su perro no pueda ser recibida en el cielo, y prefiere permanecer en la tierra con su perro, o incluso ir al infierno, a entrar a un lugar que excluya a su perro.
El guardián de la entrada entonces le dice a Yudisthira que esa era la última prueba de su virtud y que, desde luego, el perro también es bienvenido. En algunas versiones de ese relato, en este momento el perro se revela como el dios Vishnu, el preservador, que había estado cuidando de Yudisthira toda su vida, hecho que vincula la figura del perro directamente con la divinidad. Esta historia fue utilizada como la trama de un episodio llamado “La cacería” en la famosa serie televisiva La dimensión desconocida, en el que un campesino resiste las tentaciones del mal en el más allá al negarse a entrar al “cielo” sin su perro. En ese episodio, como en el Mahabharata, los perros son más que bienvenidos en el verdadero paraíso.
El perro en Egipto
La conexión de los perros con los dioses y la lealtad de los perros hacia los humanos se continuó explorando en otras culturas. En el antiguo Egipto, los perros eran asociados al dios perro-chacal Anubis, quien guiaba a las almas de los muertos hacia el Salón de la Verdad, donde eran juzgadas por el gran dios Osiris. Los perros domesticados eran sepultados con gran ceremonia en el templo de Anubis en Saqqara, y la idea detrás de esto, al parecer, era ayudar a los perros difuntos a llegar fácilmente al más allá (conocido en Egipto como el Campo de Juncos), donde seguirían disfrutando su vida como lo habían hecho en la tierra.
El perro más conocido sepultado de esta forma es Abuwtiyuw, quien fue honrado con un gran sepulcro durante el Imperio Antiguo (ca. 2613-2181 a.C.) cerca de la meseta de Giza. Abuwtiyuw era el perro de un sirviente no identificado de un rey (cuya identidad tampoco está clara), y su tumba de piedra caliza fue descubierta en 1935 por el egiptólogo George Reisner. La losa inscrita, que formó parte del monumento mortuorio del dueño del perro, y relata cómo “Su Majestad ordenó que fuera enterrado ceremoniosamente; que se le diera un féretro del tesoro real, finas telas en gran cantidad, e incienso” (Reisner, 8).
Aunque Abuwtiyuw haya sido especialmente honrado, los perros en general eran muy valorados en Egipto como parte de la familia, y cuando un perro moría, su familia, si podía permitírselo, lo mandaba momificar e invertía en su cuidado tanto como lo hubiera hecho con cualquier otro de sus miembros.
La muerte de un perro traía gran desconsuelo a los miembros de una familia, quienes se rasuraban las cejas como símbolo de su duelo (como también lo hacían con sus gatos). Existen pinturas en la tumba del faraón Ramsés el Grande que lo muestran con sus perros de caza (presuntamente en el Campo de Juncos), y los perros a menudo eran sepultados con sus amos para brindar ese tipo de compañía en el más allá. La íntima relación entre los perros y sus amos en Egipto se hace evidente en las inscripciones que han sido preservadas:
Incluso conocemos muchos nombres de antiguos perros egipcios gracias a algunos collares de cuero, estelas y relieves que han sido encontrados. Incluían nombres como “Valiente”, “Confiable”, “Buen Pastor”, “Viento Nórdico”, “Antílope” y hasta “Inútil”. Otros nombres provenían del color del perro, como “Negrito”, mientras que otros recibían números como nombres, como “el Quinto”· Muchos de los nombres parecen haber sido elegidos afectuosamente, mientras otros simplemente expresaban las habilidades o capacidades del perro. Sin embargo, como sucede aún en la actualidad, pudieron haberse usado connotaciones negativas con los perros debido a su naturaleza de servidores de los humanos. Algunos textos incluyen referencias a prisioneros como “el perro del rey”. (TourEgypt.com)
El perro como sirviente fue más claramente representado mediante los collares que habrían servido para entrenar y controlar a los animales. La evidencia más temprana del collar de perro en Egipto es una pintura mural datada de ca. 3500 a.C. de un hombre paseando a su perro con una correa. La correa parece ser algo sencillo, hecho de cuerda o tela, atado al collar. Los collares de perro egipcio estaban hechos de una pieza de cuero cosida y pegada para formar un aro que después era deslizado por la cabeza del animal.
Aunque comenzaron como simples aros de cuero, los diseños de los collares con el paso del tiempo se volvieron más elaborados. Para los tiempos del Imperio Medio (2040-1782 a.C.), eran ornamentados con broches de cobre o bronce, y en el Imperio Nuevo (1570-1069 a.C.) fueron decorados aún más con intricados grabados. Esto se percibe claramente en el collar de perro de la tumba de Maiherpri, un noble del reinado de Tutmosis IV (1400-1390 a.C.), que consiste en una banda de cuero adornada con caballos y flores de loto y teñido de rosa claro.
Los perros en la Antigua Grecia
Es claro que el perro era una parte importante de la sociedad y la cultura egipcias, y esto también fue cierto para la Antigua Grecia. El perro era compañero, protector y cazador para los griegos, y el collar de púas, tan conocido hoy en día, fue inventado por los griegos para proteger los cuellos de sus amigos caninos de los lobos. Los perros aparecen muy tempranamente en la literatura griega con la figura del perro de tres cabezas, el Cerbero, quien vigilaba las puertas del Hades.
En las artes visuales, el perro es representado en cerámicas, como la hidria ceretana con figuras negras de Heracles y Cerbero de ca. 530-520 a.C. (actualmente en el Museo de Louvre en París, Francia). En Grecia, como en la antigua Sumeria, el perro era asociado con deidades femeninas, puesto que tanto la diosa Artemisa como Hécate tenían perros (Artemisa, perros de caza y Hécate perros molossus negros).
La antigua escuela filosófica griega del cinismo toma su nombre del griego “perro”, y sus seguidores eran llamados kynikos (“como un perro”), en parte por su determinación por seguir fielmente un solo camino sin cambiar de dirección. El gran filósofo cínico Antístenes enseñaba en un lugar conocido como Cynosarges (“el lugar del perro blanco”), y quizá ésta fue otra razón por la que recibieron ese nombre.
Los perros también figuraron en el famoso diálogo de la República de Platón. En el libro ll, 376b, Sócrates argumenta que el perro es un verdadero filósofo puesto que “distingue entre rostro de un amigo y el de un enemigo únicamente mediante el criterio de saber y no saber” y concluye que los perros deben ser amantes del aprendizaje, puesto que determinan qué les gusta y qué no basados en el conocimiento de la verdad. El perro aprende quién es un amigo y quién no, y basado en ese conocimiento, responde apropiadamente; mientras que los humanos a menudo confunden quiénes son sus verdaderos amigos.
Sin embargo, la historia de perros más famosa de la Antigua Grecia es probablemente la de Argos, el leal amigo del rey Odiseo de Ítaca del Libro 17 de la Odisea de Homero (ca. 800 a.C.). Odiseo vuelve a casa después de estar fuera por veinte años y, gracias a la ayuda de la diosa Atenas, no es reconocido por los hostiles pretendientes que trataban de ganarse la mano de su esposa, Penélope. No obstante, Argos reconoce a su amo y se levanta de donde había estado esperando fielmente, moviendo su cola para saludar. Odiseo, que está disfrazado, no puede responder a su saludo por miedo a que su identidad sea descubierta frente a los pretendientes, por lo que ignora a su viejo amigo y éste se vuelve a echar y muere.
En esta historia y en el Mahabharata, la lealtad del perro es descrita exactamente del mismo modo. Aunque las historias estén separadas por diferentes culturas y cientos de años, el perro se presenta como el amigo fiel y devoto de su amo, sin importar si el amo responde igual o no a esa devoción.
Los perros en Roma
En la Antigua Roma, el perro era visto en gran medida de la misma manera que en Grecia, y el conocido mosaico, Cave Canem (Cuidado con el perro) muestra cómo los perros eran apreciados en Roma como guardianes del hogar tal y como lo habían sido en culturas anteriores y como lo siguen siendo hoy en día. El gran poeta latino Virgilio escribió “Nunca, teniendo perros guardianes, necesitas temer por un ladrón nocturno en tus establos” (Georgics III, 404ff), y el escritor Varro, en su obra sobre la vida en el campo, dice que cada familia debería tener dos tipos de perros, uno cazador y uno guardián (De Re Rustica I.21).
Los perros protegían a la gente no sólo de animales salvajes y ladrones, sino también de amenazas sobrenaturales. La diosa Trivia (la versión romana de la griega Hécate), era conocida como la Reina de los Fantasmas, rondaba por los cruces de caminos y cementerios, y estaba asociada con la hechicería. Se ocultaba de la gente sigilosamente para cazarla, pero los perros siempre se percataban antes de su presencia. Se pensaba que un perro que pareciera ladrar a la nada, era una advertencia de que Trivia o algún otro espíritu incorpóreo se aproximaba.
Los romanos tenían muchas mascotas, desde gatos hasta simios, pero preferían a los perros sobre los demás. El perro aparece en mosaicos, pinturas, poesía y prosa. El historiador Lazenby escribe:
Hay una gran serie de relieves tanto griegos como romanos que representan a hombres y mujeres con sus compañeros caninos. Especialmente los relieves galos muestran un toque extraordinariamente humano en escenas que describen a estas queridas mascotas con sus amos. En ellos, vemos encantadoras pinturas de una infancia sana y alegre: un niño recostado en un sillón dándole su plato a su perro para que lo lama; y en otro, una pequeña niña, Graccha (quien, de acuerdo a la inscripción, vivió sólo un año y cuatro meses), se muestra sosteniendo con su mano izquierda una canasta con tres cachorros, cuya madre los observa con preocupación. (1)
Los perros son mencionados en el código de ley romana como guardianes de los hogares y los rebaños. En un caso registrado, un campesino levanta una demanda contra su vecino porque el perro de éste había salvado a sus cerdos de los lobos, y después él había reclamado a los cerdos como suyos. La queja, que se resolvió a favor del campesino, refiere lo siguiente:
Los lobos se llevaron a algunos de mis cerdos; el trabajador de una granja vecina, habiendo perseguido a los lobos con perros fuertes y potentes que tenía como protección para su ganado, rescató a los cerdos de los lobos, o sus perros los obligaron a abandonarlos. Cuando el pastor reclamó a los cerdos, surgió la cuestión sobre si los cerdos se habían vuelto propiedad de él, quien los había recuperado, o si aún eran míos, pues fueron obtenidos por un cierto tipo de cacería. (Nagle, 246)
Varro afirmaba que ninguna granja debería prescindir de dos perros y que éstos debían permanecer dentro de la casa durante el día y dejarse libres para merodear durante la noche para prevenir una situación tal y como la discutida anteriormente. También sugirió que un perro blanco se debería elegir por sobre uno negro, para que se pudiera distinguir entre el perro y un lobo en la oscuridad o la penumbra de la madrugada.
El perro en China
La Antigua China tuvo una relación interesante con los perros. Éstos, junto con los cerdos, fueron los primeros animales en ser domesticados ahí (ca. 12000 a.C.), y fueron usados para la caza como compañía. También fueron utilizados, desde los inicios, como fuente de alimento y como sacrificios. Hay antiguos huesos proféticos (que eran huesos de animales o caparazones de tortugas usados para predecir el futuro) que mencionan repetidamente a los perros tanto como buenos augurios como malos presagios, dependiendo de cómo, en qué condición y bajo qué circunstancias eran vistos.
La sangre de un perro era un componente importante para cerrar acuerdos y jurar lealtad, pues se pensaba que los perros habían sido otorgados a los humanos como un regalo del cielo, y por ello su sangre era sagrada. Los chinos honraban a los perros por ser un regalo divino, pero entendían que los dioses se los habían regalado con un propósito: el de ayudarlos a sobrevivir, proveyéndolos con comida y sangre para sacrificios.
En cierto tiempo, los perros eran matados y enterrados frente a un hogar, o ante las puertas de una ciudad, como protección contra las enfermedades o la mala suerte. Con el tiempo, las figuras de perros de paja reemplazaron a los perros verdaderos cuando la práctica de sacrificarlos se volvió menos popular. Se creía que la enfermedad o mala fortuna que amenazaba una ciudad o un hogar, igual podía ser fácilmente engañada con la figura de paja, de la cual huiría tal y como lo haría con un perro real. Es posible que la tradición de colocar una estatua o imagen de un perro frente a una casa venga de esa costumbre de enterrar un perro de paja como protección contra el mal.
Los amuletos con forma de perro también eran comúnmente usados como protección personal. Éstos a menudo estaban hechos de jade (nefrita) y, durante la época de la cultura de Liangzhu (ca. 3400-2250 a.C.), aquéllos hechos de jade estuvieron entre los más hábilmente tallados. La imagen de arriba muestra un amuleto de perro de jade perteneciente al Sr. Alfred Correya, que bien podría ser la escultura más antigua de un perro que permanece completamente intacta. El estado de la pieza sugiere que fue sepultada como un ajuar funerario, lo cual concuerda con la antigua tradición china, puesto que el perro era un animal protector y el jade era asociado con la inmortalidad. Un perro de jade en una sepultura, por lo tanto, habría servido para proteger y guiar al alma en el más allá.
Los perros en Mesoamérica
Los mayas tenían una relación con los perros similar a la de los chinos. Los perros eran criados en jaulas como fuente de alimento, como guardianes y mascotas, para la caza, y también estaban asociados con las deidades. Como los perros eran vistos como buenos nadadores, se creía que ellos conducían a las almas de los muertos a través de la extensión de agua que había que cruzarse para llegar al inframundo, conocido como Xibalba. Una vez que el alma llegaba al oscuro paraje, el perro servía como guía para ayudar a los muertos a través de los retos presentados por los Señores del Xibalba y alcanzar el paraíso.
Lo anterior se ha inferido de las excavaciones hechas en la región, las cuales han revelado sepulturas en las que se encontraron perros enterrados junto a sus amos, al igual que por inscripciones en los muros de algunos templos. Inscripciones similares en los códices mayas que sobreviven, describen al perro como el portador del fuego para los humanos y, en el libro sagrado maya quiché, el Popol Vuh, los perros son fundamentales en la destrucción de la raza de humanos desagradecidos e ignorantes que los dioses crearon inicialmente, y de cuya creación se arrepintieron después.
Los aztecas y tarascos compartían esa visión del perro, incluyendo la del perro como guía para los muertos hacia el más allá. Los aztecas también tenían una historia en su mitología que habla de la destrucción de una primera raza de humanos en la que también figuran perros. En esta historia, los dioses hunden al mundo en una gran inundación, pero un hombre y una mujer logran sobrevivir aferrándose a un tronco. Cuando finalmente el agua decrece, suben a tierras secas y hacen una fogata para calentarse. El humo de esa hoguera molesta al gran dios Tezcatlipoca, quien arranca sus cabezas y luego las une a su trasero, creando así a los perros.
De acuerdo con este mito, los perros preceden a la actual raza humana, por lo que debían ser tratados con el respeto que se debe tener para los mayores. Los aztecas también enterraban perros con sus muertos, y su dios de la muerte, Xolotl, era imaginado como un enorme perro.
Los tarascos, como los aztecas y los mayas, tenían perros como mascotas, como cazadores y como alimento, y también los vinculaban con los dioses y el más allá. Las almas de aquellos que morían sin un debido entierro, como quienes se ahogaban, o morían en una batalla, o perecían solos en una cacería, eran encontrados por perros espíritu que procuraban su paso seguro al más allá.
En estas tres culturas -como, en efecto, en todas las mencionadas anteriormente-, la creencia en los fantasmas era muy real. Un fantasma no sólo podía causar problemas en la vida diaria de una persona, sino que también podía causar daño físico e incluso la muerte. La historia tarasca sobre los perros espíritu aliviaba el temor de que, si uno no era enterrado debidamente por un ser querido, el fantasma del muerto regresaría a atormentar a los vivos. La gente no debía temer, puesto que el perro solucionaría ese problema.
Perros celtas y escandinavos
El perro también era asociado con el más allá, la protección y la sanación en las culturas celta y escandinava. La diosa celta-germánica de la sanación y la prosperidad, Nehalennia, frecuentemente es representada en compañía de un perro, y los perros mismos eran considerados semi-divinos (la diosa celta Turrean fue transformada en el primer lobero irlandés por la celosa reina de las hadas). Al igual que en otras culturas, el perro era asociado con la protección después de la muerte y visto como una presencia guiadora.
Esto también fue cierto para la cultura escandinava, en la cual se creía que el perro Garm cuidaba el más allá, llamado Hel, manteniendo las almas de los muertos dentro y la de los vivos fuera. Los perros también eran asociados con la divinidad mediante la diosa Frigg, consorte de Odín, quien frecuentemente es representada en un carruaje tirado por perros. Estas mascotas eran a menudo sepultados junto a sus amos como guías y protectores en el más allá, y se creía que después de la muerte tendrían un festín al pie de sus amos guerreros en el gran salón de Valhalla. En las excavaciones de entierros nórdicos se han encontrado más restos de perros en que en las de cualquier otra cultura.
Conclusión
En la Antigua India, Mesopotamia, China, Mesoamérica y Egipto, la gente tenía vínculos profundos con sus perros y, como hemos visto, esto también era común en la Antigua Grecia y Roma. Los antiguos Griegos pensaban que los perros eran genios, que eran “poseedores de un cierto espíritu elevado”. Platón se refería a los perros como “amantes del aprendizaje” y como “una bestia merecedora de fascinación”. El filósofo Diógenes de Sinope amaba la simplicidad de la vida de un perro, y animaba a los humanos a imitarla.
Mientras que otros animales han pasado por cambios significativos en la manera en que son percibidos a través del tiempo (más notablemente, el gato), el perro se ha mantenido como un compañero constante, un amigo, un protector, y ha sido caracterizado de esa manera en el arte y la escritura de muchas culturas antiguas. La antigua afirmación de que el perro es el mejor amigo del hombre, es corroborada por los archivos históricos, pero a decir verdad, ninguna persona que en la actualidad disfrute de la compañía de un buen perro necesita prueba alguna.
Nota del autor: Este artículo está dedicado a la perra Sophia, mi propia filósofa verdadera.
Nota de la traductora: Esta traducción está dedicada a la perra Martina, la compañera de mi alma.