El gran descubridor de los tesoros del rey Tutankamón, Howard Carter, nació el 9 de mayo de 1874, hijo de Samuel John y Martha Joyce (Sands) Carter, en Kensington, Inglaterra. Se trataba de un niño enfermo que recibió una educación en el hogar. Carter aprendió a dibujar y a pintar gracias a su padre, un artista victoriano muy reconocido. Estas habilidades fueron de mucha ayuda para Carter en su carrera como arqueólogo, ya que en ese momento la fotografía a color era todavía algo desconocido.
Su pasión por la egiptología se originó en su juventud, cuando Carter vio una gran colección de antigüedades egipcias exhibidas en la mansión de lord Amherst, quien le presentaría a Percy Edward Newberry, un miembro de Fondo de exploración de Egipto ubicado en Londres. Newberry necesitaba un artista que pudiese copiar el arte en el interior de las tumbas egipcias para ayudar a esta organización.
Howard Carter visitó Egipto por primera vez en octubre de 1891, y llegó a Alejandría con tan solo 17 años. Su trabajo comenzó en las tumbas del Imperio Medio ubicadas en Beni Hasan. En tan solo tres meses, este joven artista comenzó a familiarizarse con las disciplinas de la arqueología en el sitio y la excavación bajo el ala del gran Flinders Petrie. Sería Petrie quien permitiría que Carter pasara de ser un artista a un egiptólogo.
La carrera de Howard Carter creció rápidamente y pronto se convirtió en dibujante principal y supervisor en el sitio del Templo funerario de Hatshepsut en Deir-el-Bahari en Lúxor. Con tan solo 25 años, fue nombrado Inspector general de los monumentos del Alto Egipto por el director del Servicio de antigüedades egipcias, Gaston Maspero.
Fue en este momento en el que las cosas empezaron a ir mal para el egiptólogo Howard Carter. Su testarudez y sus ideas inflexibles sobre su carrera y sus métodos lo enemistaron con otros colegas arqueólogos y funcionarios. En el año 1905, luego de una acalorada discusión con unos turistas franceses adinerados, quienes presentaron una queja ante las autoridades mayores, Carter recibió la orden de disculparse, algo que nunca haría. Esta negativa llevó a que le asignaran tareas de menor importancia, lo que aceleraría su renuncia. Quien había sido un prometedor egiptólogo debía ahora subsistir a través de sus habilidades artísticas y en forma muy precaria.
Sin embargo, Maspero todavía recordaba a Howard Carter. Fue aproximadamente en el 1908 que Maspero lo presentó a George Edward Stanhope Molyneux Herbert, el quinto conde de Carnarvon. El médico de lord Carnarvon le había aconsejado realizar visitas anuales a Egipto durante el invierno para ayudar a curar una enfermedad pulmonar.
La relación extraordinaria entre estos dos hombres, la determinación implacable del egiptólogo y la visión de su patrocinador serían lo que permitiría llevar a cabo el descubrimiento arqueológico más famoso de todos los tiempos.
Howard Carter se convirtió en el supervisor de las excavaciones patrocinadas por Carnarvon y para el 1914 ya había encontrado algunas antigüedades para la colección de su patrocinador. Su verdadero sueño, sin embargo, era encontrar la tumba de un joven faraón ya olvidado de la Dinastía XVIII, un periodo de gloria en la historia egipcia.
Mucho antes de que el nombre de Tutankamón o Rey Tut se convirtiera en un nombre tan conocido, solo se sabía de la existencia de este faraón por una pequeña vasija de fayenza que había encontrado el egiptólogo americano Theodore Davis en 1905. Davis pensó que había encontrado la tumba con los objetos saqueados de Tutankamón, ya que había descubierto una única cámara vacía (KV58) con un pequeño grupo de objetos de oro que tenían inscrito el nombre de Tutankamón y de su sucesor Ay.
Tanto Carter como Carnarvon creían que Davis se había equivocado en asumir que la KV58 era realmente la tumba que estaban buscando, ya que la momia de Tutankamón no se había encontrado ni en el caché de momias reales descubierto en 1881 en Deir-el-Bahari ni en la KV35 (Amenhotep II) en 1898. El hecho de que faltara el cuerpo de Tutankamón solo podía significar que su tumba no había sido abierta por los antiguos sacerdotes que habían reunido las demás momias para que estuviesen protegidas. Lo que es más, también era posible que se hubiera perdido la ubicación exacta de la tumba y, por lo tanto, nadie hubiese podido acceder a ella en la Antigüedad.
Tras varias temporadas fallidas de excavación y ya incapaz de soportar otra búsqueda más, lord Carnarvon abandonó toda esperanza y decidió volver a Inglaterra. Carter, sin embargo, no se rendiría tan fácilmente; se las arregló para persuadir a su patrocinador y obtener una última oportunidad.
A los tres días del comienzo de la excavación, el 1 de noviembre de 1922, Howard Carter tropezó con una plataforma que encontró luego de haber limpiado residuos antiguos de la construcción de tumbas. Se trataba del primer escalón de una escalera subterránea que, luego de una excavación lenta y meticulosa, llevó al equipo a presenciar por primera vez los sellos intactos del rey Tutankamón. En el telegrama que Carter le envió a su patrocinador se podía leer: “Finalmente hemos hecho un descubrimiento maravilloso en el Valle; una tumba magnífica con los sellos intactos; aguarda su llegada; felicitaciones”.
Howard Carter tuvo que soportar unos largos 15 días hasta la llegada de lord Carnarvon para que ambos estuviesen presentes en lo que sería el momento más importante de sus vidas. Se retomó el trabajo de limpieza y, en la tarde del 26 de noviembre, Howard Carter realizó un pequeño orificio en la entrada sellada. Luego, deslizó una vela y espió dentro de la tumba oscura. La espera había dado sus frutos y lo que los esperaba detrás de los sellos de la tumba real eran en verdad “cosas maravillosas”.