La batalla de los Campos Cataláunicos

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Joshua J. Mark
por , traducido por Alejandro Orozco De Sancha
Publicado el 20 diciembre 2016
Disponible en otros idiomas: inglés, francés
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La batalla de los Campos Cataláunicos (también conocida como la batalla de Chalons y la batalla de Maurica) fue una de las intervenciones militares más decisivas de la historia, entre los ejércitos del Imperio romano al mando de Flavio Aecio (391-454 d.C.) y los hunos de Atila (r. 434-454 d.C). Este enfrentamiento tuvo lugar el 20 de junio del 451 d.C, en la región de Champaña de la Galia (actual Francia). Aunque nunca se ha determinado el sitio exacto de la batalla, se sabe que los Campos Cataláunicos estaban en algún lugar entre las ciudades de Troyes y Chalons-sur-Marne. El 20 de junio del 451 d.C es la fecha más aceptada para la batalla, pero también se han propuesto otras tan tardías como el 27 de septiembre de ese mismo año. No obstante, la fecha del 20 de junio es la más probable, dado que se basa en los acontecimientos anteriores a la batalla –como por ejemplo el asedio de Orleans– y los posteriores a esta.

Army of Attila the Hun
El ejército de Atila el Huno
The Creative Assembly (Copyright)

Este acontecimiento es importante por una serie de razones, entre otras porque detuvo la invasión huna de Europa y, de esta forma, preservó la cultura europea. Asimismo, la batalla de los Campos Cataláunicos fue la primera ocasión en la que los europeos derrotaron al ejército de los hunos y frustraron sus planes. Pese a que Atila reagrupó sus fuerzas e invadió Italia al año siguiente, los Campos Cataláunicos destruyeron su aura de invencibilidad: Atila acabó asumiendo su derrota y retiró sus fuerzas de Italia. Dos años después de esta batalla, Atila murió y su imperio pasó a manos de sus hijos, que lucharon entre sí por la supremacía absoluta. En opinión de la mayoría de los historiadores, la batalla de los Campos Cataláunicos fue el acontecimiento clave que provocó la desaparición del vasto imperio de Atila en apenas 16 años tras su muerte.

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Contexto de la batalla

El Imperio romano luchaba por mantenerse unido desde la Crisis del Siglo III (también conocida como La Crisis Imperial, 235-284 d.C.) marcada por un creciente descontento social, guerras civiles y la separación del imperio en tres regiones distintas: el Imperio galo, el Imperio romano y el Imperio palmireno. El emperador Diocleciano (284-305 d.C.) reunió estas entidades bajo su gobierno, pero el imperio era tan inmenso y difícil de gobernar eficazmente que lo dividió en el Imperio romano de Occidente, con capital en Rávena, y el Imperio romano de Oriente con capital en Bizancio (posteriormente rebautizada como Constantinopla). Entre los años 305 y 378 d.C. aprox., las dos mitades del Imperio lograron sobrevivir y ayudarse mutuamente en tiempos de necesidad, hasta que la situación de Roma empeoró después de la batalla de Adrianópolis del 9 de agosto del 378 d.C., en la que los godos liderados por Fritigerno masacraron al emperador romano Valente y a su ejército.

LOS EMPERADORES ROMANOS TENÍAN QUE LIDIAR CON UN CRECIENTE DESCONTENTO SOCIAL, GUERRAS CIVILES Y LA DESINTEGRACIÓN DEL IMPERIO

Al mismo tiempo, a finales del siglo IV d.C., los mongoles desplazaron por la fuerza a los hunos de su tierra natal en la región de Kazajistán. Los hunos no tardaron en convertirse en una fuerza invasora que saqueaba las regiones por las que pasaba y aniquilaba a sus habitantes. En el año 370 d.C. conquistaron a los alanos; en el 376 d.C. desplazaron a los visigodos de Fritigerno hacia el territorio romano y, en el 379 d.C., expulsaron al Cáucaso a los visigodos que estaban bajo el liderazgo de Atanarico. Los hunos continuaron con su invasión de la región, lo que desató un caos generalizado según el historiador Herwig Wolfram (que a su vez cita al historiador antiguo Ambrosio): "los hunos cayeron sobre los alanos, los alanos sobre los godos y los godos sobre las [tribus de] los taifalos y los sármatas" (73). Además de los godos, muchas de estas tribus se refugiaron en territorio romano.

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El ejército romano estaba integrado en gran parte por no romanos desde el 212 d.C., fecha en la que Caracalla concedió la ciudadanía universal a todos los pueblos libres dentro de las fronteras del Imperio romano. Anteriormente, el servicio militar permitía acceder a la ciudadanía a los no romanos, pero este incentivo desapareció con las reformas de Caracalla. Ello obligó al ejército romano a reclutar soldados entre los pueblos bárbaros de más allá de las fronteras del Imperio, incluidos los hunos. Por este motivo, había hunos tanto en el ejército romano, como invadiendo las fronteras del Imperio.

Invasions of the Roman Empire
Las invasiones del Imperio romano
MapMaster (CC BY-SA)

Los invasores hunos no parecían tener otro objetivo que la destrucción y el saqueo, y Roma no tenía medios para luchar contra unas fuerzas que parecían surgir de la nada para saquear la tierra y luego desaparecer tan rápido como habían llegado. En el 408 d.C., el jefe de un grupo de hunos, Uldin, saqueó Tracia por completo, y como Roma no podía hacer nada para detenerlos militarmente, intentó obtener la paz con un soborno. Sin embargo, Uldin exigió un precio demasiado alto, motivo por el que los romanos decidieron comprar a sus subordinados. Debido a su éxito, este método de mantener la paz se convertiría en la estrategia preferida de los romanos para tratar con los hunos a partir de entonces. Con todo, por muy grande que fuera la amenaza a la paz romana, los hunos no tuvieron un líder fuerte con un objetivo claro hasta que Atila llegó al poder.

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Atila tomó el control de las fuerzas hunas a la muerte de su tío Rua en el 433 d.C. Junto con su hermano, Bleda (también conocido como Buda), Atila le dejó claro a Roma que ahora se enfrentaba a un enemigo totalmente nuevo, cuyos planes incluían un vasto imperio huno. Atila y Bleda negociaron el Tratado de Margus en el 439 d.C., que entre otras cosas estipulaba que los hunos no atacarían los territorios romanos a cambio de una gran suma de dinero. Los hunos se entretuvieron atacando a los sasánidas durante un tiempo, pero tras ser rechazados en numerosas batallas, volvieron su atención hacia Roma. Entretanto, los romanos, creyendo que Atila respetaría el tratado, habían retirado sus tropas de la región del Danubio para enviarlas contra los vándalos que amenazaban sus intereses en el norte de África y Sicilia. Una vez que Atila y Bleda se dieron cuenta de que la región estaba prácticamente indefensa, lanzaron su Ofensiva del Danubio en el 441 d.C., en la que saquearon las ciudades sin oposición alguna.

Lo inesperado de esta ofensiva la hizo aún más arrolladora si cabe. De hecho, el emperador de Oriente Teodosio II confiaba tanto en que los hunos mantendrían el tratado que se negó a escuchar a cualquier consejero que sugiriera lo contrario. En palabras del teniente coronel del Ejército de los EE. UU. Michael Lee Lanning:

Atila y su hermano valoraban poco los acuerdos y menos aún la paz. Inmediatamente después de asumir el trono, reanudaron la ofensiva huna contra Roma y cualquiera que se interpusiera en su camino. Durante los siguientes diez años, los hunos invadieron el territorio que hoy abarca Hungría, Grecia, España e Italia. Atila enviaba las riquezas capturadas de vuelta a su patria y reclutaba soldados para su propio ejército, a la par que quemaba muchas de las ciudades invadidas y asesinaba a sus habitantes civiles. La guerra fue lucrativa para los hunos, pero la riqueza aparentemente no era su único objetivo. Atila y su ejército parecían disfrutar genuinamente de la guerra; los rigores y recompensas de la vida militar les resultaban más atractivos que la agricultura o la cría de ganado. (61)

Poco después de la Ofensiva del Danubio, en el 445 d.C., Atila hizo asesinar a Bleda y asumió el poder absoluto como líder supremo de los hunos. Atila contemplaba a Roma como un adversario débil y, en consecuencia, volvió a invadir la región de Moesia (el área de los Balcanes) a partir del 446 o el 447 d.C. En esta invasión destruyó más de 70 ciudades, esclavizó a los supervivientes y envió el botín a su fortaleza en la ciudad de Buda (posiblemente Budapest), en la actual Hungría. Atila ya casi había derrotado al Imperio romano de Oriente, tanto en batalla como en las negociaciones diplomáticas, por lo que dirigió su atención hacia el oeste. Sin embargo, necesitaba una excusa legítima para una invasión, y la encontró en un aliado improbable.

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En el 450 d.C., Honoria, la hermana del entonces emperador de Occidente (Valentiniano), le envió a Atila un mensaje junto con su anillo de compromiso, pidiéndole su ayuda para escapar de un matrimonio concertado con un senador romano. Aunque es probable que Honoria nunca tuviese la intención de contraer matrimonio, Atila decidió interpretar su mensaje y su anillo como un compromiso genuino, al que añadió la condición de recibir la mitad del Imperio romano de Occidente como dote. Cuando descubrió lo que su hermana había hecho, Valentiniano envió mensajeros a Atila informándole de que todo era un malentendido y de que no había ni una propuesta de matrimonio, ni una dote que negociar. Por su parte, Atila afirmó que la propuesta de matrimonio era legítima, que la había aceptado y que vendría a reclamar a la novia. Acto seguido, movilizó a su ejército y marchó hacia la capital romana.

Los adversarios

Varios años antes de la batalla, el general romano Aecio había comenzado a prepararse para una invasión a gran escala de los hunos. En su juventud, Aecio había vivido entre los hunos como rehén, por lo que hablaba su idioma y conocía su cultura. Con el paso del tiempo, había reclutado hunos para su ejército en muchas ocasiones, a lo que se sumaba su relación estrecha y amistosa con Atila. A menudo se describe a Aecio con la afirmación del historiador romano Procopio de que "fue el último romano auténtico de Occidente" (Kelly, 8). Su contemporáneo, Rufus Profuturus Frigeridus, lo describió así:

Aecio era de mediana estatura, varonil en sus hábitos y bien proporcionado. No sufría ninguna enfermedad física y era de constitución ligera. Tenía una inteligencia aguda; era vigoroso, un magnífico jinete, un buen arquero e infatigable con la lanza. Era extremadamente capaz como soldado y hábil en las artes de la paz. No había avaricia en él y menos aún codicia. Se mostraba magnánimo en su comportamiento y nunca se dejaba influir por los consejeros indignos. Soportaba las adversidades con gran paciencia y estaba preparado para cualquier empresa exigente; despreciaba el peligro y era capaz de aguantar el hambre, la sed y la falta de sueño. (Devries, 209)

Aunque se trata de una descripción obviamente idealizada (de hecho, Aecio llegó a mostrar una gran avaricia y codicia), Aecio era el mejor candidato para liderar una fuerza militar contra los hunos. Ante todo, conocía sus tácticas y a su líder, pero su carisma personal y su reputación de valentía y militar victorioso también resultaron esenciales a la hora de reunir suficientes soldados para repeler la invasión. No obstante, pese a los recursos personales y profesionales de Aecio, lo más probable es que solo pudiera reunir un ejército de unos 50 000 hombres y, por lo tanto, necesitara aliarse con un antiguo adversario, Teodorico I (418-451 d.C.), líder de los visigodos. Finalmente, Aecio fue capaz de reunir una fuerza de infantería compuesta en gran parte por alanos, burgundios, godos y otros pueblos.

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Attila the Hun Model
Representación de Atila el Huno
Peter D'Aprix (CC BY-SA)

El historiador Jordanes (siglo VI d.C.) describió a Atila en su relato acerca de los godos y sus interacciones con los hunos, que es el único testimonio escrito sobre los godos que ha sobrevivido desde la Antigüedad hasta nuestros días. Jordanes retrató a Atila de una forma elogiosa, aunque no sentía ningún aprecio por los hunos:

Fue un hombre que vino al mundo para sacudir a las naciones, el azote de todas las tierras, que de alguna manera aterrorizó a toda la humanidad por lo que de él se rumoreaba en el extranjero. Caminaba con altivez, moviendo los ojos de un lado a otro, de modo que el poder de su orgulloso espíritu se reflejaba en el movimiento de su cuerpo. Era, en efecto, un amante de la guerra, pero se contenía en la acción; poderoso en el consejo, amable con los suplicantes e indulgente con los que una vez se acogieron a su protección. Era de baja estatura, con un pecho amplio y una cabeza grande; sus ojos eran pequeños, su barba era rala y estaba salpicada de gris. Tenía la nariz chata y la tez morena, lo que revelaba sus orígenes. (Jordanes, 102)

En la mayoría de las obras romanas suele representarse a Atila como el sanguinario "azote de Dios" y como un bárbaro primitivo, aunque otras como el testimonio de Jordanes y el del escritor romano Prisco lo muestran como un agudo observador de los demás, un líder brillante y carismático y un general de excepcional habilidad.

En el 451 d.C., Atila comenzó su conquista de la Galia con un ejército de probablemente unos 200 000 hombres, aunque algunas fuentes como Jordanes abogan por una cifra mayor, fijada en el medio millón de soldados. El ejército huno tomó la provincia de Gallia Belgica (la actual Bélgica) con poca resistencia, ya que la reputación de Atila como una fuerza invencible al frente de un ejército despiadado impulsó a la población de las regiones invadidas a huir lo más rápido posible con todo lo que pudieron llevarse. Así pues, Atila saqueó pueblos y ciudades y su ejército continuó avanzando para arrasar aún más la región.

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Visigoth Warriors
Guerreros visigodos
The Creative Assembly (Copyright)

La única conquista de Atila que había fracasado era la de los sasánidas –un acontecimiento que la mayoría de los romanos desconocían–, de forma que su reputación de exterminador invencible lo precedió mientras se desplazaba por la Galia. En mayo, Atila llegó a la ciudad de Orleans, cuyo rey, Sangibano de los alanos, planeaba entregársela sin luchar. No obstante, Sangibano nunca pudo hacerle llegar a Atila su mensaje de rendición, por lo que los hunos sitiaron la ciudad.

Aecio y Teodorico llegaron a Orleans a tiempo de dispersar la vanguardia del ejército de Atila, levantar el asedio y obligar a Sangibano a unirse a ellos. Por su parte, Atila se retiró al norte para buscar un terreno más favorable, dejando atrás un contingente de 15 000 guerreros gépidos para cubrir su retirada. Según Jordanes, esta fuerza fue completamente destruida en un ataque nocturno orquestado por Aecio, que luego siguió al ejército de Atila. El relato de Jordanes sobre la masacre de las fuerzas gépidas ha sido cuestionado en varios puntos, sobre todo en lo que respecta al número de hombres que Atila dejó atrás, pero lo más probable es que algún contingente de su ejército estuviera preparado para cubrir su retirada de Orleans, y que Aecio tuviera que vencer a este contingente para perseguir a Atila.

La batalla de los Campos Cataláunicos

Atila escogió un lugar cerca del río Marne, una amplia llanura en la que situó a sus hombres mirando al norte, con su cuartel general en el centro y orientado hacia la retaguardia. Dispuso sus fuerzas ostrogodas a su izquierda y lo que quedaba de sus tropas gépidas a su derecha; sus guerreros hunos tomarían el centro. Cuando Atila ya había posicionado sus tropas, Aecio llegó al campo de batalla y tomó la posición más alejada frente a los gépidos: colocó a Teodorico y sus fuerzas frente a los ostrogodos de los hunos, y a Sangibano y su ejército en el centro.

Dispositions - Battle of Catalaunian Fields
Disposiciones - Batalla de los campos catalaunianos
Dryzen (Public Domain)

A pesar de que Atila había llegado primero al campo de batalla, eligió una posición en la parte baja del mismo, probablemente con la intención de atraer a las fuerzas romanas hacia abajo y así aprovechar al máximo sus arqueros y su caballería. Como señala Lanning:

Confiando en la movilidad y el efecto de choque, Atila rara vez arriesgó a sus soldados en un combate cercano y prolongado. Prefirió acercarse a su enemigo usando el terreno para ocultar a sus tropas, hasta que el adversario estuvo al alcance de una flecha. Mientras que una parte de sus tropas disparaba en ángulos altos para obligar a los defensores a levantar sus escudos, la otra disparaba directamente sobre las líneas enemigas. Una vez que hubieron infligido suficientes bajas, los hunos se acercaron para acabar con los supervivientes. (62)

La caballería utilizó frecuentemente redes que lanzaban sobre un oponente para inmovilizarlo, tras lo cual lo liquidaban o bien avanzaban para enfrentarse a otro enemigo. Es probable que el terreno de la parte baja del campo de batalla proporcionase el tipo de espacio y de cobertura más conveniente para Atila, pero como nunca se ha determinado el lugar exacto de la batalla, no se puede establecer con seguridad el motivo de su elección.

ATILA ESPERÓ HASTA LA NOVENA HORA (2:30 PM) PARA COMENZAR LA BATALLA, DE FORMA QUE SU EJÉRCITO PUDIERA RETIRARSE AL AMPARO DE LA OSCURIDAD si la balanza se decantaba en su contra.

Las fuerzas romanas tomaron el terreno elevado, y entre ellas y los hunos había un risco que habría dado ventaja al bando que lo ocupase. Según Jordanes, Atila esperó hasta la novena hora (2:30 PM) para comenzar la batalla, de forma que su ejército pudiera retirarse al amparo de la oscuridad si la balanza se decantaba en su contra. Aunque puede que esto fuera efectivamente lo que ocurrió, también es posible que Aecio y sus fuerzas no se hubieran posicionado hasta esa hora.

Previamente, los hunos ya habían tratado de capturar el risco en el centro del campo de batalla ese mismo día (los informes solo mencionan "por la mañana", sin citar la hora específica) pero fueron obligados a replegarse por Torismundo, hijo de Teodorico. Los visigodos mantuvieron su posición en el risco cuando los hunos lanzaron su ofensiva total al caer la tarde. Sangibano y los alanos mantuvieron el centro contra los hunos, a la vez que los visigodos se enfrentaban a los ostrogodos y acabaron forzándolos a retroceder. Al contrario de las expectativas de los hunos, la muerte de Teodorico en este enfrentamiento no desmoralizó a los visigodos, sino que los hizo luchar con mayor fiereza.

Roman Army Reenactment
Recreación del ejército romano
Hans Splinter (CC BY-ND)

El historiador Kelly Devries cita el testimonio de Jordanes de que la batalla "se volvió feroz, confusa, monstruosa, implacable - una lucha como nunca antes se había visto" (214). Jordanes se hace eco de los testimonios de primera mano de los ancianos que en su juventud presenciaron la batalla, quienes aseguraron que "el arroyo que discurría por el campo de batalla se inundó con la sangre de los soldados heridos que fluía hacia él" (Devries, 214). Aecio y sus fuerzas quedaron inmovilizados por los gépidos, pero los primeros lograron separar a los segundos del resto del ejército huno. Después de que los visigodos derrotasen a los ostrogodos en el flanco izquierdo, se lanzaron contra los hunos en el centro. Incapaz de hacer uso de su caballería o de sus arqueros, con su flanco izquierdo devastado y el derecho luchando con Aecio, Atila reconoció lo precario de su posición y ordenó la retirada en dirección al campamento huno. Los gépidos se unieron a la retirada y toda la fuerza huna retrocedió de forma sostenida, hostigados por las tropas romanas, hasta que fueron expulsados del campo de batalla; no llegaron a su campamento base hasta después del anochecer. Una vez seguros en su campamento, los arqueros hunos pudieron rechazar a los atacantes y la batalla llegó a su fin.

Como relatan las fuentes, esa noche fue de completa confusión entre las filas romanas, ya que los soldados –entre ellos Aecio– deambulaban desorientados en la oscuridad, sin saber quién había ganado la batalla o qué se suponía que iban a hacer a continuación. Se dice que Aecio estaba tan desorientado por la batalla, que acabó perdiéndose y estuvo a punto de entrar en el campamento huno. Sin embargo, al amanecer del día siguiente quedaron de manifiesto la magnitud de la batalla y la gran cantidad de víctimas. En palabras del historiador Paul K. Davis, "al rayar el alba, ambos bandos pudieron contemplar la carnicería del día anterior y ninguno parecía ansioso por seguir luchando" (90). Los arqueros hunos continuaron manteniendo a sus oponentes a raya e hicieron algunos amagos de ataque, pero no salieron del campamento. Aecio y Torismundo se percataron de que los hunos estaban acobardados y de que las fuerzas romanas podían seguir acorralándolos indefinidamente hasta que se rindieran, de modo que comenzaron los preparativos para asediar el campamento huno.

Aun así, Aecio se encontraba en una posición incómoda. Los visigodos de Teodorico solo se habían unido a su causa porque percibían a los hunos como una amenaza mayor que Roma. Si los hunos eran eliminados, la alianza ya no tendría razón de ser, y Aecio temía que Torismundo y sus más numerosas fuerzas se volvieran contra él, lo venciesen fácilmente y marcharan sobre Rávena. Por ello, le sugirió a Torismundo que él, Aecio, podía ocuparse de lo que quedaba de las fuerzas hunas, y que Torismundo debía regresar a casa con sus tropas ahora que era el nuevo rey de los visigodos, para consolidar su poder y evitar que cualquiera de sus hermanos intentara usurpar el trono en su ausencia. Tras aceptar esta propuesta, Torismundo abandonó el campo de batalla. Solo y con sus fuerzas dispersas, Aecio reunió a sus tropas y abandonó también el campo de batalla tranquilamente. Entretanto, Atila y su ejército permanecieron en su campamento base, esperando un ataque que nunca llegó, hasta que enviaron exploradores que les informaron de que sus adversarios se habían marchado.

Visigoth warriors
Guerreros visigodos
The Creative Assembly (CC BY-NC-SA)

Aunque ya no había nadie que se le opusiera, Atila se retiró de la Galia y regresó a casa. Nunca se ha dado una respuesta satisfactoria a los motivos de esta retirada, pero algunos investigadores como J.F.C. Fuller creen que se debió a un acuerdo entre Aecio y Atila. Como apunta Fuller:

Las condiciones en Rávena eran tales que Aecio solo podía sentirse seguro mientras fuera indispensable, y para que la situación permaneciera así era necesario que Atila no fuese aplastado completamente... toda la historia de la fuga de Atila resulta tan extraña que es probable que Aecio nunca se perdiera en la noche del 20 al 21 de junio, sino que en realidad visitara a Atila en secreto y orquestase este incidente con él. De lo contrario, ¿por qué Atila no atacó a Aecio después de que Torismundo se marchase, o por qué no persiguió Aecio a las fuerzas en retirada de Atila para separarlas de sus forrajeadores? (297)

Independientemente de las negociaciones que Aecio y Atila pudieran haber o no entablado, las fuentes dejan claro que las fuerzas romanas abandonaron el campo de batalla después de que los hunos fueran obligados a replegarse a su campamento. Pese a que la batalla ha sido considerada tradicionalmente como una victoria romana, el hecho de que los romanos dejaran sin más a los hunos en su campamento –sin recibir, aceptar o rechazar ningún acuerdo de los romanos, y por tanto técnicamente invictos- ha conducido a una cantidad cada vez mayor de investigadores a opinar que la batalla de los Campos Cataláunicos fue en realidad una victoria huna, o un empate entre romanos y hunos. No obstante, esta afirmación se ve contrarrestada por el hecho de que Atila se retiró apresuradamente a su región de origen tras darse cuenta de que Aecio ya no representaba una amenaza. La interpretación tradicional de la batalla como una victoria romana tiene más sentido en la medida que Atila no logró su objetivo de someter a Roma, aunque, como observa Devries, pudo abandonar el campo de batalla "sin más pérdidas de vidas y con sus carromatos intactos, cargados de botín" (215). Además, fue Atila quien se retiró del campo de batalla, no los romanos, y todo indica que las fuerzas romanas habrían continuado la batalla si no hubiera anochecido.

Legado

Tres años más tarde, tanto Aecio como Atila habían muerto. Aecio fue asesinado por Valentiniano en un arrebato de ira repentino en el 454 d.C., mientras que Atila había fallecido el año anterior por la ruptura de un vaso sanguíneo, tras una noche de alcohol en exceso. El imperio que Atila había forjado pasó a sus hijos, cuyas incesantes luchas por el poder terminaron destruyéndolo en menos de veinte años. Los valores romanos por los que tanto luchó Aecio tampoco durarían mucho más tiempo. En el año 476 d.C., el Imperio romano de Occidente cayó y fue sustituido por diversos reinos germánicos como el de Odoacro, Rey de Italia. Por el contrario, el Imperio romano de Oriente continuaría como el Imperio bizantino hasta la conquista otomana del 1453, pero para entonces ya había perdido casi todo su carácter "romano".

Attila the Hun by Delacroix
Atila el Huno, de Delacroix
Eugene Delacroix (Public Domain)

Con todo, la batalla de los Campos Cataláunicos ha mantenido su importancia porque preservó a la cultura europea de la extinción –o, al menos, de una grave amenaza– tras una potencial victoria de los hunos. A este respecto, Davis comenta lo siguiente:

Al detener la expansión huna, la batalla de Chalons evitó que Atila dominase Europa occidental. Las fuerzas de Aecio se coordinaron en el último momento; si hubieran sido derrotadas, no había ninguna otra población organizada que pudiera haber resistido efectivamente a los hunos. Pese a que esta batalla solo evitó temporalmente el colapso total del Imperio romano de Occidente, también preservó la cultura germánica, que llegó a dominar Europa una vez que Roma perdió definitivamente su poder político. Fue la sociedad germánica la que sobrevivió hasta la Edad Media, al adaptar los valores latinos a su propia conveniencia en vez de dejarse abrumar por estos. Así, la Europa de la Edad Media estuvo dominada por varias culturas germánicas, desde Escandinavia hasta las Islas Británicas, pasando por Europa Central. (91)

Aunque los historiadores modernos parecen tender cada vez más a atribuir una cierta nobleza y cultura a Atila, ningún testimonio antiguo ha dejado constancia de una civilización huna sustancial. Incluso teniendo en cuenta que la historia de Atila y los hunos fue escrita por sus enemigos, no se ha descubierto ninguna evidencia arqueológica, ni registro escrito alguno, que contradiga los testimonios de que los hunos destruyeron las civilizaciones que encontraron, sin reemplazarlas en forma alguna. Tal y como argumenta el historiador Philip Matyszak en defensa de los enemigos de Roma:

Hasta hace poco se asumía automáticamente que la civilización romana era algo bueno. Roma llevó la luz de la civilización a la oscuridad bárbara, y tras lo desagradable de la conquista, trajo la ley, la arquitectura, la literatura y otros beneficios similares a los pueblos conquistados... ahora existe un planteamiento alternativo, que sugiere que Roma se convirtió en la única civilización en el área del Mediterráneo porque destruyó a otras seis. (2)

Si bien es indudable que los investigadores como Matyszak tienen parte de razón, defender que los hunos ofrecían algo mejor que la cultura romana es una postura insostenible. Los hunos invadieron repetidamente otras regiones y destruyeron sus poblaciones y culturas autóctonas, sin dejar nada más que ruinas a su paso. Ningún testimonio sobre los hunos da a entender que estuvieran interesados en mejorar las vidas de los demás o en introducir cualquier tipo de avance cultural en otras regiones; únicamente trajeron muerte y destrucción. Aecio y su ejército se enfrentaron a un enemigo que nunca había sido derrotado por los romanos, un ejército más numeroso y con una reputación de salvajismo mucho mayor, al que impidieron cometer aún más masacres. La batalla de los Campos Cataláunicos goza de su actual reputación porque encarna el triunfo del orden sobre las fuerzas del caos; un valor que comparten muchas culturas de todo el mundo.

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Sobre el traductor

Alejandro Orozco De Sancha
Alejandro is a Spanish historian and translator, with a knack for learning about obscure but interesting historical facts. He holds a BA in Humanities and another one in Translation and Interpretation of English, and is a volunteer contributor at AHE.

Sobre el autor

Joshua J. Mark
Joshua J. Mark no sólo es cofundador de World History Encyclopedia, sino también es su director de contenido. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.

Cita este trabajo

Estilo APA

Mark, J. J. (2016, diciembre 20). La batalla de los Campos Cataláunicos [The Battle of the Catalaunian Fields]. (A. O. D. Sancha, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-995/la-batalla-de-los-campos-catalaunicos/

Estilo Chicago

Mark, Joshua J.. "La batalla de los Campos Cataláunicos." Traducido por Alejandro Orozco De Sancha. World History Encyclopedia. Última modificación diciembre 20, 2016. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-995/la-batalla-de-los-campos-catalaunicos/.

Estilo MLA

Mark, Joshua J.. "La batalla de los Campos Cataláunicos." Traducido por Alejandro Orozco De Sancha. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 20 dic 2016. Web. 20 nov 2024.

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