La tierra del antiguo Egipto cobraba vida con el espíritu de los dioses. El dios sol Ra surgía de la oscuridad cada mañana en su gran barco, llevando consigo la luz, y muchos de los dioses cuidaban de la gente por la noche en forma de estrellas. Osiris hacía que el río Nilo se desbordara de sus orillas y fertilizara la tierra, mientras que Jnum dirigía el cauce. Isis y su hermana Neftis caminaban con la gente de la tierra durante la vida y los protegían tras la muerte, al igual que muchos otros dioses, y Bastet cuidaba de la vida de las mujeres y vigilaba el hogar. Tenenet era la diosa de la cerveza y también estaba presente en el parto, mientras que Hathor, que tenía muchos roles, era la amiga íntima de todos en cualquier fiesta o festival como la Señora de la embriaguez.
Los dioses y diosas no eran deidades distantes a las que temer, sino amigos íntimos que vivían entre la gente en los templos-hogares que les construían, en los árboles, los lagos, los arroyos, los pantanos y en el desierto más allá del valle del Nilo. Cuando el viento caliente soplaba del árido desierto no era sencillamente la confluencia del aire, sino el dios Set creando problemas. Cuando caía la lluvia, esta era un regalo de la diosa Tefnut, "la de la humedad", que también se asociaba con la sequedad y se le solía pedir que retuviera la lluvia en los días festivos. Los seres humanos nacieron de las lágrimas de Atum (también conocido como Ra) cuando lloró de alegría al regreso de sus hijos Shu y Tefnut al principio de los tiempos cuando el mundo se creó a partir de las aguas del caos. Las deidades de Egipto estaban presentes en todos los aspectos de la vida, y estos seguían cuidando del pueblo tras la muerte.
Orígenes de las deidades
La creencia en entidades sobrenaturales está atestiguada ya en el periodo predinástico de Egipto (c. 6000-3150 a.C.) pero no cabe duda de que la práctica es mucho más antigua. Tal y como dice la historiadora Margaret Bunson:
Los egipcios convivían con fuerzas que no entendían. Las tormentas, los terremotos, las inundaciones y los periodos de sequía parecían todos inexplicables, pero aun así la gente entendía que las fuerzas de la naturaleza causaban un impacto en la vida humana. Por lo tanto, los espíritus de la naturaleza se consideraban poderosos en vista del daño que podían causarles a los humanos (98).
La creencia temprana en los dioses adoptó una forma animista, que es la creencia de que los objetos inanimados como las plantas, los animales o la tierra, tienen alma y están imbuidos de la chispa divina; el fetichismo, que es la creencia de que un objeto tiene conciencia y poderes sobrenaturales; y el totemismo, la creencia de que los individuos o los clanes tienen una relación espiritual con cierta planta, animal o símbolo. En el periodo predinástico el animismo era la concepción principal del universo, al igual que con las primeras gentes de cualquier cultura. Bunson escribe: "a través del animismo la humanidad intentaba explicar las fuerzas de la naturaleza y el lugar del ser humano en el patrón de vida y muerte" (98). El animismo no solo trataba de las fuerzas cósmicas superiores y la energía de la tierra, sino también de las almas de los que habían muerto. Bunson explica:
Los egipcios creían firmemente que la muerte era tan solo el paso a otra forma de existencia, así que reconocían la posibilidad de que aquellos que habían muerto eran más poderosos en su estado resucitado. Por lo tanto, los miembros poderosos de cada comunidad, ya fuera política, mágica o espiritualmente, adquirían un significado especial en la muerte o en el reino más allá de la tumba. Se ponía especial cuidado en proveer a tales almas de todos los honores, ofrendas y reverencia debidos. Se creía que los muertos podían inmiscuirse en los asuntos de los vivos, para bien o para mal, y por lo tanto había que apaciguarlos con sacrificios diarios (98).
La creencia en una vida después de la muerte dio lugar a la concepción de seres sobrenaturales que presidían sobre este otro mundo que los conectaba sin problemas con el plano terrenal. La evolución temprana de las creencias religiosas se puede quizás resumir mejor en el verso del poema 96 de Emily Dickinson (más conocido como "My life Closed Twice Before its Close"): "La separación es todo lo que sabemos del cielo" o del Aubade de Larking, en el que la religión "se crea para fingir que nunca morimos". La experiencia de la muerte requería algún tipo de explicación y significado, proporcionado por la creencia en un poder superior.
El animismo se ramificó en fetichismo y totemismo. El fetichismo se ejemplifica en el símbolo del dyed, que representa la estabilidad terrenal y cósmica. Se cree que el símbolo del dyed en un principio era un signo de fertilidad, que llegó a asociarse tan estrechamente con Osiris que inscripciones como "el Dyed está de lado" querían decir que Osiris había muerto, mientras que la elevación del Dyed simbolizaba su resurrección. El totemismo se desarrolló a partir de la asociación local con cierta planta o animal. Todos los nomes (las provincias) del antiguo Egipto tenían su propio tótem, ya fuera una planta, un animal o un símbolo, que representaba la conexión espiritual del pueblo con ese lugar. Todos los ejércitos egipcios acudían a la batalla divididos en nomes, y cada nome llevaba su propio bastón con el tótem al vuelo. Cada persona tenía su propio tótem, su propio guía espiritual que lo protegía de manera especial. El rey de Egipto, en cualquier época, estaba protegido por un halcón que representaba al dios Horus.
Con el tiempo, estos espíritus entendidos mediante el animismo se volvieron antropomorfos, al atribuirles características humanas a seres no humanos. Estos espíritus invisibles que habitaban el universo recibieron una forma y un nombre, y se convirtieron en las deidades del antiguo Egipto.
Orígenes mitológicos
El principal mito de la creación de los egipcios empieza con la quietud de las aguas primordiales antes del comienzo de los tiempos. De las aguas interminables, sin fondo, surgió el montículo primordial (el ben-ben). Las pirámides de Egipto se han interpretado como una representación de la primera colina de tierra que surgió de las profundidades primordiales. En una existencia eterna junto a estas aguas silentes (Nu) estaba heka, la magia, personificada en el dios Heka que en algunas versiones del mito hace que surja el ben-ben.
Sobre este montículo se alzó el dios Atum (o Ra) o, en algunas versiones, se posa sobre él desde el aire. Atum miró la nada y reconoció su soledad y a través de la intervención de heka se apareó con su propia sombra y para dar a luz a dos hijos, Shu (dios del aire, a quien Atum escupió) y Tefnut (diosa de la humedad, a quien Atum vomitó). Shu le dio al mundo primigenio los principios de la vida, mientras que Tefnut contribuyó con los principios del orden.
Dejando a su padre en el ben-ben, salieron para establecer el mundo. Con el tiempo, Atum se preocupó porque sus hijos se habían ido hacía mucho tiempo, así que se sacó el ojo y lo envió en su busca. Mientras el ojo estaba buscando, Atum se sentó solo en la colina en medio del caos, contemplando la eternidad. Shu y Tefnut volvieron con el ojo de Atum (representado como el famoso Ojo que todo lo ve), y su padre, agradecido por su regreso a buen recaudo, derramó lágrimas de alegría.
Estas lágrimas, al caer en la oscura y fértil tierra del ben-ben, dieron a luz a los hombres y mujeres. Estas criaturas no tenían un lugar en el que vivir, así que Shu y Tefnut se aparearon y dieron a luz a Geb, la tierra, y Nut, el cielo, que estaban tan enamorados que eran inseparables. Atum no estaba contento y los apartó al uno de la otra, subiendo a Nut por encima de Geb y sujetándola al dosel del cosmos. Sin embargo, esta ya se había quedado embarazada de Geb, y dio a luz a los primeros cinco dioses: Osiris, Isis, Set, , Neftis y Horus. De estos dioses originales surgieron todos los demás.
Otra versión alternativa de la creación es muy parecida, pero incluye a la diosa Neith, una de las más antiguas de todas las deidades egipcias. En esta versión, Neith es la esposa de Nu, el caos primordial, que da a luz a Atum y a todos los demás dioses. Sin embargo, incluso en ese mito Heka es anterior a Neith y los demás dioses. En varias inscripciones a lo largo de toda la historia de Egipto se habla de Neith como la "madre de los dioses", o la "madre de todos", y es uno de los primeros ejemplos de la figura de la diosa madre de la historia. En otra versión más, el Nu (caos), está personificado como Nun, el padre y madre de toda la creación que da a luz a los dioses y todo lo demás en el universo.
Según la egiptóloga Geraldine Pinch, una vez que los dioses habían nacido y la creación se había puesto en marcha,
las cualidades del estado primigenio, como la oscuridad, se dotaron retrospectivamente de consciencia y se convirtieron en un grupo de deidades conocidas como los Ocho o los Ogdoad de Hermópolis. Los Ocho se imaginaron como anfibios y reptiles, criaturas fértiles del oscuro limo primigenio. Eran las fuerzas que dieron forma al creador o incluso las primeras manifestaciones del creador (58).
El símbolo del uróboros, la serpiente que se come su propia cola y que representa la eternidad, viene de esta conexión de la serpiente con la creación y la divinidad. Atum (Ra) se representa en las inscripciones tempranas como una serpiente, y más adelante es la serpiente-como-sol-dios (o una deidad del sol protegida por una serpiente) que lucha contra las fuerzas del caos simbolizadas por la serpiente Apofis.
La naturaleza de los dioses y diosas
Las deidades del antiguo Egipto mantenían la armonía y el equilibrio una vez que la totalidad primordial se hubo dividido en la creación. Geraldine Pinch escribe, "los textos que aluden a la era inescrutable anterior a la creación la definen como el tiempo 'antes de que se hubieran creado dos cosas'. El cosmos todavía no se había dividido en pares de opuestos, tales como la tierra y el cielo, la luz y la oscuridad, lo femenino y lo masculino, o la vida y la muerte". (58) Al principio todo era Uno y después, con el surgimiento del ben-ben y el nacimiento de los dioses, la multiplicidad entró en la creación; la unidad se convirtió en la diversidad.
Las creencias religiosas egipcias se centraban en equilibrar esta "diversidad" por medio del principio de armonía conocido como ma'at. Ma'at era el valor central de la cultura egipcia, que influía en todos los aspectos de la vida de la gente, desde cómo se comportaban hasta el arte, la arquitectura, la literatura e incluso su visión de la otra vida. El poder que permitía a los dioses llevar a cabo sus deberes también permitía a los seres humanos acceder a los dioses, y el ma'at en equilibrio era heka. En los Textos de los sarcófagos se decía que Heka, el dios, había existido antes que cualquier otra deidad.
Al igual que el pueblo de Mesopotamia, a partir del cual algunos estudiosos dicen que los egipcios desarrollaron sus creencias religiosas, el pueblo egipcio creía que ayudaba a los dioses a mantener el orden y mantener a raya a las fuerzas del caos. La historia que mejor ilustra este concepto es el Derrocamiento de Apofis, que generó su propio ritual. Apofis era la serpiente primordial que, cada noche, atacaba a Ra en su barcaza solar mientras viajaba a través de la oscuridad hacia el amanecer. Varios dioses y diosas iban en la barcaza con Ra para protegerlo de Apofis, y también se esperaba que las almas de los muertos ayudaran a luchar contra la serpiente. Una de las imágenes más famosas de esta historia nos muestra al dios Set, antes de que se hiciera conocido como el villano del mito de Osiris, arrojando una lanza a la serpiente y protegiendo la luz.
El ritual que surgió de esta historia incluía hacer estatuillas de Apofis de madera o cera para después destruirlas con fuego para ayudar a las almas de los muertos y las deidades que viajaban con ellos para traer al sol de la mañana. Los días nublados eran problemáticos para los antiguos egipcios porque se entendían como una señal de que Apofis estaba venciendo a Ra; un eclipse solar provocaba un gran terror. Los egipcios, mediante sus rituales y la devoción por sus dioses, ayudaban al sol a salir otra vez cada mañana y cada día se veía como una lucha entre las fuerzas del orden y las del caos. Geraldine Pinch escribe:
Cuando se habla de dioses creadores, como Atum, en forma de serpientes, normalmente representan el aspecto positivo del caos como una fuerza o energía, pero tenían su contrapunto negativo en la gran serpiente Apofis. Apofis representaba el aspecto destructivo del caos que intentaba superar a las personas constantemente y reducirlo todo de nuevo a su estado primordial de "unidad". Por lo tanto, incluso antes de que empezara la creación, el mundo contenía los elementos de su propia destrucción (58).
Esta destrucción se llevaría por delante incluso a los dioses y diosas. Se consideraba que este regreso a la unidad, esta combinación de la diversidad de vuelta a la Unidad, era inevitable. El estudioso R. H. Wilkinson apunta que "varios textos egipcios muestran que, aunque no se consideraba mortales a los dioses en el sentido común de la palabra, podían morir igualmente" (20). Esta creencia parece proceder del valor egipcio del equilibrio y la armonía; igual que la multiplicidad del universo había surgido de la Unidad, algún día regresaría a su estado original. Se podía matar a un dios como Osiris y después devolverlo a la vida, pero no era más que una situación temporal; algún día todo volvería a unificarse en el caos primordial del que había surgido. Wilkinson escribe:
El principio de la defunción divina de hecho es aplicable a todas las deidades egipcias. Algunos textos que se remontan por lo menos al Imperio nuevo dicen que el dios Thoth asignó una esperanza de vida específica tanto a hombres como a dioses, y el Conjuro 154 del Libro de los Muertos establece de manera tajante que la muerte (literalmente, "descomposición" y "desaparición") le espera a "todo dios y diosa"... y que al final solo quedarían los elementos de los cuales había surgido el mundo primordial (21).
El concepto de unidad, de reconocimiento de un total indiferenciado, no se valoraba en la cultura egipcia como ocurría con ciertos aspectos de las culturas china o hindú, sino que se temía. Regresar a la unidad indiferenciada suponía la pérdida de la identidad personal de cada uno, de sus recuerdos, de sus logros en la vida, de sus seres queridos; este pensamiento era intolerable para los antiguos egipcios. En la otra vida, en vez del "infierno", lo peor que le podía pasar al alma era que se juzgara que no era apta para el paraíso. Cuando se pesaba el corazón del alma contra la pluma blanca de la verdad y se establecía que pesaba más, se arrojaba al suelo para que lo devorar el monstruo Ammut.
Se creía que el corazón era el centro de la personalidad y el espíritu de la persona, y una vez que había sido devorado, el alma dejaba de existir. Y la inexistencia aterraba a los egipcios. Bunson escribe, "los egipcios temían la oscuridad eterna y la inconsciencia en la otra vida porque ambas condiciones contradecían la transmisión ordenada de luz y movimiento evidente en el universo" (86). La "transmisión de luz y movimiento" era la vida misma. La visión elaborada de la otra vida egipcia como un reflejo perfecto de la vida de cada persona en la tierra se desarrolló precisamente por este miedo a la inexistencia, a la pérdida del yo. Cuando los dioses acabaran por morir, tras millones de años, los seres humanos morirían con ellos y toda la historia humana perdería su sentido.
La muerte de los dioses y diosas de Egipto
Los dioses y diosas del antiguo Egipto acabaron muriendo, y ni siquiera les llevó millones de años. El surgimiento del cristianismo supuso el fin de las prácticas religiosas del antiguo Egipto y de su mundo imbuido de una magia que lo mantenía vivo. Ahora Dios residía en los cielos, una sola deidad lejos de la tierra, y ya no existía la multitud de dioses y espíritus que poblaran la vida cotidiana. Aunque este nuevo dios estuviera presente por medio de su hijo Jesucristo, en las propias escrituras cristianas se lo describe como "el que habita en luz inaccesible" (1 Timoteo 6:16) La imagen de la serpiente divina ya había sido adoptada por los escribas judíos y transformada en un símbolo de la caída del ser humano del paraíso (Génesis 3) y la propia tierra, lejos de estar imbuida de los espíritus de dioses benévolos, ahora en las escrituras cristianas se consideraba que era malvada y que estaba bajo el control del adversario, Satán (Romanos 5:2, 2 Corintios 4:4, Gálatas 1:4, 1 Juan 5:19, etc.). Para el siglo V d.C. los dioses egipcios estaban desapareciendo, y para el siglo VII d.C. ya habían desaparecido. Sin embargo, tal como indica Wilkinson, no desaparecieron discretamente:
En 383 d.C., se clausuraron templos paganos por todo el imperio romano por orden del emperador Teodosio y varios decretos más, y esto culminaría con los decretos de Teodosio en 391 d.C. y Valentiniano III en 435 d.C. que sancionaban la destrucción de las estructuras religiosas paganas. La mayoría de templos egipcios no tardaron en abandonarse, usarse para otras funciones o ser destruidos por fervientes cristianos, y en general los antiguos dioses fueron abandonados (22).
Wilkinson, entre otros, señala que las antiguas creencias egipcias siguieron vigentes a pesar de los esfuerzos del cristianismo y el islam por destruirlas. El mito de Osiris, con su figura central de muerte y resurrección, se volvió básico en el culto de Isis, que viajó a Grecia tras la conquista de Alejandro Magno de Egipto en 331 a.C. De Grecia, la adoración de Isis se trasladó a Roma, donde su culto se convirtió en la creencia religiosa más popular del imperio romano antes del surgimiento del cristianismo y en su más ferviente oponente después. Se han encontrado templos de Isis por todo el mundo antiguo, desde Pompeya hasta Asia menor, por toda Europa e incluso en Gran Bretaña.
El concepto del dios que muere y resucita, que se había establecido hacía tiempo mediante el mito de Osiris, ahora se manifestaba en la figura del hijo de Dios, Jesús el Cristo. Con el tiempo, los epítetos asociados con Isis pasaron a ser los de la virgen María, tales como "madre de Dios" o "reina de los cielos", a medida que la nueva religión iba adquiriendo el poder de la creencia anterior y se iba estableciendo. La tríada osiríaca formada por Osiris, Isis y Horus se convirtió en la trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la nueva religión que tenía que destruir la creencia anterior para poder lograr la supremacía.
El templo de Isis en File está considerado como el último templo pagano que continuó. Los registros muestran que en 452 d.C. los peregrinos visitaron el Templo de File y se llevaron la estatua de Isis, llevándola con honor como antaño a visitar a los dioses vecinos de Nubia (Wilkinson, 23). Sin embargo, para la época del emperador Justiniano, en 529 d.C., todas las creencias paganas se habían suprimido. Sin duda había núcleos de resistencia contra la nueva religión, pero la veneración extendida de los antiguos dioses no era ya más que un recuerdo. Wilkinson escribe:
Para 639 d.C., cuando los ejércitos árabes reclamaron Egipto solo encontraron cristianos y el legado menguante de los antiguos dioses que habían regido uno de los más grandes centros de la civilización durante más de 3.000 años (23).
Sin embargo, los dioses y diosas de Egipto nunca desaparecerían por completo. Estos impregnaron las nuevas ideologías monoteístas del judaísmo, el cristianismo y el islam. De los Cinco pilares del Islam, la oración, la peregrinación, el ayuno y la limosna ya se practicaban milenios antes cuando los antiguos egipcios adoraban a sus dioses. El concepto de heka, una fuerza eterna e indivisible que facultaba la creación y mantenía la vida, fue expandido por los estoicos griegos y romanos y los neoplatonistas como el Logos y el Nous, respectivamente, y ambas filosofías influyeron en el desarrollo del cristianismo.
Hoy en día, la gente siempre se refiere a la religión de los antiguos egipcios como una fe politeísta y primitiva; sin embargo, los dioses egipcios fueron adorados durante más de 3.000 años, y el único conflicto religioso del que se tiene constancia fue durante el reinado de Akenatón (1353-1336 a.C.), cuando el rey insistió en una reverencia monoteísta del dios supremo Atón, e incluso ese conflicto probablemente era más bien una maniobra política para quitarles poder a los sacerdotes de Amón. Durante la mayor parte de la historia egipcia, ir a la guerra por motivos religiosos habría ido en contra de uno de los valores más importantes que los dioses le dieron al pueblo: la armonía.