A las gentes de la Edad Media no le gustaban nada los gatos, en el mejor de los casos, los consideraban plagas útiles y, en el peor, enviados de Satanás, debido a la Iglesia medieval y a su asociación del gato con el mal. Sin embargo, antes de la aceptación generalizada del cristianismo, los gatos se consideraban valiosos miembros de la sociedad y en otras culturas llegaban hasta adorarles.
La vida de un gato en la Edad Media (hacia 476-1500) era muy diferente a la de un perro, sobre todo a que se les asociaba con la brujería, la oscuridad y el diablo. En el mundo antiguo, el gato gozaba de gran prestigio en culturas tan diversas como China, Egipto y Roma, pero en la Europa del siglo XIII ya había perdido su antiguo estatus y se le toleraba por su uso práctico para frenar las alimañas, pero no se le valoraba como mascota.
El gato perdió su antigua posición gracias a los esfuerzos de la iglesia medieval, que fomentó la asociación del gato con los demonios y la oscuridad como parte de su viejo plan de demonización de las creencias, rituales y valores paganos. El académico Desmond Morris escribe:
Los fanáticos religiosos han empleado a menudo el astuto recurso de convertir a los héroes de otras personas en villanos para dar sentido a sus propósitos. De este modo, el antiguo dios con cuernos que protegía a las culturas anteriores se transformó en el malvado diablo del cristianismo y el venerado felino sagrado del antiguo Egipto se convirtió en el taimado gato de los hechiceros en la Europa medieval. Muchos elementos que una fe religiosa anterior consideraba sagrados fueron condenados por una nueva religión de forma automática. Así comenzó el capítulo más oscuro de la extensa asociación del gato con la humanidad. Se le persiguió durante siglos y las crueldades que se le infligieron contaron con el pleno respaldo de la Iglesia. (158)
Una vez que se asoció al gato con Satanás, se le torturaba y mataba con regularidad, para alejar la mala suerte, como signo de devoción a Cristo, o como parte integrante de los rituales de ailuromancia (uso de gatos para predecir el futuro). Los gatos fueron condenados por los papas y masacrados por pueblos enteros y no recuperarían ni la mitad del estatus pasado hasta el siglo de las luces en el siglo XVIII. En la época victoriana del siglo XIX, el gato recuperó todo su prestigio.
Los gatos en el mundo antiguo
La asociación del gato con el antiguo Egipto es bastane famosa. Los egipcios apreciaban tanto a los gatos que, según Heródoto, cuando una casa se incendiaba, la gente se preocupaba primero de rescatar a sus gatos y después apagaba el fuego. Cuando moria un gato de la familia, los habitantes de la casa realizaban los mismos rituales de duelo que para un miembro humano de la familia y se les momificaba en los mejores lienzos.
En el antiguo Egipto, el gato estaba estrechamente vinculado a la diosa Bastet, que presidía el hogar, la casa, las mujeres y los secretos femeninos. Bastet era una de las deidades más populares de Egipto ya que prometía paz y prosperidad a sus seguidores de ambos sexos. Todos los hombres tenían una madre o una hermana, una esposa o una hija a la que cuidaban y querían proteger, y al mismo tiempo deseaban un hogar tranquilo y próspero, y eso era lo que Bastet les proporcionaba.
Todos los años, miles de egipcios viajaban a la ciudad sagrada de Bubastis para asistir a su fiesta, y ella y sus gatos eran tan apreciados que, en el año 525 a.C., el ejército egipcio de Pelusio se rindió a los persas, que habían pintado la imagen de Bastet en sus escudos y amontonado gatos y otros animales ante las murallas de la ciudad. Los egipcios prefirieron rendirse antes que hacer daño a los gatos.
En Grecia y Roma, el gato nunca alcanzó la misma posición divina, pero se le apreciaba. Los griegos reconocían el valor del gato en el control de plagas y también lo tenían como mascota, mientras que los romanos, que preferían utilizar comadrejas para librarse de ratones y ratas, concentraban sus esfuerzos en mimar a sus amigos felinos. Los gatos disfrutaban de la vida en la antigua Roma casi tanto como en Egipto, como atestiguan los autores latinos y tumbas romanas que representan a dueños de gatos desconsolados.
Los egipcios prohibían la exportación de gatos (el castigo por sacar un gato del país era la muerte) e instituyeron un grupo de trabajo en sus puertos que registraba los barcos que desembarcaban para asegurarse de que no se había introducido ningún gato de contrabando a bordo. Las tripulaciones y los capitanes debieron encontrar la forma de eludir esta ley, ya que el gato acabó trasladándose desde Egipto a Grecia, Roma y el norte de Europa. Los culpables probablemente fueron marineros fenicios, maestros de la navegación y los comerciantes más importantes del mundo antiguo, y que muy posiblemente también difundieron la asociación del gato con la brujería y el inframundo.
Gatos, mujeres y judíos
Los fenicios, al viajar de un país a otro, transportaban mercancías y además los mitos y leyendas de una cultura. La diosa griega Hécate (y su homóloga romana Trivia), presidía la muerte, la oscuridad, la magia/brujería y los fantasmas. Hécate se asociaba a los perros que, según la leyenda, podían oírla acercarse y aullaban; se decía que un perro que parecía ladrar al aire en realidad estaba avisando a una familia de que Hécate y sus fantasmas estaban en la puerta.
Había un mito muy popular relacionaba a Hécate con los gatos: la historia del gran héroe griego Heracles (el Hércules romano). El dios Zeus seduce a la princesa mortal Alcmena y concibe a Heracles. Hera, la celosa esposa de Zeus, intenta matar a Alcmena, pero una mujer llamada Galantis, sirvienta de Alcmena, frustra el plan de Hera y salva a su señora y al futuro héroe. Enfurecida, Hera castiga a Galantis transformándola en gato y enviándola al inframundo para servir a Hécate.
El mito de Heracles fue uno de los más populares de la antigüedad y tuvo un gran éxito gracias al escritor latino Antoninus Liberalis (siglo II d.C.) en su Metamorfosis, una recopilación de leyendas y cuentos antiguos, que se copió y distribuyó desde su primera publicación hasta el siglo IX y continuó siendo un éxito de ventas hasta el siglo XVI.
No importaba que la mayoría de la población de la Europa medieval fuera analfabeta, ya que las historias se transmitían de forma oral. Esta historia que asocia al gato con la oscuridad, la brujería y el inframundo, unida a los esfuerzos de la iglesia por demonizar los valores de las creencias anteriores, contribuyó a condenar al gato a llevar una mala vida.
También contribuyó a la mala reputación del gato su asociación con lo femenino, heredada de Egipto, y la mala imagen de las mujeres en la Alta Edad Media. Antes de la popularización del culto a la Virgen María en la Alta Edad Media (1000-1300), junto con la tradición romántica francesa del amor cortés, que elevaba la posición de la mujer, ésta se asociaba a Eva y la caída del hombre en el jardín del Edén. Las mujeres eran pecadoras por naturaleza, lujuriosas y culpables del pecado original, así como de las arduas luchas de cada hombre después de Adán.
La mitología de la Biblia, considerada verdad divina, también vilipendiaba a los judíos como asesinos de Cristo y durante toda la Edad Media en Europa los judíos también estuvieron vinculados a los gatos. Se decía que los judíos les adoraban, que se transformaban en gatos para colarse en las casas de los cristianos para fastidiarles o embrujarles, y que crucificaban a los gatos para burlarse de la muerte de Cristo en la cruz. Para la cultura patriarcal de la Edad Media, el gato era el ser más abyecto de la tierra.
Los gatos como adivinos y un decreto del Papa
Sin embargo, los cristianos medievales veían la utilidad del gato para el control de plagas y como medio para obtener una visión sobrenatural. Se observaba que las ratas, los ratones y otras alimañas estaban bien controladas por un gato o dos en la casa, y los comerciantes y las tripulaciones de los barcos los consideraban también beneficiosos para proteger los cargamentos de grano, o cualquier otra carga, en el transporte o el almacenamiento.
La práctica de la ailuromancia, por la que se podía predecir el futuro observando los movimientos de un gato, también hizo crecer el aprecio por el gato. En la mayoría de los casos, la ailuromancia se limitaba a observar a un gato cuyo comportamiento se creía capaz de predecir el tiempo, un invitado inesperado en la puerta y otras cosas por el estilo. Sin embargo, la ailuromancia tomó un giro decididamente desagradable en un ritual conocido como taghairm, practicado en Escocia durante toda la Edad Media y hasta el siglo XVI.
Una persona tomaba un gato y lo asaba vivo sobre una llama abierta, haciéndolo girar sobre un asador. El gato gritaba en agonía y esto convocaba al diablo para que protegiera a uno de los suyos. El demonio suplicaba a la persona que acabara con el sufrimiento del gato, pero la persona aguantaba hasta que el demonio se comprometía a cumplir una determinada petición (a menudo una predicción del futuro), momento en el que se ponía fin a la tortura del gato.
El gato se vinculó aún más con lo demoníaco a través de la obra del escritor Walter Map (hacia 1140-1210), quien afirmó que el movimiento religioso de los patarinos (que buscaban reformas en la iglesia católica), al que asoció estrechamente con la secta herética de los cátaros, adoraba al gato como parte de sus ritos oscuros. Map relata cómo, aquellos cristianos que habían caído en el pecado y se habían unido equivocadamente a los patarines, pero que habían vuelto a la fe verdadera, a su vez contaron:
En la primera guardia de la noche, con sus puertas, entradas y ventanas cerradas, las familias se sientan en silencio, cada una en su 'sinagoga', y esperan. Y en medio de ellos llega, colgado de una cuerda, un gato negro de gran tamaño. En cuanto ven al gato, se apagan las luces. No cantan ni recitan himnos de se escuchen claramente, murmuran con los dientes cerrados y tantean en la oscuridad hacia donde vieron a su señor y, cuando lo encuentran, lo besan, tanto más humildemente según su locura, unos en las patas, otros bajo la cola, otros en los genitales. (De Nugis Curialum, I.30)
La historia de Map (sin estar corroborada en ninguna otra parte y posiblemente satírica) se difundió tanto y se repitió con frecuencia que parece haber sido parte de la bula papal que condenó a los gatos. En respuesta a los crecientes informes de herejía en toda Europa, el Papa Gregorio IX (1227-1241) envió al inquisidor Konrad von Marburg (1180-1233) a Alemania para acabar con los herejes por cualquier medio que considerara necesario. Konrad envió al Papa un informe sobre los ritos perniciosos que se realizaban, bastante parecidos al relato anterior de Map sobre el ritual del gato, sólo que se añadía una rana a la cercemonia.
El Papa Gregorio IX respondió emitiendo la bula Vox in Rama en 1233, que acusaba a los gatos (especialmente a los negros) de malvados y aliados de Satanás. Konrad señaló en concreto al noble alemán Enrique III, conde de Sayn (muerto hacia 1246) como participante en estos rituales, pero Enrique pudo limpiar su nombre ante un tribunal y conservar su posición. Konrad acabó "misteriosamente" asesinado poco después. El relato que Konrad dio al Papa Gregorio IX no pudo ser corroborado por ningún otro inquisidor ni ninguna otra persona, pero después de 1233, el concepto del gato como algo demoníaco tomó aún más arraigo en la conciencia colectiva.
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Una vez más, al igual que con la historia de Galantis convertida en gato citada anteriormente, no importaba cuántas personas habían leído, o incluso habrían podido leer la Vox in Rama de Gregorio, lo importante era la postura de la Iglesia sobre los gatos, que habría sido absorbida por la gente a través de los sermones dominicales y la conversación diaria, filtrándose desde los niveles más altos de la Iglesia a las congregaciones en ciudades y pueblos. De hecho la bula apenas tuvo difusión, ya que sólo se emitió a Enrique III, con lo que su impacto solo pudo ser indirecto.
Pero el contenido de la bula del Papa Gregorio IX llegó a la opinión pública, lo cual supuso una mala noticia para los gatos y para quienes los apreciaban. Las ancianas que tenían gatos eran especialmente vulnerables a una acusación de brujería, como señala la académica Virginia C. Holmgren:
Una anciana que vivía sola, sin parientes que la ayudaran, solía tener un gato como amigo y única compañía. El gato y la anciana siempre estaban juntos, y el gato se divertía con cualquier trabajo, especialmente con la tarea de intentar barrer el jardín con una escoba de ramitas. Cualquier aldeano que se escondiera entre los arbustos para espiar en busca de pruebas de brujería podía ver cómo el gato se abalanzaba sobre el manojo de ramitas para dar un paseo por el accidentado terreno, y cómo escoba y gato eran transportados por el aire durante un breve momento de contacto con una roca oculta. En ese mismo momento, en un castillo cercano, otro querido gato podría estar dando el mismo paseo juguetón en el tren de seda de su señora mientras ésta iba de la ventana al espejo, con sus seres cercanos sonriendo con cariño. Pero había sonrisas en los rostros de aquellos aldeanos que espiaban mientras corrían a casa para informar de la prueba de brujería en acción. (108-109)
La observación de Holmgren sobre la dama y el gato en su castillo es precisa, como se ve en los registros de la casa de Lady Eleanor de Montfort (conocida como Eleanor de Inglaterra, 1215-1275), que tenía un gato para controlar las plagas, y también parece haberlo cuidado como mascota. Lady Eleanor, lo suficientemente poderosa como para controlar, mantener y finalmente negociar la rendición del castillo de Dover, no tenía nada que temer de las acusaciones de brujería, pero no podía decirse lo mismo de las mujeres de medios más modestos de los pueblos y ciudades. De todos los acusados de brujería en Europa en la Edad Media, el 80% eran mujeres y la acusación casi siempre terminaba con la muerte de la mujer. Aunque la imagen más popular es la de una supuesta bruja ardiendo en la hoguera, era mucho más común atar a la condenada en un saco con su gato y arrojar a ambos al río.
El regreso del gato
El brote de la peste bubónica en 1348 se ha achacado a menudo a una masacre generalizada de gatos a raíz de la Vox in Rama del Papa Gregorio IX, pero esta teoría no se sostiene, ya que se trató de una aparición más de las muchas que hizo la peste (que ya había matado en Europa mucho antes de 1233). Aun así, no parece que la disminución de la población de gatos, antes y después de la bula papal, se tradujera en un aumento de ratones y ratas, de hecho sí hubo tal disminución antes de 1348.
Incluso si no fuera así, los incidentes de peste de 1233-1348 podrían atribuirse a un mayor número de roedores portadores de parásitos a los que se permitió prosperar en ausencia de una gran población de gatos. La gente de la Edad Media no tenía ni idea de que la peste la causaba la bacteria yersinia pestis (lo cual siguió sin conocerse hasta 1894) y aceptó la opinión de la Iglesia de que fue enviada por Dios como castigo por el pecado. Los gatos siguieron siendo vilipendiados y asesinados porque la gente seguía viéndolos a través de los ojos de la Iglesia como algo malo y sin valor.
Desmond Morris cita la continua persecución de los gatos a lo largo de la Edad Media y en el Renacimiento, señalando cómo "en la tardía fecha de 1658 Edward Topsel, en su obra sobre historia natural, [escribió] "los familiares de las brujas aparecen normalmente bajo la forma de gatos, lo cual es un argumento de que esta bestia es peligrosa para el alma y el cuerpo" (158). El gato seguiría siendo visto de esta manera hasta el siglo de las luces en el siglo XVIII.
La Reforma Protestante (1517-1648) rompió el poder de la Iglesia sobre la vida de las personas y permitió una mayor libertad de pensamiento. Aunque, como siempre, hubo personas como Edward Topsel que se aferraron a las creencias anteriores, la gente era ahora libre de cuestionar las opiniones de la Iglesia sobre la vida en general y los gatos en particular. El espíritu de la ilustración animó a la gente a tener gatos como mascotas simplemente por el placer de su compañía. Esta tendencia se hizo más común durante la era victoriana (1837-1901), cuando la reina Victoria devolvió al gato el estatus que había tenido en el antiguo Egipto.
Cuando la piedra Rosetta se logró descifrar en 1822 abrió la cultura egipcia al mundo. Antes se pensaba que los jeroglíficos eran una ornamentación arcana, pero una vez que se comprendieron como lenguaje, la civilización egipcia se hizo más evidente y atrajo la atención mundial. Las historias de hallazgos fantásticos en tumbas antiguas fueron noticia en Inglaterra y en todo el mundo, y varias de ellas hacían referencia a Bastet y al amor egipcio por los gatos. El interés de la reina Victoria por Egipto la llevó a adoptar dos persas azules y tuvo cierta fama como criadora de gatos de exhibición. Al ser una monarca popular, la prensa comentaba sus intereses, que llegaron a ser compartidos por otros que ahora querían tener sus propios gatos.
Los esfuerzos de Victoria contribuyeron a que el gato volviera a ocupar su antiguo lugar en la sociedad humana. Su afición por los gatos se hizo notar en América en la popular revista Godey's Lady's Book, publicada por Louis A. Godey de Filadelfia entre 1830 y 1878. En 1836, la escritora Sarah Josepha Hale se incorporó a la redacción de Godey's y comenzó a escribir artículos en los que ensalzaba las virtudes del gato y las alegrías de su tenencia.
El popular autor Mark Twain, entre otros muchos, se sumó al movimiento escribiendo y dando conferencias sobre las sublimes alegrías del gato como compañero y así, a finales del siglo XIX, el concepto medieval del gato como instrumento de Satanás se acabó sustituyendo por el del amigo felino y preciado miembro de la familia, tan familiar para los amantes de los gatos en la actualidad como los del mundo antiguo.