El bosque es un hábitat para las personas, los animales y las plantas; el dador de recursos de valor incalculable y un aliado en la lucha contra el cambio climático. La humanidad es la mayor beneficiaria del bosque, pero también es su mayor amenaza. A través de los siglos, la relación entre los humanos y el bosque no solo ha evolucionado sino que también ha cambiado a través del tiempo y del espacio. La nueva exposición En el bosque: una historia cultural en el Museo Nacional Suizo en Zúrich, Suiza, muestra cómo esta transformación tiene un efecto profundo y duradero sobre la cultura, el arte y la literatura. En esta entrevista, James Blake Wiener habla con Pascale Meyer y Regula Moser sobre esta nueva exposición y también sobre la interacción compleja que existe entre los humanos y los bosques.
JBW: Con mucha frecuencia, la historia premoderna de la utilización del bosque es de destrucción. Los romanos deforestaron zonas extensas del Mediterráneo, y en la Edad Media, el crecimiento demográfico se produjo en detrimento de los bosques. En el bosque hay una plataforma que muestra las herramientas que se utilizaban para trabajar la madera en la Europa del medioevo y del período moderno temprano. Aparentemente, dan una indicación del trabajo arduo vinculado a la silvicultura.
¿Qué más pueden decirnos sobre estas herramientas? Es más, ¿dirían que nosotros hemos subestimado los diferentes roles en los que la madera ha funcionado como recurso natural para el género humano en tiempos modernos?
PM: La madera es definitivamente el recurso central de la sociedad preindustrial. El hombre ha venido utilizado el bosque desde tiempos inmemoriales, es decir, cortándolo para recolectar leña y material de construcción. El hacha, por ejemplo, es una de las herramientas más antiguas y se ha mantenido hasta el día de hoy como una de las herramientas forestales más importantes. Y aún hoy, el trabajo de silvicultura es arduo y exige mucho tiempo.
JBW: La relación fluctuante de la humanidad con el bosque también se refleja en la gran cantidad de obras artísticas y literarias. Sin embargo, las representaciones del bosque en el arte y en la literatura contrastan fuertemente con la situación real: entre más se destruye el bosque como resultado de la industrialización, más exageradas e idealizadas son las representaciones.
¿Qué más podemos decir de la evolución de esta relación a lo largo del tiempo? Por otra parte, ¿qué obras destacadas relativas a este tema se exponen en el marco de En el bosque?
RM: Exactamente. En el Romanticismo especialmente, el arte y la literatura no reflejan la condición real, sino que la contrastan. En las obras de Caspar Wolf, François Diday o su discípulo Alexandre Calame, el bosque, y con él el espacio alpino, se idealiza como un lugar para retirarse de la civilización. El turismo también hizo suyo este idilio. En el siglo XIX, los pintores (probablemente también como resultado del avance de la industrialización) buscaron enfocar la naturaleza de un modo más directo y auténtico. Las perspectivas cambiaron; los artistas dejaron sus estudios para irse a dibujar al aire libre. Este también fue el caso del pintor suizo Robert Zünd, quien pintó los árboles como si fueran protagonistas independientes.
Como espectadores formamos parte de esta caminata por el bosque. Sin embargo, yo diría que el bosque se ha mantenido como una proyección, un lugar de retiro, hasta el día de hoy; y esto es precisamente la razón por la que hay un potencial enorme en el bosque. Para dar un ejemplo: Jean‑Jacques Rousseau se paseaba por los bosques del Jura, escribía sus cavilaciones en barajas, y entonces, era devuelto a la realidad con el estrépito de una fábrica común y corriente. En el siglo XX, Joseph Beuys fue quien, en 1972, hace un llamado desde el bosque (junto con 50 estudiantes de arte) para salvarlo. Con Beuys, la consciencia ecológica encuentra su camino hacia el arte. Ambos, Beuys y Rousseau, practican una crítica de la civilización, crean un contra mundum y encuentran la libertad en el bosque, aunque sea ambivalente. Y es precisamente esta relación ambivalente con la naturaleza que los artistas siguen cuestionando todavía hoy.
JBW: Con el avance de la Revolución Industrial, la humanidad comenzó a tener una visión y enfoque más crítico para gestionar el bosque. A finales del siglo XIX, en América del Norte, Oceanía y Europa, se hicieron esfuerzos para fundar los primeros parques nacionales.
¿Cómo sucedió en Suiza? Hoy Suiza es reconocida mundialmente por sus bellos paisajes y por la gestión de sus bosques prístinos.
PM: El primer parque nacional, Yellowstone, que fue fundado en 1872, se estableció como un «área de recreación». Sin duda fue un modelo para los padres fundadores del Parque Nacional Suizo, que después de todo, es el primer parque nacional en Europa. Pero es aquí donde difiere de Yellowstone: el Parque Nacional Suizo fue abierto con gran ceremonia el 1º de agosto de 1914, también sirve para hacer investigación. Librada a sus propios recursos, la reserva natural también tenía el propósito de arrojar a la luz información sobre la biodiversidad.
JBW: La exposición cambia de un enfoque europeo para abarcar algo del interesante arte de la planicie del Gran Chaco en América del Sur que es el segundo bosque más grande del continente. ¿Por qué se incluyeron En el bosque obras de arte de esta región? ¿Qué podemos deducir de las experiencias de los pueblos indígenas en el Gran Chaco respecto al medio ambiente?
RM: Los dibujos expresan un apego profundo al bosque y a los animales, aunque la colonización y la sedentarización cambiaron sus vidas fundamentalmente en el espacio de dos generaciones. De modo alarmante, el bosque seco del Gran Chaco está siendo deforestado masivamente, más rápido que en cualquier otro lugar. Es precisamente ante la pérdida y la deforestación que las representaciones del bosque ganan importancia.
Los artistas son autodidactas y solamente tienen unos cuantos años de educación formal. Ellos pertenecen a las comunidades Nivaclé y Guaraní. El bosque es primordial en sus pinturas. Los motivos más populares son los animales y los árboles, la caza y las reuniones. Y es revelador que en el lenguaje de los pueblos indígenas, bosque quiere decir «mundo».
JBW: En 1945, los investigadores suizos Armin Caspar y Anita Guidi (1890-1978) viajaron a la región del Amazonas para llamar la atención sobre la grave situación de los bosques y de sus habitantes; 50 años después, el ecologista Bruno Manser (1954-2005) hizo una travesía por la región y empleó métodos radicales para luchar contra la deforestación y proteger a los pueblos indígenas.
Podrían contarnos brevemente algo más sobre estas personalidades de tanto carácter y ¿cómo se refleja su importancia En el bosque?
PM: En 1945 y 1948, el hombre de negocios Armin Caspar y la artista Anita Guidi viajaron al territorio de los Tukano y de los Ka’apor en el Amazonas. La población de estos grupos indígenas estaba expuesta, sin poder defenderse, ante la destrucción causada por los colonos que amenazaba sus hogares: el bosque; y eran difamados en Brasil como primitivos y peligrosos. Mientras que Guidi pintaba gente y paisajes, Caspar coleccionaba objetos que más tarde fueron mostrados en exposiciones en Río de Janeiro, Brasil; y a través de Suiza para llamar la atención a la situación precaria de los pueblos indígenas. En el proceso, los regalos que Caspar había traído consigo, por ejemplo las plumas que forman la identidad, también sirvieron como «embajadores culturales».
A partir de la década de 1980, Bruno Manser fue implacable al hacer campaña para la protección de los bosques pluviales y de los Penan que vivían allí. Gracias a este compromiso, el tema de la madera tropical entró en la agenda política en Suiza. Sus campañas atrajeron la atención pública sobre las consecuencias catastróficas (ecológicas y sociales) de la deforestación. En Sarawak, sin embargo, no se materializó con éxito mensurable.
JBW: En nombre de World History Encyclopedia (WHE), les agradezco mucho por habernos introducido a esta exposición y por prestarnos sus conocimientos especializados.