El cataclismo del fin del Imperio romano en Occidente ha tendido a enmascarar los rasgos de continuidad subyacentes. El mapa de Europa en el año 500 habría sido irreconocible para cualquiera que hubiera vivido cien años antes. Había desaparecido la sólida línea divisoria entre la civilización romana y lo que se percibía como "barbarie". Se acabaron las instituciones familiares de casi medio milenio y ya no hubo un gobernante que pudiera considerar todo Occidente como propio. En su lugar, Occidente se fragmentó en un mosaico de reinos "bárbaros" cambiantes, mientras que Oriente, que se iba reduciendo gradualmente, continuaba bajo un emperador esclavizado por una iglesia dominante y unos eunucos chambelanes prepotentes.
Aunque cambiada en su forma, la monarquía seguía a la orden del día en los reinos "bárbaros" de Europa, equilibrada por una aristocracia romano-germánica. El ethos social, aristocrático desde tiempos inmemoriales, sobrevivió sin restricciones, arraigado en una creencia generalizada en la desigualdad. En cuanto a la religión, el punto de inflexión ya se había producido antes de la caída del Imperio romano de Occidente, con el dominio del cristianismo por el favor imperial, formalizado por decreto en el año 380, que puso fin a 800 años de tolerancia religiosa, o incluso de libertad de culto, y dio paso a 1500 años de intolerancia y persecución religiosa.
Nada permanece exactamente igual para siempre, pero también es cierto que nada cambia de manera tan drástica como para que no quede ningún rastro de su forma original. Lo que Edward Gibbon caracterizó como "La unión indisoluble y la fácil obediencia que impregnaba el gobierno de Augusto y los Antoninos" (V. 51) dio paso en el siglo IV a una sociedad fracturada de lealtades divididas.
Sin embargo, incluso la disolución del Imperio romano de Occidente dejó un anhelo de algún tipo de unidad política, al menos en Europa Occidental, y más ampliamente, que encontró su expresión en la coronación de Carlomagno en el año 800, seguida por la institución del longevo pero decadente y mal llamado Sacro Imperio romano un siglo más tarde, luego por el breve pero muy influyente ascenso de Napoleón, y actualmente por la Unión Europea. En cuanto a la religión, el cristianismo, cuyo dominio se estableció por decreto imperial en el siglo IV, ha seguido siendo la principal religión de Europa desde entonces. Y el ethos aristocrático que impregnaba el mundo antiguo ha sobrevivido eficazmente a los esfuerzos concertados para destruirlo.
Declive militar
"La civilización romana no tuvo una muerte natural", escribió el historiador francés André Piganiol: "fue asesinada". (Piganiol, 732). Aunque extrema, esta opinión no es del todo infundada. La larga era de la superioridad militar romana llegó a su fin con la derrota y muerte del emperador romano Valente a manos de los godos en la batalla de Adrianópolis en 378. Valente estaba demasiado impaciente para esperar los refuerzos de su hermano el emperador Graciano.
Pero la podredumbre se había instalado mucho antes. Después del año 212, cuando el emperador Caracalla concedió la ciudadanía romana a todos los varones adultos libres residentes en el imperio, el servicio militar perdió el atractivo que había tenido para los provinciales sin derecho a voto. Hasta entonces, estos hombres estaban dispuestos a alistarse durante 25 años para obtener la codiciada ciudadanía romana. Así que el ejército tuvo que buscar más lejos para el reclutamiento, es decir, a los "bárbaros" de fuera del Imperio romano, que no tenían la misma lealtad a Roma, especialmente cuando se les permitía luchar bajo sus propios comandantes indígenas.
El saqueo de Roma
Adrianópolis ya había sido algo grave, pero lo peor estaba por llegar. En el año 410, Alarico el Godo saqueó Roma, la primera vez que fue capturada desde el año 390 a.C., 800 años antes. Cristianos y paganos por igual se sumieron en la desesperación. Incluso desde tan lejos como Belén, el teólogo cristiano Jerónimo se lamentaba: "Si Roma puede perecer, ¿qué puede ser seguro?" (Jerónimo, Ep. 123, 16). En el año 455, Roma volvería a ser saqueada, esta vez de manera más profunda, por los vándalos bajo el mando de Genserico.
Mientras tanto, entre el 407 y el 409, los vándalos y sus aliados cruzaron el Rin, atravesaron la Galia y se adentraron en España. "Toda la Galia humeaba como en una sola pira funeraria", escribió el poeta cristiano Oriencio (Commonitorium, líneas 179-184). Probablemente se trata de una exageración, pero no de una invención total. Fue en esta época cuando Roma perdió Britania definitivamente, mientras Ataúlfo conducía a sus visigodos desde el norte de Italia hasta la Galia, viviendo de la tierra a la manera tradicional, y luego hizo un trato con el emperador romano Honorio, sellado por el matrimonio con la hermana del emperador, Galla Placidia. A Walia (que reinó del 415 al 418), el único sucesor de Ataúlfo como rey de los visigodos, se le concedieron tierras en Aquitania, que se convirtieron en la base de un reino visigodo que abarcaba la mayor parte de la Galia y España. La concesión inicial de tierras en Aquitania se hizo mediante un acuerdo con el gobierno imperial, pero la expansión se logró mediante la extorsión o la fuerza bruta.
Bajo Childerico I (que reinó del 458 al 481) y Clodoveo I (que reinó del 481 a c. 511), los francos se hicieron con el control de la mayor parte de la Galia, lo que obligó a los visigodos, en medio de conflictos internos, a concentrarse en el control de España, cuya mayor parte les fue arrebatada finalmente por los musulmanes (antes conocidos como moros) entre el 711 y el 718.
Italia bajo el dominio de los "bárbaros"
Mientras tanto, el cambio perturbador fue igual de implacable en Italia. La fecha tradicional de 476, que marca el fin formal del Imperio romano en Occidente, es más simbólica que real. Sin embargo, el nombre del último emperador occidental, Rómulo Augusto, sigue ejerciendo cierta fascinación, ya que combina el nombre del mítico fundador de Roma con el del refundador. De hecho, no solo el último emperador de once años, sino también sus predecesores durante al menos las dos décadas anteriores, fueron meras marionetas en manos de generales "bárbaros". Pero después de 476, toda Italia cayó bajo el dominio "bárbaro", primero bajo Odoacro (que reinó del 476 al 493) y luego bajo Teodorico, el rey ostrogodo (del 493 al 526). La reconquista de Italia por parte del emperador bizantino Justiniano (que reinó de 527 al 565) duró poco y, entre 568 y 774, la mayor parte de Italia cayó bajo el dominio de los lombardos, una tribu germánica.
Romania, no Gotia
A pesar de los éxitos "bárbaros", Ataúlfo el Visigodo reconoció la fuerza de la tradición romana:
Al principio quería borrar el nombre romano. (...) Ansiaba que Romania se convirtiera en Gotia, y que Ataúlfo se convirtiera en lo que había sido César Augusto. Pero la larga experiencia me ha enseñado que el salvajismo descontrolado de los godos nunca se someterá a las leyes, y que sin ley un estado no es un estado. Por lo tanto, he elegido más prudentemente la gloria diferente de revivir el nombre romano con el vigor godo, y espero ser reconocido en la posteridad como el iniciador de una restauración romana, ya que me es imposible alterar el carácter de este imperio. (Orosio, Historia Adversus Paganos, 7.43.4-6.)
Esta declaración resultaría ser profética. En la actualidad, la mayor parte de la zona que ocupaba el Imperio Romano de Occidente forma parte de la Unión Europea, se rige por el derecho romano y habla una forma de latín moderno, como el italiano, el español, el catalán, el portugués, el francés y el rumano. Solo en Gran Bretaña prevaleció la lengua del conquistador. Sin embargo, la lengua anglosajona, o inglés antiguo, con el tiempo se impregnaría tanto del francés y del latín hasta llegar a la actualidad con un vocabulario mayoritariamente latino.
Estructura de poder
Otro indicador de continuidad es la estructura de poder. La estructura de poder de una sociedad es la medida de quién tiene la sartén por el mango en esa sociedad, que se correlaciona hasta cierto punto con la movilidad social, la libertad y la igualdad. La evidencia de las sociedades a lo largo de tres milenios revela que solo ha habido dos formas puras de gobierno: la monarquía y la oligarquía (esta última, si es hereditaria, se transforma en aristocracia).
El largo recorrido de la historia romana constituye un valioso recurso de análisis, ya que combina ambas formas de gobierno. La República Romana, un ejemplo de libro de texto de oligarquía que duró casi 500 años (509-44 a.C.), fue sucedida por el Principado de Augusto, tres siglos de verdadera monarquía con apoyo popular y una aristocracia aquiescente (27 a.C. - 284 d.C.). Al efímero dominio militar de Diocleciano (284-305) le sucedió el de Constantino, que ignoró a las órdenes inferiores y devolvió a la aristocracia al gobierno de Occidente, donde su importancia creció hasta la disolución del Imperio de Occidente en un mosaico de reinos "bárbaros". La influencia de una aristocracia romano-germánica compuesta continuó en realidad hasta bien entrada la Edad Media, especialmente en la actual Francia.
Mientras tanto, en la mitad oriental del imperio, que se separó de Occidente en el año 395, como lo que ahora se conoce como el Imperio bizantino, el Dominio supuestamente continuó en vigor durante otros mil años hasta que finalmente cayó ante los otomanos en 1453. Al carecer del apoyo popular del Principado de Augusto y del contrapeso del lastre aristocrático, los aparentemente todopoderosos emperadores bizantinos compartían en la práctica su poder con prepotentes eunucos chambelanes y una potente Iglesia.
Ethos social
Aunque el Imperio romano fue una monarquía de un tipo u otro desde sus inicios bajo Augusto, su ethos social siguió siendo irremediablemente aristocrático, basado en una creencia fundamental en la desigualdad de los seres humanos. Esta creencia persiste hasta nuestros días, aunque supuestamente haya sido eclipsada por los ideales igualitarios de la Ilustración del siglo XVIII. Incluso la Revolución francesa estableció una distinción entre ciudadanos activos y ciudadanos pasivos, concediendo el derecho al voto a solo unos 4,3 millones de hombres adultos franceses de una población total de unos 29 millones.
También es importante entender que la igualdad no es lo mismo que la igualdad de oportunidades, que en realidad significa la igualdad de oportunidades para ser desigual. Por ejemplo, el objetivo moderno de eliminar la discriminación racial, étnica, sexual, religiosa y de otro tipo en la admisión a la educación superior no es producir una sociedad uniforme de personas que ganan lo mismo y que disfrutan de los mismos privilegios. Por el contrario, el objetivo es conceder mayores ingresos, mayor autoridad y mayores privilegios en función del mérito, sea cual sea su definición. Así que la antigua creencia en la desigualdad inherente de las personas sigue siendo la base de la sociedad occidental moderna.
Tolerancia religiosa
La religión es un área importante que combina continuidad y cambio. Hasta el año 380, cuando el cristianismo se convirtió en la única religión oficial del Imperio romano por decreto imperial, Roma había disfrutado de más de 800 años de tolerancia religiosa, e incluso de libertad de culto. Aunque siempre había existido una religión estatal romana, que era una forma de paganismo politeísta, nunca había sido exclusiva. Por el contrario, innumerables cultos y religiones extranjeras habían florecido en gran medida sin permiso ni obstáculos. Entre ellos se encontraba el cristianismo, cuyas afirmaciones de haber sufrido persecuciones antes de ganarse el favor imperial se han demostrado últimamente como esencialmente infundadas (véase Moss).
¿Por qué el cristianismo dominante era intolerante no solo con otras religiones, sino también con todas las desviaciones "heréticas" de la única ortodoxia "correcta", mientras que la Roma pagana era un paraíso de la libertad religiosa? Es porque, mientras el cristianismo era (y es) una religión de credo, el paganismo romano era una religión comunitaria. Por su propia naturaleza, una religión de credo se sostiene o cae por la verdad de su credo, o conjunto de creencias, que se presentan como la única clave para la salvación. El rechazo de este credo, o la más mínima desviación del mismo, tiene como resultado la persecución y posiblemente incluso la muerte.
El cristianismo fue realmente la primera religión de credo. En el mundo antiguo, las religiones comunales eran la norma. La pertenencia a una determinada nación, estado o sociedad conllevaba la pertenencia automática a la religión de esa sociedad. La religión "pagana" romana era de este tipo. No había una identidad religiosa separada. Las creencias no jugaban un papel importante en las religiones comunitarias. Se asumía y se aceptaba que cada sociedad tenía su propia religión y, en consecuencia, la conversión era prácticamente desconocida. La tolerancia religiosa era, por tanto, la norma, y en un crisol cosmopolita como Roma, la adhesión a varias religiones o cultos diferentes no era algo raro.
El ascenso del cristianismo al dominio a través del favor imperial en el siglo IV dio paso a más de 1500 años de persecución religiosa, guerras de religión y quemas en la hoguera. Si los países cristianos hoy son más tolerantes que hace un siglo, no es porque el cristianismo en sí haya cambiado, sino por la secularización de la sociedad occidental.
Conclusión
En términos de estructura de poder y ethos social, la fragmentación del Imperio romano en Occidente no representa realmente un punto de inflexión. Sin embargo, en lo que respecta a la tolerancia religiosa, se puede trazar una línea recta desde la destrucción de los templos paganos y la persecución de los herejes a finales del siglo IV hasta las quemas en la hoguera y las guerras de religión de más de mil años después.