A menudo los genocidios se ven como una característica particular de nuestra época actual. Esta percepción proviene principalmente de los terribles acontecimientos que ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX d.C. en las partes de Europa ocupadas por los nazis. Sin embargo, hay ciertas ocasiones en la Antigüedad que también se podrían considerar como un genocidio. Si consideramos el genocidio desde una perspectiva histórica, primero tenemos que preguntarnos: ¿qué es exactamente el genocidio? La mayoría de la gente está de acuerdo en que el concepto en sí ocurrió, pero sigue siendo un concepto difícil de definir.
La palabra en sí fue acuñada en 1944 d.C. por el escritor polaco Raphael Lemkin (1900-1959), que creó la palabra combinando "geno-", del griego para raza o tribu, con "-cidio", del latín para matar. La noción moderna de genocidio le debe mucho a la obra de Lemkin, que desarrolló sus ideas durante su juventud en Europa del este y como soldado de la resistencia contra el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial (Elder 2005; McDonnell y Moses 2005). En su obra publicada en 1944 d.C., El dominio del Eje de la Europa ocupada, Lemkin describió genocidio como "un plan coordinado de varias acciones con el objetivo de destruir los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales para aniquilar a los grupos en sí" (Jones 2006: 10-11). El segundo documento con mayor influencia a la hora de asentar la noción legal moderna de genocidio fue la adopción en 1948 por parte de la ONU de la "Convención para la prevención y castigo del crimen de genocidio" cuyo artículo II definía genocidio como "la intención de destruir, en su totalidad o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso".
La explicación exacta de lo que constituye un genocidio que se deriva de estas dos obras fundamentales se lleva discutiendo acaloradamente entre académicos desde entonces. Sin embargo, se puede decir que hay dos elementos necesarios para que un acontecimiento se pueda considerar un genocidio: que haya una intención clara por parte de los perpetradores de llevar a cabo la acción y que se dé la aniquilación resultante de un grupo cultural, social o político específico. Con esto en mente, se podrían identificar dos posibles casos de genocidio en la Antigüedad: la destrucción romana de Cartago en 146 a.C. y la masacre ateniense de Melos en 416 a.C.
El genocidio romano de Cartago
Cartago estaba situada en África en la costa mediterránea, más o menos donde se encuentra hoy en día la ciudad de Túnez, a unos 640 kilómetros de Roma. Las fuentes principales de la destrucción de Cartago son los historiadores Apiano y Polibio. Cartago se fundó como una colonia fenicia. A diferencia del Imperio romano, que se expandió conquistando a sus vecinos, Cartago creció estableciendo contactos con varios lugares, algunos tan lejanos al norte como Gran Bretaña y tan al sur como el actual Gabón, en África (Braudel 2001: 218). El origen fenicio de Cartago suponía que la ciudad contrastaba considerablemente con Roma en temas como el gobierno, más aristocrático por naturaleza que la supuestamente democrática Roma, la religión, un misterio extraño para los romanos, y su concepto de la vida en general, guiado por influencias africanas y griegas orientales (Braudel 2001).
Roma y Cartago fueron creciendo hasta convertirse en superpotencias a ambos lados del mar Mediterráneo, por lo que a lo mejor era inevitable que lucharan entre ellas. Esto ocurrió durante las tres guerras púnicas, así llamadas porque los romanos usaron el término latino Punicus para referirse a la ascendencia fenicia de los cartagineses, que empezaron en 264 a.C. y terminaron con la destrucción de Cartago en 146 a.C. La primera y segunda guerras púnicas acabaron otorgándole el control de Sicilia a Roma, así como España y gran parte del Mediterráneo occidental. La tercera guerra púnica estalló en 149 a.C. cuando Cartago lanzó una invasión desastrosa del reino de Numidia en la actual Argelia. En 149 a.C., en respuesta a la guerra, desembarcó en África un enorme ejercito romano bajo el mando de Escipión el Africano, el Joven, y empezó el asedio de la ciudad. Al principio, los cartagineses intentaron acordar la paz con Roma, que anunció una serie de condiciones difíciles de cumplir. Inicialmente Roma exigió rehenes, así como que la ciudad entregara todas sus armas. Cuando cumplieron todas estas exigencias, Roma ordenó desmontar la ciudad y reconstruirla tierra adentro. En ese momento, los cartagineses se vieron arrinconados y no les quedó más remedio que luchar.
A pesar de la superioridad militar de Roma, la ciudad logró aguantar otros tres años hasta que finalmente, en 146 a.C., las defensas fallaron y los romanos entraron en la ciudad. Los habitantes fueron masacrados por las disciplinadas legiones que fueron avanzando sistemáticamente de casa en casa. Lloyd (1977: 178) sugiere que puede que en la ciudad hubiera hasta 200.000 habitantes, mientras que Braudel (2001: 225) establece una población a menor escala, en torno a los 100.000 habitantes. Incluso con este número inferior, la matanza de la ciudad fue importante y probablemente sin precedentes en el mundo europeo hasta entonces. Los supervivientes, que posiblemente eran entre 30.000 y 50.000 personas, fueron vendidos como esclavos. Siguiendo las órdenes directas de Roma, quemaron la ciudad y tras diez días ardiendo, la demolieron sin dejar piedra sobre piedra. Polibio en sus Historias, libro XXXVIII, capítulos 3-11, destaca que "la destrucción de los cartagineses fue inmediata y total", hasta tal punto que no quedó ningún cartaginés que pudiera expresar arrepentimiento.
Matar a los ciudadanos de una ciudad-estado cuyos habitantes se habían negado a darse por vencidos era algo bastante común en la Antigüedad, por lo que para nombrar este incidente en particular como un genocidio hay que examinarlo detenidamente. Un elemento clave de este caso, que se ajustaría a la noción de Lemkin de genocidio, era la aparente intención de Roma de destruir Cartago, su gente y su cultura a cualquier precio. Este objetivo subyacente se puede ver en las exigencias cada vez más imposibles que Roma le hizo a Cartago antes de que estallara la guerra. Cuando Cartago ya no pudo satisfacer sus demandas de manera realista, los romanos tuvieron una excusa legítima para sus acciones. Además, la élite y la clase gobernante de Roma sentía que había que destruir Cartago para garantizar el dominio político y cultural de Roma. Como mejor se resume esto es en el lema personal del estadista romano Catón el Viejo, Carthago delenda est, que quiere decir "Cartago debe ser destruida", y que usaba en todos sus discursos públicos (Radice 1973: 85).
El genocidio ateniense en Melos
Otro genocidio respaldado por el gobierno se puede encontrar en la destrucción de la isla y ciudad-estado griega de Melos, así como su cultura, a manos del Imperio ateniense en 416 a.C., durante la encarnizada guerra del Peloponeso con Esparta que duró desde 431 a.C. hasta la derrota final de Atenas en 404 a.C. Esta lucha tuvo lugar por todo el mundo griego y el historiador Tucídides la consideró en su época como una guerra de importancia mundial. En el verano de 416 a.C., durante una pausa en la lucha, Atenas fijó su atención en la cercana isla de Melos, cuyos habitantes, aunque decían descender de una colonia espartana, hasta entonces se habían mantenido neutrales. Sin embargo, los atenienses sintieron que no podían seguir tolerando la presencia de un estado imparcial en el Egeo, por lo que enviaron representantes a la isla para exigir su rendición.
Según cuenta Tucídides sobre la guerra, a esto le siguió un célebre debate entre ambas partes, el llamado Diálogo de los melios (Warner, 1985). Durante este debate, los atenienses mostraron abiertamente sus intenciones, llegando a pedir a los melios que se rindieran para "salvar vuestra ciudad de la destrucción". También era evidente que los atenienses sabían que los melios no tenían un gran poder militar en comparación con el suyo propio, ya que hablaban de los melios como "débiles" e "inferiores" e hicieron la observación de que "no era una pelea justa". Tras esta larga discusión, los melios se negaron a rendirse. Constantakopoulou (2012: 50) destaca que en la Antigüedad, las islas griegas como Melos a menudo eran el hogar de culturas isleñas diferenciadas y únicas que estaban muy orgullosas de su independencia. Tucídides escribe que tras su negativa de rendirse a los atenienses "se llevaron a cabo operaciones de asedio vigorosamente y, como hubo cierta traición interior, los melios se rindieron incondicionalmente a los atenienses, que mataron a todos los hombres en edad de luchar que atraparon y vendieron a las mujeres y los niños como esclavos" (Warner, 1985: 408). Meier (1999: 524-525) sugirió que esta acción, que fue aprobada por la asamblea popular de Atenas, supuso el asesinato de aproximadamente 1.500 hombres. Además, en vez de considerar como un acto de misericordia la decisión de perdonar la vida de mujeres y niños, vendiéndolos como esclavos, puede que se hiciera con la intención de complementar la masacre de los hombres para arrancar y destruir la sociedad y cultura melias.
Al igual que en el último ejemplo, parece que hubo una intención clara por parte de los atenienses de destruir a los melios como grupo y como cultura. Esto fue una advertencia a los aliados de Atenas por toda Grecia de que siguieran siéndole leales durante la guerra con Esparta. La masacre de Melos destacó en su momento como algo fuera de lo común, algo sorprendente ya que la brutal guerra entre estos dos estados llevaba en curso 15 años. Unos pocos meses después de la masacre, el dramaturgo ateniense Eurípides produjo un impactante drama, Las troyanas, que puede que se basara directamente en la masacre de Melos para representar y condenar la crueldad y la barbarie de la guerra. La obra, que está ambientada en la época inmediatamente posterior a la toma de Troya, se aleja de la visión gallarda de la guerra heroica para tomar en consideración el sufrimiento de las esposas y los hijos de los líderes derrotados de la ciudad, a los que se llevan en los barcos camino de la esclavitud en Grecia (Murray, 2011).
Conclusión
En conclusión, hemos examinado cómo se definió la noción de genocidio durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Hemos establecido que un genocidio debe incluir dos elementos claros: una intención obvia de llevar a cabo la acción y una destrucción consecuente de un grupo único en su totalidad. Después hemos explorado cómo se puede aplicar esta definición a dos acontecimientos importantes de la Antigüedad, la captura romana de Cartago y la masacre ateniense de Melos, para argumentar que estos eventos se podrían considerar como genocidios.