Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45), se produjo el mayor movimiento de población en la historia de Gran Bretaña: aproximadamente seis millones de mujeres y niños fueron evacuados voluntariamente de las grandes ciudades para residir con familiares, amigos de la familia y padres adoptivos en pueblos y aldeas rurales, menos propensas a ser bombardeadas por el enemigo. Muchos niños fueron enviados aún más lejos, a países como Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda.
Operación Pied Piper
El gobierno británico temía enormemente la posible pérdida de vidas debido a una guerra aérea, por lo que, incluso antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, se diseñó un plan para evacuar a los niños y algunas mujeres de las ciudades con mayor probabilidad de ser bombardeadas. La Operación Pied Piper («Flautista», en referencia al flautista de Hamelín), garantizó que cuatro millones de mujeres y niños fueran evacuados a lugares más seguros, mientras que otros dos millones fueron reubicados al margen del plan gubernamental. Resultó que el gobierno tenía razón sobre los peligros de los bombardeos aéreos: los bombardeos alemanes sobre Gran Bretaña causaron 60.000 muertes civiles y otros 140.000 heridos durante la guerra. De estas cifras, 15.000 niños se encontraban entre los muertos y heridos. La evacuación de niños de ciudades vulnerables a los bombardeos aéreos fue una práctica adoptada por varios países durante la guerra, como Alemania, la Unión Soviética y Japón. Sin embargo, el plan de evacuación nacional de Gran Bretaña se llevó a cabo a una escala mucho mayor que en cualquier otro lugar. Este plan salvó muchas vidas, pero también tuvo un costo significativo: las familias quedaron separadas y la adaptación a un modo de vida completamente diferente resultó traumática para muchos niños.
La evacuación de niños se produjo por primera vez en Gran Bretaña antes de que empezara la guerra. Entre noviembre de 1938 y septiembre de 1939, 10.000 niños fueron evacuados de Alemania y Austria por padres preocupados por el futuro bajo el régimen nazi. 9.000 de estos niños eran de padres judíos. Los niños fueron enviados a Gran Bretaña con la esperanza, aún albergada en ese momento, de que ese país no se viera directamente implicado en una guerra que parecía inevitable en la Europa continental. Sin embargo, la población civil británica también sería objeto de ataques, esta vez desde el aire.
La guerra de broma
Pocos días antes de que comenzara la guerra, el 1 de septiembre de 1939, el gobierno británico empezó a evacuar a los niños (de 5 a 14 años, la edad en que se abandonaba la escuela en aquella época) y a algunas mujeres de ciertas ciudades. Se dio prioridad a los niños más pequeños y a aquellos con discapacidades físicas. En pocos días, 827.000 niños, los más pequeños con sus madres (524.000 de ellos), se dirigieron a lugares seguros en trenes dispuestos por el gobierno.
Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939, tras la invasión de Polonia por esta última. En los meses siguientes, mientras las fuerzas alemanas invadían partes de Europa Occidental y Oriental, Gran Bretaña permaneció relativamente intacta. Este periodo, entre septiembre de 1939 y la primavera de 1940, fue llamado la «guerra de broma» o «guerra falsa» (traducciones de la expresión francesa drôle de guerre), ya que los civiles británicos tenían pocas pruebas tangibles de que hubiera una guerra. El periodo trajo consigo una sensación de seguridad falsa para muchos, y esto afectó a los esfuerzos del gobierno de evacuar a los niños. Como señala el historiador J. Hale «En enero de 1940, aproximadamente la mitad de los niños y nueve de cada diez madres habían regresado a sus antiguos hogares» (27). Algunos historiadores elevan la cifra de retornados hasta el 80%. El gobierno animó a los padres a evacuar a sus hijos mediante carteles y anuncios en los periódicos, y enviando funcionarios a las puertas de las casas para defender la evacuación. Otros incentivos incluían billetes de tren subvencionados para que los padres visitaran a los niños evacuados los fines de semana y recordarles que las «bocas inútiles que alimentar» en las grandes ciudades obstaculizarían el esfuerzo bélico. Aunque los políticos lo debatieron, el plan de evacuación nunca llegó a ser obligatorio. El sentimiento solo cambió cuando la Luftwaffe alemana empezó a bombardear sistemáticamente Londres y otras ciudades en el último trimestre de 1940 y a lo largo de 1941. La evacuación se convirtió entonces en una propuesta mucho más atractiva.
Enviar a los niños a hogares nuevos era una decisión difícil de tomar para muchos, aunque fuera una medida temporal, Lucy Faithfull, una organizadora de la evacuación de niños en Londres, lo explica así:
Cuando el gobierno anunció por primera vez el plan de evacuación y se explicó a la gente en qué consistía, los padres enfrentaron un dilema terrible y cruel. Especialmente para las mujeres (los hombres sabían que debían quedarse en Londres), pues eran quienes tenían que decidir si se irían con sus hijos menores de cinco años o si se quedaban en Londres, si se quedaban con sus hijos en edad escolar o si los dejaban irse. Nadie debería pensar que se trataba de una decisión fácil: ¿por qué no quedarse con los hijos, que es lo natural? Pero en contra estaba el terrible pensamiento de que iba a haber gas, que iba a haber terribles bombardeos y muerte, y que los niños serían mutilados. Y en general, con notables excepciones, los padres decidieron enviar a sus hijos fuera y siempre he pensado que probablemente lo hicieron sabiendo que sus hijos estarían a cargo de profesores a los que conocían y respetaban. (Holmes, 390)
El plan de evacuación voluntaria atrajo a muchos padres, pero en Londres, por ejemplo, menos de la mitad decidieron finalmente evacuar a sus hijos. Aun así, solo en la capital se evacuó a un millón de niños para alejarlos del bombardeo, que duró desde septiembre de 1940 hasta mayo de 1941. En total, unos seis millones de niños y madres abandonaron las ciudades británicas para refugiarse en las zonas rurales. Un ejército de voluntarios, sobre todo profesores, personal ferroviario y miembros del Women's Voluntary Service (WVS), recogía a los niños, los cuidaba mientras viajaban y los entregaba a sus padres adoptivos voluntarios. El sistema tenía algunos defectos, sobre todo que los padres de acogida y los niños rara vez coincidían en términos de compatibilidad. Otro defecto era que los niños que no eran evacuados a menudo se quedaban sin escuela a la que ir, ya que los profesores dejaban de estar disponibles y, al menos en Londres, dos tercios de las escuelas eran requisadas para otros usos, como refugios antiaéreos o centros de ayuda tras los ataques. La consecuencia de que los niños no tuvieran nada que hacer provocó un aumento espectacular de la delincuencia juvenil en las ciudades.
El viaje de tu vida
La mayoría de los niños evacuados viajaban en tren hacia sus nuevos hogares, en grupos organizados según las escuelas a las que habían asistido. Cada niño y cada niña viajaba con una bolsa o maleta con lo esencial. Las autoridades habían aconsejado a los padres lo que debían llevar para sus hijos: un abrigo, ropa interior, calcetines, pañuelos, ropa de dormir, un par de zapatillas, una toalla, un peine, una pastilla de jabón y un cepillo de dientes. Los niños también llevaban una máscara antigás y una etiqueta identificativa hecha de papel.
Los que iban al extranjero viajaban en barco. El Comité Estadounidense para la Evacuación de Niños tramitó 35.000 solicitudes de evacuación de niños a Estados Unidos, aunque solo unos 2.000 niños británicos acabaron con familias estadounidenses mientras duró la guerra. Viajar en transatlánticos era habitual pero peligroso; por ejemplo, el transatlántico SS City of Benares fue alcanzado por un torpedo submarino alemán en septiembre de 1940 cuando se dirigía a Canadá, y entre los muertos había 77 niños evacuados. Este desastre provocó la cancelación del programa de evacuación a ultramar.
Naturalmente, la separación fue una experiencia triste tanto para los padres como para los hijos, Lucy Faithfull lo explica así:
Cuando el tren se alejó, se produjo una especie de quietud en el tren cuando los niños se dieron cuenta de que estaban dejando atrás a sus padres, y no eran padres que les saludaban alegremente, sino padres con lágrimas en los ojos pensando que nunca volverían a ver a sus hijos.
(Holmes, 390)
Los niños eran acogidos por padres adoptivos voluntarios, que acudían al encuentro de los trenes de evacuados o se reunían en un salón local para reclamar a sus evacuados. Lucy Faithfull describe esta parte del proceso:
Se llevaba a los niños en tropel a una especie de sala, a la que luego llegaban los padres de acogida, algunos de los cuales eran maravillosos y otros simplemente aceptaban a los niños por el bien del niño. Lamentablemente, otros elegían a los niños y entonces se producía la terrible situación de que al final quedaban uno o dos niños poco agraciados. Puedo recordar un caso en el que nadie se quería quedar con un niño y se produjo una terrible sensación de pérdida por parte del niño.
(Holmes, 390-1)
Algunos anfitriones se ofrecieron voluntarios para acoger a un solo niño, otros a hermanos, y otros a un grupo entero, como Oliver Lyttelton, el Presidente de la Junta de Comercio, que acogió a once evacuados. Paralelamente, se produjo una evacuación privada entre familiares y amigos: muchos padres aprovecharon las conexiones en la Gran Bretaña rural para enviar a sus hijos a casa de un pariente o amigo de la familia. Un tercer aspecto de la evacuación fueron las casas señoriales que se convirtieron en hogares para niños durante la guerra, donde se podía atender a un gran número de evacuados en un solo lugar. Los que acogían a los evacuados tenían derecho a una asignación del gobierno para pagar la comida y la ropa extra que necesitaban.
Un nuevo hogar
Los nuevos hogares de los niños solían ser muy diferentes de lo que estaban acostumbrados. Algunos disfrutaron de esta nueva experiencia, explorando por primera vez el campo o la playa, haciendo nuevos amigos, probando (y a veces odiando) alimentos nuevos, y viendo cosas por primera vez en su vida, como animales de granja. Sin embargo, muchos extrañaban su hogar, a veces de manera prolongada, lo que a menudo provocaba problemas psicológicos. Además, se produjeron choques culturales entre lo que había sido normal en casa y las expectativas en los nuevos entornos. Muchos anfitriones se sorprendieron por la falta de higiene de algunos evacuados provenientes de los centros de las ciudades. Por otro lado, muchos niños quedaron gratamente sorprendidos por una dieta mejor y más variada en la Gran Bretaña rural, especialmente después de la introducción del racionamiento a principios de 1940. Algunos encontraron sus nuevos hogares mejor equipados en términos de salubridad y comodidad, mientras que otros enfrentaron lo contrario, especialmente aquellos alojados en granjas sin agua corriente ni electricidad. También hubo casos de malos tratos, como demuestran los casos judiciales, y algunos niños fueron obligados a trabajar, especialmente en granjas. Los niños iban a las escuelas locales, pero aquí también había problemas de integración; que se rieran de su acento era uno de los aspectos más leves de ser un forastero en comunidades anteriormente cerradas. En resumen, la evacuación fue una verdadera mezcla de emociones y experiencias que, de un modo u otro, afectó a los evacuados durante toda su vida adulta.
Los niños podían mantenerse en contacto con sus padres por carta y los que ya eran un poco mayores debían de estar ansiosamente al tanto de los bombardeos en sus ciudades de origen a través de los periódicos y los noticiarios. No se recomendaba volver a las ciudades en fiestas como la Navidad pero, como era de esperar, ocurría con frecuencia. A pesar de estas vías de contacto, la mayoría de los niños quedaron a la deriva de su antigua vida familiar, ya que los recuerdos del hogar se desvanecieron en las profundidades de un pasado medio olvidado.
El regreso a casa
Afortunadamente para todos, la evacuación fue una medida temporal. De hecho, muchos niños y madres regresaron a sus hogares (si es que aún quedaban en pie) en 1942, una vez que los bombardeos aéreos amainaron, pero hacia el final de la guerra, cuando los cohetes alemanes fueron enviados sobre el Canal de la Mancha, las evacuaciones comenzaron de nuevo. Cuando por fin terminó la guerra en 1945, muchos niños se entristecieron al dejar a sus padres de acogida, ya que sufrían otro vuelco en sus vidas y regresaban a los hogares familiares que muchos de ellos apenas recordaban. Otros niños, por supuesto, estaban encantados de volver a casa, como recuerda John Geer: «Londres fue, para mí, como un regreso del exilio. Mi gato mascota me recibió en la puerta, los vecinos me dieron la bienvenida y el sol brillaba». (Ziegler, 60)
El gobierno estaba interesado en observar los efectos de la evacuación en los niños afectados y realizó varios estudios comparando grupos de niños que se quedaron en casa en las ciudades con los que fueron evacuados al campo. Se descubrió que los niños que habían permanecido en las ciudades «eran más altos, pesaban más y eran niños emocionalmente más equilibrados y más felices que los que habían estado en alojamientos en el campo» (Holmes, 403).
El plan de evacuación, como tantos otros aspectos de la guerra en el frente interno, había mezclado las distintas clases sociales, expuesto las diferencias de nivel de vida entre la ciudad y el campo, y dado lugar a que todo el mundo aprendiera a ver la vida de forma un poco diferente, como explica aquí Lucy Faithfull:
Adquirimos conocimientos significativos sobre el cuidado de los niños y la vida familiar durante el período de evacuación, conocimientos que probablemente no habríamos obtenido de otra manera. La interacción entre diferentes tipos de personas en áreas urbanas y rurales destacó una gran necesidad en el país. Como resultado, creo que la evacuación contribuyó a impulsar la legislación social en el período posterior a la guerra.
(Holmes, 404)