A partir del siglo XVI, los protestantes de Francia tuvieron problemas en su relación con el poder real. Los protestantes debían el reconocimiento de sus derechos más a los decretos soberanos que a una auténtica tolerancia o pluralismo religioso. La constatación de que el monarca tenía la autoridad para revocar derechos concedidos provocó recelo y desconfianza hacia los gobernantes. Bajo Luis XIV de Francia (que reinó de 1643 a 1715), los protestantes perdieron los derechos obtenidos bajo Enrique IV de Francia (que reinó de 1589 a 1610).
Debilitación del Edicto de Nantes
Luis XIV, conocido también como el Rey Sol, fue uno de los reyes franceses más ilustres. Su reinado estuvo marcado por los logros culturales y militares, así como por las interminables guerras y la intolerancia religiosa. Durante el reinado de su abuelo Enrique IV, los efectos del Edicto de Nantes de 1598 permitieron que católicos y protestantes franceses cohabitaran en una paz incómoda. Tras la muerte de Enrique IV en 1610, la Iglesia católica y la monarquía comenzaron a conspirar para eliminar las protecciones previstas en el Edicto de Nantes, lo que condujo a su revocación en 1685.
A principios del reinado de Luis XIV, hubo una temporada de tranquilidad religiosa para los protestantes. Con el cardenal Mazarino (1601-1661) a su lado, Luis XIV pensó inicialmente que el respeto estricto de los edictos anteriores y la negativa a conceder derechos adicionales era la manera más eficaz de reducir la cantidad de protestantes en su reino. El propio Mazarino mostró tolerancia al conceder empleo y cargos gubernamentales a los protestantes, y no dio lugar a las quejas del clero católico que protestaba por la construcción de templos protestantes. Una declaración real de 1652 reconoció la fidelidad de los protestantes a la Corona y prometió el mantenimiento del Edicto de Nantes con el disfrute de todos sus beneficios. En 1656 esta declaración fue revocada y se prohibió el ejercicio de la fe reformada en los lugares donde recientemente se había establecido. Los sínodos provinciales enviaron una delegación para presentar sus quejas al rey, quien los autorizó a celebrar un sínodo general en noviembre de 1659 en Loudun. El representante del rey reprochó a los protestantes presentes su insolencia y anunció que este sería su último sínodo general.
Tras la muerte de Mazarino, Luis XIV estaba decidido a convertirse en el dueño absoluto de su reino. Con medidas hostiles, trató de paralizar la vitalidad protestante y provocar conversiones al catolicismo. El rey reinstauró las comisiones como principal medio de represión, a través de las cuales enviaba comisionados a las provincias para investigar las supuestas o efectivas infracciones al Edicto de Nantes. Las iglesias reformadas fueron colocadas en una posición acusadora y tuvieron que justificar su existencia, mientras que los representantes de la Iglesia católica abogaron sistemáticamente por el cierre de las iglesias reformadas. Se cerraron por la fuerza decenas de iglesias en las provincias de Bas-Languedoc y Cevenas, donde había unos 140.000 protestantes, o religionnaires, como se les llamaba.
Revocación del Edicto de Nantes
El conflicto se agravó a partir de 1679, y la inseguridad jurídica de las décadas de 1660 y 1670 se sustituyó por medidas de desmantelamiento de las iglesias protestantes y de intensificación de la represión. Se prohibió la conversión católica al protestantismo, y a los protestantes convertidos al catolicismo se les prohibió volver a su antigua religión. Luis XIV ya no pretendía socavar el Edicto de Nantes, sino que estaba decidido a ignorarlo. El rey desencadenó las feroces dragonadas que obligaban a los protestantes a alojar a las tropas del rey (dragones) para acelerar las conversiones. En cuestión de pocos años, la situación de los protestantes en Francia dio un vuelco radical y peligroso. A mediados del siglo XVII, la Reforma estaba sólidamente arraigada en muchas provincias. Las iglesias reformadas se habían beneficiado de las condiciones favorables creadas por el Edicto de Nantes. Las iglesias y los sínodos habían estado bien organizados, dirigidos por líderes de calidad, y habían demostrado lealtad hacia el poder real. Ahora los templos más destacados fueron demolidos y el número de adeptos protestantes disminuyó.
Las prohibiciones se multiplicaron: a los protestantes se les prohibió congregarse fuera de sus lugares de culto autorizados y se les permitió rendir culto solo en momentos determinados; se les prohibió cantar los salmos durante el culto; se prohibió a los pastores permanecer en un mismo lugar durante más de tres años; se prohibieron los matrimonios entre católicos y protestantes; las ceremonias de bautismo o matrimonios se limitaban a doce personas; los entierros estaban prohibidos durante el día y solo se permitía reunir a diez personas; los pastores tenían prohibido criticar a la Iglesia católica de cualquier manera, y se les prohibía recibir a nuevos conversos en las iglesias bajo amenaza de destierro y confiscación de bienes. Se presionó a los hospitalizados para que se convirtieran y fueron visitados por los magistrados para obtener una renuncia al protestantismo. Se cerraron la mayoría de las escuelas protestantes y no se permitió a los padres enviar a sus hijos a estudiar al extranjero. Poco a poco, los protestantes perdieron prácticamente todos los derechos concedidos por el Edicto de Nantes.
El clero católico convenció al rey de que el éxito de estas medidas había disminuido la fe reformada hasta el punto de que quedaban pocos protestantes en Francia. Cuando se dio cuenta de que no era cierto, el clero culpó a la obstinación de los protestantes y a la incapacidad de los sacerdotes para combatir la herejía. Luis XIV finalmente cedió a la presión del clero para obtener la revocación del Edicto de Nantes el 18 de octubre de 1685, también conocido como Edicto de Fontainebleau. Los súbditos del rey fueron obligados a adoptar la religión del rey.
Los artículos de la revocación
Los artículos del Edicto de Revocación revelan las drásticas medidas adoptadas para eliminar la religión protestante de Francia. El artículo uno ordenaba la demolición de los templos protestantes. Los artículos dos y tres prohibían todas las asambleas religiosas con la amenaza de prisión. Los artículos cuatro, cinco y seis ordenaban la expulsión en un plazo de 15 días de todos los pastores protestantes que se negaran a convertirse al catolicismo y la concesión de pensiones vitalicias a los que se convirtieran. El artículo siete prohibía las escuelas protestantes. El artículo ocho obligaba a todos los niños a ser bautizados en la Iglesia católica y a recibir instrucción religiosa de los sacerdotes del pueblo. Los artículos nueve y diez ordenaban la confiscación de las posesiones de los que ya habían emigrado, a menos que regresaran en un plazo determinado, y prohibían la emigración protestante bajo la amenaza de galeras para los hombres y prisión para las mujeres. El artículo once estipulaba el castigo para los nuevos conversos que rechazaran los sacramentos de la Iglesia. El artículo doce concedía el derecho a permanecer en el reino a los protestantes aún no ilustrados, condicionado a la prohibición de reunirse para el culto o la oración. La Iglesia católica abrió centros de conversión (maisons de conversion) y el protestantismo dejó de tener derecho a existir en el reino.
Conversión y confiscación
El miedo a los dragones provocó oleadas de conversiones entre pueblos enteros y aceleró la desaparición de los protestantes. En solo unos meses, cientos de miles de protestantes se convirtieron al catolicismo. Se les llamó N.C. (nouveaux convertis o nouveaux catholiques), y fueron puestos bajo estricta vigilancia. Entre 1685 y 1715, más de 200.000 protestantes escaparon y emigraron a lugares de refugio como Ginebra, Inglaterra, Alemania y Holanda. Entre ellos había soldados, marineros, magistrados, intelectuales, mercaderes y artesanos cuya salida empobreció a Francia y enriqueció a sus vecinos. De los aproximadamente 780 pastores que seguían en Francia en 1685, 620 partieron al exilio y 160 abjuraron, aunque algunos volvieron más tarde a la fe reformada.
La Revocación restableció la unión de la Iglesia y la monarquía y proporcionó beneficios materiales a la monarquía. Antes del reinado de Luis XIV, Ana de Austria (1601-1666), esposa de Luis XIII de Francia (quien reinó de 1610 a 1643), vivía fastuosamente y había concedido privilegios y monopolios a sus admiradores y aduladores. Luis XIV heredó las deudas que pesaban sobre las finanzas de la corte. Más de 600 templos protestantes fueron saqueados y destruidos. Los jesuitas propusieron que el botín se entregara al rey. Las posesiones de los individuos también fueron objeto de una distribución entre los leales al rey, religiosos o no. Con la población diezmada por las hambrunas periódicas y muriendo de hambre, Luis XIV abandonó el palacio real del Louvre en París y se instaló en Versalles en 1682 rodeado de su corte. Versalles se convirtió en su residencia principal y fue ampliada y embellecida a un coste exorbitante, símbolo ostentoso de su poder e influencia en Europa. Allí, él y sus cortesanos se deleitaron en una vida suntuosa con el producto de las posesiones confiscadas. Entre los beneficiarios se encontraban abades y obispos de la Iglesia católica, que no se avergonzaban de beneficiarse del saqueo de los protestantes, ahora fugitivos y exiliados.
Exilio
El 40% de los protestantes de las provincias del norte del reino cruzaron las fronteras de Francia en busca de seguridad, mientras que solo el 16% de los del Midi y el 2% de los de las Cevenas huyeron del país. La mayoría de los que se quedaron, dos tercios de los creyentes reformados, no se convirtieron al catolicismo y empezaron a organizarse, primero en pequeños grupos y después en grandes asambleas en lugares apartados. Menos de un mes después de la Revocación, el Edicto de Potsdam de Federico Guillermo, Elector de Brandeburgo y Duque de Prusia, animó a los refugiados protestantes a trasladarse a Brandeburgo y les concedió los mismos derechos y privilegios que a los nacidos allí. Las pérdidas para Francia tras la Revocación fueron más allá de la pérdida de dinero y personas. Por muy frágil y complicada que fuera la paz desde 1598, los beneficios sociales de la estabilidad fueron reales al crear escuelas y empresas. Cuando Luis XIV comenzó a reducir el espacio protestante, esas ganancias fueron sacrificadas y Francia perdió cualquier esperanza de coexistencia pacífica.
Conclusión
La revocación del Edicto de Nantes ofreció una fachada de unidad. A través de la violencia estatal, Francia creyó falsamente que había redescubierto la unidad espiritual. Los historiadores observan con razón una conexión entre el terror religioso de 1685 y el terror revolucionario de 1793. En 1685, Luis XIV trató a los protestantes como delincuentes. Cien años después, la monarquía y el clero franceses pagaron muy cara su tiranía. Los vencedores de la Revocación se convirtieron en las víctimas de la Revolución. Luis XVI de Francia (1754-1793) y su familia fueron masacrados por sus súbditos. Los sacerdotes se vieron obligados a exiliarse y se refugiaron entre los descendientes de aquellos a quienes sus predecesores habían perseguido.
Paul Deschanel (1855-1922), diputado de Eure-et-Loir y posteriormente presidente de la República Francesa, calificó la revocación del Edicto de Nantes como uno de los mayores crímenes cometidos contra la conciencia humana. La persecución religiosa de los protestantes tras la Revocación los ha convertido en los representantes de la gran causa de la libertad de conciencia. Sus reiteradas peticiones de justicia y sus juramentos de fidelidad a la Corona fracasaron a los pies del trono de los déspotas. Solo en 1787, con el Edicto de Tolerancia, los protestantes franceses fueron considerados plenamente franceses con derecho a casarse ante un funcionario civil, a registrar el nacimiento de sus hijos y a enterrar a sus muertos. El pleno reconocimiento de los protestantes como verdaderos y legales franceses solo llegaría con la tan denostada Revolución francesa de 1789, y la igualdad de los protestantes con el catolicismo se consiguió finalmente con el Concordato Napoleónico y los Artículos Orgánicos de 1801 y 1802.